Quantcast
Channel: BRUJULAS Y ESPIRALES
Viewing all 833 articles
Browse latest View live

"EL BEATO": LA ACCIÓN EMBELLECEDORA DE LA FICCIÓN DE ALFREDO CONDE

$
0
0


El beato
Alfredo Conde
LXII Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid
Algaida Editores, Sevilla, 2016, 254 páginas

   No cabe duda de que Alfredo Conde (Allariz, Ourense, 1945) es un narrador importante tanto en el sistema literario español como en el gallego. Su amplísima obra narrativa, escrita prácticamente toda en gallego, se halla traducida al español y en la mayoría de sus libros por el propio autor. Ha escrito piezas narrativas de indudable calidad como Xa vai o Griffon no vento  (El Griffón, 1984), Premio Nacional de Literatura,  Breixo (1981), Premio de la Crítica, Los otros días (Premio Nadal, 1991); la saga familiar de la familia Carou en sus idas y retornos en la emigración venezolana (Siempre me matan, 1995, O fácil que é matar, 1998), o ese paso importante en la construcción de la así llamada novela histórica gallega Azul cobalto. Historia posible del marqués de Sargadelos (2001). Suúltima novela, lleva por título El beato y fueganadora de la 62ª edición del Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid, el segundo más longevo de la literatura española, y con una considerable dotación económica. La novela está a punto de aparecer en gallego, escrita igualmente por Alfredo Conde.
   Sin nada pues que demostrar, tanto en una literatura como en la otra, Alfredo Conde novela en esta pieza, rotulada con un título muy sencillo varios planos -láminas las llama el autor- de la trayectoria, contaminada seguramente por la leyenda, de un personaje histórico que en la novela recibe el nombre de Fray Julián de Chaguazoso, pero que en realidad corresponde a un colonizador y fraile franciscano, el beato Sebastián de Aparicio Prado, natural de A Gudiña (Ourense), que el año 1533 llega a Nueva España por el puerto de Veracruz y se instala en Puebla. Analfabeto como era, se dedica a la agricultura, especialmente como ranchero. Adaptó los caminos mexicanos al carro gallego, abre vías de comunicación entre la ciudad de México y Zacatecas, negocios que le producen una notable prosperidad. Más tarde compra tierras, se hace hacendado en Azcapotzalco y Chapultec, donde se supone que originó o apoyó la fiesta del Día de los Muertos. Contraerá matrimonio por dos veces, con el infortunio de que sus esposas fallecen a los pocos meses. Viudo y sin hijos, decide hacerse fraile franciscano, pero antes de profesar, tendrá que probar su capacidad física actuando como donado (criado) en el convento de clarisas en México. Finalmente, y ya como fraile franciscano y con fama de santo, fallece en febrero de 1600. A instancias del rey Felipe III, fue beatificado en  1789. Tanto en su pueblo natal gallego como en Puebla de los Ángeles, donde se conserva su cuerpo momificado, está considerado patrón de los automóviles y transportes terrestres.
   Este es el personaje real, cuya vida y aventuras, por medio de evocaciones, reconstruye Alfredo Conde, hilvanando una curiosa y atractiva historia, y empleando como hilo conductor la colección  de láminas, un supuesto manuscrito olvidado en los bancos de una iglesia, de la autoría de Fray Tadeo de Aguadilla.
   El beato no es una hagiografía, sino una ficción, una historia, se nos dice en un texto introductorio, y las historias son “como se cuentan y no como se piensan”, hayan sido o no reales. Sin embargo, El beato no carece de rigor histórico y es fruto de varios años de trabajo de documentación.
   La narración se inicia con el relato de una epidemia de peste que, desde la lejana Colonia y a través del País Vasco, entra en las primeras aldeas gallegas y asola “la tierra de nación”, el mismo año del nacimiento del niño Julián, que es víctima del contagio bubónico. Abandonado en una “palleira” cercana a la casa familiar, una loba, un ángel, los brebajes de una meiga o el propio frío invernal le curan de la enfermedad. Labrador y pastor, trabajará como un cabrón. Y a una edad imprecisa, decide encaminar sus pasos hacia el Nuevo Mundo, tras huir  de los reclamos de una rica viuda salmantina y otras mozas que se interponían en su vocación de célibe. Con lo puesto, inicia la aventura en el virreinato de la Nueva España, sembrando tierras a cambio de diezmos, fabricando  herramientas de cultivo, levantando corrales para domesticar el ganado cimarrón, alimentando bien a los indios que trabajan a cambio de nada, o construyendo el primer carro mexicano, adaptación del gallego, que le generará una gran fortuna.  Y civilizando a los feroces chichimecas.
   Y así se encadena la historia de  la vida del glosador de las estampas de Fray Tadeo de Aguadilla, un entramado de aventuras y acontecimientos en una tierra poblada por hidalgos venidos a  menos, frailes deseosos de ganar el cielo a base del bautizo de indios, militares sedientos de gloria, tahúres y proxenetas. Todos ellos, el protagonista incluido, movidos por el egoísmo. Porque la ilusión de las Américas, como muestra Alfredo Conde, atrapó el corazón de miles de españoles que, como Julián, salían frecuentemente del puerto de Sanlúcar de Barrameda. Hombres dispuestos a ganarse la vida, a enriquecerse. Abundaron las intrigas y las luchas por el poder, actos disparatados tendentes a satisfacer codicias, traiciones, asesinatos. Alfredo Conde no libera a su personaje que se hace inmensamente rico, de estas humas servidumbres, ni tampoco del fornicio, como lo quieren presentar las láminas de su correligionario  franciscano, ya que la india Axaycatl / Lubiana que le había sido regalada por su padre chimicheca, hace que se olvide de que su pene es un colgajo, debido a las lambetadas de la loba o a las mordidas de las ratas,  pruebe el fruto prohibido y siembre la vida en su vientre. Un matrimonio con una niña “virtuosa”, una joven con ojos azules y corazón negro, que pronto fallecerá asfixiada, y otro con una mestiza, fallecida igualmente de forma prematura, incapaces las dos de vulnerar su castidad, cierran el ciclo de la vida secular de Julián, y abren la segunda parte en la orden franciscana, profesando como hermano lego porque sigue siendo analfabeto.
   En El beato Alfredo Conde reproduce algunos rasgos estructurales de sus escritura de ficción: una arquitectura binaria, mediante la que inventa recuerdos, enfrentados con el relato objetivo de la realidad. Es decir, inyecta abundante ficción en los contextos históricos. Y no lo oculta: en más de una ocasión alude el autor por boca de su protagonista a esa vulneración de la historia (“Pero ya advertí que si el dibujante hace conmigo lo que quiere, yo hago lo mismo con la Historia”, nota 12, página 97). Es su obligación como novelista. Pero por eso mismo, no es esta una novela histórica. En puridad no existen novelas históricas. Y apelo, una vez más, al dictum de Álvaro Pombo: la ficción es un marcador semántico que trastorna todo lo que toca, convirtiéndolo en ficción. Pero El beato explica, ilustra bellamente la historia. Y ese es su gran mérito.
   
                                               
Cuerpo incorrupto del beato Sebastián de Aparicio, en la novela Fray Julián de Chaguazoso
    Por esa misma razón, la novela es una gran historia que alberga en su interior otras muchas historias, como las del carpintero-ebanista alaricano Aser Seara que ayuda a Julián a construir carros, la del vidriero al que vence y perdona, la de la relación amorosa con la dulce chichimeca, la presencia y avatares de Hernán Cortés, reivindicado en la novela, las de los  casamientos del protagonista…
   La voz narrativa es la del mismo beato que glosa los dibujos del promotor de su beatificación, y lo hace desde el presente actual. Tan actual que incluso hace acto de presencia el fundador de los legionarios de Cristo. Novela intensamente gallega, a pesar de su desarrollo en su mayor parte en territorios transoceánicos, con la presencia de meigas, bruxas, la Santa Compaña, la  santa Estadea do Mar, la matanza del cerdo, el salto de las nueve olas, la pérdida de la lengua, la libre sexualidad (la fornicación para los gallegos no era pecado), el paganismo gallego, la castración y doma del reino de Galicia, la referencia a las visitas del Santo Oficio, para mitigar el ejercicio de la fornicación y, de paso controlar los libros erasmistas y luteranos. Por eso mismo, se puede hablar de una cierta intertextualidad de esta novela con El Grifón.
   Me atrevo a afirmar finalmente que El beato es la novela más irónica y sarcástica de Alfredo Conde. He aquí una muestra de esa tonalidad “retranqueira”, un plus añadido para una lectura no solo instructiva, sino también amena: “…ejercitándose en una costumbre que todavía se mantiene hoy en España: la de peritos en todo y trabajadores en nada” (página 76)

Francisco Martínez Bouzas
                                                       
Alfredo Conde
Fragmentos

En alguna ocasión en la que el visitador del santo Oficio me interrogó al respecto, debí de poner la cara que el padre Tadeo me atribuye en el dibujo, imagino incluso que con aura, porque le respondí sin mentir candor alguno:
-Todavía soy virgen, reverendo padre.
Es inútil insistir en que nunca me creyeron. Ya acabo de advertir que nuestro clero predicaba entonces, habría de seguir haciéndolo aún durante años y más años, que cuando un hombre libre y una mujer libre, libremente yacen juntos, no hay ofensa, y si no hay ofensa, no hay daño y al no haber daño, no hay mal, y al no haber mal, no hay pecado. La coyunda no lo era, en resumen, y pueblo que fornica con tranquilidad y sosiego, también con la debida habilidad, permanece sereno y confiado, siempre y cuando no le falte el alimento que permita a sus cuerpos seguir haciéndolo con la naturalidad que la vida reclama para el ejercicio de tan higiénica gimnasia. Así éramos nosotros. Quizá aún sigamos siéndolo.”

…..

“A veces los dioses tenemos ciertas prerrogativas. Yo era capaz de domesticar caballos, aquellos animales que, montados por gentes como yo, ellos habían creído uno solo y tendiendo a lo divino. Yo había venido por mar a bordo de una fortaleza que flotaba. Además, podía vestirme de azul en cualquier momento. Yo era un dios. Caprichoso y cruel, altivo y veleidoso como son todos los dioses.
-Es mejor cavar que follar sin ganas -le había oído decir  a mi padre, allá en Chaguazoso, durante una niñez que entonces ya no estaba seguro de que la hubiese vivido.
Quizá lo dije intencionadamente, con ánimo de compensarme de la pérdida, para advertirme que, pese a todo, en la vida hay otras realidades igualmente placenteras. Sin embargo, yo no lo pensaba así. Estaba convencido de que, al hablarme de ese modo, mi padre, al tiempo que se consolaba él, me recriminaba a mí la pérdida recordándome, con constancia que yo entendía digna de mejor causa, la amputación durante mi exilio de la casa familiar. Con ella, la imposibilidad de darle descendencia.
¿Cómo explicarle ahora a Lubiana que mi pene era poco más que un muñón renegrido y lleno de costurones?”

…..

“De aquel pecado de amor que quedó narrado creo que al final de la lámina décimo novena, (¿lo recuerdan? Yo todavía lo hago) nació una niña a la que pusimos por nombre  Acicatli, es decir, Gota de Rocío, tan pequeñita era, tan diáfana y se diría que blanca. Fue la única descendencia que tuve. Fue hermosa no desde que nació, sino desde que su madre se encaramó sobre mí buscándola oculta en mis regiones más inaccesibles. ¿Les contaré a ustedes cómo sucedió? No creo que lo necesiten.
Aciclati abrió los ojos enseguida, se diría que nació con ellos abiertos, y sonrió por primera vez a los pocos días de haber visto la luz. Luego lo hizo a menudo, como si parpadease ante el descubrimiento de la vida que iba penetrando en su cuerpo, poco a poco, según iban despertando los sentidos. Su voz amansaba a los animales, conminaba a las fieras al silencio, convocaba a los pájaros al gorjeo y conseguía que cualquiera que permaneciese a su lado se sintiese inclinado al bien. No  a la bondad, al bien que es cosa muy distinta y de difícil fingimiento.”

(Alfredo Conde El beato, páginas 36-37, 130, 177-178)

MONTSERRAT VILLAR GONZÁLEZ. ENTRE MÁRMOL Y TERNURA

$
0
0


Tierra en mármol y ternura

Terra en mármore e tenrura

Montserrat Villar González

Traducción de la versión gallega: Xavier Frías Conde

Lastura, Ocaña, 2015, 85 páginas



   En las dos lenguas madre que son la mía y la suya, la original en la que nacieron los poemas y en la gallega que los auriculares del alma escucharon en Cortegada de Baños (Ourense) durante su niñez y adolescencia, me llega hoy, y la gozo, esta antología de tres de los poemarios de Montserrat Villar: Tríptico de mármol (2010), Ternura incandescente (2012) y Tierra con nosotros (2013). En edición bilingüe, con traducción al gallego de Xavier Frías Conde, y alcanzada ya la segunda edición, vuelve Montserrat Villar a descorrer el velo de una realidad tan inasible, en ese laboratorio de la literatura que es la poesía, como con razón afirmó Natacha Michel. Y algo más, porque, como también con razón mantienen algunas tesis de Alain Badiou, la poesía es pensamiento; el poema es una operación de verdad y no solamente un sencillo o florido encantamiento retórico. Por todo ello, me reitero en lo escrito no hace muchos días: los poemas de Montserrat Villar son verdaderas operaciones de lenguaje y pensamiento, tal como hicieron los poetas de “la edad de los poetas”, esa categoría filosófica acuñada por Badiou, en la que inscribe a Mallarmé, Rimbaud, Trakl, Pessoa, Mandelshtam o Paul Celan. Como ellos, y no obstante que en los poemas de Montserrat Villar hallamos ternura, raudales de ternura, sus versos están alejados de la definición romántica.

   Sé que las comparaciones son odiosas, y no las hago. Solamente pretendo apuntar que, en el nudo de sus poemas, estos asumen, con su acción de lenguaje, bellamente modulado, un procedimiento de verdad. Máximas de pensamiento en el punto nodal del poema. Algunas veces bajo el imperativo visible de la muerte, como sostenía Trakl, o arrancando algo de la muerte, como también afirma un poeta de hoy, Juan Carlos Mestre, por tantos admirado. Otros, con la exaltación de la interioridad absoluta (Pessoa / Álvaro de Campos), o esa operación de hacer prosa de sus versos (Pessoa / Alberto Caeiro).

   Ya en la antítesis del título (mármol y ternura), quizá un estilema que Montserrat Villar hereda de la lengua poética rosaliana, con frecuencia cargada de binarismos opositivos, destacan los dos grandes ámbitos de esta antología. La beldad durísima  del mármol y esa ternura serena, y a la vez incandescente que no me atrevería a decir que la poeta hereda de su tierra madre, sino de su condición humana, porque sapiens sapiens  es ubris, desmesura, pero también intensa afectividad, un ser que ríe y llora.

   Si hay algún paradigma que no interrumpe ni vulnera los poemas seleccionados de Tríptico de mármol, ese poemario de Montserrat Villar apadrinado por Luis Eduardo Aute, este es el romántico. Libro duro, libro cruel, radiografía del dolor, según la propia poeta. Palabras de mármol, latigazos terribles en la miel, mas también resistencia al espanto, más allá de su negada  condición confesional. Por sus cortos poemas vemos desfilar las huellas del tiempo, los ojos tristes del frío que inevitablemente envuelve el cuerpo y el alma; el desaliento del presente que oscurece lo en otro tiempo sido bajo las sábanas. O cuando todo sobra, no solo las caricias, y la vida se define como inexistencia (“Me sobro yo, incluso / con mi tiempo, con mi cuerpo / que cubre aquello que / no sólo es alma.” página 21). Y nos vemos obligados a guardar cola por esas vacunas contra la melancolía. Rodeada de mundos de mármol, de seres de alabastro que se alzan fingiendo amor, la vida es igual a la de cientos de cadáveres. Es tal el dolor de la existencia que la poeta acude a Leopoldo María Panero, “el más cuerdo de los poetas”, y una obsesión para la autora, con el encargo de que suba al cielo y muestre allí el dolor, la rabia y lo que es la vida de los de aquí abajo.

   Poemas intensamente existenciales, escritos en las fronteras de la vida y del dolor, que nos conducen a los bajos fondos de la existencia, es decir, a lo más sórdido y miserable de nosotros mismos. Agujeros negros en la macrofísica de la vida.

   La contraposición semántica aludida, se hace palpable y deja sus huellas en los poemas antologados de Ternura incandescente. Ocho poemas cimentados en la base psicoafectiva que nos define, y generadora de una nueva complejidad a nivel interindividual, propia de nuestra especie, solamente en parte compartida con los mamíferos y fuente de alegría, exaltación, dichas y también de dramas y desesperaciones. Montserrat Villar, como escribe Antonio María Albalate, prologuista de Ternura incandescente, se desnuda ante nuestros ojos como una striper de los sentimientos más ocultos. La expresión del amor mediante la magia de las palabras, que dejan de ser lenguaje objeto, representación estricta, para adquirir esa otra más profunda, rodeada de un aura luminosa. Versos en los que la poeta desgrana la felicidad de tener a su lado al amado, arrullada por el deseo entre sudor y espuma; dibuja la geografía del cuerpo amado, de ese Nacho que la ata a la existencia y al que se agarra “como me asgo a la vida”. Y sus palabras no se arrugan ante esa cama deshecha, velatorio de orgasmos. Desde Baiona suplica, otra vez en forma de anáfora que produce un efecto de simetría rítmica y acrecienta el relieve semántico, para que cuando todo acabe “… la sal se confunda /  con la ceniza que la acompaña” (página 67)

   Por último, ocho poemas recogidos de Tierra con nosotros, en los que Montserrat Villar deja constancia de su visión dolorosa de la realidad. La poeta representa en sus versos el drama angustioso que cada día tiene lugar en el mundo, provocado por nuestra forma de vida suicida. Y el lenguaje se convierte en un ceremonial de conjuros frente a los poderes depredadores, mercaderes del mundo, mas también nos atañe a aquellos que nos consideramos inocentes, pero nos callamos. Paisajismo de raíz telúrica convertido en elegía por todo aquello que ese “ridicolissime héroe” (Pascal), el animal dotado de razón / sinrazón hace a diario con nuestro planeta: los cipreses convertidos en espectros sin alma, los árboles obscurecidos por las llamas en la Galicia natal, o el agua de mar hecha de lágrimas.

   Tierra en mármol y ternura reúne una amplia muestra de la singular ruta creativa de Montserrat Villar. Un territorio lírico repleto de contenidos singulares, por los que la poeta navega con maestría, dejando a un lado los excesos barroquizantes, dibujando un mapa poético en el que el registro predominante es la reflexión expectante, beligerante algunas veces, elegíaca por el dolor de la tierra otras, con desnuda y amorosa belleza cuando reconstruye su íntimo periplo amoroso, condesando en una palabra: ternura.

   Y si el lector quiere gozar por partida doble, debe leer la traducción al gallego para anegarse también en una lengua también muy propicia para la conmoción poética que producen las “xostregadas na pel”, “o abalo do amor e dos sentimentos”, “o aglaio elexiaco polas desfeitas que os seres humanos xeramos a cotío sobre o noso berce e o noso fogar”



Francisco Martínez Bouzas



                                                     
Montserrat Villar González

Selección de poemas



TRÍPTICO



“Hay un tríptico

sobre nuestra cama

que recuerda lo que fuimos:

ilusiones a pesar de

nuestro destierro.



Ahora aquí estamos

bajo estas sábanas

viviendo el presente

a pesar del desaliento.



El futuro será lo que quiera

bajo el tríptico,

entre las sábanas,

para llegar a ese mármol.”





PALABRAS DE MÁRMOL



“Cada palabra que escribo

cada palabra que callo,

me acerca más a la muerte

de la que todavía escapo.



Cada silencio que otorgo,

cada sueño que duermo,

me lleva más al borde de la nada

en la que todavía no acampo.



Palabras,

palabras de tinta,

de plata, de aire, de agua.



Palabras,

palabras de siempre,

de ahora, de nunca, de mármol.”





TERNURA INCANDESCENTE

                            Para Nacho, porque me ata a la vida.



“Dibujo la geografía de tu cuerpo,

lunares confusos en la blancura de tu piel.

Tiempo compartido

agazapado mientras me esperas,

líquido y ternura

en la palma de tus caricias.



Te reconozco en este lado de mi vida

observándome con los ojos que se aclaran

bajo el sol de los veranos.



Me sondeas y te preguntas, me preguntas

dónde me encuentro,

y tu abrazo me recupera del abismo

que me convirtió en silencio

antes de tu llegada.



Me quieres, te quiero

a pesar del dolor que causa la vida cotidiana,

la confusión de algunos años de distancia.



Me agarro a ti como me asgo a la vida

que a través de sus ojos

he aprendido a mirar.



Dibujo la geografía de tu cuerpo

y mis manos empapadas en tu olor

recorren el leve espacio que nos separa

en busca de tu anhelado sudor.”





INCIENSO EVITABLE EN GALICIA



“Gime el viento entre la sombra

de árboles ateridos de frío

decrépitos y siniestros

oscurecidos por las llamas.



Llueve, ahora, llueve

bañándolo todo de negra muerte

con olor al miedo ya vivido

al dolor aún eterizado.



Calcinadas masas de huesos

se hunden en las aguas

saltando sus ojos al cielo

mientras esperan un hálito de oxígeno.



La casa se tiñe de barro ceniciento

que devora la poca vida verde que quedaba.



Los cuerpos que respiran

arañan la tierra, limpian el hollín estéril,

esperando comer algo que no resulte

incienso evitable.”



(Montserrat Villar González, Tierra en mármol y ternura, páginas 19, 39, 58, 77)

"EL RUMOR DEL OLEAJE": UNA GRAN HISTORIA DE AMOR

$
0
0


El rumor del oleaje
Yukio Mishima
Traducción de Keiko Takahashi y Jordu Fibla
Alianza Editorial, Madrid, 2016, 229 páginas

   La literatura japonesa, incluida la contemporánea, con la excepción quizás de Haruki Murakami, y la que se publicó en el siglo XX sigue siendo no solo la gran desconocida para el lector occidental, sino que incluso suele resultar extraña. Posiblemente uno de los motivos es que, en los novelistas japoneses recientes, domina una cierta tendencia hacia la crueldad. Y en esas coordenadas, el más célebre es sin duda Yukio Mishima (1925-1970), famoso por sus escritos, pero también por su trágico final: tras haber creado un pequeño ejército personal (La Sociedad del Escudo) como expresión de sus fantasías tradicionalistas y militaristas, puso fin a su vida mediante el suicidio ritual de los samuráis. Conocido desde 1941 por un relato breve, Mishima publicó en 1949 su primera novela, Confesiones de una máscara, mas seguramente su novela más conocida es Pabellón de Oro (1956). Mishima es así mismo autor de una producción dramática importante.
   El rumor del oleaje (1954) es posiblemente su novela más optimista y por eso ha sido traducida repetidamente al español y a otras lenguas. Aunque he de reconocer que no está exenta de esa arrebatada pasión de Yukio Mishima por lo tradicional, no le podemos negar que es uno de los más hermosos relatos de amor de todos los tiempos. Un relato que amalgama en su trama los sentimientos, la carnalidad y también las fuerzas de la tradición. La novela está libre  de esas perversas secuencias y escenas propias de la narrativa del escritor nipón. Su núcleo diegético gira en torno a  una sencilla historia de amor con final previsible, en la que los amantes se enfrentan con la oposición familiar.
   El marco espacial donde Mishima desarrolla la trama argumental es una pequeña isla separada de las grandes ciudades. Una situación espacial que ha dado lugar a la interpretación elusiva de las influencias de la modernidad. Son los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En esa pequeña isla, arrullada por costumbres tradicionales, surge el amor entre Shinji, un joven y humilde pescador, y Hatsue, una joven muy bella, criada en adopción por una familia rica, y ahora reclamada por su padre biológico; y que debe contraer matrimonio para perpetuar la saga familiar. Mas, como suele ocurrir en las sociedades tradicionales, los distintos orígenes de ambos jóvenes actuarán como el gran obstáculo para la relación sentimental.
   Mishima narra de una forma pausada el surgimiento del sentimiento amoroso entre la pareja de jóvenes isleños. Un idilio que nace y se consolida sin apenas palabras, como una explosión silenciosa de ese eros que habita los cuerpos (“Cada uno notaba los latidos del corazón del otro”). Pero, poco a poco la relación prohibida, debido a la desigual condición económica, se convierte en una gran historia de amor, felizmente exenta de tragedias y suicidios.
   Una historia de amor contextualizada en un marco idílico: los habitantes de la isla conviven en armonía, en un microcosmos alejado de la civilización. La novela refleja con habilidad y verosimilitud las formas de vida, las costumbres de los isleños; la sumisión de los hijos a los padres, y, al mismo tiempo, el deseo de estos de verse libres. Por eso mismo, junto a los dos protagonistas, tienen vida en la novela  un gran número de personajes secundarios. Especialmente el mundo de la mujer, el crepuscular fondo marino porque las mujeres de Utajima son buceadoras que se zambullen en las frías aguas para recoger los frutos del mar.
   Destacable así mismo la fuerza del paisaje, tanto en la bonanza como en la negrura de las borrascas, que Mishima describe de forma minuciosa, como marco perfecto de un amor pleno, y como valor característico de la cultura japonesa, especialmente del sintoísmo: la armonía del ser humano con las fuerzas y realidades naturales. Los habitantes  de la isla habían establecido una alianza con las fuerzas y realidades naturales. Y por esa razón el protagonista masculino confiesa que no sentía ninguna necesidad de escuchar música porque la naturaleza era un perfecto sustituto.
   Lo más interesante del libro no es la historia en si, ese idílico e inocente descubrimiento del amor, y la fortaleza de los protagonistas para mantenerlo, sino la tonalidad con la que Mishima nos lo cuenta. El escritor, en efecto, nos hace percibir la naturaleza, especialmente el mar que actúa como un personaje más. Las páginas de El rumor del oleaje hacen que percibamos, con gran fuerza y plasticidad, los olores marinos, el rumor del oleaje o la furia de las tormentas. En resumen, una exaltación de la belleza del amor, su descubrimiento y su cultivo en un marco espacial y en un ambienta atemporal que están en consonancia con la belleza y armonía de los protagonistas. Novela amena, de fácil lectura, que exalta las formas de vida tradicionales de un Japón que emergía derrotado de la Guerra más destructiva y de la ocupación norteamericana, aunque a años luz de la atormentada creación literaria de Yukio Mishima.

Francisco Martínez Bouzas
                                                      
Yukio Mishima
Fragmentos

“La conversación acerca de aquella muchacha y la imagen de la chica que vio el día anterior en la playa se fusionaron de inmediato en la mente de Shinji. Al mismo tiempo recordó con desánimo su condición humilde, y la muchacha a la que el día anterior había mirado fijamente le pareció ahora muy lejana, pues sabía que su padre era Terukichi Miyata, el rico propietario de dos cargueros de cabotaje fletados a Transportes Yamagata, el Utajima-maru, de ciento ochenta y cinco toneladas, y el Harukaze-maru, de noventa y cinco, y un notable cascarrabias, cuyo blanco cabello se agitaba como los bigotes de un león cuando montaba en cólera.
Shinji había sido siempre muy discreto y comprendía que, a los dieciocho años, era demasiado pronto para pensar en las mujeres. Al contrario de lo que ocurría en la ciudad, rebosante de diversiones para los jóvenes, en Utajima no había ni siquiera un salón de pachinko, ni un bar ni una sola camarera, y el sencillo sueño de aquel muchacho no era más que el de poseer algún día un barco con motor y dedicarse al negocio del cabotaje con su hermano menor.”

…..

“-Dios del mar, te pido que el mar esté sereno, que la pesca abunde y que nuestro pueblo sea cada vez más próspero. Todavía soy joven, pero con el tiempo llegaré a ser un pescador más permíteme tener un gran conocimiento de las cosas del mar, de los peces, los barcos, los fenómenos atmosféricos…de todo. Dótame de una habilidad superior en todo…Por favor, protege a  mi bondadosa madre y a mi hermano, que todavía es un niño. Cuando llegue la temporada del buceo y mi madre se sumerja, te ruego que la protejas de los numerosos peligros…Y ahora me gustaría hacerte una petición diferente…Concede algún día, incluso a una persona como yo, una novia hermosa y de buen corazón…digamos una chica como la hija de Terukichi Miyata, que acaba de volver.”

…..

“Se encaminó al rompeolas envuelto en la oscuridad de la noche, y una vez allí se colocó de manera que la brisa marina le acariciara el rostro. Entonces recordó el barco blanco que había visto navegar contra un fondo de nubes iluminadas por el sol poniente, en el horizonte, el día en que Jukichi le informó de la identidad de Hatsue; recordó la extraña sensación que experimentó mientras veía alejarse el barco. Aquello había representado lo «desconocido». Mientras contempló lo desconocido desde cierta distancia, su corazón estuvo en paz, pero una vez subió a bordo de lo desconocido y zarpó, la inquietud y la desesperación, la confusión y la angustia habían unido sus fuerzas y le afligían.”

(Yukio Mishima, El rumor del oleaje, páginas 30-31, 39, 166-167)

DIALÉCTICA EN LOS METALES

$
0
0


Fiebre y compasión de los metales
María Ángeles Pérez López
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2016, 44 páginas

   También la lírica, uno de los géneros mayores de la literatura, lo aprovecha todo, sin excluir de su espinazo a los metales, elementos físico-químicos aparentemente poco propicios para ser cantados por los poetas, con excepción de los metales nobles que tienen nula presencia en este poemario de María Ángeles Pérez López. Existen, en efecto, algunos poetas que han descubierto los metales, o revelado algunas de sus características. Desde  metales sonámbulos o hechiceros en “Noche de metales” de Gabriela Mistral, hasta la Poesía química de María Mendoza Cruz, o Metales pesados de Carlos Marzal, Premio Nacional de Poesía y de la Crítica, un libro de poesía metafísica y meditativa en el que los metales tienen existencia en el título, mas no en los versos y estrofas del poemario. Pero fue, sin duda, Federico García Lorca, uno de los poetas con los que dialoga María Ángeles Pérez, quien, bajo sutiles y tímidas sugerencias o símbolos agudizados y punzantes, asocia los metales con la muerte. Así por ejemplo, en “Romance del emplazado” los ojos del condenado a muerte “…miran un norte / de metales y peñascos, / donde mi cuerpo sin venas / consulta naipes helados.”
   Mas no me cabe duda de que el gran paradigma de la poesía de los metales y de los objetos con ellos relacionados, será este libro de la profesora de la Universidad de Salamanca, María Ángeles Pérez, una poeta que, sin prisas pero sin grandes pausas, nos está obsequiando con una obra poética de espléndida y soberbia calidad. De ese atributo da fe su último libro Fiebre y compasión de los metales, prologado por Juan Carlos Mestre, con un texto que es en sí mismo un hermoso poema en prosa, una alianza con las palabras, con las viejas palabras.
   Son  veintiocho poemas los que le otorgan forma y contenido a un poemario intenso y poderoso. Fuertísima poesía, elaborada con la precisión del minucioso y experto artesano, del platero que trabaja, no con el oro y la plata, sino con el acero o el hierro. Y entre las múltiples lecturas que tienen cabida en Fiebre y compasión de los metales me decanto por las dos palabras axiales del título: “fiebre” y “compasión”, enlazadas dialécticamente, tal como la dialéctica se entiende a partir de Kant. Si la naturaleza de todas las cosas comparte una oposición de contrarios, y ese es el modo de ser de la realidad, los metales y los múltiples objetos que en el poemario se relacionan (tijeras, cuchillo, bisturí, cuchilla, aguja, martillo, guillotina, punzón, hoz, flecha, anzuelo…) existen y proceden en una marcha dialéctica, en una confrontación de dos puntos de vista, de dos principios en lucha. Contradicciones que, a su vez, requieren una resolución o conciliación. Serán la “fiebre” (la violencia, el daño, las heridas…) y la “compasión” (“la sintaxis de lo misericordioso”, que escribe el prologuista), presentes en la mayoría de los poemas, comenzando por el poema que inaugura el libro: las tijeras que “…cortaron días y raíces…los mechones de los niños de la inclusa / y el fino filamento del wolframio”, pero “…que no quieren ser tijeras / y acercan hasta el fuego su pesar / para romperse ardiendo contra el yunque / y al disolver su nombre en los rescoldos / abrir el corazón y sus ventanas” (página 13). Los opuestos, los contrarios, la dureza de los objetos metálicos, y en las entrañas de su mismo ser, el  envés, la compasión, explosiones o al menos destellos de humanidad, piedad y ternura en los objetos acerados. Y ¿la síntesis, la conciliación? La hallamos sin duda en la esencia misma del poema. Cada poema  reasume, conserva y concilia, en su forma y brillante arquitectura, en sus versos bruñidos como el metal, lo que de positivo hay en las contradicciones.
   Porque María Ángeles Pérez usa con acierto la emotividad de las palabras, esa tonalidad afectiva que se adhiere  a su significado ordinario. Palabras, las suyas, dotadas de una especial carga expresiva derivada de ese rechazo (fiebre) o aceptación (compasión). También los metales y los objetos que con ellos fabricamos denotan un poder emocional, referido a su uso tradicional, en el que frecuentemente se les asocia un significado valorativo. Por eso, en estos poemas, hallamos palabras que engloban, posiblemente en cada verso, aspectos de orden afectivo y sensorial constituyendo, por lo tanto un contorno sentimental, un acréscimo que dirían los diccionarios de mi tierra.
   El lenguaje poético de Fiebre y compasión de los metales no es un desvío, ni una violencia organizada contra la lengua común, como defendían los formalistas rusos. El estrato sonoro de los poemas  (métrica y rima versales) son en ellos la fuente de su expresividad literaria. Tampoco impera en ellos la “antigramaticalidad”. Es verdad que su lengua no puede ser catalogada como la norma o el grado cero del castellano en nuestros días. Son poemas que nos sorprenden por la maestría y habilidad de la poeta en el manejo de los metros clásicos, del endecasílabo bien medido, predominante en el libro; por las rimas asonantes, un arte de difícil temple en un tiempo tan a contracorriente de estos algoritmos versales. Poemas en los que alienta la dicción clásica de ritmos compasados y armonías musicales, también algún topoi literario. Mas sin ser esclava la autora de las regularidades formales y sistemáticas, tanto en los poemas como en las estrofas, elegidas no caprichosamente, pero sí con una clara conciencia innovadora.
   La autora usa con pericia, quizás también con esfuerzo porque en los territorios líricos pocas cosas son innatas, los mecanismos de estructuración de la materia poética, aplicando con rigor técnicas lingüísticas, pero sin olvidarse de la sensibilidad necesaria para la apreciación de la belleza estética. Es por ello que los versos de Fiebre y compasión de los metalesrebosan “poeticidad”, aquellos que convierte una pieza literaria en un mensaje artístico.
   Uno de los aciertos más destacados del poemario es la perfecta adecuación entre el fondo temático y la expresión lingüístico-literaria, un trabajo rítmico y métrico impresionante, para conformar una isotopía, en la que la omnipresencia de la materia tiene su correlato en las depuradas elecciones lingüísticas, con predominio de los sustantivos, en la musicalidad repetitiva, en la heterometría imperante en algunos de los poemas, en la permanente persecución de la palabra exacta, en la rima asonante equilibrada, tan alejada del ripio, el pecado y la penitencia de los malos poetas, hoy que hasta hay diccionarios de rima on line,
   Más como elogio que como acusación, se ha escrito que los poemas de Fiebre y compasión de los metales orquestan ritmos barrocos. Asiento si ese barroquismo se refiere a la plausible sonoridad, lograda con esa trabajada instrumentación de palabras, versos y estrofas. Pero son ajenas a estos poemas la mayoría de los recursos barrocos: abuso de metáforas forzadas, de cultismos, de términos parónimos. Son contados los hipérbatos, construidos los que hay con leves dislocaciones sintácticas y semánticas (“Siete metros de lava y de ceniza / izaron en Pompeya la desgracia”, página 20)
   Libro construido con. Con otras voces, “en la fulguración de otros lenguajes y otras bocas”, nos advierte la autora. Ecos y complicidad de poetas a los que María Ángeles Pérez cita (Lorca, Alejandra Pizarnik, Juan Carlos Mestre, Álvaro Mutis, Claudio Rodríguez, Nuno Júdice, Agustín Fernández Mallos, Antonio Colinas, Eugenio Montejo, Roberto Bolaño, Ezra Pound, Cesar Vallejo…). Con sus textos y/o incluso alguna circunstancia vital, pero sin llegar a ser intertextos. Tal es el caso de Juan Carlos Mestre, el hijo del panadero, destinado a repartir panes en las calles de Villafranca del Bierzo, y autor del poemario La bicicleta del panadero (“El hacha silba su canción de agravio / y detiene los trenes, los rotores, / las ruedas impacientes de la bici /  en que canturreaba el panadero / su entrega -melodía y cereal, / amor más absoluto que el del trigo-.” página 17).
   Esta es mi modesta y subjetiva lectura, pero reconozco que la riqueza semántica del magma lírico de este libro justifica otras que ya han sido desarrolladas: descubrir una mirada primigenia en los objetos, captarlos representando la vida o las metamorfosis a las que aspiran, las conexiones entre seres vivos (las naranjas y los peces). Pero también las heridas del presente, la violencia del morir, o los mataderos en los que nuestra especie ha convertido la Historia, como rememora la poeta en ese canto elegíaco, “La sinagoga” (“la sala de oración de las mujeres / en despensa de carne desollada / que gotea despacio su temor”, página 15). Todo ello tiene cabida en un poemario de gran expresividad, comprometido con no pocas causas humanas, pero también con la belleza.

Francisco Martínez Bouzas

                                                     
María Ángeles Pérez López
Selección de poemas

El bisturí

“El bisturí inocula su dolor.
En el corte limpísimo florece
el polen que envenenan las avispas,
su aguijón turbulento y ofensivo.
La mesa del quirófano está lejos
de la luz y la tierra del jardín,
su amor desesperado por la vida
y el material mohoso del origen,
lejos de la pasión de los hierbajos
y la piedra porosa en la que sangra
la desgastada edad de las vocales
que escribieron verdad y compañía.

En la asepsia que exige el hospital
el bisturí recorta el corazón
de la página blanca del poema,
la sábana que tapa el cuerpo enfermo.
No queda ni memoria ni alarido,
tan solo un hueco rojo en el lenguaje.
En la mano que empuña la salud
hay sin embargo un corte diminuto,
una línea de sangre y su alfabeto.”
                       con Álvaro Mutis
                       también con Gambarotta

…..

Cada aguja

“En cada aguja gime su puntada
la lágrima metálica que moja
con su piedad, su acero luminoso,
lo quebrado, lo enfermo, lo mendigo.

Su compasión empapa los quirófanos,
la disidencia herida de la piel
que se restaña con cordial violencia
en los guantes quirúrgicos de látex.

Su compasión moja también el viento,
los costureros ralos de la guerra,
las fábricas de lana y zapatillas
los tiempos del agravio y la sutura
para iniciar después la misma noche
en cada noche abierta sin dedal.

Por la lágrima bajan la morfina
y el hilo enrojecido de la sangre
que une el dedo meñique al corazón
como vena que el ojo de la aguja
transformó en hilatura y en vivir.
Filamento de luz en lo invisible,
libélula y metal cada puntada.”

…..

El punzón

“El punzón reconcilia los oficios.
Sobre el cuero y la piel, en la hojalata,
en la lámina ardiente del metal
el punzón atraviesa las tareas,
la matriz que sostiene los objetos
como cobijo firme y silencioso,
expoliación, entrega del vivir.

Percute con violencia amabilísima
en el botón del sastre y su cansancio,
su redonda manera de decir
que noche y madrugada son lo mismo
cuanto canta, agotada, la pobreza.

Percute en las insignias, las medallas,
los  broches que apaciguan su altivez
con el beso de acero, con su herida.
Percute en el troquel del beneficio,
también en las monedas que mancharon
el pan envilecido y harapiento
si lo amasó la usura, y no el amor.

Cuando el lucro emponzoña la mañana
el punzón pide a gritos la alegría
con que las manos aman el trabajo
como el surco que hiere y restituye.”
                              con Ezra Pound

(María Ángeles Pérez López, Fiebre y compasión de los metales, páginas 18, 23, 28)

"ECHEVERRÍA", O COMO HACER UN PAÍS CON LIBROS Y POEMAS

$
0
0


Echeverría

Martín Caparrós

Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 365 páginas



   Con Echeverríase suma Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) a la tendencia de la actual narrativa de convertir a intelectuales y especialmente a literatos en personajes de ficción. Los escritores, o los intelectuales en general, interesan cada vez más a los narradores. Escritores reales y conocidos tratados como “dramatis personae” imaginarios. Acreditados narradores contemporáneos como Philip Roth, J. M. Coetzee, Julian Barnes, Jacques-Pierre Amette, Saul Bellow o Elena Poniatowska, entre otros, se han incorporado, con alguna de sus obras, a esta floración de novelas en las que el protagonista es un escritor real y conocido. Martín Caparrós lo hace a su manera con Estevan Echeverría (Buenos Aires, 1805 - Montevideo 1851), autor de poemarios románticos “grandilocuentes y malos”, en estimación del propio Caparrós, pero, sobre todo, de un texto El matadero, rebosante de violencia primaria, que con Facundo, es una de las obras fundamentales de los inicios de la literatura argentina.

   Martín Caparrós, un verdadero experto en eso que se ha dado en llamar “nuevo periodismo narrativo”, realiza en esta biografía-novela un viaje hasta los orígenes de la nación argentina para encontrase con su protagonista, José Estevan Echeverría, hijo de un vasco emigrado a un pueblo, a la Aldea que, en los siglos XVIII y XIX, era Buenos Aires. Y desde la figura de este personaje, el escritor hace una relectura  de la Historia, especialmente de las arrugas de la Historia argentina, porque Estevan Echeverría no solamente fue el introductor del romanticismo en el país austral y el modelo del poeta nacional, sino también un activo luchador contra el régimen del “peronismo” del siglo XIX, la dictadura de Juan Manuel de Rosas, descrita de forma simbólica en El matadero, la crónica de un espacio marginal escrita cuando aún no existía la crónica.

   Cautivado por el personaje histórico que, como Caparrós también vivió unos años en París y, sobre todo, por el proyecto al que Echeverría dedicó sus esfuerzos -inventar una literatura nacional- el escritor periodista reconstruye, con un narrador en tercera persona, la biografía ficcionalizada de Echeverría que, tras la temprana pérdida de sus padres, intenta suicidarse, sus amores adolescentes con una prima carnal con consecuencias, meses dedicados al juego y a la bebida. Y su viaje a París porque quiere ser una persona educada. Cinco años en la capital francesa de los que apenas se conocen pormenores, y que Martín Caparrós salda en unas líneas, ya que lo que realmente le interesa al narrador es la vuelta, el retorno como literato, la misión que Echeverría se ha dado a sí mismo. Ser un escritor romántico para rescatar las emociones de las viejas tradiciones nacionales de las que carecía Argentina.

   El primer poema publicado que destila más ilusión que arte poética, editado además sin la vanidad de su nombre. Pero es el inicio de su misión: Argentina no será un país mientras no tenga una identidad que demanda una literatura propia. Publicará largos poemas rimados en un supuesto clasicismo en los que vuelca todo su bagaje romántico, pero sin atreverse a firmarlos. También habrá un primer libro (Los Consuelos, 1834), pero no todavía una literatura nacional. Y Echeverría se ha propuesto hacer un país con libros. Seguirán otros poemarios como Rimas que contiene el extenso poema “La Cautiva” en el que Echeverría incorpora el paisaje, el desierto argentino y lo más arcaico e irracional del país: los gauchos, el ganado, los látigos…

   Reuniones clandestinas, fundación de la Asociación de Mayo, La Joven Argentina, para la que Echeverría redacta un listado de quince enunciados que sintetizan los ideales de la nueva generación frente a la dictadura del Restaurador, el dictador Juan Manuel de Rosas. Echeverría seguirá el camino de los restantes miembros del Salón regenerador y se exilia primero en Colonia del Sacramento y finalmente en Montevideo donde fallece.

   La lírica de Echeverría es bastante mala, piensa Caparrós. Su obra literaria más meritoria es un texto literario publicado póstumamente, El matadero, la radiografía realista de un mundo que Echeverría conoce perfectamente desde niño: la marginalidad de un espacio en el que rige la brutalidad y la violencia. Una obra realista que debe de ser leída como la alegoría de la sociedad porteña y del régimen represivo del Restaurador Rosas: el resumen de un país que no quiere: un teatro de la tragicomedia patria, la metáfora de la peor Argentina.

   Uno de los aciertos de esta ficción biográfica escrita por Martín Caparrós es la fusión de las aspiraciones literarias de Echeverría con los sucesos políticos y militares de Argentina, especialmente con la oposición del poeta a la suma del poder absoluto exigido  y concedido al tirano Juan Manuel de Rosas. Difícilmente se puede entender la historia de Echeverría sin traer a escena las circunstancias políticas que le fueron moldeando hasta convertirlo -también en su texto narrativo El matadero- en un conjurado contra Rosas y a favor de la patria y de la libertad.

                                               
Estevan Echeverría
   Sutura de biografía y ficción; fiel en general a los hechos. La parte más ficcional narra, sin profundizar demasiado en ellos, los amores de Echeverría, en especial con Candela, la hija de su esclava Jacinta, para la que Estevan Echeverría será siempre su patrón. Así mismo, sin excesivos análisis, alude a temas como la esclavitud y el racismo, todavía imperantes en la Aldea porteña. El mismo protagonista, no obstante sus ideales liberales, conviven con la esclavitud. Son las flaquezas y pasiones privadas de Echeverría que Caparrós no oculta ni disimula.

   La novela avanza de forma lineal, intercalando entre los capítulos secuencias rotuladas con las palabras “Entonces”, una alusión al tiempo de la historia, y “Problemas”, recapitulaciones reflexivas  del escritor sobre el personaje y su propia escritura. Una muestra: toda escritura es invento, “El mito de los hechos, hechos mitos” (página 47). Si Los Living -la novela de Caparrós más conocida- es un calidoscopio de un país turbulento en los días de la Guerra de las Malvinas y de la dictadura de los 70, Echeverría  es no solo la recuperación de la biografía  de un personaje importante, sino también la relectura reflexiva de un país joven que se está formando entre grandes turbulencias.



Francisco Martínez Bouzas



                                                      
Martín Caparrós

Fragmentos



“Echeverría mira la pistola -ese animal extraño, tan fuera de lugar en su mano apretada- y no piensa en amor: piensa en las culpas que el amor produce. En su madre, muerta el año pasado. En su certeza de que su madre se murió por su culpa. La suya, piensa, la mía, por mi estupidez y mi desidia y mi lascivia y mi crueldad, piensa: por mi culpa grandísima.

Un ojo por un ojo, dicen, piensa: un hijo por su madre, yo.”



…..



“Decidió que va a ser un escritor. En París ha estudiado con ahínco, con tesón, con pertinacia a los grandes románticos -de Hugo a Goethe, de Byron a Schiller, de Shakespeare a Shakespeare- porque quiere usar de ellos la emoción y el rescate de las viejas tradiciones nacionales, de los reinos oscuros de la magia, de los abismos de las sensaciones y las cumbres de las sensaciones, de lo que no sabemos ni queremos entender. Pero también ha estudiado la versificación en castellano, los vericuetos del castellano para creer que puede manejarlos. Es un joven tozudo: sabe que no sabe hacer versos, quiere aprender porque quiere ser poeta. «Era necesario leer los clásicos españoles. Empecé: me dormía con el libro en la mano…», le escribe esos días a un amigo.

Quiere ser escritor. No ha escrito demasiado pero intenta: va a ser un escritor. Y más allá, por encima de eso: se ha convencido de que un escritor -él como escritor- puede hacer algo importante por su patria. La Patria -se ha dicho muchas veces- necesita  tanto, que cualquier cosa que haga puede ser útil; la Patria necesita tanto que cualquier cosa que haga va a ser insuficiente.”



…..



“Al cuarto día se sienta a escribir. O, en realidad, no quiere escribir: va a tomar notas. Quiere fijar ciertas ideas que le dejó la historia del muchacho. «A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes, como acostumbraban a hacerlo los antiguos historiadores españoles de América…», escribe, y recuerda la situación del matadero el año anterior, cuando las lluvias torrenciales impedían que llegara el ganado y no había qué faenar y los ratones se morían de hambre y la Aldea se empezó a quedar sin carne y hubo enfermedades y precios impagables y un par de curas que clamaron la cólera de Dios y redoblaron los esfuerzos del gobierno y al fin después de dos semanas entró una tropa de ganado gordo y todos se precipitaron y el primer novillo que mataron fue, todo entero, un regalo para el Restaurador que le llevó una comisión de carniceros para que el hombre no tuviera que privarse de un asado. «La visión del matadero a la distancia es grotesca, llena de animación…», anota y sigue.”



(Martín Caparrós, Echeverría, paginas 15-16, 65-66, 282)

HISTORIAS TEJIDAS CON LOS HILOS DE LA FANTASÍA

$
0
0


Cuentos de la Cábila
Antonio Pereira
Alianza Editorial, Madrid, 168 páginas
(Libros de fondo)

   Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923 – León, 2009), como el mismo reconoce en el último relato de esta colección de relatos, es un chico de la Cábila que llegó a  ser literato y al que hicieron Hijo Predilecto cuando ya era mayor y le blanqueaba la barba. En efecto, si algo de real habita en estas prosas recogidas bajo el epígrafe de Cuentos de la Cábila (2000) es el hecho indiscutible de que Antonio Pereira se sintió literato  ya desde su adolescencia. En uno de los relatos seleccionado, “La orla”, nos hace partícipes de sus anhelos de colaborador espontáneo y de la emoción del adolescente que ve publicadas por primera vez sus décimas en la hoja parroquial. Versos a palo seco, sin orla, sin adornos. Forjado en efecto en las herrerías de la lírica, Antonio Pereira siempre se sintió poeta. También cuando escribe prosa, sus textos están muy próximos a la poesía. No obstante, Antonio Pereira está reconocido como uno de los máximos cultivadores del relato español contemporáneo. Y sobre todo, como gran narrador oral en ese filandón de las tierras leonesas, en el que las mujeres hilaban la lana y los hombres contaban historias.
   Su nacimiento en Villafranca del Bierzo (León) no fue únicamente un hecho biográfico, porque Antonio Pereira asumió como un verdadero patrimonio el testamento cultural del noroeste, con sus mitos y leyendas, con su clima de misterio que envuelve las cosas y los paisajes en una atmósfera de difícil descripción, que empapa sus narraciones y que nosotros percibimos de forma matizada, como escribe José Enrique Martínez. Y en el padrón del noroeste literario de Antonio Pereira, entra la Galicia de los antiguos líricos y de los fabuladores de hoy; la Asturias de la Regenta y, por supuesto, el Bierzo al que dedicó este libro, y en el que irrumpe con frescura, nostalgia y cierta tonalidad irónica la geografía cordial de su infancia y adolescencia.
   El “cuentista aplicado”, como se autodefinió, escribe “relatos memoriosos” y nos permite disfrutar de un amplio elenco de piezas narrativas que tienen en la brevedad una de sus características formales más peculiares, ya que Antonio Pereira se apuntó, sin ninguna duda, a la religión de Borges y, con el escritor argentino, pensaba que no se deben escribir quinientas páginas para narrar una historia que se puede contar en pocos minutos.
   En cuanto a su temática, se puede decir que Cuentos de la Cábila es una aproximación ficcional a la niñez y adolescencia del escritor en el hábitat de su tierra natal, el país del Bierzo. Un haz de fabulaciones que dan cuenta de las experiencias iniciáticas, de la educación sentimental en el territorio de la infancia, y que tienen como centro neurológico, o quizás más bien cordial, el barrio de la Cábila, el barrio del Otro Lado del río; el más populista, heterodoxo y desclasado de Villafranca del Bierzo. Pero, sobre todo, un barrio vivo que nutre de vivencias y de materia ficcional la pluma del escritor.
   Late en estas brevísimas prosas la riqueza cromática de las experiencias lejanas de ese tiempo fronterizo entre la niñez y la adolescencia, como una manera verdaderamente iniciática en los secretos de la vida. Las pequeñas anécdotas, las minúsculas hazañas y aventuras, recuperadas a través de una mirada que, a la vez, parece ingenua, tierna y festiva. Surge así un universo personal construido por vivencias cotidianas que, a los ojos del adolescente, le parecían, sin embargo, fantasías exóticas y novelescas. El silbido reverente de la locomotora fatigada del tren correo de Galicia cuando llega a la ciudad que tiene obispo pero no gobernador civil; el enamoramiento de la joven forastera que inaugura su educación sentimental y la declaración escrita en un documento mercantil; los nervios y la emoción del examen de reválida. Lo que el niño es capaz de captar de la recién estrenada República: las funciones de teatro y danza, el Progreso, las chicas que se dejan llevar en bicicleta. La Guerra Civil convertida en evocación del arroz caldoso que come la familia una mañana de julio; las compañeras de clase más llenas de carne; los amores menos carnales, puros y románticos; el acrecentado fervor católico; la llegadas de las novicias al convento.
                                                
Antonio Pereira
   Y del mismo talante, docenas de historias. Algunas que el mismo escritor no sabe como concluir, un hecho que le desagrada porque, confiesa, cuando uno se pone a contar una historia, debe saber cómo finaliza. Historias basadas en las experiencias de la vida, pero tejidas  con los hilos de la fantasía y de los sueños. Es por ello que, aunque Cuentos de la Cábila posee un componente claramente autobiográfico y memorial, lo importante realmente es la ficción, como pone de relieve el relato “la ilustre casa de Pereira”
   Relatos que destilan humanidad, humor sutil, pequeñas dosis de erotismo -erotismo diocesano o venial como se ha dicho- y que convierten hechos intranscendentes, las minúsculas vivencias infantiles en material literario en el que la lectura placentera está garantizada.

Francisco Martínez Bouzas

"LA JOVEN QUE NO PODÍA LEER": SECRETOS Y MISTERIOS EN EL MANICOMIO FEMENINO

$
0
0


La joven que no podía leer
John Harding
Traducción de Alejandro Palomas
Edici0nes Siruela, Madrid 2015, 275 páginas

   Con elementos tomados del subgénero gótico y de los clichés más productivos de la literatura de suspense, construye John Harding (Prickwilow, Cambridgeshire, 1951) una buena novela, continuación de Florence & Gilles. Una historia en la que abundan los secretos que los principales protagonistas esconden en sus comportamientos, aparentemente alejados de sus propias conciencias. Y en la que las dolencias mentales establecen el contexto de una trama que atrapa sin duda al lector. El autor, debido a motivos familiares -está casado con una psicoterapeuta-, se sintió interesado por la historia de los tratamientos de la salud mental. Y lo hace mediante una ficción cargada de misterio y suspense, en un espacio que incorpora sin duda muchos de los elementos de la novela gótica. La intriga no se desarrolla en un castillo o monasterio, pero sí en una vieja mansión  enclavada en una isla de Nueva Inglaterra, un edificio lúgubre, de estilo gótico, cubierto en su mayor parte de hiedra, un lugar siniestro y tenebroso, con largos pasillos y un tercer piso y una buhardilla a los que está prohibido acceder. Funciona como manicomio femenino.
   A ese lugar siniestro llega un personaje que se hace llamar John Shepherd. Dice ser médico y trabajará como ayudante del director del centro, el doctor Morgan, un médico que emplea con los pacientes métodos inhumanos, como las sesiones de hidroterapia: sumergir a las pacientes tres o seis horas en agua helada para calmarlas. Shepherd no se encuentra en ese manicomio para defender la causa de los locos, -aunque se siente impresionado por el bárbaro tratamiento- sino para camuflar sus propios secretos, que John Harding no se preocupa en ocultar, ya desde las primeras páginas. Y a la vez que intenta que su propia impostura no sea descubierta, percibe que en el manicomio tendrá que convivir con otros secretos que sospecha que esconden el doctor Morgan y la cuidadora jefe, O’Reilly que siente odio y inquina por el supuesto nuevo médico y un salvaje deleite al ejercer la crueldad sobre las pacientes.
   Tras informarse de que existen otros métodos más humanos como la Terapia moral, un tratamiento basado en la suavidad y en el cariño, recibe la autorización del director para ponerlo en práctica con una de las internas. Elige a una joven, Jane Dove, que no sabe leer y se resiste a aprender. Analfabeta, lingüísticamente retrasada, hace un curioso uso de las palabras: convierte los sustantivos en verbos (de sillón, sillonear, de percal, percalar, por ejemplo). Y así va transcurriendo la trama en un halo de misterio, sospechas y sobre todo secretos que constituyen el motivo central recurrente en esta novela. En ella no hay fantasmas ni elementos sobrenaturales o de difícil explicación, pero sí comportamientos humanos desenfrenados, terror, oscuridad, asesinatos en serie como una forma de ocultar el pasado.
   La novela avanza a buen ritmo, con una hábil dosificación de la información por parte del autor, para responder a la lógica interna de una trama bien urdida y a las expectativas que el lector vislumbra en los diferentes personajes. John Harding tiene la suficiente maestría y sobrada habilidad para crear el suspense y su resolución en el clímax a través de varios subtemas que el protagonista principal va resolviendo con un trabajo minucioso de observación y atrevimiento. Uno de los trucos del escritor consiste en cederle la narración en primera persona al protagonista, una estrategia muy usada en la narrativa de miedo y suspense, ya que suele conferir un mayor grado de credibilidad a la narración de los acontecimientos contados. Intercala además secuencias, o simplemente frases que más que pistas fiables, nos ofrecen ciertas claves que le sugieren al lector el ambiente de misterio que se esconde tras los muros de la lúgubre mansión.
   Una novela en la que abundan los rompecabezas, las ocultaciones, resuelta con un final sorprendente y abierto en buena medida. Relato bien conducido por un narrador experto en el manejos de las estructuras y recursos narrativos propios del subgénero. Los principales personajes de la historia no son planos, van evolucionando a lo largo de la narración. Algunos, como la joven que no podía leer, a marchas forzadas.
   Sin ser una obra de gran calidad literaria -si poblada de abundantes referencias de escritores de la alta literatura (Shakespeare, Dickens, Poe sobre todo), La joven que no podía leer es un buen relato de intriga. Y sobre todo de pesadillas y desasosiego que enturbian la mente del protagonista relator y de otros personajes que así mismo esconden sus secretos, y que no dejan de producir tensión y ciertos escalofríos en la mente de los lectores.

Francisco Martínez Bouzas
                                                      
John Harding
Fragmentos

“Las dos cuidadoras sacaron de debajo de la bañera una lona enrollada. La paciente intentó volver a gritar, pero el intento sonó como el gemido de un animal herido que me agujereó los tímpanos y el corazón.
-Déjenme salir, por el amor de Dios -suplicó-. El agua está helada. ¡No puedo bañarme en esta agua!
O’Reilly cogió a la mujer por la muñeca con la mano que tenía libre y la puso en una correa de cuero que estaba sujeta a la pared de la bañera. Otra de las mujeres soltó la lona y repitió la operación por el lado contrario, de modo que quedó firmemente sujeta en posición sentada. La cuidadora regresó entonces a la lona, cogiendo un lado mientras su colega agarraba el otro. Vi que a lo largo de los bordes laterales la lona tenía un buen número de agujeros rodeados de un anillo de bronce. La mujer dejó de chillar y observó con los ojos impregnados de pánico cómo las cuidadoras la extendían sobre la bañera, empezando por el extremo donde tenía los pies y ensartando los anillos en una serie de ganchos que, según pude ver entonces, estaban fijos a la bañera por debajo de su borde externo. La mujer forcejeaba con frenesí, intentando levantarse, pero naturalmente le era imposible debido a las correas que le sujetaban las muñecas, y cuando vio que sus esfuerzos eran en vano empezó a agitar las piernas, que tenía ocultas bajo la lona y simplemente tateó inútilmente contra ella.”

…..

“Tuve miedo de volverme, aterrado como estaba de encontrarme con algo sobrenatural. Y sin embargo entendí de pronto que eso sería sin duda una bendición, pues si era Morgan, todo estaba perdido. Si me pillaba así, probablemente llamaría a la policía y todo habría terminado. Hubo un silencio absoluto y aun así supe que había alguien allí, y además tuve la certeza de que fuera quien fuese se daba cuenta de que yo lo sabía, porque había interrumpido mi examen de los documentos y me había quedado inmóvil en la silla. Hice girar la silla y al dar media vuelta vi de pronto mirando el rostro de una mujer. ¡Y menudo rostro! Su cabello negro era una tormenta negra alrededor de su cabeza y tenía los ojos como brasas encendidas, como si hubiera subido directamente desde el infierno para llevarme allí con ella, un lugar, todo sea dicho, al que sin duda yo pertenecía.”

…..

“Mientras estaba allí plantado, sopesando si subir y seguir investigando o salir lo antes posible mientras la suerte todavía me acompañaba, advertí de pronto el sonido más infernal que había oído en mi vida: una risa maníaca, hasta tal punto desgajada de la alegría y de la jocosidad que asociamos comúnmente con ese sonido y transformada en algo tan espantoso, tan ligado a la perversión y a instintos asesinos, que a punto estuve de soltar la vela. A mi espalda, los murmullos de las voces de las cuidadoras cesaron.”

(John Harding, La joven que no podía leer, paginas 19-20, 107, 195-196)

"Y ¿POR QUÉ?": HISTORIAS REPLETAS DE VIDA

$
0
0


Y ¿por qué?

Marieta Alonso Mas

Edita Asociación de Escritores de Madrid, Madrid, 2016, 72 páginas



  Hace más de veinte años que el escritor catalán Joles Sennell afirmaba que la literatura infantil y juvenil es aquella que también pueden leer los niños y las niñas. Lo cual no excluye a los adultos porque de hecho existen muchos libros, editorialmente destinados para un público infantil o juvenil, que hacen las delicias de los adultos. Pero no falta quien cree que escribir narrativa catalogada como infantil o juvenil, es propio de escritores de segunda fila que, como no saben hacerlo de forma positiva o al menos decente en la narrativa para adultos, se refugian en el mundo de los libros para niños o adolescentes. Tales juicios y valoraciones son un claro ninguneo de los buenos escritores y escritoras, cada vez más abundantes, capaces de reflejar en sus novelas o relatos, destinados también a lectores infantiles y juveniles, las influencias formales de autores como Kafka, Faulkner o Borges.

   Todo lo anterior puede entenderse como una premisa para gozar hincándole el diente, con justicia y provecho, a los quince relatos que Marieta Alonso recoge y nos ofrece en este su segundo libro en solitario. La autora, cubana de nacimiento, pero con residencia en Madrid desde hace muchos años, fue capaz de sorprendernos de forma muy positiva con sus incursiones en la microficción, en el relato breve, esas pequeñas historias de la recompensa inmediata, recogidas en el volumen de su autoría ¿Habla usted cubano? Un derroche de fantasía, pero sobre todo de escritura sedante.

   Algo similar puedo afirmar de su segunda incursión, directamente con un libro, en la narrativa, Y ¿Por qué? A pesar de la brevedad de la mayoría de los relatos de esta colectánea, no sería razonable  afirmar que es el formato light  el que le da forma y contenido a las historias que nos regala Marieta Alonso. Seguramente muchas de ellas recogen historias cotidianas, pero no  a ras de tierra, ni con ausencia de temas de fondo. Y sobre todo, habitadas por una desbordante fantasía y por la fascinación de una lengua que fluye con naturalidad, y al mismo tiempo con una tonalidad muy cercana al sentir tanto de un público adulto como infantil. Es el personal acento de la narrativa de Marieta Alonso, que le permite superar con creces la prueba del algodón de la minificción, especialmente porque es capaz de mantener el aliento y fabricar con acierto pequeñas historias que en su mayoría responden al rótulo del libro. El ¿por qué?, el origen de las cosas, el sentido de ciertos  acontecimientos y comportamientos que forman parte de la historia del vivir diario o de la magia.

   Para abrir la lectura con un agradable sabor de boca, Marieta Alonso, hija de la cultura española y americana, nos sorprende con una interesante historia del descubrimiento de América que los padres le cuentan al hijo. Un relato que, sin faltar a la realidad de los hechos históricos, humaniza y reviste de cierta capa de ironía la hazaña del descubridor, de aquel “pirata que robaba seda para que los Reyes se vistieran” (página 17). Y no solo seda, sino también oro y plata “que sirvió para muchas cosas, unas buenas y otras no tanto,” (página 23).

   La fantasía de la autora se entretiene así mismo con un mosaico de piezas híbridas: los cantos del río que pueden tomar vida propia y convertirse en boomerangs; el lugar que van ocupando los pequeños a medida que van creciendo. Con las historias de la abuela, escuchadas de boca de la hermana mayor que define la vocación de la protagonista: de mayor será cuentista. Con el origen chino del helado que Marco Polo descubrió en la corte del Gran Khan Kubilai. Reconstruye así mismo la invasión napoleónica de España -cuando Napoleón se veía gordo en el espejo atacaba un país-; la España de Carlos IV, María Luisa, Manuel Godoy y la derrota de los franceses en Bailén. O se interna en las dificultades de una adolescente que se siente incomprendida, para asumir su situación. Uno de los relatos, en mi opinión, más logrados y atractivos es “Un gato con ínfulas”, en el que la autora humaniza el comportamiento gatuno, pero el animal se niega a ser esclavo de nadie. Y así hasta el relato “El origen de la tierra” que clausura esta selección,  la versión del origen terráqueo planteada por  los tres genios de la clase que, por su parte, se encargan de de instruir al maestro sobre el Real Madrid, “porque un hombre tan culto no podía ser el bufón de sus alumnos por ignorar algo tan grandioso como dar patadas a un balón” (página 70).

   Relatos, en resumen, que derrochan imaginación, ocurrencias, ingrávidas o agudas, y un aparente candor, preñado, no obstante, de talento. Con un estilo sencillo, una lengua pulcra, con menor abundancia de usos locales del español de Cuba que en su anterior libro, Marieta Alonso, convierte, una vez más en esta antología, la vida diaria, el mundo animal o algún retablo de la Historia en prosas condensadas, perseguidoras de sueños. Es ese el hilo conductor y el punto neurálgico de su estrategia narrativa con la que logra transmitirnos historias mínimas, mas repletas de vida.



Francisco Martínez Bouzas



                                                      
Marieta Alonso Más

Fragmentos



El descubrimiento de América



“Pablo con cuatro años tiene novia. Se llama Lidia. De lunes a viernes al salir de la guardería se dicen adiós hasta que son dos puntitos en el horizonte.

Un día la niña le preguntó si conocía a Colón. No. Le preguntó si conocía Cuba. Tampoco. Él conoce a todos los futbolistas de los equipos madrileños, reconoce el coche de su abuelo y de su padre pero en su casa nunca han estado Colón, ni Cuba.

Su madre le ha comprado una pelota que tiene dibujado un mapamundi, para que supiera dónde estaba Cuba y se ha pasado toda la tarde dando patadas al balón y señalando la isla.

A la hora de acostarse pidió a sus padres que le contaran cosas de Colón. A su padre casi le da un soponcio y llamó a la madre para que se hiciera cargo de su erudito hijo. Al final los tres se acomodaron en la cama con un libro de historia y comenzó el relato.”



…..



Un gato con ínfulas



“Mi gato se llama Pelusa y aunque en casa somos muy humildes, el felino, observa mi mamá, nos ha salido pijo. Yo no sé qué quiere expresar con eso pero por el tono en que lo dice debe ser algo muy feo.

No le gustan las sardinas, ni los tejados, ni los ratones y se pasa el día en el patio recostado sobre su lomo con una pata en la cabeza, tomando el sol.

Nosotros en casa somos obreros, eso lo proclama mi papá y no podemos comprarle a mi gato el distintivo que pretende, con su nombre grabado, ni el mejor pienso, ni que el arenero, como tan fino le llama, sea de plata.

Pelusa duerme  a los pies de mi cama y allí me senté para dialogar con él. No debía pedir cosas de plata, intenté convencerle y me contestó con un maullido que él no quería que fuera de plata sino de oro, si es que no nos enterábamos, el latón le daba alergia, necesitaba que fuera de un metal precioso para el bien de su salud y de su futuro porque la gata que tenía en mente vivía en una urbanización de lujo y la primera impresión era muy importante para conquistarla. Él no estaba para sufrir vicisitudes y mucho menos vivir en la miseria, me dijo mientras se lamía una pata.”



(Marieta Alonso Más, Y ¿por qué?, páginas 15, 47-48)

"EL RUIDO DEL TIEMPO": LO DIFICIL QUE ES SER COBARDE BAJO LA TIRANÍA

$
0
0


El ruido del tiempo

Julian Barnes

Traducción de Jaime Zulaika

Editorial Anagrama, Barcelona 2016, 199 páginas



   Una de las tendencias -incluso de subgénero se podría hablar- más frecuentadas por la narrativa contemporánea es aquella en la que los narradores novelan la vida, o alguno de sus episodios, de otros escritores, y en general de personajes que han destacado en alguna faceta intelectual, incluidas por supuesto las artes. Lo han hecho y lo hacen acreditados narradores de nuestro tiempo como J.M. Coetzee, Philip Roth, Saul Bellow, Alan Hallinghurst, Kate Mose, Günther Gras, Raymond Carver o Elena Poniatowska. Julian Barnes se sirvió de un episodio amoroso de la vida de Ivan Turgueniev para escribir uno de sus mejores relatos del libro La mesa limón. Lo hace ahora de nuevo y el protagonista es uno de los grandes compositores del pasado siglo, Dmitri Shostakóvich. El novelista inglés, una de las mayores revelaciones de su generación, nos permite, en efecto, disfrutar, y a la vez sufrir, con la biografía novelada de Dmitri Dmitrévich Shostakóvich (San Petesburgo, 1906–Moscú, 1975), en la que afloran, como pocas veces lo han hecho, las colisiones entre el arte y el Poder. Barnes se apropia en esta novela del rótulo “El ruido del tiempo”, tomado de las menorías de Ósip Mandelstam, el poeta que sufrió en sus carnes y en su alma la ferocidad irracional y despiadada del régimen stalinista, y que, sin embargo, resistió heroicamente hasta ser eliminado. Shostakóvich, en cambio, murió apaciblemente en un hospital moscovita, engalanado de honores, “como una gamba en salsa rosa”, repite Julian Barnes en varias ocasiones.

   Un verso de un poema de Shakespeare (“Y el arte amordazado por la autoridad”) y una estrofa de Evtushenko que describía de forma conspicua  cómo discurren las vidas bajo el Poder (“En tiempos de Galileo, un colega suyo / no era un científico más estúpido que él. / Sabía muy bien que la tierra giraba / pero tenía también que alimentar muchas bocas”, página 165) reflejan, al menos con rigor aproximado, las complejidades de la vida de un artista, de un gran músico bajo la tiranía. Julian Barnes pretende mostrarnos esas complejidades: que no era fácil ser un cobarde bajo las botas de la tiranía. Y lo hace mediante la recreación ficcional de tres episodios reales en la vida de Shostakóvich. Tres calas ficcionales, pero cimentadas en hechos reales y documentados, unidas por el hilo cronológico de la vida del compositor, aunque con numerosos saltos en el tiempo y amalgamando los hechos internos de una personalidad compleja y miedosa, dotada de gran sensibilidad musical, con el círculo familiar del protagonista y los intereses / caprichos de un Poder totalitario.

   Estas colisiones entre el arte y el Poder empiezan el 26 de enero de 1936. El punto de partida fue sin duda la propia fama de un niño prodigio que, a los diecinueve años, había asombrado al mundo con al Sinfonía nº 1 en fa menor. Pero ese día de enero de 1936 recibe la consigna de asistir a una representación de su ópera Lady Macbeth de Mtsensk en el teatro Bolshoi de Moscú. La ópera estaba siendo un gran éxito tanto a nivel doméstico como internacional. Estarán presentes los camaradas Mólotov, Mikoyán, Zdánov, y también el gran Timonel, el camarada Stalin, disimulado tras una cortinilla. A los dos días, un editorial de Pravda (“Bulla en vez de música”) condena la ópera, acusándola de formalismo, esnobismo anti popular, pornofonía, decadente, contrarrevolucionaria. Se sospecha que el autor del artículo editorial pudo ser el mismo Stalin. La música de la ópera de Shostakóvich había hecho ladrar a los perros mayores, y cuando eso ocurre, en la Rusia de Stalin, equivale a un rápido fusilamiento. La única acción posible que le quedaba a Shostakóvich, era abjurar de sus errores, disculparse públicamente y sumergirse de inmediato en la música folclórica, la que les gusta a las masas. No se disculpará, pero el Poder que nunca está ocioso, logra igualmente que enderece su trayectoria. Tendrá que convivir con un miedo helado que le hace pasar las noches con un maletín en el rellano del ascensor, para ahorrar a sus seres queridos el espectáculo de su detención.

   Sin embargo, su destino por el momento parecía seguir vivo. En 1937 escribe y estrena su Quinta Sinfonía, conservadora desde el punto de vista musical. Y la apoteosis final, optimista en opinión del régimen (alegría forzada e irónica para muchos intérpretes) inició su reconciliación con los gobernantes.

   En el segundo sondaje se reconstruyen algunos momentos del viaje de Shostakóvich a Nueva York, como uno de los representantes de la Unión Soviética para participar en el Congreso Cultural y Científico de la Paz Mundial. Viajó a Nueva York, a pesar de su resistencia inicial, porque Stalin quería que fuese. En la ciudad neoyorkina  esperaba conocer a Stravinski, cuya música siempre había admirado. Pero Nueva York significó la más dura humillación y la vergüenza moral más intensa para Shostakóvich. En los discursos, escritos por otros, pero leídos por él, condenaba a todos los músicos que creían en la doctrina del arte por el arte. Y era su admirado Stravinski el paradigma más evidente de esa perversión. Por eso, en su fuero interno, se sintió anonadado por la vergüenza y el desprecio hacia sí mismo.

                                                  
Dmitri Shostakóvich
 En la tercera cala, Shostakóvich viaja, con cara angustiada, en el asiento trasero de su coche. Un Poveda. No le habían permitido cumplir su sueño de adquirir un Mercedes. El terror había durado otros cinco años, en los que seguía llevando amuletos de ajo para sobrevivir. Pero Stalin murió, aunque con su fallecimiento y con Nikita Jruschov como Primer Secretario, el Poder no desapareció; simplemente se limitó a mudar de rostro. Pero Dmitri Shostakóvich ya había pagado al Cesar  y el Cesar, a cambio, no había sido ingrato: tres Órdenes de Lenin y seis Premios Stalin. Sin embargo, aquí cometió otro gran error: “Antes los hombres se cagaban en los pantalones; ahora se les permitía disentir”. En vez de las antiguas órdenes, ahora había sugerencias. Por eso mismo, sus relaciones con el Poder se volverán más peligrosas para el alma ya que sondeaban la magnitud de su cobardía. Se verá obligado a aceptar la Presidencia de la Unión de Compositores de la Federación Rusa y afiliarse al partido Comunista, algo que siempre había evitado. Era la forma de reclamarle el alma, ahora que había pasado el gran miedo y su vida no corría peligro. Se sometió como un moribundo se da por vencido antes el sacerdote que le absuelve.

   Se ha escrito que Julian Barnes se decanta por el bando equivocado; es decir, a favor de Shostakóvich. Pero es inexacto porque Barnes admite la cobardía del compositor, por ejemplo cuando firma el impreso de afiliación al Partido Comunista, consciente de que le habían arrebatado el alma: “La línea de cobardía era la única que avanzaba recta y segura en su vida”. Aplaude los discursos de los miembros del partido, pero la verdad es que no los escuchaba. Firma los artículos para el Prvada que, en su nombre, habían escrito otros, sin siquiera leerlos. Firmó así mismo una inmunda carta contra Solzhenitsyn a pesar de la admiración que sentía por el novelista. Años más tarde, firmará otra contra Sájarov. Según Barnes, cuando decir la verdad y obrar en consecuencia conduce a una muerte inmediata, había que disfrazarla. Y para Shostakóvich el disfraz de la verdad era la ironía. El tirano no tiene el oído fino para oír la ironía y, por otra parte, imita la jerga del Poder. La ironía podía proteger su música, el arte de su música que pervive y se escucha por encima del ruido del tiempo. El problema es que, en la mayoría de las ocasiones, ni sus amigos eran capaces de captar ese tono irónico. Sea como fuere, Barnes no deja de mostrar una cierta compasión por el terrible drama vivido por Shostakóvich. En un país como la Unión Soviética donde era imposible decir la verdad y vivir, no solo el personaje declarado enemigo del Estado, sino todo su entorno: su familia, sus amigos…todos están contaminados. Para salvar lo que amabas, no había elección, no existían posibilidades de evitar la corrupción moral, a no ser que tuvieses madera de héroe. Pero el heroísmo es un gesto de grandeza, no un imperativo ético.

   Quizás Shostakóvich fue un tanatófobo, un obsesionado por la muerte, como también lo es Julian Barnes. “Le envidio” le dijo a la familia de su amigo Solomon Mijoels, asesinado por orden de Stalin, porque su propia experiencia vital era un fiel testimonio de que la muerte era preferible a un terror interminable (página 144).

   Prosa evocativa, introspectiva y discontinua, con ciertos acentos líricos para narrar y hacernos tomar conciencia de la difícil y aterradora convivencia de un artista cuyo credo es dar al arte lo que es del arte  en un Estado exterminador.



Francisco Martínez Bouzas



                                                     
Julian Barnes

Fragmentos



“Siempre venían buscarte en mitad de la noche. Por eso, para que no le sacaran del apartamento en pijama, o le obligaran a vestirse delante de algún hombre impasible y despreciativo del NKVD, se acostaba totalmente vestido y tumbados encima de las mantas, con una maletita ya preparada a su lado, en el suelo. Apenas dormía y velaba imaginando las peores cosas que un hombre podía imaginar. Su inquietud, a su vez impedía dormir a Nita. Los dos yacían en la cama fingiendo; además, fingiendo que no oían ni olían el pánico del otro. Una de sus pesadillas recurrentes cuando estaba despierto era que el NKVD cogiera a Galia y se la llevasen -si la niña tenía suerte- a un orfanato especial para niños de los enemigos del Estado. Allí le cambiarían de nombre y le forjarían un nuevo carácter; la convertirían en una ciudadana soviética modélica, un pequeño girasol que alzaría la cara hacia el gran sol que se llamaba a sí mismo Stalin. Por consiguiente, había pensado pasar aquellas inevitables horas de insomnio en el rellano junto al ascensor.”



…..



“Si el Estado hacía concesiones, también las hacían los ciudadanos. Pronunció discursos políticos escritos por otros, pero -tan patas arriba estaba el mundo- eran discursos cuyos sentimientos, si no su lenguaje, él podía realmente refrendar. Habló en un mitin de artistas antifascistas de «nuestra gigantesca batalla contra el vandalismo alemán» y de «la misión de liberar la humanidad del flagelo pardo». «Todo para el frente», había exhortado, como si encarnara el Poder mismo. Se mostraba seguro de sí mismo, fluido, convincente. «Pronto llegarán tiempos más felices», prometió a sus colegas artistas, repitiendo la cantinela de Stalin.

El flagelo pardo incluía a Wagner, un compositor al que el Poder siempre había hecho trabajar. Estuvo de moda y pasado de moda durante todo el siglo, según la política del momento. Cuando se firmó el pacto Mólotov-Ribbentrop, la Madre Rusia había abrazado a su nuevo aliado fascista como una viuda de mediana edad abraza a un fornido vecino joven, con tanto más entusiasmo  porque la pasión llega tarde, contra toda razón. Wagner volvió a ser un gran compositor y a Risenstein le ordenaron que dirigiera La valkiria en el Bolshói. Menos de dos años más tarde, Hitler invadió Rusia y Wagner volvió a ser un infame fascista, un pedazo de escoria parda.”



…..



“Y sí, era un cobarde. Y sí, uno da vueltas como una ardilla en una rueda. Y sí, aplicaría a su música todo el valor que le quedaba, y la cobardía a su vida. No, aquello era demasiado reconfortante. Decir: Oh, perdonadme, pero ya ves que soy un cobarde, no puedo hacer nada para remediarlo, Su Excelencia, camarada, gran líder, viejo amigo, mujer, hija, hijo. Esto quitaría complicación a las cosas, y la vida siempre rechazaba la simplicidad. Por ejemplo, había temido el poder de Stalin, pero no al propio Stalin: ni por teléfono ni en persona. Por ejemplo, era capaz de interceder por otros pero nunca se atrevió a interceder por él mismo. A veces se sorprendía a sí mismo. Así que quizá no fuese incorregible del todo.

Pero no era fácil ser un cobarde. Ser un héroe era mucho más fácil que ser un cobarde. Para ser un héroe sólo tenías que ser valiente un momento: cuando sacabas la pistola, lanzabas la bomba, apretabas el detonador, matabas al tirano y también a ti con él. Pero ser un cobarde era embarcarse en una carrera que duraba toda la vida. Nunca podías relajarte. Tenías que prever la próxima vez que tendrías que disculparte, titubear, achantarte, volver a familiarizarte con el sabor de las botas de caucho y el estado de tu propio personaje caído, abyecto. Ser un cobarde requería obstinación, perseverancia, una negativa a cambiar, lo cual, en cierto modo, constituía una especie de valentía. Sonrió para sus adentros y encendió otro cigarrillo. Aún no había perdido los placeres de la ironía.”



(Julian Barnes, El ruido del tiempo, páginas 25-26, 80-81, 173)

DARIO FO Y JUAN EDUARDO CIRLOT, NOVEDADES DE EDICIONES SIRUELA

$
0
0


   La madrileña Ediciones Siruela, fue fundada en 1982 por Jacobo Fitz-James Stuart, con el propósito de dar a conocer traducciones de obras modernas de la literatura universal así comolas joyas olvidadas de la literatura medieval europea. Este sello editor cuenta actualmente con numerosas colecciones y nos suele proveer de buena literatura.  La calidad de algunas de sus novedades es una inexcusable exigencia para acercarnos en una primera visual, solamente informativa y elaborada primordialmente a base de las presentaciones que hace la misma casa editora. Más tarde retomaré estos dos títulos de las colecciones “Nuevos Tiempos” y “Libros del Tiempo” para ofrecer una valoración crítica personal

   La entidad de los dos autores, el Premio Nobel de Literatura 1997, Darío Fo y el polifacético Juan Eduardo Cirlot, se hace merecedora de este comentario informativo.



Hay un rey loco en Dinamarca

Dario Fo

Traducción de Carlos Gumpert

Ediciones Siruela, Madrid, 2016, 203 páginas



El autor:

   Dario Fo (Sangiano, Lombardía, 1926) autor, director, actor y Premio Nobel de Literatura en 1997, escribió su primera obra de teatro en 1944, y en 1948 debutó como actor. En colaboración con su esposa, Franca Rame, ha escrito y representado más de cincuenta obras, ácidas sátiras políticas en su mayoría, en las que arremete sin piedad contra erl poder político, el capitalismo, la mafia y el Vaticano. Todo ello lo ha convertido en una de las figuras del teatro con mayor prestigio internacional. Entre sus piezas destacan Misterio bufo y otras comedias, Muerte accidental de un anarquista y Aquí no paga nadie. En 2014, Ediciones Siruela publicó en español su primera novela, Lucrecia Borgia, la hija del Papa.



Sinópsis:

   Tras el éxito de Lucrecia Borgia, la hija del Papa, el Nobel italiano nos ofrece una nueva novela histórica. Una fascinante combinación de intrigas y luchas por el poder en la Escandinavia del siglo XVIII.

   Una historia de amor y locura. Un sueño revolucionario hecho realidad en la Dinamarca del siglo XVIII. Estas son las claves de la nueva novela histórica del nobel italiano.

   En ocasiones, una serie de circunstancias impredecibles puede cambiar el rumbo de la historia: la locura de un rey, el ímpetu utópico de un médico ilustrado, la complicidad de una joven princesa... Un triángulo de amor desesperado que dará inicio a una avalancha de reformas inimaginables en su época, tales como la abolición de la tortura, la libertad de prensa o la promoción de la cultura y la educación. Pero un golpe de mano, orquestado desde las más altas esferas de la corte, intentará dar al traste con este bello sueño revolucionario.

   Gracias al hallazgo de unos diarios secretos y de varios documentos inéditos, Dario Fo ha podido completar el rompecabezas de una intriga fascinante y arrebatadora, en la que se entretejen de forma extraordinaria los ideales políticos, la pasión amorosa y la lucha por el poder. Una fábula verdadera, un capítulo memorable de la historia.

   En las páginas finales de la novela, la editorial madrileña reproduce una galería de personajes, hermosas ilustraciones a color de Dario Fo de personajes renacentistas, elaboradas con la colaboración de Jéssica Borroni, Michela Casiere y Sara Bellodi.



Nebiros

Juan Eduardo Cirlot

Ediciones Siruela, Madrid, 2016, 186 páginas



El autor:


Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973) fue compositor, poeta y crítico de arte. Estudió bachillerato  en Barcelona y trabajó en una agencia de aduanas y en el Banco Hispanoamericano. En 1937 fue movilizado para luchar por la República; a comienzos de 1940 fue movilizado otra vez, pero por el bando franquista. Estuvo en Zaragoza hasta 1943; allí frecuentó el círculo intelectual y artístico de la ciudad y se relacionó con el pintor Alfonso Buñuel -hermano de Luis Buñuel. En el verano del 43 regresó a Barcelona para trabajar en el Banco Hispanoamericano y conoce al novelista Benítez de Castro, quien le introdujo en el periodismo como crítico de arte. Trabaja en la librería editorial Argos. Compone música y trata a los artistas del grupo Dau al Set. En 1949 colabora en la revista Dau al Set. En octubre viaja a París y conoce a André Bretonen persona. Se edita Igor Stravinsky, su primer ensayo. En 1951 empieza a trabajar en la editorial Gustavo Gili, donde permanecerá hasta su muerte. Compone  Nebiros, que no superó la censuraen 1951. Cuando Cirlot destruyó su archivo anterior a 1958, dejó a esta novela incólume, que fue publicada póstuma en 2016 por Ediciones Siruela.

Entre 1949 y 1954 conoce y trata al etnólogo y músicologo alemán MariusSchneider en Barcelona; Trabaja con José Gudiol Ricart. En 1954 aparece El ojo en la mitología. Su simbolismo. Entra a formar parte de la Academia del Faro de San Cristóbal. En el año 1958 empieza a escribir colaboraciones en Goya, Papeles de Son Armadans, etc. y aparece su obra más famosa e internacional, el Diccionario de símbolos tradicionales en la editorial Luis Miracle. Siguen unos años de intensa actividad como crítico y conferenciante. En 1962 se publica en inglés su diccionario con el título A Dictionary of Symbols con prólogo de Herbert Read. En 1966 vio la películaEl señor de la guerrade Franklin J. Schaffner. En 1971 enferma de cáncer de páncreas y fallece en Barcelonaa los dos años.



Sinópsis:

Juan Eduardo Cirlot escribió Nebiros, la única novela en su obra, en el verano de 1950. Su editor debía de haber sido José Janés, pero la censura española no autorizó la publicación por considerarla «de una moralidad grosera» y «repugnante». En el epílogo, su hija Victoria Cirlot explica las vicisitudes de este manuscrito que ha permanecido olvidado y perdido durante más de medio siglo para retornar fantasmagóricamente justo en el centenario del nacimiento del poeta.
   Nebirosrelata el paseo nocturno de un personaje por los prostíbulos de una ciudad portuaria, nunca nombrada, dentro de un clima denso y agobiante. Las calles, los bares, la gente, las prostitutas, son percibidos por un ojo que traspasa las fronteras de lo real para alcanzar las zonas de la alucinación. Las imágenes del mundo exterior se confunden con los monólogos interiores del protagonista a través de los cuales el lector asiste a una concepción del mundo, profundamente nihilista y abismada en el problema del mal. El nombre que da título al libro es el de un demonio y ciertamente infernal es el viaje propuesto. La novela se sitúa en una tradición muy concreta, que no es otra sino la de aquella literatura ocupada en el mal, tan bien diseñada por Georges Bataille.


Francisco Martínez Bouzas

"ANSINA": POEMAS DE HOY EN LA LENGUA DEL EXILIO

$
0
0


Ansina
Myriam Moscona
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2016, 71 páginas

   Columpiada, como ella escribe, en los siglos que se mecen entre el ladino y el español, Myriam Moscona nos ofrece un poemario excepcional por muchas razones. La primera y más obvia, por el hecho de que está escrito en judeo-español, el idioma hablado por las comunidades judías, descendientes de los hebreos que vivieron en la Península Ibérica hasta 1492, y fueron expulsados por los Reyes Católicos después de la apoteosis de la conquista de Granada. El ladino, una lengua sin patria ni academia durante más de quinientos años, pero utilizada todavía hoy por 150.000 hablantes. Tras la expulsión, los sefardíes españoles fueron recibidos en su mayoría en el Imperio otomano por el sultán Bayecid II. Otros se establecieron en Marruecos, Holanda y algunos países de la Europa central, llevando consigo su lengua que, excepto en algunas características específicas como el empleo ocasional del léxico hebreo, no difiere mucho del español de la época, aunque también es posible identificar el influjo de otras lenguas y dialectos peninsulares: gallego, catalán, portugués, asturiano…Actualmente el ladino tiene presencia en comunidades de Latinoamérica, en países como México, Cuba, Colombia, Bolivia, Brasil. También en Israel y Turquía que acoge a la comunidad sefardí más numerosa.
   A una de estas comunidades establecidas en México pertenece Myriam Moscona, hija de una familia búlgara sefardí. Poeta de amplia trayectoria, narradora y traductora al inglés, pretende con Ansina (Así es) recuperar sus señas de identidad, no solo a través de la memoria, sino también por medio de los biervos (palabras) que la unen, en simbiosis, a la vez afectiva y estética, con sus ancestros. Porque la lengua también es una patria, quizás más patria que el mismo territorio.
   Por ese motivo, escribe Myriam Moscona su poemario en ladino, con excepción del exordio y los epígrafes que preceden a cada una de las cinco partes del libro. Conviven, de este modo, en los poemas de Myriam Moscona dos grandes protagonistas: la función estética inherente a la lírica y esa lengua que nos permite retroceder al “tiempo que tiembla”, en afortunada expresión de Juan Gelman. Es convincente el razonamiento que la autora hace en el exordio para justificar el empleo del ladino: hay cosas que solamente pueden ser dichas en una lengua y no en otra, ya que “la connotación lúdica del asombro coloquial perdería su huella”. El ladino le permite a la poeta enlazar con la dimensión del tiempo: un espacio más íntimo, familiar y `primitivo. Leemos pues en ladino, no los temas tradicionales de la poesía sefardí, sino los argumentos de siempre, incluidos los de la poesía actual. Como podemos leer en uno de los poemas de Ansina, “no se topa la lingua / solo para servir / kantikas o para enlazar /ermanos / la lingua sirve / para el rakonto / de estreyas / para studiar / insektos…” (página 54).
   Poesía de hoy rebosante de cotidianeidad (la muela del juicio, por ejemplo), pero también de humor y hondura sentimental, amorosa. Estructurada en cinco grandes secciones, pautadas por epígrafes de Marcel Proust, Edmond Jabés, Zohar Libro del Esplendor, Albert Einstein y Marcel Cohen.
   La primera parte, “De empolvaduras”, es el recobro evocativo de la memoria personal y familiar, la recordación de los seres queridos como la figura paterna (“kizo / facer de mi / una / leona”); las recomendaciones maternas (“el amor eterno / no es un bomboniko de dulsor”, página 22 ). En la segunda sección, “De morideros”, rescata la poeta, en versos nostálgicos, a aquellos que “se fueron / con prestor”: el padre, la madre, recuperadas sus voces (“vozes / vinieron / empués / tomaron ayre” (página 35); a las dos madres que siente hablar (“en distintas / kantikas /avlan las dos”, página 41). En la tercera parte, “De kreaziones i undimientos”, nos regala la poeta  el único poema escrito en prosa: la letra beth: el muro: “la forma que tiene la primera letra de la kreazion”. Myriam Moscona echa mano de la sabiduría rabínica y nos propone  reordenar juntos el olvido para mejor morir en la lengua santa.
   Una cita de Albert Einstein introduce al lector en la cuarta sección, “De sensya”. Myriam Moscona evidencia que también el ladino puede ser lengua de la ciencia, y esta, sobre todo la "matematika", puede ser convertida en poesía, y conectarnos con el ojo de Dios que “mos amasó con shejina (principio femenino de Dios  en hebreo). Finalmente, la última sección, “De eskrivideros”, es una reflexión sobre la escritura y el habla, los biervos (palabras) con los que la poeta crea sus “kantikas”. Bellos poemas como “Serrada” o “Klaze de djudeo-espanyol”, preñados de montajes interactivos de varios sonidos y de anáforas en los comienzos versales sobre todo.
   Advierte la autora de la profusión de la letra “k” y la explica debido a razones históricas: muchos de los judíos expulsados de España en el siglo XV se refugiaron en el imperio otomano. El ladino se escribía entonces con letras hebreas. Pero el presidente turco Kamel Ataturk, en su afán de occidentalizar Turquía, impuso el alfabeto latino. Y la lengua turca obligó a la escritura judeo-española a pasar por la misma criba.
   Poemas muy  contenidos porque el vocabulario limitado obliga a la poeta a la concisión. Pero un poemario que es memoria y testimonio de una lengua hermosa que está muriendo. Solo memoria y testigo. No rescate, porque las lenguas no se rescatan con libros; son necesarios hablantes que las practiquen a diario, niños que las mamen con las caricias  maternas, que las valoren, las amen y las usen a diario.

Francisco Martínez Bouzas
                                                   
Myriam Moscona

Selección de poemas

De trokamientos

“trokar al kojo manko
trocar  al manko surdo
trokar al surdo siego
trokar al siego tuerto
trokar al tuerto en ojo
trokar al ojo en rizas
trokar la riza en lavios
trokar la boka en linguas
trokar la lingua en bezos
trokar el bezo
en tus de tis

korasonatripados
todos tornamos
a trokar al kojo en manko
al manko en surdo
al surdo en tudro
i despues a durmir
i despues a morir
i despues tomar ayre
ke la kreyensa no falta…
ke de la agua
trokada en viento
trokada en polvo
trokada en luvia
                     kontigo trokada

komo gato mojado
tenme te pido agora
en todos tus preziados
tus de tis”

.....

Sodrera

“veremos a ver
si la kavesa
de lenio
entiende kozas
ke el korason
de suyo se guarda”

 .....

Para mejor morir

“raví ben izmir dijo:
si plazieras tu lingua al fuego
         i la lingua no se kemara
si plazieras tu lingua a el agua
            i tu lingua recia kedara
si plazieras tu lingua al viento
         i no se adgirara tu lingua
dunke tenesh una lingua santa
                 i kale morir en ella”

.....

Klaze de djudeo-espanyol
            (El puerpo)

“el kulo es posterior
la tripa es anterior
el bofe es anterior
el rinyon es posterior
el karkanyal está en el pie
el diz en la patchá
los kaveyos koronan la kavesa
la kaniya te sale de los pies
tener korason es por un kardiak
tener ijada es infeksion de urina
la durera es konstipasion
la chuchurela es koza de mal güesmo
el párparo poedes tener serrado
ama el tino siempre abierto
-entenditesh la klaze, pasha?
-i si i no”

(Myriam Moscona, Ansina, paginas 20-21, 26, 48, 65)

"LA ÚLTIMA POSADA": TESTAMENTO VISCERAL DE IMRE KERTÉSZ

$
0
0


La última posada
Imre Kertész
Traducción de húngaro de Adamn Kovacsics
Acantilado, Barcelona, 2016, 294 páginas

   Este libro es la culminación de la obra de Imre Kertész. Así lo consideró el Nobel húngaro, fallecido el pasado mes de marzo. Testamento visceral de una de las últimas memorias vivas del Holocausto. Un escritor prácticamente desconocido en Occidente, hasta que en el año 2002 la Academia sueca le otorgó el Nobel de literatura, porque Imre Kertész fue capaz de confrontar la frágil experiencia del individuo contra la bárbara arbitrariedad de la Historia. Como Primo Levi, otro superviviente del exterminio, entendió los campos de concentración como una siniestra señal de peligro. Y en ambos brotó la necesidad interior de dar testimonio, de hablar a los “demás” para que supiésemos lo que el hombre fue capaz de hacer con el hombre.
   A pesar del párkinson que martirizó sus últimos quince años, Imre Kertész se aferró a la vida, no permitió que la desesperanza anidara en su alma, como tampoco lo había permitido en los infiernos de Auschwitz-Birkeneau y Buchenvald. Pero también se asió a la literatura, contenido esencial de su existencia, y cuyo último testimonio íntimo es La última posada, un texto sobre la senectud, una novela inspirada en los últimos cuadros de William Turner y en los postreros cuartetos de Beethoven. Escrito en el formato de un diario que incluye una novela, recogiendo veloces apuntes, con el propósito de “girar el timón rumbo al último puerto”, el libro se convierte en un veraz ajuste de cuentas en las proximidades de la muerte presentida. Crónica pues en la “antesala de la muerte” del autor que tuvo en la escritura la razón de su existencia.
   El libro bascula en torno a la vida y a la vejez del escritor, con una descarnada reflexión sobre la decadencia física, los síntomas de la vejez, la enfermedad que cada día galopa de forma más rápida, la existencia que toca a su fin. Pero también repasa Kertész el curso de su vida: sus sufrimientos, los achaques, la depresión, la concesión del Nobel. Y por supuesto, también el Holocausto. Y Auschwitz: “Escribo sobre Auschwitz y a mí no me llevaron allí para que me dieran el premio Nobel, sino para matarme. Todo cuanto ha ocurrido más allá de eso es mera anécdota”.
   Reflexiona igualmente sobre muchos otros temas: la función y destino del ser en las actuales sociedades, la liquidación de la individualidad: “Nuestra época, la del ser humano funcional y sustituible, la de la sociedad de masas y del Estado moderno, lleva implícita la posibilidad del totalitarismo y, por tanto, de Auschwitz”. Y transcribe así mismo sus opiniones sobre muchos otros temas, como el papel de la novela, la cultura, o escritores como Kafka, Thomas Mann, Paul Celan, W.G. Sebald, Albert Camus, Jean Améry, Milan Kundera… Sus viajes a España, con estancias en Madrid y Barcelona. También sale a relucir su vida secreta que siempre fue la verdadera.
   Este libro, híbrido entre la novela y la biografía, fue escrito con el mismo propósito del resto de la obra del Nobel húngaro. Además de lo ya señalado, critica el tupido velo que los países occidentales, por conveniencia o cobardía, dejaron sobre Auschwitz y sobre Siberia, las topografías del horror vivido por millones de personas. De esa cobardía ha nacido la Europa de hoy: débil, ineficaz, cicatera, carente de coherencia cultural, con una cultura que tritura a los seres humanos hasta convertirlos en amebas, carentes de toda sustancia, una masa obediente susceptible de ser dirigida por ordenadores y como ordenadores.
   ¿Alguna razón para la esperanza? Sí, la construcción de un edificio ético a partir de la experiencia de la ignominia. Pero más que esperanza, es resistencia. Por eso Imre Kertész no se suicidó, no optó por la vía rápida, no quiso añadir su nombre a la lista de los supervivientes que pusieron fin a sus vidas (Primo Levi, Jean Améry, Tadeusz Borowski). “No quiero que puedan decir que yo mismo ejecuté la sentencia. Por eso aguantaré hasta el final”. Aunque su deseo es desaparecer, la única forma de ser libre: “Desaparecer  en la nada por amor a la vida de otro”.
                                                      
Oleo de William Turner, pintor en el que se inspiró Imre Kertész
 En La última posada encontramos así mismo secuencias metaliterarias. Imre Kertész confiesa las dificultades que le supone escribir: las distintas versiones, los cambios que sus exigencias perfeccionistas le obligan a introducir en los textos. Sus experiencias como escritor bajo un régimen totalitario. Pero tampoco se ahorra críticas contra los regímenes que se orgullecen de sus democracias, y cuyos únicos valores son el dinero y el poder.
   Un libro crudo, descarnado y desgarrador, que nos obliga a reflexionar. Porque está habitado por alguna zona luminosa, aunque predominan las tinieblas, las zonas oscuras. Quizás no añade nada nuevo, porque todo ya está contado en las novelas de Kertész. Con no pocas secuencias poco cuidadas. Sin embargo, en este diario-novela, Imre Kertész deja las huellas de toda una existencia vivida entre el terror, el dolor y la resistencia a los dictadores malignos y a las sociedades actuales que liquidan la individualidad.

Francisco Martínez Bouzas
                                                      
Imre Kertész

Fragmentos

“Puedo afirmar, sin embargo, que soy el escritor de una forma de vida judía anacrónica, del galut, de la forma de vida de los judíos asimilados, portador y representante  de esa forma de vida, cronista de su liquidación, mensajero de su necesaria desaparición. En este sentido, la Endlösung, la Solución Final, desempeña  un papel decisivo. Aquel cuya identidad judía le viene dada única y exclusivamente por el intento de exterminio de los judíos, por Auschwitz, no puede llamarse judío en cierto sentido. Es el «judío no judío» del que habla Deutscher, su variante europea sin arraigo; desempeña un papel grande -y quizá también importante- en la cultura europea (si es que tal cosa existe), pero ninguno en la historia reciente del judaísmo ni, en general, en la renovación del judaísmo (y una vez más hay que añadir: si es que la hay o la habrá). El «judío» es sólo una categoría inequívoca para los antisemitas”

…..

“Profundísima depresión. De paso se me ocurrió que tengo setenta y cinco años. Increíble. Esto, sin embargo, significa ya la cercanía de la muerte. Probablemente no tenga ya ningún sentido lo que he creado. ¿Quién lee en húngaro? Algunos miembros de la policía secreta que reciben un encargo esepcial. Según un artículo publicado en ÉS, mis traductores han confesado que pulen las aristas de mis textos para «no ofender el gusto del lector», como quien dice. No he hecho nada en todo el día. A la depresión se suma la somnolencia. Me da pena M., me doy pena yo mismo. Mucho me temo que mi vida creativa ha terminado.
He leído con envidia en el Frankfurter Allgemeineque el último premio Nobel -Coetzee- no concede entrevistas, no conversa, no habla sobre literatura, sino solamente sobre rugby. A mí, en cambio, me esperaba un fax de dos páginas en casa, con toda una serie de repelentes propuestas a propósito de la publicación en francés de Liquidación. Desgana, profundo cansancio, al anochecer puse Variaciones Goldberginterpretadas por András Schiff. Esto más o menos me consoló…”

…..

ÓBITO

Un hombre de buen gusto no vive ya a mi edad.
La historia natural de la destrucción. Escribirla con frialdad, casi con regocijo por el mal ajeno, como testigo de uno mismo.
¿Recoger los restos de mi existencia espiritual? ¿Conformarme con seguir viviendo? ¡Vaya arrogancia!... ¿Reconocer cómo le cambia la cara a la gente cuando me mira? ¿Vivir el el destierro? ¿Vivir en la vergüenza de la existencia? Es más: ¿implorar seguir viviendo?
He conseguido todo aquello a lo que he aspirado en la vida, y este exitoso cumplimiento demuestra que yo aspiraba a mi propia destrucción.
Siempre he tenido una vida secreta, y siempre ha sido la verdadera.”

(Imre Kertész, La última posada, páginas 11-12, 155-156, 294)

RECORDANDO A AGUSTÍN FERNÁNDEZ PAZ

$
0
0


   La mañana veraniega del día de hoy se abrió entoldada por un doloroso acontecimiento, que nos entristece no solo a los gallegos,  sino también a todos los lectores, porque Agustín Fernández Paz (Vilalba, Lugo, 29 de mayo de 1947- Vigo, 12 de julio de 2016), nos dejó para siempre. Agustín Fernández Paz, uno de los grandes creadores de la literatura gallega, especialmente en el campo de la narrativa infantil y juvenil, falleció en el día de hoy. Autor de más de treinta y cinco libros, muchos de ellos, traducidos al español y a otras lenguas. Varios distinguidos con los más importantes premios de la narrativa infantil-juvenil. Es por ello, pero no solo por ello, un escritor universal.
Como modesto homenaje al príncipe de la planura vilalbesa, reproduzco, traducida al  español, la reseña de su último libro editado por Edicións Xerais el pasado año.

A neve interminable
Agustín Fernández Paz
Edicións Xerais, Vigo, 2015, 180 páginas

   Es un verdadero deleite leer a Agustín Fernández Paz en cualquiera de los formatos o subgéneros que frecuenta. Esa escritura clara, sin cimentarse en la frase brillante o exquisita, sino en la naturalidad lingüística, en la arquitectura del relato y en la solidez de sus historias, sigue cosechando lectores y lectoras en cada una de sus novedades literarias. Esa fue siempre su forma de escribir, y, en gran medida, la clave de sus éxitos. Y lo vuelve ser en su último libro, A neve interminable, una amalgama de historias secundarias ligadas por un hilo narrativo principal, que, veinte años después, nos recuerda, por ciertas semejanzas ambientales sobre todo, a su obra más conocida, Cartas de inverno (traducida al español en Ediciones SM). Un libro además que, por su estructura compositiva, homenajea a los cinco escritores y escritoras (Mary Wollstonecraft, Claire Clermont, Percy Shelly, John William Polidori y Lord Bayron) que, en la noche del 19 de junio de 1816, se reunieron en la orilla de un lago suizo con el reto de escribir cada uno de ellos un relato de miedo. Es el mismo desafío que aceptan los personajes de A neve interminable.
   Cinco guionistas, sin demasiada experiencia, pero dotados de creatividad, se concentran en un lugar aislado, en un hospital de Fonsagrada (provincia de Lugo, Galicia) para poder trabajar sin distracciones, y escribir así los guiones de una serie de miedo para la televisión. Su propósito es explorar los terrores presentes en el mundo actual, huyendo de los argumentos clásicos del género, como manifiesta una de las guionistas recluidas. Allí coinciden con otros tres creadores de historias o responsables de traducirlas a otros idiomas. En la tarde del cuarto día comienza a nevar; una interminable nevada que los deja aislados. Cada uno de ellos escribirá una historia que, posteriormente pondrán en común. Son historias que Agustín Fernández Paz integra hábilmente en la principal y que beben, sin duda en Lovecraft, en el terror preternatural: la presencia de fuerzas maléficas (vampiros, fantasmas, muertos vivientes…), o que tienen que ver con psicopatías o alteraciones en la visión de la realidad.
   El horror que habita en el bosque, el arañar ominoso que esclaviza la mente del protagonista, a pesar de que una nueva construcción ocupe el lugar de la antigua (“Casa azul”). Los vampiros que se introducen en el espejo y trabajan en el cuerpo del protagonista, introduciendo en el mismo pequeñas dosis de sangre (“Herdanza de sangue”). Seres que retornan de la muerte para llevar a cabo la venganza tantos años aguardada y temida (“A néboa da venganza”). O el hecho de ser de familia rica que sirve incluso para ocultar las mentiras y que nadie descubra los secretos repugnantes. Mas afortunadamente en la muerte no hay clases ni privilegios (“Un incidente en el internado”)
   Sin embargo, a pesar de que las cuatro historias son capaces de provocar el miedo psicológico, no cumplen con el propósito que reunió a los guionistas: descubrir, dar testimonio de los terrores actuales, eses miedos de los que apenas somos conscientes, provocados por el planeta que se rebela -como muestra, la interminable nevada- por culpa de los estragos y desastres que realizamos y, sobre todo, por la codicia de los poderosos. Terrores que afloran en el desenlace del libro.
  
Agustín Fernández Paz
El relato fluye espontáneo en la pluma de Agustín Fernández Paz, ya sea por las historias secundarias que muestran “el sentido de lo morbosamente antinatural” (Lovecraft), ya por la historia principal capaz de crear atmósferas de gran verosimilitud. Para ello el autor sitúa la trama de los relatos en un marco temporal próximo a la actualidad. Agustín Fernández Paz gradúa perfectamente el ritmo narrativo, cediéndole la narración a un personaje protagonista que lo hace en primera persona para conferirle mayor credibilidad a lo que cuenta. O adelantando oportunamente la sensación de horror (descubrimientos desconcertantes, la puerta de una habitación que debería  estar cerrada y que aparece medio abierta, páginas 28-29). También con la utilización frecuente del pasado imperfecto que actúa sobre el presente, preñando las historias de sensaciones de amenaza. Estrategias compositivas muy apropiadas que el autor domina, á la vez con creatividad y oficio, y que  ayudan a que la gordura de las historias tire de nosotros, los lectores que muy pronto quedamos seducidos por las tramas de la novela. Es el arte de escribir libros de frontera que atrapan por igual a niños y a adultos.

Francisco Martínez Bouzas

"LA NOCHE DE LOS CANGREJOS": ENTRE EL COSTUMBRISMO Y LA MAGIA

$
0
0


La noche de los cangrejos
Pastor Aguiar

Prólogo de Francisco Acuyo

Etnográfico Ediciones, Granada, 2016, 122 páginas



   Vuelve a regalarnos Pastor Aguiar una nueva antología de cuentos que se unen a los de su primer libro en solitario, Cuentos (Miami, 2012), reeditado y ampliado al año siguiente bajo un nuevo título, Tierrita de la discordia y otros cuentos (Miami, 2013). La miscelánea narrativa de Pastor Aguiar aparece prologada en esta ocasión por una amplia y sobrada introducción, rebosante de erudición narratológica, del escritor granadino, Francisco Acuyo; y de una laboriosa, obsesiva y humorística búsqueda de un título que “con enjundia” abarcara el contenido diegético de las veintiocho piezas narrativas antologadas en esta ocasión por el médico y escritor cubano residente en Miami. Pastor Aguiar se decantó finalmente por La noche de los cangrejos, que rotula uno de los relatos. Cuentos todos ellos enraizados en la Cuba natal, en los bateis, en las “sitierías”, bohíos, mortuorios, maniguas… de la Isla caribeña.

   Un festín de pequeñas historias que brotan de la fantasía y de las experiencias vitales de Pastor Aguiar, porque varios de estos cuentos tienen mucho de autobiográfico de ese Pepito o Pepón que protagoniza algunos de ellos. Historias de iniciación a la adolescencia y a la vida del propio escritor. Protagonismo así mismo de Alonsa, la mujer del principal actante. Cuentos que transitan con naturalidad desde el costumbrismo al realismo mágico. Cuadros de costumbres, bocetos, en general breves, que transcriben, con el plus añadido de pequeñas historias, costumbres, hábitos; que pintan tipos característicos de la sociedad cubana bajo la Revolución, con el propósito de divertir en unas ocasiones, mas sin que esté ausente la crítica social. Pero en los cuadros de Pastor Aguiar de pronto salta lo insólito, la chispa mágica, transitando entre la vida y la muerte. Todo ello configura u abigarrado mosaico de textos altamente expresivos. Historias fuertes, algunas de ellas, a pesar de la aparente y engañosa ingenuidad del autor a la hora de narrar.

   Fijo mi atención en aquellos relatos que más me han impactado. Abre el libro el cuento “Aquellos ojos”: Leo, el protagonista, acude presuroso al hospital donde Alonsa, su mujer, acaba de parir a su hijo, pero queda petrificado cuando ve los ojos del niño, maduros, grises y de piedra blanda, ojos que no corresponden a la edad del nacido, sino a la de su padre. En el segundo relato contemplamos la aparición de Eleno, “tatuado por las penumbras”, camino del arrozal, dando tumbos de borracho y a punto de morir. El tema del velorio, tan propicio para los relatos orales, hace acto de presencia en “La muerte de Eleotoro”: un grupo de amigos asisten al velatorio de Eleotoro que va a morir y quiere hacerlo a lo grande: un bacanal sin mujeres, aunque sí con mucho alcohol. También en “Velorio”, un velatorio sin muerto, porque aún no ha llegado el cadáver. En “Cadáver” el protagonista parece ser el propio autor en su otro oficio de médico forense penetrando en los secretos de la muerte. “Cien y más” nos presenta la historia de Pancracio que se hace longevo, quiere pasar de los cien años sin que le ahorque el aburrimiento, y para ello, después de someterse a cirugía plástica, busca mujer, pero no una vieja, sino  una muchacha de veintiocho primaveras. En otros relatos, presenta el autor las dificultades de convivir en sociedad: con el vecino que es purgante, enema de keroseno. El definitivo remedio salvador será la candela que incendia la propia cerca y la casa ajena. Algo similar se narra en “, Aristo”, el relato de una bronca del protagonista: la pelea con Aristo que, más que real, parece soñada.

   En algunos relatos, la escenas costumbristas contemplan un cierto protagonismo del mundo animal. Protagonismo cruel en “El pobre Isidoro”, por culpa de la maldad del hombrecito  Pitilla que, con lubrificante y candela, convierte el rabo del gato Isidoro en antorcha incendiaria. También en “Perro de raza”, otro relato de partos desmesurados: la perra Dorotea, en vez de parir, parece que está siendo parida, porque “el crío era casi de su tamaño” y, en vez de ladrar, berraba como un chivo (páginas 70-71). Los animales, en este caso una yegua, son el desencadenante de las desgracias de Puro que vive sobre un caballo tristón, porque la yegua Mesalina lo desgració con una coz cuando con ella copulaba.

   Como ya he aludido en los relatos de La noche de los cangrejos, el autor, con cierto disimulo, deja caer sutiles críticas contra el régimen castrista: “el gobierno me lo quitó todo” los fallos diarios del suministro eléctrico, la revoluciones que son alérgicas a homosexuales y travestís…

   Lo que es enteramente cubano y sin ocultamientos es el lenguaje de este tejido narrativo. El autor, como en sus libros anteriores, nos seduce con los multicolores localismos del español de Cuba, hasta el punto de convertirse en muy oportuno el glosario que clausura el libro. Tiene así constancia el lector del significado, entre otros muchos, de “Ponchar la tarjeta” o “Desmochar palmas”.

   Prosas pues muy variadas, con desiguales cargas y contenidos diegéticos, preñadas de excelentes descripciones, y adornadas con el léxico y los giros lingüísticos cubanos, de gran fuerza denotativa y una tonalidad coloquial.



Francisco Martínez Bouzas



                                                       
Pastor Aguiar

Fragmentos



“-¿Y el gato?

-Lo que sigue no parece cosa de este mundo, muchacho, cierra los ojos para que puedas visualizarlo. El techo de la casa de carretas se abrió como si fuera una burbuja, y por allí, sobre la punta de la columna de candela, salió Isidoro arañando el vacío, sin un pelo ya, gato chino el pobre, maullando y ladrando igual que un demonio. Dicen que hubo que taparse los oído, por cierto, es tarde se formó una nube inmensa, y hasta ella llegó la candela con Isidoro, quien le entró por la panza a la nube rajándola de punta a punta. La masa de agua calló  toda junta, como un lago, y gracias que apagó el incendio, de lo contrario no hubiera quedado una casa en pie, y ustedes estarían quién sabe dónde, quizás con Isidoro en el más allá. Un día entero demoró el agua en escurrirse por los callejones, los peces daban saltos sobre la yerba enfangada y la gente los cogía mansitos.

- ¿Y Pitilla?

-De ese desgraciado no se volvió a saber hasta que murieron los viejos, como te había dicho.”



…..



“-Si paso de los cien, que sea como un tren –Decía Pancracio Rubio cada vez que alguien se le atravesaba en el camino.

Ya Pancracio había cumplido noventa y siete años. Vivía solo en un rancho al fondo del batey, justo a la orilla del callejón hondo que culebreaba, separando tierras hasta el sin fin. Su orgullo era, a pesar de la edad, montar acaballo, irse de pesca a la laguna de asiento viejo y bucear en ella en busca de peces ciegos escondidos en cuevas que únicamente él conocía. Además, su mente era clarísima y astuta como la de nadie, no se le escapaba una, sobre todo de cuestiones de números (…)

La vida de Pancra, como era abreviado sobre todo por los más jóvenes, había transcurrido en laboriosa paz, siempre en la finca, pasando por tres dueños. Una vez estuvo casado durante veinticinco años. Cuando enviudó, los tres hijos se perdieron rumbo a la capital de la república en busca de fortuna.”



…..



“Puro vivía sobre caballo tristón. A media mañana entraba en el batey arrente a la tienda del moro, y después de tomar café recién hecho en cada una de las casas, sin apearse jamás de la montura, terminaba su recorrido contra un costado de la nave donde se guardaban los aperos de labranza y las carretas.

Mientras hubiera alguien, sobre todo muchachos, se mantenía como una estatua ecuestre en el lugar. Su voz era inimitable, primero aspiraba todo el aire de la redonda y después, como si le costara esfuerzo, paría el discurso tipo falsete, sin hacer pausa, durante más de un minuto. Yo sigo pensando que tal capacidad era gracias a su caja torácica semejante a un barril.

Abuelo me contó que mucho antes de que yo naciera, Puro era un guajiro alto y fortachón, hasta el día en que Mesalina lo desgració. Pues resulta que el hombre trabajaba de ordeñador al otro lado del río San Lorenzo y cada amanecer lo cruzaba sobre la yegua.”



(Pastor Aguiar, La noche de los cangrejos, páginas 36, 42, 96)

AMOR Y DESAMOR BAJO LA OCUPACIÓN NAZI

$
0
0


Los amantes bajo el Danubio
Federico Andahazi
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2016, 330 páginas

   Con base en hechos reales, el rastro de la historia del abuelo que escondió en el sótano de su atelier de pintor a su primera esposa judía junto con el marido de esta, con quien le había engañado antes del divorcio, el prolífico escritor argentino Federico Andahazi (Buenos Aires, 1963) publica en Seix Barral Los amantes bajo el Danubio, una intensa historia llena de registros sentimentales y de estrategias para resistir al nazismo por medio de actos humanitarios, aunque alguno de los personajes de la novela, el amante/marido de su ex esposa los perciba como una venganza.
   Federico Andahazi construye una novela apoyándose en oposiciones y también en lugares comunes: amor-odio, víctimas-victimarios, maridos-amantes, arriba (la casa)-abajo (el sótano), porque el autor no desdeña ciertos elementos de la dramaturgia griega, ni tampoco de la shakesperiana, situado la trama de la novela en uno de los períodos más espantosos de la historia de la humanidad.
   En efecto, Federico Andahazi traslada la acción a Budapest ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Y en la capital húngara reconstruye, desde la ficción, la historia familiar: una agitada y borrascosa historia de amor y desamor -y sobre todo, de altruismo- de dos parejas durante la ocupación de la ciudad por las tropas nazis. Es la historia del abuelo, Bora en la novela, pintor y ex embajador de Hungría en Turquía, que salvó a un elevado número de judíos, entre ellos a su ex esposa Hanna y a su marido Andris, con quien le había traicionado mientras aún estaban casados. El autor reconstruye con fidelidad la Budapest ocupada por los nazis, así como el clima de terror y miedo en los que se halla sumergida la capital húngara. No obstante, el protagonismo de la novela no se sitúa en lo que ocurre fuera, a pesar de los abusos de los ocupantes, sino en los acontecimientos que tienen lugar de paredes adentro de la casa de Bora: el dolor que genera una vieja herida de amor/desamor. En el contexto de una terrible guerra, Federico Andahazi le concede un inmenso y perturbador protagonismo a la guerra interna que se libra entre las cuatro personas involucradas.
   El escritor sitúa el inicio de la ficción en el año 1944. El marco espacial, como ya quedó apuntado, la capital húngara ocupada por la tenaza nazi. Bora y la judía Hanna se han divorciado hace años. Ahora viajan sin mirarse, sin dirigirse la palabra. El Mercedes de Bora se dirige a su mansión y, en el subsuelo de su taller de pintor, esconde a su ex mujer y a su actual marido. Bora pagaba de este modo la traición con altruismo. Y allí en el sótano, sin siquiera abrir los ojos, permanece la pareja como siameses, como cadáveres en vigilia. La novela reconstruye los largos días y meses de encierro, que no se distinguen de las noches; los peligros por las frecuentes visitas del mayor alemán Rodrich Müller que alteran a Andris y que obligan a que Hanna se abalance sobre su marido y le arrebate el miedo y la indignación  con sexo amoroso y frenético. Será el sexo apasionado de los “prisioneros” del subsuelo la forma de escapar de la ocupación y de la muerte. Ellos, Hanna y Andris se aferraban al placer de los cuerpos como la última tabla de salvación. El sexo, siempre iniciado por Hanna, les permite soportar la presencia del verdugo a escasos centímetros de sus cuerpos.
   Reconstruye Federico Andahazi la historia de las relaciones sentimentales de las dos parejas, con especial énfasis en la de Bora y Marga, en la que el roce y el hechizo de los cuerpos juveniles juega un importante papel en los efluvios de la adolescencia. Sin embargo, con una bala alojada en su cráneo, recuerdo imborrable de la Primera Gran Guerra, Bora Persay no se casará con Marga, sino con la judía Hanna, pese a la oposición de ambas familias.
   En la novela se va entreviendo poco a poco el clima de odio hacia la “secta insidiosa de los judíos”, capaz de fracturar incluso los lazos familiares, lo que hizo que los hijos de Abrahán se reagrupasen. Es así como Hanna reencuentra en Andris, el amigo de la infancia, los elementos perdidos de su propia biografía. Pero también fue así como el edificio conyugal de Bora y Hanna se cimbró desde lo más profundo.
   Con una lógica fácil de entender dada la nacionalidad del autor, y el hecho de que Argentina fue destino de supervivientes del Holocausto  y de huidos, muchos de ellos criminales, tras la Segunda Guerra Mundial, la acción se traslada en el desenlace al país austral. Y allí tiene lugar una resolución de la diégesis novelesca, desde mi punto de vista, poco creíble, aunque propicia a la lágrima fácil. Es ese el “debe” de la novela que oscila entre momentos y secuencias intensamente humanas y épicas y otras poco verosímiles, como el recurso artificial de intercambio de esposas por un día y una noche que urden  los de “arriba” para conocer el porqué de la traición de Hanna. O la fecundidad milagrosamente recobrada por Marga en Argentina. Todo ello teñido con  una tonalidad sentimental que empaña los actos de altruismo, heroísmo, resistencia moral, historias tormentosas de amor y también de desamor en épocas turbulentas.
   Estructuralmente la novela alterna capítulos y secuencias dedicados a los de “arriba”, con otros en los que se relata el encierro de Hanna y Andris “abajo”, en el sótano del atelier de Bora. Con acuidad emplea el autor frecuentes saltos en el tiempo entre el pasado y el presente. Un lenguaje esmerado, a veces explosivo, no dificulta la lectura. Destaco finalmente el importantísimo papel que en la novela tienen las mujeres. Ellas son la personificación de la sensatez en tiempos bélicos muy peligrosos. Así como la función vinculante del sexo, un asidero a la vida cuando lo único que rodea a los protagonistas es la devastación y la muerte.

Francisco Martínez Bouzas

                                                    
Federico Andahazi
Fragmentos

“Había pasado mucho agua bajo el puente desde los tormentosos acontecimientos que precipitaron el divorcio. Durante los últimos diez años Hanna y Bora levantaron un muro con la piedra del silencio y la argamasa del rencor. No habían vuelto a verse desde el día en que salieron de los tribunales, cada uno por su lado, con la sentencia del juez bajo el brazo. Sin embargo, después de tanto tiempo de fingida indiferencia, una vez más, Hanna y Bora volvían a cruzar juntos el viejo Puente de las Cadenas que unía Buda con Pest.
En el pasado, durante los días felices, todos los domingos al atardecer emprendían el largo regreso desde la casa de campo hacia la ciudad. Tibor el chofer de la familia, conducía en silencio el Mercedes azul como el Danubio. En aquellas épocas lejanas, el matrimonio iba plácidamente recostado en el asiento trasero, aislado por el vidrio que dividía la cabina. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de él. El pelo de Hanna se precipitaba como un torrente de cobre sobre la solapa del traje de Bora. Rodeada por el brazo protector de su esposo, la mujer canturreaba una canción mientras al otro lado del puente surgían las cúpulas del Bastión de los Pescadores recortadas contra el cielo rojizo del crepúsculo.”

…..

“En el preciso momento en que Andris iba a gritar, Hanna tapó su boca con la suya y lo besó. Lo besó con amor, con lujuria, con desesperación, con ternura, con entrega, con emoción, con alegría y con un enorme deseo de besarlo. Recorrió con su lengua los labios de Andris desde una comisura a la otra. Apretó su cuerpo contra el de él. En silencio, como en una danza, lo llevó hasta el suelo y, en posición horizontal, Hanna atrapó las caderas de su marido entre sus muslos. Tenían que silenciar los gemidos y los estertores. Hanna desnudó sus pechos y frotó los pezones dilatados, crispados y rojos sobre la boca de su esposo. Con el índice, Hanna escribió en la frente de Andris «te amo». El hombre, horizontal como estaba, se sacudió en un llanto hecho de emoción y deseo. Era la vida que reclamaba la supremacía sobre la muerte. Era el amor en estado puro. Cuánto se querían. No merecían morir ellos  ni el amor que se profesaban (…) Hanna, ardiendo de placer, recorrió con la palma de la mano el abdomen tenso y magro de Andris, desajustó el cinturón cuidando de no hacer ruido con la hebilla y luego su boca siguió la huella que había indicado su mano. De pronto, los conceptos arriba y abajo, cielo e infierno, se invirtieron. Mientras Hanna y Andris se elevaban, Bora debía soportar la ingrata compañía del mayor Müller mientras velaba por el encuentro de aquellos amantes bajo el Danubio.”

…..

“Todos los jueves a las diez de la mañana se repetía la misma escena sin variaciones. Hanna salía, el corría hasta el auto, se vestía con la ropa de Tibor y la esperaba en la puerta del edificio donde Andris tenía sus oficinas. Dentro del auto, al otro lado del vidrio, Bora miraba una y otra vez las dos breves escenas de la misma función teatral: la entrada y la salida de Hanna una hora y media después. El resto de la obra se lo tenía que imaginar. Bajo la librea de chofer, Bora revolvía la herida como si en algún punto disfrutara de ese dolor.
¿Hasta dónde  quería llegar? ¿Qué otra prueba le hacía falta? ¿Qué más debía saber ¿Qué detalles era necesario conocer? El engaño estaba consumado desde el momento en que Hanna, su mejor amiga, su esposa, la niña que había conocido en los jardines del Hotel Gellért, le mintió. ¿Para qué dejar que el puñal entrara más hondo cada día? Conocía la naturaleza humana. Había estado en la guerra. Tenía una bala en la cabeza. Vio morir a sus compañeros. Había matado. ¿Qué podía ser peor que lo que le había tocado vivir en el frente de batalla?”

(Federico Andahazi, Los amantes bajo el Danubio, páginas 9-10, 92-93, 177)

UN APETITOSO BOCADO COMO ANTICIPO

$
0
0


“Cuidaré tus pájaros
  pero me niego a
  a hacer el amor en la jaula”

      Aleyda Quevedo Rojas

   Es tan solo un anticipo de un apetitoso bocado de una función poética. Lo más breve de la poesía,  algo muy pequeño, pero muy fuerte (Michel Deguy). Tan solo un haiku, el poema de origen japonés, plasmación epigramática de un instante que la voz poética intenta retener en una especie de fotografía emocional. Tonalidad íntima y universalizadora que pretende comunicar una experiencia concreta y esencial, despojada de todo aquello que es circunstancial, y con una clara orientación hacia la síntesis. Percepción clara y momentánea, hecha mármol en el decir poético, de un ser y de un acontecer.
                                          
Aleyda Quevedo Rojas
   Su autora, una de las voces más fulgurantes, explosivas y potentes de la actual poesía latinoamericana. La poeta ecuatoriana Aleyda Quevedo Rojas. Es un exquisito avance de una aproximación a su antología poética (1988-2016) que apareceré dentro de unos días en esta bitácora.

Francisco Martínez Bouzas

LA NARRATIVA POÉTICA E IMAGINARIA DE AMINTA BUENAÑO

$
0
0


Si tú mueres primero
Aminta Buenaño
Suma de Letras (sello del Grupo Santillana), Quito, 218 páginas
(Libros de fondo)

   No llegó a la literatura desde la política o la diplomacia, cosa harto frecuente en nuestros días, sino justamente al revés. Me refiero a la escritora Aminta Buenaño (Santa Lucía, Guayas, Ecuador), autora de un poemario, libros de cuentos y esta novela. Así como asidua practicante del periodismo literario en Guayaquil. Docente y luchadora incansable por la igualdad de género; y en el año 2007 diputada de la Asamblea Nacional Constituyente de Montecristi, de la que fue vicepresidenta. Embajadora de Ecuador en España y, en la actualidad, en Nicaragua. Pero sobre todo escritora.
   Este libro fue una novedad editorial en el año 2011, y en esa fecha me llegó desde Guayaquil. Pero quizás Tot, la deidad egipcia de la sabiduría, patrón de los escribas, y por tanto de los escritores, decidió con su poder oculto jugar una mala pasada: el extravió durante meses y años de la novela de Aminta Buenaño. Mas el escribano sagrado acordó ponerlo de nuevo en mis manos estos días.
   Aminta Buenaño se inició como escritora con un poemario juvenil, al que siguieron cuatro colecciones de cuentos y esta novela, gestados todos ellos en los fermentos psíquicos de la infancia, un manantial del que beben muchos escritores. En lo mitos que empaparon su niñez y adolescencia  en la piladora  familiar, escuchando de boca de los montubios, (un grupo vital en la historia ecuatoriana, de rica oralidad filosófica y literaria), que, con los sacos de arroz también acarreaban sus historias del monte, la oralidad de sus relatos de amores vedados, las leyendas de pactos con el diablo. De ese mundo mágico y fantástico brotaron las colecciones de cuentos de Aminta Buenaño. Su huella se percibe también en esta novela.
   La autora sitúa la historia en una ciudad ceñida por un nombre mítico: la centenaria Real Ciudad de la Caridad, habitada por personajes de leyenda como Eudomiro, cuya gran hazaña era haber visto el mar. También la viuda de Espinoza, la señora María Dolores que, para hacer penitencia por el desamor y la negación del sexo conyugal a su marido, le hace un juramento a las puertas de la muerte de este: llevar a los convecinos del pueblo rural a conocer el mar. Empeñada en que arribe a buen puerto su empresa, visita a sus vecinos para venderles los boletos que hagan posible la excursión. Visitas que la autora aprovecha  para contarnos sus historias en breves relatos, que bien pueden funcionar de forma independiente. Como el de don Pascual Emilio Cueva, un terrible y sombrío avaro que dejó morir a su esposa por no comprarle las recetas que el médico prescribía, o que, sabedor de que en su casa se cagaba mucho, sustituyó el papel higiénico por trozos de páginas de periódicos.
   Conocemos así, en retratos que rozan el esperpento, lo real imaginario: una amplia nómina de vecinos de Real Ciudad de la Caridad, sus costumbres, manías, inconfesables secretos, aspiraciones, amores locos, inútiles esperas, enredos sentimentales y carnales, urgencias de sexo desmedido, las encendidas o mezquinas raciones de amor dadas como “traguitos” (página 51), dolientes y espantadas confesiones de homosexualidad y de amor incestuoso, la ardiente fascinación por los cuerpos hermosos, combatida a base de agua helada, persistentes sesiones de coitos para que llegue la descendencia, que sustituye a los pájaros, “como si fuera una receta prescrita por el médico” (página 82), el sexo olido, presentido, disimulado con el libro de oraciones abierto. Y como estas, decenas de historias, alentadas además por el deseo de ver el mar que es pretexto, aliento e hilo conductor del que Aminta Buenaño se sirve para agasajarnos con estas historias que basculan entre la realidad y la magia, en un pueblo que poco tiene que envidiar a Macondo, suspendido también entre las lañas y grietas del tiempo.
   Novela escrita desde perfectivas femeninas; con personajes femeninos muy potentes frente al patriarcado y sus leyes que siempre se han empeñado en dictar cómo deben ser y sentir las mujeres. Y que, sin embargo, sucumben a los efluvios masculinos, al ardor y a la ubris de esa fuerza ancestral que es el sexo, la pasión de la que Aminta Buenaño habla sin tapujos, sin eufemismos. Paradigma de este protagonismo femenino es el empeño de la viuda y Zoila Felicidad, inmune en su lujuria a las prohibiciones del cura del pueblo y a siglos de castradora moral platónica y judeo-cristiana. Multitud de personajes secundarios, descritos tanto en sus caracteres como en sus figuras físicas con exagerada verosimilitud, recalcando las desmesuradas proporciones.
   Salvando las distancias, me atrevo a decir, como conclusión, que Aminta Buenaño, con su leguaje visual que combina lo poético con lo imaginario, renueva la vigencia del realismo mágico. No hay en la novela gallinazos metiéndose por los balcones, ni calderos, pailas, tenazas y anafes que se caen de su sitio, o niños que nacen con cola de cerdo, pero la escritura de Aminta Buenaño, volcada hacia la imaginación hiperbólica, convierte el mundo del pequeño pueblo en algo fabuloso y soñado. Magia pues de metamorfosis y exageraciones en la escritura de Aminta Buenaño en la que el lector se pierde con fruición.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Aminta Buenaño

Fragmentos

“El pueblo estaba por entonces dormido, hasta que un lunes, a las seis de la mañana, en el momento justo de empinar la taza de café humeante sobre sus labios, una idea como una mariposa aleteó inquieta en la angustiada cabeza de la señora María Dolores viuda de Espinoza: ¡Eso es, organizaría una gira al mar!, contrataría la chiva de don Ricardo Ronquillo, cuya capacidad daba casi para cuarenta personas (…)
Seguro que la gira tendría éxito, porque nadie, absolutamente nadie, conocía el mar; ni siquiera habían oído hablar de él desde los tiempos nostálgicos de don Abraham Aldaz Bolaño. El aristocrático viejo era el único que había dado pruebas legítimas de conocer el mar. Nadie ponía en duda sus relatos exóticos y extraños, en los que pululaban feroces tiburones en cuyos vientres aparecían  manos solitarias y descarnadas, barriles de petróleo increíblemente intactos y perlas enormes como bolas de billar; piratas que volvían locos de amor a las playas en donde nativas de cadenciosas caderas, mitad indias, mitad negras, según sus ambiguas descripciones, los esperaban bailando desnudas tras las rocas en taimada complicidad con la justicia; y acantilados abruptos en donde las cuevas y los tesoros enterrados abundaban con la misma proporción que los caracoles en la playa.”

…..

“Tuvo la virtud especial de presentir el sexo mucho antes de que apareciera en su vida: lo sintió en el olor que emanaba de las flores por la mañana, y diluido en el viento de la tarde, en las sábanas amarradas por los sueños de la noche, en el brillo de una mirada o en el aliento casi imperceptible de una despedida. Al sexo se volcaba cuando estaba triste, para aliviar sus pesadumbres y para amainar sus dolores, para reconciliarse con la vida y con los gestos y las sonrisas impostadas que, como surtidor, derramaba para todos aquellos que estaban cerca. El sexo era la pócima que bebía cuando los fantasmas la apuraban y creía que se iba a soltar el miedo, el terror que la escocía. El sexo que descubrió como una revelación (…), que atrajo al muchacho de la tienda que entendió más por instinto que por experiencia lo que le sucedía a Zoila Felicidad, y que supo calmar sus ardores con una lengua que parecía un trapiche, con una lengua que a Zoila Felicidad se le antojó que tenía dos metros porque la vació entera (…)”

…..

“Empezó a gotear y la gente huyó como una manada de animalitos espantados. Al igual que en tantos inviernos, se descargó la lluvia sobre los techos de zinc como si lloviera piedras del cielo, y un perro aulló a lo lejos. Los días empezaron a repetirse con sus mismas caras, con iguales gestos. Los hombres trabajaban de lunes a viernes y se emborrachaban los fines de semana, la mujeres se llenaban de hijos; el cura, el teniente político y los viejos se reunían todas las tardes a jugar un cuarenta interminable en el silencio crepuscular de las tardes. Luz de Jacinto, las tías de Zoila Felicidad y las demás mujeres volvieron a tejer los mismos cuentos, las mismas historias. El vacío y la intriga nadaban en las voces de doña Maira y doña Pola. La idea del viaje, como un polvillo dorado suspendido en el aire por la escoba de la viuda cuando barría y sacaba polvo a los muebles, volvió a asentarse como ceniza de otros tiempos, a dormir su sueño de siglos, hasta que otra idea tan descabellada como aquella se atreviera a romper la paz del pueblo en dos y, como un príncipe encantado, intentara despertarlo de su sueño de siempre.”

(Aminta Buenaño, Si tú mueres primero, páginas 11-12, 99, 117-118)

VESUBIANA, SENSORIAL, MEMORIOSA

$
0
0




Fuego en el frío
Antología poética (cien poemas, 1988-2016)
Aleyda Quevedo Rojas*
Prólogo de Ana Lafferranderie
De próxima publicación en Argentina y Colombia

     “Ella es su espacio incendiado, su espera en hogueras frías, su elemento mítico."
           Alejandra Pizarnick
                         
                                     

   Deliberadamente escribo este texto después de leer “Vortex”, el último poema, este en prosa, de la antología personal de Aleyda Quevedo Rojas. Sin dar lugar al reposo meditativo. Y lo hago así porque, si escribir poesía es respirar con todos los poros, “escribir en las espirales de la sangre”, no quiero que la distancia me haga olvidar el intenso sabor de todos los líquidos y humores que transpira el mundo poético de cerca de treinta años escribiendo poemas. La humedad de la piel poética persiguiendo el rastro de tantos cuerpos, de tantas cosas y seres. Aleyda Quevedo Rojas, arquitecta lírica de voz singular, rescata con este edificio antológico perdurable, prologado con claridad y pericia por Ana Lafferranderie, una especial topografía lírica, preñada con toda la riqueza de su mundo interior; quizás también de sus experiencias pre-poéticas, que ella nos regala en un macrotexto lírico, un territorio de belleza transparente, seductoramente sensorial; de gran hondura estética, quizás a veces voluntariamente distorsionado, pero nunca críptico.
   Ya el oxímoron de base nominal del título, Fuego en el frío, desempeña con plena competencia su función pragmático-informativa, y anticipa referencias sobre el campo de sentido de esta antología. Es por lo mismo un buen factor de legibilidad de los textos poéticos de Aleyda Quevedo. Lo que sigue a este indicador fundamental del paratexto es un generoso derroche / regalo de belleza, sensorialidad, verdad y pensamiento, erguido con palabras escritas, con la función poética del lenguaje.
   Debido a su naturaleza, conviven  harmónicamente en esta colectánea, versos, estrofas, poemas de muy distintas substancias, tonalidades y hechuras, formantes temáticos y formas líricas, entretejiéndose subgenéricamente con alternancias de poemas muy breves, como el único haiku seleccionado, plasmación epigramática de un instante, poemas de largo aliento y prosa poética

Los poemas del fuego. Poesía volcánica, versos que son corrientes de lava, si bien la poeta, desde su torre singular, vigila su recorrido y sabe contener en esa “calma furiosa” que recuerda uno de sus poemas, “Ojos de testigo”. Sin ser Aleyda Quevedo una loba de las letras, ni una apóloga del desenfreno y de la desmesura, escribe poemas que son gritos, llamadas de rebeldía. Es la transgresión contenida que origina turbias bellezas, como quería Bataille. La animalidad no es para Aleyda un escándalo, sino aquello que fuimos en nuestros orígenes y que afortunadamente seguimos siendo: “Al filo de la lujuria / contemplaba al animal ciego / que habita tu piel / ánima profunda / que debía partirme” En la poeta alienta con profundidad el brío, la respiración lírica. En ella, en su idiolecto, en los poemas recogidos en la antología, en sus poliestrofas, se descubren las furiosas fuerzas del frenesí que hace explotar la pasión. Es la mujer salvaje y telúrica “que estalla / como todos los fuegos” que arde cuando el  “insurrecto cuerpo” amado, tal como tigre, aparece en la habitación. Y que invoca a la lluvia para tener consciencia de su pasión: “Que empiece  a llover / para saber / de todo aquello / que me enciende”.
   Este clímax explosivo halla su más perfecta enunciación en una de las estrofas del poema “La opacidad del desierto”: “La naturaleza del sexo y el amor / son de origen volcánico / reptiles de sílice / que se desdoblan / para escapar con el viento / en la más absoluta promiscuidad ”.
  
Sensorialidad. Ese deseo que llama al deseo, ese deseo femenino “que suele ser comparado con la vida sexual de las plantas” se manifiesta primordialmente a través de la sensorialidad, a través de los cuerpos. La escritura, la poesía en primera instancia, es cuerpo, cuerpo significante e interpretante. Quizás por eso Aleyda Quevedo le hace caso a la pensadora Hélène Cixoux que le pide a las mujeres que escriban sobre su cuerpo. Transformar el cuerpo entero, convertirse en mirada, como también escribió la poeta iraní Yalal ud-Din Rumi. Celebra pues la poeta, en un rito esencial, la carnalidad. Un cuerpo en el centro de la nada. Ser un cuerpo, recorrerlo, asumirlo desde una perspectiva vital concreta, desde la mirada femenina que diluye el cuerpo, objeto de posesión alienante, y reclama una entrega total al amor correspondido.
   En esta línea exaltadora de la sensorialidad corporal, el yo poético perfuma los senos con carbón, porque es un cuerpo que arde en deseos, uno de los rasgos profundos constitutivos de la naturaleza mamífera, y sobre todo humana. Somos depositarios de una verdadera erupción psicoafectiva, de excitaciones integradas que no se reducen a la anulación de una tensión mediante el clímax. El eros en el homo sapiens sapiens no quedacircunscrito al período del celo; invade todas las estaciones y regiones de su cuerpo, incluidas nuestras imágenes, y llega a impregnar las actividades intelectuales más sublimes. De ellas y de nuestros fantasmas surge la poesía. Es por ello que muchos poemas de Aleyda Quevedo cantan al cuerpo, celebran la carnalidad sexual: “La noche ha dado la señal / los animales de tu cuerpo / están sobre mí / inquietos por empezar. / Se vuelven en mi contra / y al final del vientre / construyen un anillo de fuego / que estalla / como todos los fuegos”. Es el cuerpo amalgamado, a través de la sensorialidad, con lo telúrico, con los principios y elementos de la naturaleza. Lo expresa, con suprema belleza, uno de los poemas más largos de esta antología que no lleva título: “Cortadas a media noche / las flores de verano iluminan la habitación del hotel. / Las de color naranja excitan / hasta afectar / en esa zona que las mujeres confunden con: / deseo, / desgarro, / defectos. / Las flores fucsia y las excesivamente moradas / distraen y llegan  a enervar. / Pero estoy húmeda, / lista para la noche en este hotel del mundo. / Piso un jardín de intimidades. / A las ramas verdes del follaje / las chupo una por una.”
    Un canto al cuerpo que se reitera en muchos otros poemas, versos y estrofas: “Soy mi cuerpo / atrapado por partículas /  de otros cuerpos (…) Cuerpo fresco / tendido en la cama / como limón al filo / de la ventana”. Corporalidad también doliente y enferma y de cuya situación la voz poética es consciente: sabedora de que llegará a la nada: “Mi cuerpo / su cansancio y su vómito / Cuerpo enfermo y recuperado / como el filo quebrado de un vaso / que corta y aún contiene agua pura”.
   No es extraño, por consiguiente, que la sensorialidad haga brotar torrentes de sinestesias, de cruzamientos de esferas sensoriales, de metáforas, metonimias, paráfrasis… Y una tópica amatoria de profundas raíces. Porque el cuerpo es una de las máximas fuentes emisoras de símbolos (Roland Barthes). Por esa misma razón, como medio comunicativo, se transforma en objeto semántico y deja de ser el gran sacrificado de la historia (Severo Sarduy). Es por consiguiente muy oportuna la referencia que sobre la presencia del cuerpo en uno de los poemarios de Aleyda Quevedo, Soy mi cuerpo, hace un periódico ecuatoriano.
    Otros topoique la poeta cultiva con acuidad son, por ejemplo, los que corresponden con las imágenes del vivir humano, su conexión existencial. Pero Aleyda Quevedo, en su uso poético, desautomatiza este topos tan socorrido, y hace del mismo algo personal, creador y novedoso. Abundan los poemas de textura claramente existencial, construidos, como digo, con marcas propias y con materiales  de clara belleza. Con interrogantes sobre la propia identidad, con el peso, y a veces con la pesadilla, de la memoria. Y en los que la voz poética anda a la búsqueda de sí misma, de su más profunda médula, a través de varias vías e itinerarios: las vías de un cuerpo encendido, de las entrañas viscerales, de los líquidos íntimos. Y aunque  a veces  inquiere sobre su propia existencia, se mira y no alcanza a descifrarse. Solamente acierta a decir que es “Tal vez la mujer de senos de ámbar / y pies helados que escribe versos / para reconfortarse”. Mas la feminidad, la perceptiva femenina, igualmente desautomatizada, es clara y rotunda; una identidad femenina que se construye en comunión con las mujeres del mundo. “Fragmentada en mil mujeres / bajo la memoria de la salamandra / soy Ellas y Yo / con un poco de hombre que se disuelve / y se aferra a mi indivisible identidad”.

Memoriosa. Poemasque también apelan a la memoria: el rescate del abuelo Orlando, “inseparable de mis miedos”. El diálogo intertextual con Cavafis, con Alejandra Pizarnick (“Son los restos de Alejandra Pizarnick / que descansan en mi territorio”). La evocación apelativa de Olga Orozco (“Sacerdotisa / nocturna y peligrosa / con el candor / del ave negra emerges de los muertos”. Mas es especialmente en la seis secuencias del poema rimado “Dos encendidos -por si mismo todo un poemario-, donde la función recordadora alcanza una inconmensurable intensidad. Una patopea que recupera la correspondencia amorosa entre Simón Bolívar y Manuela Sáenz. Un canto / retrato, con mil modulaciones, en el que la fuerza y las rosas de Manuela -“mi quiteña del viento”- turbarán al hombre de mil batallas.
   No solamente la vertiente existencial que provoca que la voz poética se exponga con toda el alma al abismo, me convence de que no pocos poemas de Fuego en el fríoejecuta una función de verdad. Porque es verdadera poesía, la lírica de Aleyda Quevedo asume operaciones quizás abandonadas por la filosofía; y las hace inteligibles, más accesible y estéticamente  más próximas no solo a la cabeza; también al corazón y a los sentidos. Con Alain Badiou, con María Zambrano, con Giorgio Agamben, creo que hay un enlace entre poesía y filosofía. Y en ese sentido, la poesía de Aleyda Quevedo crea sendas nuevas de pensamiento y significaciones.
   La tonalidad versal no es uniforme. Un componente melódico intenso en general, más sin descoyuntarse como un tornado. Es “la calma furiosa” a la que he aludido. Hay poemas, no obstante, en los que la fuerza pasional cede su sitio a un tono mucho menos ardoroso, y en ellos prima una fluencia más pausada: el volcán versal se transforma en suave sinfonía, en linfa de contenidas pasiones, en luces melancólicas y reminiscente, sin que por ello sea la poeta la mujer que mejor llora, la gran endechadera.
   Lo mismo cabe decir de las formas poéticas. El vitalismo de la poeta se expresa también a través de la riqueza formal de su obra. La antología combina poemas muy breves, con otros que ocupan varias páginas: producciones rimadas con versos libres y semilibres. Con ellos construye Aleyda Quevedo verdaderos poemas que, por ser tales, siempre tienen forma. Poemas que a veces son incluso “Oración”, esa forma lírica en la que la voz poética se dirige apelativamente a un Tú transcendente. También poemas escritos en prosa, aunque muy alejados de la posmoderna característica transgresora y deconstructiva  de los géneros literarios.
   Fuego en el frío nos permite acercarnos a la palabra hecha cuerpo, rodeada por un aura de sensualidad y erotismo que tienen un amplio abanico de versos, alejados de la vie en rose, que se intercomunican y nostrasmiten fuegos, olores, arañazos de pasión, delirios que queman, búsqueda de la felicidad, voces convertidas en agua, el último baile, memoria de los besos fuertes, lobos negros, carne dulce, ojos inasibles, dulces juegos, el fulgor del deseo, humedad salival hecha angustia. Igualmente, también grandes dosis de amor que nos permite visitar decenas de veces las tumbas de los muertos, fidelidad a la lengua, horizontes utópicos. Versos para sobrevivir, para percibir el universo con su inconmensurable carga de sonoridad y significados. Revelación capaz de convocar multitudes. Y entonces no todo está perdido, como escribió Carlos Monsivais

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Aleyda Quevedo Rojas
Selección de poemas

TIGRES EN LA HABITACIÓN

“Un mundo de agua
me recorre como navaja
igual que tu insurrecto cuerpo
cuando me hace arder
y los tigres aparecen en la habitación
al acecho de la carne
Qué necesaria
es esta navaja
que aún cuando no estoy desnuda
me humedece.”
…..

PARA OLGA OROZCO

“Una noche de dunas
te ha sido destinada;
no dormirás sintiendo
la oscuridad
repitiendo
todos sus posibles nombres
con la nuca tensa
vestida de rojo
Verdugos y carceleros
comen tus huesos
El cuchillo
que viste desde niña
siempre fue para ti
como los seres
que crujen
bajo la cama
reclamándome sus angustias
Lo leo en tus cartas
contra ellas nada vale
y son ellas lo sensorial
La muerte
viene siguiéndote
desde mucho antes
de la cartomántica
Sacerdotisa
nocturna y peligrosa
con el candor
del ave negra
emerges de los muertos
y cantas a los seres gatos que
se lo juegan todo
a cambio de los oculto.”

……

LA NOCHE BLANCA

“En un inmenso hospital
un cuerpo vestido de espinas

Soy virtualmente la virgen del desierto
estampa desmayada sobre el miedo

Nada más yo
con las manos llenas de clavos calientes
caminando descalza entre las dunas

Un inmenso hospital en un desierto blanco     

De mi boca sale el mensaje divino
pero aquí nadie me oye.”

…..

ARRANCO TODAS LAS FLORES DE MI CUERPO
para ofrecértelas, Señor.
Allá voy, más desnuda sin las diminutas flores
del torso, más desvestida que nunca
sin las dalias que crecían en la espalda.
Voy saltando las piedras ciegas de la desdicha
y el viento me ayuda a alcanzar la arena.
Señor de las Angustias, todopoderoso mío,
me despojo incluso de la flor pasionaria
y de la corona de heliconias que adorna mi pubis.
Desnudísima, para entregarme a ti,
sin los lirios de la nuca o los girasoles de las nalgas,
pulcra, tal vez insondable isla de misterios
Y no más rosas, ni margaritas, ni violetas
encandiladas en mis senos. 
Limpia estoy, vuelta promesa.
Brillante y sola para entregarme a ti
sin las astromelias del sexo, 
sin la flor azul del corazón.”

…..

ÁMBAR

“Enjambre de agua, eterna en su no huella. Duda líquida y abierta al fluir. Profunda inmersión del goce. Arriba o abajo, el lugar de los dos, aunque nada de eso importe ahora que tomamos el baño perfumándonos con esta resina. Entrar en tu cuerpo y encontrar el ámbar, un ejercicio de buceo sin el equipo adecuado. Da igual si estás arriba y yo abajo, o los dos suspendidos en el agua tibia y azulada de la tina pulida. Lisura de mi piel. Relieves en tu cuerpo. Flemas transparentes de un árbol sin nombre. Espuma que torna sinuosos dos cuerpos que no saben de dónde vinieron para encontrarse. Romero y pétalos perfumando el agua ya casi fría del vidrio molido que lo torna todo de un verde que erecta. Norte en tus pulmones y el sur queda debajo de mis axilas. Porcelana y fibra de vidrio, líquenes blancos y algo de aire alcalino que llega desde otra profundidad. Dos cuerpos secan al sol incalculables gotas. Los dos se miran sabiendo del fulgor del ámbar. Teoría y práctica furiosa de un hallazgo sobre la piel que saca humores gélidos del corazón.”

*Aleyda Quevedo Rojas, nota biobibliográfica:
   Poeta, periodista, ensayista literaria y gestora cultural, (Quito, Ecuador, 31 de enero de 1972). Ha publicado los libros de poesía: Cambio en los climasdel corazón (Quito, 1989, Editorial Universitaria, Colección Taller), La actitud del fuego (Lima, 1994, Ediciones de los Lunes), Algunas rosasverdes (Quito, 1996, Sistema Nacional de Bibliotecas), Espacio vacío (Quito 2001 Línea Imaginaria y Venezuela, 2009, El Perro y la Rana), Soymi cuerpo (Quito 2006 y 2016, LIBRESA), Dos encendidos(Venezuela 2008, Monte Ávila y Quito, 2010, Fondo de Salvamento), La otra, la mismade Dios (Quito, 2011, Línea Imaginaria), Jardín de dagas (México D.F., 2014, PRAXIS y La Habana, 2016, La Torre de Papel); y las antologías de su poesía: Música Oscura (Andalucía-España, 2004, Cuadernos de Caridemo), Amanecer de Fiebre, (Guayaquil-Ecuador, 2011, La One Hit Wonder Cartonera) y El cielo de mi cuerpo (La Habana, Cuba, 2014, Instituto Cubano del Libro, Ediciones ORTO). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Jorge Carrera Andrade” en 1996. Ha representado a su país en los más importantes encuentros y festivales internacionales de escritores en Canadá, España, México, Argentina, Colombia, Nicaragua, Puerto Rico, Perú, República Dominicana, Venezuela, Francia, Cuba, Chile y Brasil. Ha sido curadora y coordinadora editorial de las antologías literarias: 13 poetas ecuatorianos, que reúne voces de poetas nacidos en los años 70 en el Ecuador y que fue publicada en Venezuela en 2008, por El Perro y la Rana; Mordiendo el frío y otros poemas del notable poeta ecuatoriano Edwin Madrid, 2010, publicada en Ecuador por LIBRESA y en Cuba por Casa de las Américas-UNIÓN; Hacer el amor (humor) es difícilpero se aprende del reconocido escritor Fernando Iwasaki, 2014, con el sello Oriente de Cuba; y La música del cuerpo del maestro Eduardo Chirinos, 2015, Línea Imaginaria. Es coordinadora editorial del sello independiente Ediciones de la Línea Imaginaria que tiene en su catálogo 29 volúmenes de poesía. Colabora con revistas de cultura y literatura del continente. Ha sido traducida al francés, inglés, hebreo, portugués, sueco e italiano. Mantiene una intensa actividad como gestora cultural. Trabaja como consultora especializada en temas de artes y educación superior, comunicación y marketing cultural y políticas culturales. En noviembre de 2016 aparece en Francia la edición bilingüe de su libro: Jardín de Dagas, traducido por el poeta y traductor francés Rémy Durand, con el sello Villa Cisneros, y el auspicio de la Alianza Francesa del Ecuador.

"ANNA": DISTOPÍA EN UN MUNDO SIN ADULTOS

$
0
0


Anna
Niccolò Ammaniti
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 293 páginas

   Desde los estudios de biología que realizaba hace veinticinco años, Niccolò Ammaniti derivó hacia la literatura; y hoy en día es uno de los narradores más prestigiosos no solo en Italia, sino también en Europa. Un escritor de éxito con novelas llevadas al cine (No tengo miedo y Tú y yo, dirigida por Bertolucci). Participó en la famosa antología de Eunandi, Gioventù Cannibale(primera edición en 1996). El pasado año publicó en la misma casa editora Anna, que ahora nos llega en español de la mano de Editorial Anagrama.
   Annaes ficción distópica, la representación de un mundo apocalíptico, poblado solo por niños huérfanos, que el autor coloca en un futuro muy cercano, el año 2020, y en un lugar inhóspito, como suele hacer en la mayoría de sus narraciones. En este caso, una Sicilia en ruinas, un mundo devastado por la Roja, un virus mortífero que, aunque incuba también en los adolescentes, solamente se convierte en enfermedad mortal en los adultos. Los adolescentes desarrollan la enfermedad al alcanzar un determinado umbral hormonal. Una enfermedad desconocida que asola el planeta. El marco espacial donde se inicia y desarrolla la mayor parte de la acción es Sicilia. Hasta esta región de la Italia insular, llega el virus proveniente de Bélgica, y la familia de Anna, la protagonista principal, es barrida del mapa junto con millones de adultos. Sobreviven los huérfanos Anna, una niña de trece años y su hermano Astor de cuatro. En ellos,, igual que en otros niños, el virus permanecerá escondido y dormido, pero despertará al hacerse mayores, y también ellos engrosarán el registro de los muertos. Por esa razón, el mundo se ha transformado en un desierto apocalíptico: viviendas vacías y abandonadas, tierras calcinadas, tiendas saqueadas, basura y destrucción. Sin adultos que impongan orden y sirvan de guía para los niños que, organizados en feroces hordas de desarrapados, recorren Sicilia, asaltando viviendas, negocios o cualquier lugar donde sospechan que puede haber algo para comer o agua para beber. Un escenario pues de silencio, hambre, horror, con manadas de perros transformados en máquinas de matar.
   En este contexto espacial, coloca Ammaniti a Anna, la protagonista principal de la novela que, con uñas y dientes, intentará sobrevivir junto con su hermano Astor. Su único apoyo es un cuaderno donde, antes de morir, su madre anotó las Cosas Importantes que consideraba imprescindibles para la supervivencia en un mundo donde la única ley que rige es la del más fuerte. Circulan extrañan teorías y leyendas para inmunizarse y curarse de la Roja, como quemar a la Picciridduna y comerse sus cenizas. Pero de lo único de lo que Anna tenía absoluta certeza era su visión de miles de adultos, entre ellos sus padres, convertidos en montones de huesos. También estaba segura de que nadie había superado los catorce años sin desarrollar la enfermedad. Y ella tiene trece, pero sospecha  que en el continente hay mayores que han sobrevivido.
   Es la esperanza de que, al otro lado del Estrecho, el mundo se mantenía como antes; sobre todo que la gente no se moría a los catorce años. Por eso, junto con su hermano, decide cruzar el mar. Pero antes, con la ayuda de Pietro Serra, coprotagonista importante de la segunda y tercera parte de la novela, tendrá que encontrar a Astor y rescatarlo de la banda de niños azules y del montón de huesos humanos entre los que reside.
   Calabria es el continente; quizás no es distinto de la Sicilia asolada por la epidemia, quizás tampoco allí haya Mayores, pero el novelista hace que, para los hermanos, represente el horizonte de esperanza para seguir adelante. La utopía que renace en el fragor de un mundo distópico gobernado por la muerte. Y lo es especialmente para Anna que un día, después de su cumpleaños y tras la lucha con un pulpo, descubre que su vagina aparecía empapada de sangre marrón. Es el estrangulamiento de las reglas biológicas: la llegada de la menstruación que representa la fertilidad y por consiguiente la vida, se transforma en la señal de que la muerte acecha y está próxima.
  Anna es a la vez la historia de un largo viaje, de una odisea huyendo de la muerte a través del infierno de un desierto de casas vacías y de bandadas de niños asalvajados y canibalizados con tal de subsistir. Y a la vez, una novela de formación, de iniciación a la vida, especialmente para Anna que, en la arriesgada huida del virus, experimenta la llegada de la pubertad con sus reclamos hormonales, en este caso un anuncio fatídico de la pronta llegada de las manchas escarlatas del virus. Y la experiencia del amor entre la desolación y la barbarie, si bien solamente sabrá de verdad lo que es cuando se lo arrebaten (“El amor es sentir la falta”, página 263). Ella pierde la inocencia, pero se encuentra a sí misma, y llega a comprender que la vida no es sino una interminable serie de esperas.
   En la novela, Niccolò Ammaniti le da rienda suelta a una de sus obsesiones: la presencia de los perros. Manadas de perros salvajes que persiguen a la protagonista; el perro negro en cuyas pupilas “había un estupor casi humano”, una fiera ansiosa de beber la sangre de Anna, y que, sin embargo, como custodio de la libertad, irrenunciable para el ser humano y símbolo de un poder silencioso, será salvado por la adolescente en medio de las corrientes marinas del Estrecho, convirtiéndose con sus siete vidas en una especie de ángel custodio de los hermanos.
   Es preciso reconocer, en el haber de la narración, una exposición cimentada en la claridad, una fuerte y bien lograda caracterización de los personajes, un inestimable retrato realista del apocalipsis. Mas en el debe de Ammaniti, anoto la sobreabundancia de secuencias secundarias, de detalles que aumentan el número de páginas, pero hacen disminuir la tensión dramática de la vecindad de la muerte. Y como mérito o demérito es preciso hacer mención a la relación que establece el texto de Ammaniti con muchas otras novelas, especialmente con El señor de las moscas de William Golding y con La carretera  de  Cormac McCarthy. Hay un cambio de protagonistas. En el relato de Ammaniti son dos niños huérfanos, mas la situación y el contexto son muy semejantes: un territorio asolado, un yermo de la civilización y con la muerte llamando a la puerta, precisamente cuando llega la hora de la vida.

Francisco Martínez Bouzas

Niccolò Ammaniti
                                               
Fragmentos

“Pasó junto a una fila de automóviles que tenían los cristales rotos. Estaban cubiertos de ceniza y alrededor crecían hierbas y trigo.
El siroco había arrastrado las llamas hasta el mar dejando tras de sí un desierto. La tira de asfalto de la autopista A29, que unía Palermo con Mazara del Vallo, partía en dos una extensión de tierra muerta en la que se alzaban troncos negros de palmeras que parecían de metal y algunas columnas de humo. A la izquierda, más allá de de las ruinas  de Castellammare del Golfo, se veía un mar gris que se fundía con el cielo. A la derecha, una serie de montes bajos y oscuros flotaban sobre la llanura como islas lejanas.
Un camión volcado obstruía la calzada. El remolque había destrozado la mediana y lavabos, bidés, tazas de váter y cascotes de cerámica blanca se habían esparcido en muchos metros a la redonda. La chica pasó por en medio.
Le dolía el tobillo derecho. En Alcamo, había abierto a patadas la puerta de una tienda de comestibles.”

…..

“En los últimos cuatro años, Anna había visto a muchos niños llenarse de manchas y morir. Encerrados en un trastero oscuro, en un coche, como aquel perro, al pie de un árbol o en una cama. Luchaban, pero al final todos, sin excepción, comprendían que era el fin, como si la muerte misma se lo hubiera susurrado al oído. Conscientes de ello, algunos aún sobrevivían un tiempo, otros no lo descubrían hasta un instante antes de expirar.
La mano de Anna, casi por voluntad propia, acarició la frente del perro…”

…..

“Entraron en la ciudad silenciosa. Nada se había librado de la furia devastadora. Ni tiendas, ni edificios, ni pisos. Todas las puertas habían sido forzadas, todas las cocinas saqueadas, todos los armarios abiertos. Los cuadros habían sido tirados al suelo, los cristales rotos, los platos hechos añicos. Algunos barrios parecían bombardeados. Lienzos de pared resistían como escollos en medio de montones de escombros que invadían las calles y sepultaban los automóviles. Vieron los restos carbonizados de dos helicópteros que se habían estrellado.
Cuando llegaron al mar, tuvieron que pasar por encima de barricadas de muebles y contenedores de la basura sobre los que ondeaban jirones deshilachados de banderas negras. Nadie parecía haberse salvado. Y si alguien se había salvado, ya no estaba allí. No había perros ni gatos. Los únicos seres vivos que se veían eran chinches verdes que formaban pelotas vibrantes de patitas y le saltaban a uno a la cara y al pelo.”

(Niccolò Ammaniti, Anna,páginas 18, 65, 205)

"PARA VOS NACÍ": SOLA PERO VISIBLE ENTRE HOMBRES

$
0
0


Para vos nací
Espido Freire
Editorial Ariel, Barcelona, 2016, 2ª edición, 324 páginas

   En el quinto centenario del nacimiento de Teresa de Cepeda y Ahumada, la escritora Espido Freire asume, en Para vos nací. Un mes con Teresa de Jesús, el reto de acercar la existencia vital de esta mujer del siglo XVI a la sensibilidad de nuestro tiempo. El libro de Espido Freire, estructurado en cinco semanas y treinta y un días (capítulos), analiza las diversas facetas de la mujer que es santa y doctora de la Iglesia, pero sobre todo mujer en una época y en un mundo en el que esta era invisible, privada como estaba de voz propia. A la autora de Melocotones helados le viene de lejos el interés por ciertos personajes femeninos, dotados de una vida fecunda y quizás controvertida como Jane Austen o las hermanas Brontë. Y lo hace, en este caso, desde el filtro del agnosticismo, mas con el propósito de que sus páginas sean una nueva forma de ver al personaje y darle vida en nuestros días.
   El libro de Espido Freire puede leerse en un orden distinto del propuesto por la autora. Ella inicia su acercamiento a Teresa evidenciando las dificultades que una mujer del siglo XVI tenía para ser tal en un mundo de hombres: no debía ser vista ni oída, su visibilidad quedaba acotada a ser cristiana, pero desde un status de mosquita muerta. Las diferencias genéricas en el siglo XVI eran abismales: un insignificante número de mujeres letradas, y con una institución, la Santa Inquisición, uno de los grandes temores de Teresa junto con el infierno, acechando herejías, meras discrepancias o interpretaciones que no se ajustaban a la ortodoxia de la Contrareforma tridentina. La mano de hierro de la Inquisición reprimió ferozmente a luteranos y a aquellos religiosos y religiosas que pretendían buscar a Dios por otras vías, por el camino de la mística; la de los “alumbrados” en la versión española con varias “betas” salvajemente torturadas porque  pretendían seguir un camino propio de comunicación con Dios y crearse su propio universo religioso, muchas veces contaminado por la locura o excesos sexuales. En esos terrenos sumamente delicados, se tuvo que mover Teresa Cepeda. Corrían además malos tiempos para aquellos que deseaban mostrar su talento o adquirirlo.
   En la recuperación de su personaje, Espido Freire analiza la posibilidad de que Teresa fuera víctima de enfermedades mentales. No cabe duda de que fue una enferma de espíritu, tal como se definía en su tiempo: gran inestabilidad psicológica, somatizada intensamente en forma de éxtasis: alucinaciones, crisis de felicidad, quizás brotes epilépticos. Obsesionada además desde niña con las llamas eternas del infierno y con el miedo familiar -una familia de conversos- a la Inquisición. La escritura será una de sus terapias, una herramienta de curación.
   Entre los capítulos más interesantes y sugestivos del libro, anoto “Teresa y el cuerpo”, “Teresa y el erotismo”, “Teresa y la muerte” o “Teresa y la literatura”. Teresa de Ávila, no obstante admirar a determinados eremitas, nunca se dejó llevar por penitencias extremas, ni permitió que lo hicieran sus monjas. Sin ser objeto de especial atención, llega a ufanarse de su cuerpo, el cuerpo de una mujer hermosa, llegando incluso a la coquetería en ciertas etapas de su vida. Entre interrogantes queda la posibilidad de que Teresa llegara a conocer alguna faceta del sexo. Con uno de sus admiradores “estuvo a punto de perder la honra”, razón por la que su padre la interna en el convento de la Encarnación, sin que eso  a priori estuviera entre sus planes. Un cuerpo finalmente despedazado y desperdigado por medio mundo.
   No fue Teresa una erotómana, a pesar de las manifestaciones amorosas que salpican sus escritos, y de sus intensos apasionamientos. En un tiempo en el que el catolicismo anatematiza el amor y el sexo fuera del matrimonio e incluso dentro de él se aconsejaba días de castidad y huir de la “delectación”, Teresa comprende que debe liberarse de cualquier pasión ya que eso la alejaría de Dios. La salida que halla Teresa es la sublimación a través de la mística: siempre que sea por el amor a Dios, el corazón puede latir de forma intensa e incluso desordenada. Una experiencia capaz de proporcionar un placer intenso y un “dolor sin fin pero exquisito” (página 120).
   En un tiempo en que las Ars moriendi son muy populares, Teresa propone un método distinto de aceptación de la muerte: no solo era un acontecimiento ineludible, sino que no llegaba demasiado pronto. Por eso Teresa concibe la muerte como el gran momento ansiado de unirse a Dios.
   En la sociedad española del siglo XVI con un alto porcentaje de analfabetismo, y con la decisión y el consenso de que las mujeres deberían continuar siéndolo, parecía intolerable que una mujer se atreviese a hablar en público, a escribir y publicar. La condición e incluso virtud que mejor le sienta a la naturaleza femenina es el silencio. Teresa, sin embargo, aprendió a leer a temprana edad y pronto descubrió que una de sus pasiones se encontraba en las letras. Siendo niña se inició en la literatura con la escritura, junto con su hermano Rodrigo, de un relato de caballería: El caballero de Ávila, deudor del Amadís de Gaula. Ya en su edad adulta, el gran placer de Teresa será la escritura, una escritura automática, en la que la pluma volaba, en el decir de las monjas. El Libro de la Vida será su primera obra como adulta. La seguirán Camino de perfección, Desafío espiritual, las Fundaciones, Las Moradas… Una escritura cimentada en un estilo “táctil, sensual, inmediato”, y en una simbología fácilmente reconocible, expresión de su gran riqueza interior.
   Un mes con Teresa da mucho de sí. En treinta y un capítulos, casi todos ellos muy jugosos, Espido Freire traza, no la biografía de la Santa, sino un retrato de la personalidad de una mujer ambivalente y poliédrica, contextualizándolo en su época en la que se convierte en un personaje rebelde, sospechoso, discrepante con el espíritu del tiempo. Y lo hace transitando, aunque sin forzar situaciones, desde el siglo XVI al actual, con no pocas comparaciones con personajes y acontecimientos de nuestro hoy. Todo ello aderezado con un estilo de prosa cercano; una escritura basada en el sentido común y en la empatía entre el personaje perfilado y la dibujante que, en este caso esboza y colorea con el lápiz y los colores de la palabra.

Francisco Martínez Bouzas
Espido Freire

                                            Fragmentos

“Como los albigenses o cátaros varios siglos antes, también existían corrientes consideradas heréticas que propugnaban diversas reformas o el regreso a una Iglesia más inmediata o transparente. Teresa se movió ahí en varias ocasiones en terrenos muy delicados, porque su propia reivindicación de una austeridad mayor para sus carmelitas podía ser malinterpretada. Con el protestantismo en auge -y sus versiones patrias, como la de los alumbrados-, cabe entender las precauciones con las que ella, y quienes la querían, se movían.
Los alumbrados no pretendían ninguna estafa religiosa, sino una comunicación distinta con Dios; era un movimiento místico que procedía de algunas ramas franciscanas y que encontró particular acogida en Castilla, sobre todo entre algunos nobles cultos e insatisfechos. Cuestionaban la autoridad de la Iglesia y el que se pudiera ganar el cielo a través de lo que no se encontraba en la Biblia, sino que eran invenciones del clero. Su entrega a Dios era personal, absoluta, y en ocasiones eran favorecidos, como Teresa, por visiones y éxtasis.
Cuando la Inquisición volvió sus ojos a estos grupos rebeldes, Teresa era una niña. En torno a 1525-1530 fueron torturados o apresados la mayoría de sus líderes, entre ellos Pedro Ruiz Alcaraz, las beatas Isabel de la Cruz y María de Cazalla y varios otros defensores del trato directo con Dios. La Santa, por lo tanto, conocía bien esa derivación y huía de ella como de la peste.”

…..

“Teresa se atreve, en un alarde muy mal visto de originalidad, a gritarle a su entorno, misógino, conservador e inmovilista, que ya no necesita que la guíen, que ella sola puede marcarse el camino y además, indicárselo a otras. No contenta con eso, decide recuperar unos rigores para la vida y la oración que muchos consideraban una muestra de fanatismo, y otros, un reproche para quienes disfrutaban de riquezas y comodidades eclesiásticas. Y lo que es más, todo eso proviene de quien, desde hace años, es la comidilla de Ávila  por sus visiones y sus levitaciones, una monja quisquillosa y que ha cambiado tantas veces de confesor que posiblemente no tenga claras ni sus ideas ni las de la Iglesia. Además, ¿no es de sangre conversa?”

…..

“Vi a un ángel que se hallaba a mi lado de forma humana (…) El ángel era de corta estatura y muy hermoso, su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego (…) Llevaba en la mano un dardo de oro cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía el dardo en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando lo sacaba me parecía que las entrañas se me escapaban con él y me sentía arder en el más grande amor a Dios. El dolor era tan intenso que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria que no hubiese yo querido verme libre de ella.” (Fragmento de la Transverberación, Libro de la Vida)

(Espido Freire,Para vos nací, páginas 45, 75-76, 120-121)
Viewing all 833 articles
Browse latest View live