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"JUSTINE", EL PRIMER PUENTE DE UNA TETRALOGÍA

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Justine

Lawrence Durrel

Traducción de Aurora Bernárdez

Edhasa, Barcelona, 355 páginas

 

   Lawrence Durrell se dio a conocer como poeta y novelista en la década de los treinta, y obtuvo su primer gran éxito con El libro negro que había escrito en París. Sin embargo es conocido, sobre todo por “El cuarteto de Alejandría”, y de forma especial por el primer volumen de la tetralogía, Justine, escrtito en la década de los cincuenta y que ha sido editado y reeditado en numerosas ocasiones y por diversas editoriales.

   Esta imponente tetralogía (Justine, Balthasar, Mountolive y Clea) convierten a Durrell en un clásico de la literatura contemporánea, sobre todo por la exploración del lenguaje narrativo, que permite comparaciones vehementes  con Proust y Faulkner. Como la mayor parte de su narrativa, Justine proviene de las experiencias personales del autor. En efecto, en el año 1942, Durrell se separa de su esposa y se traslada a Alejandría, donde conoce a  Éve Cohen, una mujer hebrea que se convierte en el modelo del personaje de Justine y con la que se casa en el año 1947.

   La novela no solamente retrata una ciudad cosmopolita y sensual, mítico lugar de encuentro de razas y lenguas, abarrotada de prostitutas, efebos y truhanes, puerto de mar, repleto de los más variados aromas y además corrompido, sino que nos acerca a un personaje anverso de la criadora sadiana y cuya búsqueda del placer constituye su método pleno de aprendizaje. La novela nos abre además las puertas para una experimentación formal con relación al tratamiento del tiempo y del espacio.

   Justinees, como ya he señalado la primera parte de una tetralogía. En una nota preliminar a Balthasar, el volumen que continúa el cuarteto, Durrell explica su objetivo. La literatura moderna, viene a decir el escritor, ofrece unidades. Así pues, él mira a la ciencia e intenta componer un ciclo novelístico de “cuatro puentes”, con una forma basada en la teoría de la relatividad. Tres lados de espacio y uno de tiempo integran la receta de un continuo.

    

                                 

                                              Lawrence Durrell

    Las cuatro novelas se ajustan a este modelo. Las tres primeras partes se desenvuelven efectivamente de forma espacial y no se sitúan de forma serial. En las mismas, el tiempo permanece detenido. Solamente la cuarta parte, Clea, se ocupa del tiempo. A la vez, el autor traslada a la tetralogía la relación sujeto-objeto, tan importante dentro de la relatividad. En cada una de las novelas descubrimos una tonalidad  subjetiva y otra objetiva. La tercera novela de la serie, Mountolive, es una novela claramente naturalista, en la que el narrador de Justiney Balthasar se convierte en objeto, es decir, en personaje. Estilísticamente las cuatro novelas son obras altamente refinadas: idéntico fulgor descriptivo y la misma capacidad para dotar de un aura de hechizo a los personajes.

 

Francisco Martínez Bouzas

 


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