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"EL TRIUNFO": HISTORIAS CANALLAS CONVERTIDAS EN LEYENDA

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El triunfo
Francisco Casavella
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 162 páginas.

   Sea realidad, leyenda urbana o quizás simplemente literaria -en las que con frecuencia se ornea más que en las urbanas-, lo cierto es que lo primero que figura en la biografía de Francisco Casavella, de nacimiento Francisco García Hortelano (1963-2008) es que se inició en la vida  adulta como botones, el último botones de La Caixa, y que empleaba más de dos horas en realizar un encargo en el que consumía no más de diez minutos. En el resto del tiempo callejeaba y le tomaba el pulso a los barrios de Barcelona, comenzando por el Poble Sec de su nacimiento y sobre todo al barrio del Raval, el barrio chino barcelonés. En la literatura se inició a los veintisiete  años precisamente con El triunfo. Antes había sido exclusivamente lector, primero de golosas revistas golfas, hasta que un día cayó en sus manos una novela de Juan García Hortelano que le pareció más atractiva que esas revistas que entretenían sus ocios. Para evitar equívocos con el autor de El gran momento de Mary Tribune, al que no le unía ningún parentesco, firmó su primer libro como Francisco Casavella. Y como tal agitó los cimientos de la literatura española, porque sus obras, especialmente la trilogía El día de Watusi(2002-2003), mas también El triunfo o Lo que sé de los vampiros (Premio Nadal en 2008) convirtieron a Casavella en una figura icónica por su huida del tedio, de la pesadez, la pedantería,  por su lenguaje desacralizado y por su estrategia a la hora de amalgamar los barrios altos y bajos barceloneses, y reflejar la vida canalla con ojos de pícaro que aprehende la realidad hostil de la existencia, tantas veces oculta por apariencias lujosas o encubiertas.
   El trinfo (1990), ahora reeditada por Anagrama, fue la primera piedra de un gran fresco social de la España de la Transición. Una novela poliédrica, cercana a lo coral, ambientada en el Barrio (el barrio chino barcelonés) por donde deambulan prostitutas, drogadictos, pícaros y perdedores, negros y moros, gitanos y rumberos. Y sobre todo, hampas. Un barrio de supervivientes en el que manda un ex legionario, el Gandhi, en lucha sin tregua por el control del territorio, no solo con la pasma, sino también con grupos rivales.
   En constante entrecruzamiento, un grupo de monipodios formado por el Nen y sus amigos el Tostao, el Topo y Palito, cuya sisa, su actividad picaresca, no es que esté muy estructurada: se contentan con ser amigos de el Gandhi, quieren triunfar como rumberos, que no los metan en la casa de la Abuela, un invento del ex legionario para meter en vereda a la basca.
   Relata la historia Palito, como si testimoniara ante un juez ausente. Los tres siguen a pie juntillas al Nen, señorito y chinorris, que un día descubre los motivos y circunstancias de la eliminación de su padre, el Guacho, del que se recuerdan sus triunfos  como cantante de rumbas, y el papel que en esa desaparición tuvo su madre, la Chata, en relación sentimental o sexual con el ex legionario. Y ahí empieza el Nen a descartillarse. Ese tinte hamletiano funciona como verdadera trabazón de la novela y como telón de fondo de un callejeo en el que los miembros del séquito monipódico acompañan al Nen en el sakesperiano ajuste de cuentas. Llegan así los días chungos de verdad, y Palito, el Tostao y el Topo consideran que han ganado porque en aquel barrio se trataba de seguir con vida, aunque se rieran de ti. “Y yo he ganado…Porque me pellizco y me duele y estoy vivo…” (página 162).
   La mirada afilada y sin concesiones, la sonrisa entre amarga y socarrona -así definió Juan Marsé a Casavella- le brinda al lector una verdadera galería de historias barriobajeras, las pequeñas y grandes tragedias urbanas, rebosantes de violencia. Es paradigmática la ejercida sobre diez negros que encuentran flotando en el puerto con cabezas convertidas en pelotas envueltas en papel de periódico. Relato por el que circula una retahíla de personajes: yonquis babeantes, colonquitos tristones, lumis feas por la mañana, pero por la tarde “les encontrabas un vicio”, asesinos despiadados, pero que en el relato de Casavella casi provocan la risa: tal es el Naranjito al que llamaban así porque cuando le mandaban cargarse a un tío, dejaba su huella: comía una naranja delante del fiambre y luego esparcía las mondas alrededor.
   Casavella, no obstante los tintes hamletianos, emplea una hábil estrategia narrativa: lleva al lector de forma coherente hacia su propia historia ramificada en mil escenas que producen esa visión poliédrica. Tampoco son un estorbo los fragmentos del cuaderno “Bribia” que recupera, con un cambio de ritmo narrativo y de registro, buena parte de la historia atormentada del Gandhi.
   El estilo de la prosa, basado en un monólogo confesional, acorraló y sigue acorralando a Casavella con etiquetas de escritor maldito porque fue capaz de convertir la oralidad marginal en prosa literaria excepcional: el argot las jergas de los chíos de la mala de los años 90 sustentan esta novela. Casavella quiso que el lenguaje de los personajes los definiera. Añádase a todo esto las expresiones de un peculiar estilo desacralizado. Sirva lo siguiente de ejemplo: “…porque puestos a largar, largo y ya está” (página 46), “…y se agarra un descantille que no veas” (página 48)

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Francisco Casavella

Fragmentos

“Llegamos, Palito, me decían, y todo son luces y una música que parece una tormenta, que retumba en todo el baile (y eso que el baile es grande) y te pega en el estómago como si le hubieras hecho algo y se te cuela como grillos en las orejas. Y allí todo el mundo baila y se mueve y siempre te aparece el típico notario vacilón pidiendo bronca. Pero pasando, por lo menos al principio, porque Palito, nen, hay unas chavalas que te ponen a mil con las camisitas blancas por encima del ombligo y los pantaloncillos negros esos que han salido ahora, pegados a las cachas y al bul que te pones ciego con el meneo, ciego perdido, Palito, y tú vas allí y este cabrón (el cabrón era el Dátil) que se llevó el otro día a una al cielo por lo menos, arriba de todo del baile y yo no sé qué le hizo que la quetedije  bajó más acalorada que una cafetera, hirviendo y casi llorando, que le harías, cabrón, lo normal, ya. Y ahí, te lo juro, el que corta el bacalao es el Nen, mariconazo que desde que toca la guitarra se harta de follar, que hacen cola las pavas, no veas, y las que están más buenas, que en cuanto mete un pie en la pista ya empieza el cacareo, Jaime, Jaime, Jaime, y a darle besitos en el morro y a las dos canciones ya se ha subido con una…”

…..

“Me imagino que usted querrá saber quién es la Susi, vamos, digo yo, porque si no lo quiere saber, yo se lo digo y usted se lo traga.
Usted la ve de buenas a primeras y dice: ¡Qué guerra va pidiendo esta chavala! Es así como rubia y tiene muy buena figura y una jeta como de nenita que no ha crecido que te hace dar un tembleque cuando piensas: ¿De dónde ha sacado la nenita ese cuerpazo? Que no parece que sea suyo, vamos. Y camina muy bien, con garbo, la tía. Pero cuando hablas con ella te da muy poco cuartel y para sacarle una sonrisa (y mire que le digo nada más que una sonrisa) tienes que dar saltos mortales lo menos o dejar que te atropelle un carro. Por eso, cuando no la conoces, te parece que, por lo callada y lo seria, la tía debe saber muy bien por dónde camina. Pero qué va,, es más tonta que bailar con un buzón, aunque con no hablar, todo eso que gana.
Pues resulta que a la quetedije el Nen le hacía su gracia de toda la vida, mucha gracia, diría yo: de eso nos dimos cuenta el Tostao, el Topo y yo hace tiempo. Y al Nen, como la tía le importaba un cuerno y sólo la veía cuando estaba el hombre con los nervios, pues que todavía la tía se le colgaba más y se ponía más tonta y se iba por ahí diciendo que el Nen era su novio y yo qué sé qué carajadas.”

…..

“Cuando yo llegué a este Barrio, ni era viejo ni estaba cansado: poseía la mente fría y despejada de un joven ambicioso al que no le hiere el dolor ajeno, porque observa la vida como una larga partida de naipes y exige sin contemplaciones, a todos aquellos que no tienen ni su ambición, ni su coraje, ni su inteligencia, que hagan gala de un discreto saber perder ante un empuje. Yo no disponía de la amplia tradición orgánica que poseen las razas meridionales y mi empresa no fue la reunión de unas cuantas familias, sino de hombres a los que se les exigía la lealtad militar de la que he hablado más arriba. La obediencia a esta ley única fue su grandeza y todos respondieron hasta la muerte como hombres. Una sonrisa morbosa brota de mis labios cuando reflexiono acerca de que, en realidad, lo nuestro fue un juego al que todos los implicados en esa empresa jugamos alegremente.
El Barrio al que llegamos era el reflejo exacto de nuestra ambición: carteles demasiado grandes para calles demasiado pequeñas. Parpadeantes rótulos luminosos, indios móviles, maniquíes disfrazados de cocineros, cubiertos de polvo, despellejados, demasiado grandes. Y en las calles más estrechas pululaba la gente en manadas, pelo abrillantado, sombreros descoloridos, tintes de pelo imposibles sobre estrambóticos cardados, gente que, sin excepción, miraba mal al extraño; forasteros que sentían sobre sus cabezas la ropa blanca de los balcones, moviéndose, entrelazándose según sentencia del aire como una sombra amenazadora.” (BRIBIA:CUATRO)

(Francisco  Casavella, El triunfo, páginas 17, 28-29, 75)

"SEISDOBLE": ENTRE LO DETECTIVESCO Y LA NOVELA NEGRA

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Nada sucio
Lorenzo Silva y Noemí Trujillo
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2016,  147 páginas.


El lado oscuro
Andreu Martín
Menoscuarto  Ediciones, Palencia, 2017, 182 páginas.

   La palentina Menoscuarto Ediciones puso a andar a finales del pasado año la serie SeisDoble.Una colección de narrativa detectivesca con no pocos elementos de novela negra, y que nada siguiendo el modelo de la serie editorial francesa Le pouple. Una colección basada en las aventuras detectivescas de una mujer joven y atractiva, Sonia Ruiz. SeisDoble aparece en la arena literaria como un proyecto muy ambicioso: distintos autores, de importante relevancia en la novela de investigación, irán ofreciendo diferentes casos y peripecias en las que participa Sonia Ruiz, con la “obligación” de enriquecer el perfil de la detective privada y el de otros personajes, mas respetando lo que ya hayan aportado las obras de escritores precedentes, partícipes así mismo en la serie. Un juego literario muy interesante, inaugurado por los escritores Lorenzo Silva y Noemí Trujillo que, en Nada sucioperfilan el primer caso de la detective Sonia Ruiz. En el pasado mes de mayo, otro primer espada de la novela negra española, Andreu Martín, prosiguió con El lado oscuro el juego literario de SeisDoble, que será desarrollado, por consiguiente, por una pluralidad de manos.
   En Nada sucio, Lorenzo Silva y Noemí Trujillo nos acercan, en efecto a Sonia Ruiz, con el primer caso de esta experiencia pionera en España. Una joven madrileña de Getafe, con la hipoteca de un piso por pagar y una ruptura sentimental -su novio la ha dejado- que le provoca una fuerte depresión, agravada por la imposibilidad de encontrar un trabajo remunerado, decide que, como nada tenía que perder, es un buen momento para inventarse un trabajo, montando una agencia de detectives al margen de la legalidad porque ella carece de la titulación de detective privado. Se anuncia en “el lado oscuro de la red” y pronto se le presenta el primer caso: una mujer que se siente víctima del acoso de su jefe, se convierte en su primera cliente. Con la ayuda de su vecino Pau, experto en ordenadores y nuevas tecnologías, hace que el cerdo acosador la deje en paz. Alejar al moscón. Eso sabemos hacerlo todas las mujeres, piensa Sonia. El éxito en este primer caso no le resultará fácil: se verá en la obligación de tener sexo con el erótico acosador, lo que no le desagrada porque llevaba tiempo sin hacerlo. Será así mismo víctima de otras agresiones, estas verdaderas y no tan placenteras. Mas con ayuda de las nuevas tecnologías, Sonia y Pau completan su trabajo y logran que el acosador canalla sea detenido, aunque Sonia nunca llegará a enterarse de los que pasó después. Eso simplemente cayó en las garras del olvido.
   
   Con El lado oscuro, Andreu Martín pone la segunda piedra de la serie. Es otra mujer la que acude a Sonia Ruiz, a la que contrata para que demuestre la infidelidad de su marido. Lo hará, pero descubre además que está sumergido en la ciénaga de actividades ilegales. Con esta historia confluye otra de Pau al que ya en la conclusión exitosa de Nada sucio pudimos leer que lo ficha el CNI, el organismo de espionaje español. El amigo y colaborador de Sonia se ve atrapado en una sucia y peligrosa trama de la que forman parte sus propios jefes.
   Ambas novelas se mueven por dos territorios emparentados: el de la novela detectivesca y la narrativa negra. El esquema detectivesco (orden-desorden-orden restaurado) es el hilo conductor de las dos entregas de la serie SeisDoble. La investigación y resolución del hecho delictivo, independientemente del método empleado, es el elemento estructurador de las tres historias. La novela de detectives no se adentra más allá. Sin embargo, tanto en Nada sucio como en El lado oscuro, el lector se encuentra no solo con una máquina de pensar, sino también con el retrato psicológico de los personajes,  la delineación crítica de la sociedad y la introspección psicológica, tanto en relación con el, o los investigadores en este caso, como en correlación también con el delincuente. El ingenio, pues no tiene un fin en sí mismo.
   Las dos novelas están escritas con voluntad de intriga. Cada capítulo conduce a los lectores, a base de no decaer en el ritmo, a la conclusión final. La estructura de los personajes aparece representada mediante el empleo de caracteres opuestos. La detective, protagonista de ambas obras, con aquellos rasgos y comportamientos con los que se identifica el lector, a pesar de que no siempre juega limpio. Su antagonista, el delincuente, actúa con los procedimientos de los bajos fondos. Una prosa que en ambas novelas  huye de preciosismos literarios y busca sobre todo la claridad, viste los dos relatos.
   Reseñar por último que Andreu Martín enriquece en El lado oscuro el perfil de Sonia Ruiz y el de su amigo y colaborador Pau, sin contradecir además los que Lorenzo Silva y Noemí Trujillo habían adelantado en el primer relato de esta saga detectivesca y negra. Y eso precisamente es el propósito que persigue esta serie de Menoscuarto Ediciones.

Francisco Martínez Bouzas


Fragmentos de El lado oscuro

“Sonia, iba a resolver este caso, su primer caso, el caso del supermercado, por orgullo, por soberbia, porque era muy atrevida, porque quería hacerlo y porque quería irse con Esther a Roma y perder de vista unos días a los estúpidos peces. Hacía demasiado tiempo que no tenía vacaciones. Años, ya. Y Sonia estaba cansada de formar parte del lado de los perdedores. Y ese tipo, Jesús, era un capullo. Tenía nombre de Mesías, pero era un cretino. Y a Sonia no le caían bien los idiotas ni los aprovechados ni los que van de listos. Aquel tipo, Jesús, era un imbécil de talla mayor. Y alguien tenía que pararle los pies. Y ella, de eso, sabía un rato. Tenía una talla cien de sujetador. Se había pasado la vida parándole los pies a capullos integrales. Sabía cómo se hacía. Quizás otra cosa no, pero a eso, modestamente, no la ganaba nadie.”

…..

“Así que Sonia y Jesús terminaron en su coche. Jesús la llevó a un sitio apartado, en la zona industrial del polígono de los Olivos, a las cuatro de la tarde, una hora en la que casi no había nadie, ya debía saber él que a esa hora no había un alma por la zona. Allí se escondieron y fue fácil subirle el vestido a Sonia y consumar aquello, que era un vil desahogo para ambos, pero a Sonia le sentó bien que la follaran mientras todas esas ridículas encuestas se caían al suelo del coche y su plan seguía en marcha, con un polvo añadido, pero no pasaba nada, era la primera vez y la primera cez uno puede perder un poco los papeles. Mientras Sonia se subía encima de Jesús y le besaba con la lengua y jadeaba, como si de verdad estuviera haciendo el amor con alguien que le importara, podía ver enfrente el enorme cartel del Camping Alpha. Nunca se había sentido tan expuesta, tan exhibicionista y, contrariamente a lo que hubiera imaginado, aquella sensación le gustó. Sonia pensó en lo fácil que es fingir mientras se practica sexo.”

(Lorenzo Silva y Noemí Trujillo, Nada sucio, paginas 25, 43-44)

Fragmentos de El lado oscuro

“A la nueva clienta no apreció que aquello la molestara ni la influyera lo más mínimo. Ni siquiera parecía haberse fijado en nada, ni en los muebles, ni en la casa, ni en el aspecto de Sonia. Era una mujer que justo había abandonado la belleza de la juventud y parecía que no lo llevaba muy bien. Pechugona, altiva, obesa, de mandíbula prominente y puntiaguda y mirada severa, con una indumentaria cursi hasta la alergia, entró contoneándose, se sentó y dijo que la enviaba el detective Méndez. Ella le había pedido que se ocupara de su caso una mujer y él le había recomendado que hablara con Sonia.
Se llamaba Diana Martínez. Y tenía bajo el ojo izquierdo los restos de un hematoma de intenso color morado. Le faltaba uno de los incisivos. Puso una fotografía sobre la mesa y dijo:
-Este es mi marido, se llama Guillermo Corvado y me la pega con una mamarracha.   -Estaba enfurecida. Si alguna vez tuvo lágrimas, se le habían terminado las existencias- . Quiero que lo descubra y que los fotografíe cuando estén haciéndolo.”

…..

“Esa misma noche, su joven amigo Pau estaba participando en una operación de los servicios secretos.
En realidad, encerrado en una furgoneta negra de cristales tintados, era el último mono de una operación sin importancia ni peligro.
Lo habían captado un año atrás, como experto informático para que colaborase en un proyecto internacional con el gobierno de Panamá. Se trataba de crear el sistema informático más seguro del mundo para proteger el tránsito del canal. Estuvo entusiasmado durante casi un día entero. Luego, un hijoputa lo atracó y se llevó todo su dinero. Y, de una manera u otra, eso transcendió y la superioridad del CNI decidió que tenía que madurar un poco antes de que pudiera hacerse cargo de una misión de tanta importancia. Un veterano del Centro tenía ganas de viajar a conocer Panamá y le quitó el sitio.
Entretanto le dijeron que tenía que curtirse y lo destinaron a la Oficina Nacional de Seguridad (ONS), bajo las órdenes del coronel Mariano Cardenal, que lo envió a la unidad de Vedugo, en la calle Mataelpino.”

(Andreu Martín, El lado oscuro, páginas 17-18, 25)

"LAS DEFENSAS": LA LUCHA DE UN HOMBRE CONTRA SU CEREBRO

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Las defensas
Gabi Martínez
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2017, 494 páginas.

   Detrás de esta novela de Gabi Martínez se oculta una increíble historia real: la de un neurólogo que se volvió loco. Una historia que  de forma casual cayó en las manos del escritor un día de San Jordi hace tres años, cuando el neurólogo Domingo Escudero se acercó a la mesa donde el escritor había firmado ejemplares de su último libro y le ofreció una historia para que Gabi Martínez la cocinase a su gusto, y que literalmente el visitante resumió así: “yo soy neurólogo, hubo un tiempo en el que enloquecí, no había diagnóstico por aquel entonces para mi enfermedad y me encerraron en un psiquiátrico. De allí salí y aquí me tienes, parezco normal”.
   La odisea personal, en efecto, de este neurólogo en el Hospital Germans Trias i Pujol (Can Ruti) se inició en 2006. Enfermo por causas desconocidas, fue diagnosticado de esquizofrenia atípica y sus mismos compañeros le encerraron en un psiquiátrico barcelonés. Pero, a pesar de que la luz se había apagado de golpe, Domingo Escudero fue capaz de redactar su propio diagnóstico. Erróneo en un primer momento (encefalitis por picadura de garrapata), y acertado en 2009 porque en el año 2007 el doctor Josep Dalmau había descubierto la encefalitis autoinmune. Es la enfermedad que padece Domingo Ecudero, un caso entre tres mil millones, entre ellos el de Regan, la niña de la película El exorciata: el sistema inmune, en lugar de atacar una infección externa, se dirige contra el propio cerebro, alterando la conducta y la memoria.
   Lo que en Las defensas nos relata Gabi Martínez está, por consiguiente, basado en hechos reales -la narrativa actual tiene predilección por este género de historias-, pero fantaseados por el narrador aunque sin alterar la verdad. La proporción de realidad y de fantasía, en la elaboración de este plato literario, es un secreto del chef según pactaron el novelista y Domingo Escudero, hoy asistente de investigación en el Hospital Clinic de Barcelona, colaborando con el equipo que descubrió la enfermedad.
   El primer elemento fantástico es el nombre con el que la novela camufla a Domingo Escudero, y protagoniza la novela: Camilo Escobedo. Y lo mismo ocurre con el resto de los personajes, a excepción de los doctores Josep Dalmau y Francesc Graus y con el mismo hospital donde ejerce de neurólogo  Domingo Escudero: Can Ruti que en la novela se transforma en Can Petri. Igual sucede con la estrategia narrativa del resto de la novela: no se acota a los hechos tal y como acontecieron, pero lo hace de forma creíble y acepta el pacto narrativo que ya había verbalizado Rulfo: la mentira que es la literatura dice la verdad. Sin reflejar los acontecimientos tal y como sucedieron, la pericia del escritor hace que el lector considere que su exposición es verosímil.
   
                                        
Dr. Domingo Escudero
  
   Narrada en primera persona por Camilo Escobedo, Las defensas nos acercan a su propia historia. Con alternancia de secuencias que son verdaderas analepsis, en la que se recupera el pasado, con otras en las que el discurso se ciñe al presente de enfermo internado en un psiquiátrico-balneario, para recuperarse del trastorno bipolar que le han diagnosticado, y cuyo detonante ha sido el estrés y el mobbing al que sometió al protagonista el jefe del servicio de neurología en Can Petri. Rememora, en efecto, su vida pasada para explicarse a si mismo cómo ha acabado allí. Cuál es la razón de su extrema deriva: su obsesión por la neurología ya de estudiante de medicina y especialmente por las enfermedades autoinmunes, una adolescencia castrada por la rigidez religiosa de su familia, un matrimonio al que llega con muchas dudas, una paternidad de tres hijas por inercia, que representó la losa definitiva de sus ambiciones, el pluriempleo, el acoso y el arrinconamiento en su trabajo, el paulatino desmoronamiento de su relación con Sol, su mujer, a la que hace pasar un calvario porque la empatía sexual no siempre lleva consigo el amor, alguna infidelidad, una automedicación excesiva (un cóctel de antidepresivos y ansiolíticos), el alcohol …con lo que está pulverizando a conciencia sus sistema inmune.
   Pronto sobreviene el primer brote de la deriva esquizofrénica: reducido por sus compañeros, atado, internado en el psiquiátrico, medicalizado de forma errónea, cosa que él sabe, candidato a una sesión de electroshock de la que lo salva la cardiopatía  que padece. Pero supera este primer extravío y forma pareja con una joven neuróloga con la que tiene su cuarta hija. Pronto sobreviene el segundo brote, un brote brutal: en el plazo de muy pocos días había agredido a las tres mujeres que más amaba. Y un infarto que está a punto de llevarlo a la tumba. Mas antes había asistido a un simposio en el que participaba el doctor Josep Dalmau que había descubierto el anticuerpo que atacaba al receptor NMDA del cerebro, cuyo origen suelen ser causas medioambientales, entre ellas el estrés. Una enfermedad diagnosticada de mil maneras, todas ellas equivocadas: desde autismo a posesión diabólica. Pero su origen es más simple: el cuerpo sometido al ataque del propio cuerpo. Es el desenlace, el encanto de lo autoinmune, la lotería de los anticuerpos NMDA.
   
                                         
Dr. Josep  Dalmau


   Eso es la novela: un neurólogo enfermo de una dolencia que le ha obsesionado durante toda su vida; casi la autodiagnosticó antes de que la descubrieran. La enfermedad que le “ha concedido” padecerla, como se dice en la última página.
   Un libro multigenérico, sustentado en una historia muy potente, en el que la pasión se sutura con el odio. Una narración en buena medida coral; de personajes dibujados con gran pericia, en el que las mujeres juegan un papel fundamental en el pulso existencial del protagonista, especialmente Sol, su esposa, a la que maltrató verbalmente, su madre en la que vuelca complejos y frustraciones, Diana, una compañera neuróloga que nunca le falló, de la que estuvo enamorado pero con la que rompe porque añora la libertad. Seguirá, no obstante, siendo su consejera literaria.
   Gabi Martínez se documentó profundamente, en especial en temas de neurología, para transmitirnos de forma creíble las estaciones de la “pasión” del protagonista que un día se volvió loco. A la par con las derivas del neurólogo “loco”, traza un verídico retrato de España desde la Transición hasta nuestros días, sobre todo de su sistema sanitario, anquilosado y gobernado por castas jerárquicas de prepotentes. Codicia de las industrias farmacéuticas, falta de recursos para la investigación, presencia agobiante de la crisis (quiebras, recortes salariales, despidos, burbujas inmobiliarias, hipotecas subprime, rapacidad de los bancos…). Estigmatización social de la locura: “Una familia de Sarià no puede permitirse un loco en la familia” (página 139). Y si los médicos son perturbados mentales, el sistema revienta.
   La novela nos hace ver cómo la sociedad, cuyas formas de vida son cuestionadas, se transforma así mismo en un sistema inmunitario en el que las defensas se vuelven contra el propio sujeto de forma semejante a como el anticuerpo de la enfermedad de Escobedo se rebela  contra el sistema que se supone debe proteger. No está ausente el sexo, “el bastón señalizador que tenemos los hombres entre las piernas” (página 328) le habla al protagonista de sus equilibrios o desajustes mentales. Resulta ser pues una clave indiscutible de salud.
   Las defensas está escrita con una tonalidad que roza lo épico, y con un halo de misterio que la convierte prácticamente en un thriller médico. Perfecta dosificación del ritmo narrativo que se acelera hasta convertirse en frenético a partir del momento en el que se inicia la lapidación, el ninguneo y el arrinconamiento de Escobedo y de sus apoyo, su amiga Diana. Un ejercicio literario encomiable por su contenido que nos obliga a cuestionarnos sobre lo que somos, sobre ciertas obsesiones en el trabajo que con frecuencia se ponen por delante de casi todo. Y por un estilo de prosa exento de florituras, pero al mismo tiempo contundente. No es la primera vez  ni será la última en la que la narrativa contemporánea se deleite en convertir a personas reales en personajes de ficción. Gabi Martínez transforma al neurólogo Domingo Escudero, un ser real, en “dramatis personae” de una historia tan perturbadora como adictiva.

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Gabi Martínez

Fragmentos

“Días más tarde, vuelvo. Alguien ha reparado la gotera. Esta noche dormiré en mi desangelada y terrorífica casa. Debo comprar comida pero me cuesta bajar a comprar sólo para mí. ¿Para mí? O para quien sea. Ni siquiera me considero yo. Pero bajo. Tiene sentido ir a la farmacia a por remedios. Compro empanadillas y fármacos. Al meterme en la cama, no puedo dormir. Doy vueltas en el colchón rascándome las piernas por el picor que me provocan las medicinas que me recetan. Sé que son erróneas. También que aún estoy loco y que debo fiarme de los doctores. Al menos me han rebajado el litio, señal de que el ánimo se estabiliza. Cuando consigo dormir, enseguida amanece. Como no cerré las persianas, me desvela el sol.”

…..


-Por qué me interesa tanto la autoinmunidad?
Alcé los ojos de la sartén.
-Me alegra que me hagas esa pregunta -dije impostando la voz-. De verdad. Me alegra. A ver. Piensa que en tu organismo entra un elemento indeseable y que, para defenderse, tu propio sistema inmunológico crea un anticuerpo. Pero resulta que ese anticuerpo generado por ti actúa como un patógeno que hubiera entrado de forma extraña en tu organismo. Y, en un momento dado, tu propao creación se transforma en un agresivo agente biológico que empieza a destruir tejidos saludables. Algunos de ellos como el cerebro. Tienes un monstruo dentro de ti completamente inmune a tus defensas. ¿Cómo lo neutralizas si tú misma lo creaste para neutralizar?
-Suena a peli de ciencia ficción -dijo Leire, que escuchaba desde la puerta.
-Contado así -dijo Marta- , hasta a mí me dan ganas de investigar.”

…..


“-¡Me alegro mucho de que estés aquí! –dije con los ojos totalmente abiertos e inexpresivos. De inmediato me volví hacia una enfermera y grite -:¡Vaya tetas! ¿No te meterías en la cama conmigo?
Sol pensó que no sabía quién era, pero sabía que quería follar. No le sorprendió demasiado. A fin de cuentas asistía auna representación hiperbólica, y tampoco tanto, de algunas situaciones que ella misma había vivido conmigo. Bueno, siendo justa, quizá sí que estaba un poco más pasado de vueltas de lo normal, pero en el fondo mis trastorno preservaba las claves elementales de la violencia y el sexo que contribuyeron a arruinar nuestro matrimonio. La diferencia radicaba en que ahora se me veía definitivamente desquiciado y fuera de control. Si en numerosos instantes pasados Sol llegó a pensar que no sabía a quién tenía delante, ahora ni siquiera lo sabía yo. ¿Cómo se llegaba hasta allí? ¿Cómo sería perderse, perderse a uno mismo? Si un hombre ha perdido el yo, no puede saberlo porque no está allí para saberlo, había escrito alguien  lúcido, así que Sol, Diana y Marta y todos, incluido yo, yo en primero, por una vez indudablemente  a la cabeza del pelotón, nos adentrábamos en un territorio cuya naturaleza resultaba de momento inexplicable.”

…..

“El receptor NMDA es una proteína que actúa como receptor de un neurotransmisor llamado glutamato -dice Dalmau en el auditorio del Palau de la Música Catalana. Las palabras se escuchan tan perfectas que parecen grandes-. Su papel en la transmisión de señales eléctricas  entre neuronas resulta clave para el comportamiento y la cognición y por eso el ataque contra él altera la memoria y el comportamiento del enfermo y llega a causarle psicosis. En definitiva, el NMDA está en el origen de un tipo de encefalitis autoinmune que hasta la fecha no se había diagnosticado.
Se me ponen los pelos de punta. Eso es emoción.
Dalmau describe la encefalitis autoinmune. Se trata de una enfermedad cuyos primeros  síntomas seriados pasan por una sensación de resfriado con dolores de cabeza. Semanas después, aumenta la agitación del enfermo, que suele padecer insomnio a la vez que se desintegra el lenguaje y provoca la alteración del habla. La caída es progresiva, existe hipoventilación, y en algunos casos se alcanza el coma.”

(Gabi Martínez, Las defensas, páginas 181-182, 255, 358-359, 436-437)

UN SUTIL AJUSTE DE CUENTAS CON EL "IMPERIO CULTURAL" POSMODERNO

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La última lágrima
Stefano Benni
Traducción de Sofía González Calvo
Editorial Lengua de Trapo, Madrid, 224 páginas
(Libros de fondo)
  
   En la casa de los Minardi, junto con la vecina Mariella, se apiña la entera tribu familiar para ser espectadores, felices y ufanos del primer gran momento de la democracia televisiva. Limpia la pantalla del televisor, la foto del matrimonio encima del aparato. Todos alegres y salerosos porque papá va a salir en la televisión, y están seguros de que hará un magnífico papel en la retransmisión en directo del primer procedimiento judicial terminal que Augusto Minardi logró al serle conmutada la cadena perpetua  por la silla eléctrica. Dieciseis millones de espectadores están siguiendo la transmisión de este verdadero hito de la soberanía popular. El señor Minardi pretende dar buena imagen, pero se olvidó de llevar los dientes.
   El director del colegio recrimina a un alumno de doce años por no tener moto, ni adhesivos, ni gadgets, ni pintadas en la mochila. La profesora, a su vez lo somete a un examen de literatura, pero las preguntas, en realidad, son sobre programas televisivos, tipo Gran Hermano. Como deberes, los alumnos deben aprender de memoria el telediario en las seis horas de televisión, de visión obligatoria cada día.
   El doctor Adattati, carrera de camaleón e instinto ovejil, tiene una sola idea en la vida: no tener ideas, adaptarse como una lapa a las ideas de sus superiores. Pero, hete aquí su infortunio, porque llega un nuevo director que es igual que él: nunca tuvo ideas propias.
   En el palacio de las nueve maravillas, las ofertas de sexo hipervirtual son múltiples y variadas. Embutidos en pornopijamas se puede simular todo, cualquier éxtasis erótico, poseer a cualquier criatura y de cualquier manera (hacerlo incluso con Moisés), siendo ese sexo más real que la propia realidad. En el palacio de las nueve maravillas se prostituye a impúberes, mas ¡fuera preocupaciones ético-sociales!, porque por cada niño o niña envilecidos hay un asistente social.
   Vivían todos en un valle tan hermoso que muy pronto suscitaron el afán de los compradores que adquirieron todos los terrenos para hacer anuncios al natural en un escenario privilegiado. Simplemente substituyen a los habitantes del valle por actores que realizan su papel. Y al padre que no es demasiado atractivo ni hermoso, le encomiendan, a pesar de todo ello, el papel de espantapájaros del espantapájaros.
   Y así, y de esta guisa e injertando su escritura en la tradición satírica universal, Stefano Benni (Bolonia, 1947), realiza en La última lágrima un sutil ajuste de cuentas con el “imperio cultural posmoderno”, asentado y triunfante en la Italia de nuestros días, pero que, sin grandes cortapisas, se podría trasplantar a cualquier otra geografía de los países desarrollados, en los que prima el espectáculo, todo es falso, hipervirtual (incluso la bandada de patos incluida en el precio de las fantasías de sexo virtual). Abundan las idolatrías, los poderes mafiosos, mas también el imperio del karaoke.
   Un epítome de veintisiete  historias guiadas por el común denominador de poner en solfa, a través de relatos escritos con gran finura, a la Italia servil, caprichosa, hipocondríaca, en la que todo vale; y dominada por los mil estímulos de la sociedad y de la tecnología contemporáneas. Stefano Benni nos ofrece, sin ninguna duda, un mosaico carnavalesco y corrosivo de la Italia contemporánea. Del granero de su crítica está, sin embargo, ausente la risotada fácil y jaranera, substituida por un florilegio de relatos esperpénticos, entretejidos con gran habilidad, con circunloquios, ironías e hipérboles congruentes, comedidas y controladas siempre por la inteligencia. Nadie se salva. Ni la Italia “berlusconiana”, ni la Nueva Derecha con sus pitonisas de aristocracia negra, “vestidas de Orsace”. Tampoco el enjambre de radicales e izquierdistas de pacotilla que comulgan con el mismo credo: el dogma televisivo. En definitiva: el hábil retrato de una periferia y de los monstruos que la habitan, inmersos de lleno en el reino de la posmodernidad.
   
                                      
Stefano Benni
   Stefano Benni mezcla hábilmente pequeños microrrealtos cimentados en el ingenio y en la imaginación, con otros de amplitud diversa y con tramas perfectamente trenzadas. Una muestra refinada de los primeros es el relato “El rey moro”, un microrrelato de apenas ocho líneas en el que un rey se olvida de que es un rey de ajedrez y entonces el caballo lo come. Los segundos pueblan prácticamente la totalidad de las páginas de La última lágrima. Un libro sencillo, de lectura fácil, entretenido, sin demasiados ornatos estilísticos, pero que usa la lengua para diseñar un esperpéntico mural del mundo hipócrita contemporáneo.

Francisco Martínez Bouzas

"EL VERANO INFINITO": EN UN BAÑO DE DÍAS DORADOS

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El verano infinito
Madame Nielsen
Traducción de Blanca Ortiz Ostalé
Editorial Minúscula, Barcelona, 2017, 127 páginas.

   El verano infinito es la primera novela que firma Madame Nielsen, escritora, compositora, cantante y directora de escena, nacida Claus Beck-Nielsen (1963), artista danés que dejó de existir como tal en 2001. Durante unos años careció de nombre. Entre 2005 y 2012 publicó una trilogía rubricada simplemente con el apellido Nielsen, hasta que en 2014, ya con ropa e identidad femenina, firmó Den endeløse  Sommer que ahora nos ofrece Editorial Minúscula con el título  de El verano infinito. Como Madame Nielsen, y en colaboración con el Teatro Real de Dinamarca, ha compuesto una pentalogía teatral, publicó cinco álbumes y ofreció numerosos conciertos en Europa y en América. Y desde su nuevo nombre y personalidad como mujer, escribe esta novela, a la vez que como activista vive la tragedia de los refugiados -los nuevos europeos según ella- sobre los que ha escrito la novela Invasionen.
   Según palabras de la propia autora, El verano infinito es “untorbellino con un centro que es el amor”. La novela se inicia con una inusual presentación de los protagonistas: un chico joven que tal vez sea una chica pero que aún no lo sabe, una chica, la madre, nórdica, radiante y con porte aristocrático, como una sombra cegadora, dos hermanos, el padrastro misógino y celoso que un día desaparece para que pueda dar inicio el verano infinito. El espacio de la casi nula acción: una granja. La chica y el chico joven pasan los días y las noches en la cama amándose y sin saber quién es quién, pero logrando que el chico despegue por un momento su cabeza del miedo al cuerpo y a la muerte. Otros personajes irán apareciendo “por el camino”: un joven portugués que, con sus labios y dientes, dejará su huella en la piel de la madre. La huella a la vez de lo impúdico y de lo bello.
   En la granja se instalan además otros jóvenes. Con la presencia de todos ellos se inicia y continúa el “verano infinito”, en el que nada ocurre, en el que el tiempo no es tiempo, pasa y no pasa, y la existencia transcurre sin metas elevadas ni ideales sublimes. Comienza a parecerse al material de los sueños. Transcurren los días jalonados por encuentros amorosos entre la madre y el homem portugués cuya intensidad conmociona a aquella. Es eso lo único que acontece y de lo que habla la colonia, aunque sin mencionarlo expresamente, e incapaces de concebirlo. Algunos de los miembros del grupo efectúan viajes (Lisboa, Algarbe, Nueva York, San Francisco…), mas todos regresan a la “granja blanca”, donde, a parte de la celebración de los placeres y del amor, nada sucede.
   Madame Nielsen tiene la habilidad suficiente para amalgamar sin colisiones eros y tánatos: la pasión amorosa, arrolladora, devoradora, caníbal y la muerte, el centro gravitatorio, el regreso al polvo que somos como recita el pastor en el funeral. Así concluye para siempre “el verano infinito” que solo pervivirá en el recuerdo y en la nostalgia de los amantes  que se separaron para nunca separarse del todo. Por eso mismo, esta novela de la que está ausente una trama al uso, es un viaje que, a través de la apoteosis de los goces de la vida, nos recuerda el destino inexorable de la condición humana: la vida, como un placentero o amargo verano, llegará un día a su fin.
   Es reseñable, desde mi punto de vista, la prosa de Madame Nielsen, capaz de captar los flujos de conciencia. Y a pesar de que El verano infinito no es un texto de fácil lectura (frases que se alargan durante dos páginas, sin un solo signo de puntuación) está dotado de una prosa capaz de mecernos e incluso de embrujar. Con ella viste la autora una historia sin historia que nos hace pensar porque nos habla de lo que somos y de lo que un día seremos: un baño de días dorados que se convertirán en el polvo al que, en fecha incierta, volveremos.

Francisco Martínez Bouzas

Madame Nielsen


Fragmentos

“Pero incluso dentro del sueño hay cosas que no son más que un sueño, «el verano infinito», por ejemplo, tal vez no comience nunca, tal vez no sea más que esa liberación con la que sueña la chica, o el chico flaco, tumbado en el húmedo cuarto del sótano junto a su novia dormida e incapaz de conciliar el sueño a causa de la insoportable levedad que envuelve la granja, el mismo soplo metálico de irrealidad enteramente auténtica que subyace en las películas de David Lynch, la chica a su lado durmiendo su sueño gozoso nada más contarle otra de esas historias que él, antes de conocerla, siempre había creído que eran mentira y que ella, con apenas dieciséis años, atesora en tal cantidad que ni siquiera parece capaz de gobernarlas…”

…..

“Está echado junto a ella a oscuras en el sótano de la granja, atento a su respiración, que incluso en sueños es feliz como la vida que se complace en sí misma. Apoya una mano en su piel, está húmeda y suave y huidiza, bamboleante, como si la carne que la sustenta en lugar de algo firme fuese un líquido oscuro, un agua pesada que permite que la mano se hunda y desaparezca. Cuando piensa en su nombre, ella despierta y él le pregunta si es peligroso el padrastro, si la humillación y la lástima no serán tantas que ya no sea vea a sí mismo como un ser humano y pueda en cualquier momento coger la escopeta y, sin que medie demostración de poder o escena alguna, abrir fuego sobre todos, la madre, ella, dos hermanitos y, por supuesto, por último, pero no por ello menos importante, sobre sí mismo, volarse la nuca contra la pared, y ella murmura que es de madrugada, estoy durmiendo, y luego vuelve a sumergirse en el sueño.”

…..

“Y por detrás de ella, como una sombra que emerge, aparece él, el mozalbete  portugués de apenas diecisiete o diecinueve años, el hombre que tiene la culpa y que ha obrado todo esto que no puede nombrar, descarado, silencioso, descendiendo la escalera con orgullo y entrando en la cocina, ahora casi y exactamente casi sonriendo  a la manera y con la alegría aplomada y masculina que solo un europeo meridional, un homem machão, puede  tener. Y los demás le miran y él les mira a los ojos, y son ellos quienes no pueden sino sonreír para después, velozmente, apartar la vista (sonrientes). Y así transcurren los días, placenteros, vibrantes, y todos parten el pan, lo comen y beben el café con leche y el vino, ingieren cada una de las comidas del día como si fuese una eucaristía, en silencio, alborozo y alegría.”

(Madame Nielsen, El verano infinito, páginas 16, 47-48,77)

MEMORIA Y DESCUBRIMIENTO DE LA MADRE

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Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre

Sergio Galarza

Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2017, 157 páginas.



  Tras la trilogía sobre Madrid (Paseador de perros, JFK, La librería quemada), una serie sobre las intemperies de nuestro tiempo, Sergio Galarza (Lima, 1976), sin cambiar de forma radical de registro, nos ofrece en Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre, un libro cuyas principales características son la biografía, la autoficción y la literatura de duelo. Se ha escrito que los libros de duelo donde tocamos al ser humano y recibimos una información sentimental propia de los momentos cruciales de la vida, se avienen mal con la reseña crítica, con la contundencia de un juicio que, en ese caso, ya no parece tan importante realizar con frialdad, sino de forma solidaria. Sin embargo procuraré ser objetivo, dentro de la subjetividad de cualquier lectura, porque un libro que hable de la muerte de un ser querido puede ser un excelente o pésimo producto literario.

   Si en los tres volúmenes de la trilogía de Madrid hay mucho de autobiografía que los convierte, especialmente a Paseador de perros, en versiones de  romans à clef, las focalizaciones de Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre hace que la autobiografía ocupe la centralidad. Pretende ser “una novela autobiográfica” -así la define el propio escritor-, y un retrato de la fortaleza de una abogada, de una madre de familia, de una esposa en lucha constante para reflotar su matrimonio, y de una persona, Doris Puente, sobre todo en los años de las crisis económicas y del terrorismo en Perú. Y también un texto de duelo por esa madre a la que el hijo descubre muy tarde, poco antes de su muerte, y a la que le gustaría pedir perdón por tanta indiferencia que le había mostrado, por el “río turbio y rebelde” en el que, desde la adolescencia, se había convertido su vida. Ese río turbio y rebelde conforma una parte importante de la existencia del escritor, principalmente en su época limeña. El libro de Sergio Galarza es por ello también una historia de formación.

   El libro se inicia con la confirmación de la peor de las sospechas: desde Seattle una hermana le informa de que a la madre le quedaba muy poco tiempo de vida. Esa madre, la vieja -expresión de cariño bruto con que la nombra hasta que ella se halla a las puertas de la muerte-, es Doris Puente. Un cáncer generalizado la está matando. Doris Puente era un ejemplo de sensatez y disciplina; adicta al orden, sin experiencias transgresoras en su juventud, amante de la justicia como abogada, capaz de compaginar las leyes con una vocación literaria que le empujó a escribir poemas y una autobiografía ficcionalizada, Al cabo de los sueños, un intento de mantener la eternidad en la memoria. El hijo no quiere parecerse a la madre. Ansía construir su propia leyenda, persiguiendo incluso todos los peligros a su alcance. Esa personal leyenda la irá dejando caer entre las líneas del relato del retrato de la madre: pinceladas sobre su adolescencia y juventud en Lima, sus problemas con los estudios en los que fracasa a propósito para mostrar su rebeldía, con el futbol en el que no supera la suplencia. Un malditismo burgués condimentado por las drogas. Su estancia en España como inmigrante ilegal, trabajando en negro, la obsesión por editar sus libros en el extranjero que le impulsa a memorizar el alfabeto de las editoriales españolas.

   Cuando la madre sabe que va morir, decide visitar al hijo en Madrid. Viajan por Galicia en Semana Santa. Será en este viaje cuando Doris Puente anote en su agenda la letra de la más famosa de las canciones de Bob Dylan. No era el himno generacional ni de la madre ni del hijo, pero sí la música que contribuirá, en el epílogo de la vida de aquella, a la reconciliación madre-hijo.

   A pesar de estar escrito con la máscara de la ficción, el texto de Sergio Galarza pretende ser un libro-verdad, escrito con la honestidad que la madre trató de inculcarle desde la infancia. La gesta silenciosa de la madre, que opta por afrontar su cáncer  sin comunicárselo a sus hijos, corre paralela con los años caóticos y rebeldes del hijo, tanto en Lima como en Madrid. Mas por ser autoficción, hemos de pensar que el libro de Sergio Galarza no se rige por ninguno de los pactos de lectura, sino que está escrito desde la transgresión y al mismo tiempo desde el préstamo de aspectos del pacto autobiográfico y del pacto novelesco. Es la ambigüedad que suele caracterizar a la escritura confesional, cuando pretender ir más allá de la biografía. Sergio Galarza construye un personaje de si mismo que posiblemente se ajuste con bastante fidelidad a los hechos reales. Por eso mismo, aún sin ser autobiografía en sentido estricto, su personaje se nos presenta como verosímil.

   Como libro de duelo, el libro se aleja del efectismo sentimentaloide y evita los detalles truculentos. Pero no por eso deja de ser un texto muy duro que a veces hiela la sangre, especialmente cuando el autor relata los últimos días de la madre, que ya había capitulado ante la muerte y a punto de vivir solo en la memoria familiar. Un libro sin metáforas, sin grandilocuencias ni palabras inútiles. El autor sabe regular la emoción por medio de gobierno de un ritmo que pocas veces decae. Lo hace quizás en la tediosa relación prescindible de los sitios que madre e hijo visitan en Madrid, de lo que hacen o dejan de hacer, de las tarifas de los taxistas, datos tomados de la agenda materna que lo anotaba todo. En cambio, las secuencias en las que refleja los sentimientos positivos o enfrentados con la figura materna son intensamente cautivadores. Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre, supera con amplitud los mínimos de verosimilitud, acertada composición y escritura que ha de exigírsele a cualquier producto literario, sin que confundamos esos mínimos con la empatía, con el dolor ajeno o con la muerte.



Francisco Martínez Bouzas



                                                 
Sergio Galarza


   Fragmentos



“Aquella tarde de primavera, luminosa y asfixiante, mi equipo de futbol perdía por dos goles, y ambos habían sido cumpa mía. Durante la madrugada había chateado con mi hermana Lupe que vive en Seattle, confirmando la peor sospecha: a nuestra madre, mi vieja, como ella aceptaba a regañadientes que la llamara en una demostración de afecto bruto, no le quedaba mucho tiempo. El cáncer estaba generalizado. Y generalizado significaba que se había extendido hacia otros órganos del cuerpo, lo que se llama metástasis, sinónimo de fin. Un montón de pensamientos cruzaban por mi cabeza, pero se me escapaban como los balones que llegaban a mis pies. Me gobernaba la impotencia de no tener el control, dentro y fuera de la cancha, o donde diablos estuviera, porque  en ese momento todo me parecía tan irreal, vaporoso, como si me hubiera quedado atrapado en el entresueño. Tenía la impresión de correr a cámara lenta. Miraba hacia la grada, al banco de suplentes, y repasaba la cantidad de partidos en que la voz de mi vieja había resonado como el grito del hincha que quiere entrar al campo para salvar a su equipo.”



…..



“Había dos razones para que mi vieja siguiera trabajando: la primera era que le gustaba su profesión, y la segunda el dinero. Como no cotizaba en la seguridad social, en el futuro dependería de sus ahorros y quizás de nosotros, porque no quería depender de mi papá. Un par de semanas antes de enfermar, mi vieja nos preguntó a sus hijos qué nos parecía vender la casa de Acobamba. A mí ya me había preguntado algo al respecto, y como le había dicho que esa casa podía reformarse me mandó un dibujo de la reforma que se le había ocurrido. Lupe se sumó a la idea de la reforma, era posible con un esfuerzo económico. Pero Daniel nos recordó que mi vieja no tendría una pensión cuando se jubilara, aunque ella pensaba trabajar hasta que fuera una anciana, y que el dinero de la venta, que no sería mucho, al menos le serviría para tener un fondo de emergencia.”



…..



“Es terrorífica la expresión que tienen los enfermos terminales, con ese rictus que a veces enseña los dientes, como si se rieran de la muerte. Pero mi madre no enseñaba los dientes, ni se reía de la muerte, su rostro era una máscara de huesos, sin arrugas u otra de esas imperfecciones que suelen delatar nuestra experiencia de la vida. Hasta eso le negaba el cáncer: el derecho a reconocerse a sí misma. Ella, que me paralizaba de miedo cuando fruncía el ceño o me felicitaba llenándome de besos mientras le brillaban los ojos, ya no tenía manera de decir cómo se sentía. Para un enfermo, quizás sea esta la primera fase de la muerte: la imposibilidad de expresar sus emociones.”



(Sergio Galarza,Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre, páginas 9, 47, 125)

DESDE EL OTRO LADO DEL ESPEJO

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En tierras de ficción
Recorrido por la narrativa contemporánea.
De Edgar Allan Poe a Evan Dara
Robert Saladrigas
Menoscuarto  Ediciones (Ed. Cálamo), Palencia, 2017, 411 páginas.

   En el año 2013, Robert Saladrigas (Barcelona, 1940) publicó en esta misma editorial y colección el volumen recopilatorio de sus artículos de crítica literaria y ensayos que habían visto la luz con anterioridad en varios medios barceloneses. Para ceñirse a la extensión razonable de un volumen de estas características, se decantó por “uno de los caminos reales de la ficción contemporánea”. Ahora publica  un segundo volumen paralelo al anterior y que bucea igualmente en la ficción moderna y contemporánea ampliando el campo de su procedencia: a textos extraídos de La Vanguardia, se unen otros que fueron publicados en otros medios (Revista de Libros, TeleXpres Literario y El País).  Otra novedad es que en esta recopilación aparecen artículos o reseñas sobre libros de autores españoles y latinoamericanos (Max Aub, Camilo José Cela, Luis Goytisolo, José María Guelbenzu, Jorge Luis Borges, Julio Cortazar, Pablo Neruda, entre otros).
   Noventa y siete autores le dan vida a este segundo volumen. Abre las puertas del libro un “clásico”: Edgar Allan Poe. Las cierra Evan Dara, “uno de los autores posmodernos americanos”. Un apéndice, prescindible desde mi punto de vista, que apareció publicado originalmente en la revista Quimera y que recoge un amplio diálogo entre Robert Saladrigas y José María Guelbenzu, moderado por Fernando Valls, sobre cómo entender y practicar la crítica literaria, clausura la publicación.
   El propósito del libro, además de homenajear a autores predilectos, es el de contagiar el entusiasmo por la lectura literaria, por la magia de la lectura de obras de escritores de nuestro tiempo repleto de incertidumbres, a lectores de nuestro tiempo y a potenciales lectores de generaciones futuras.
   La publicación se estructura en cinco secciones que representan otras tantas tradiciones literarias. Y en su conjunto, viene a ser una buena representación de referencias literarias imprescindibles, no solo para “letraheridos”, sino también para lectores corrientes.
   Sería descabellado dudar de las capacidades de discernimiento literario de Robert Saladrigas, un crítico muy experimentado, uno de los analistas españoles más conspicuos e independientes, poseedor además de una amplia información que transmite al lector; no la información de una publicación académica especializada, sino la que corresponde a un periódico que conjuga contenidos esenciales y amenidad. Además Robert Saladrigas conoce por dentro el mundo de la ficción, ya que él mismo es autor, desde los años 70, de varias piezas de narrativa ficcional como Memorias de Claudi  M. Broch (1986), Premio de la Crítica, o El sol de la tarda(1992), Premio Sant Jordi y Joan Cruxells. Pero en este libro, como en su día hiciera Henry James, trabaja desde el otro lado del espejo y, desde ese envés, ve los textos literarios con ojos independientes y no supeditados a intereses editoriales. Mas sin excluir por ello la admiración y el entusiasmo de un lector privilegiado.
   Por eso mismo, en ambas publicaciones de Saladrigas hallamos criterios claros para acceder a obras fundamentales de la narrativa moderna y contemporánea. Es por ello que, de cara al lector, cabe entender este libro como brújula orientadora entre la vorágine  de publicaciones de nuestros días, de universos ficcionales que quizás superen a un lector corriente -el mismo Saladrigas confiesa haberse sentido vencido por más de un título, entre ellos el Ulises de Joyce-.
  Son indiscutibles la calidad y sutil penetración, acompañadas por la amenidad, con las que Robert Saladrigas nos familiariza con algunos de los grandes maestros de la prosa moderna y contemporánea, especialmente con aquellas novelas por las que siente una atracción irresistible, porque expresan la ambición de conquistas, una supuesta totalidad posible que no significan un debilitamiento  de la lectura crítica, sino su reforzamiento. Al margen de normas y supuestas reglas para ejercer la crítica literaria, ya que en el mundo del arte no hay reglas, y así mismo a  años luz del mito de la autocomplaciente objetividad, el crítico barcelonés pretende entender las claves del ejerció escritural de cerca de un centenar de escritores; dejar constancia de las sensaciones que en él, como lector, han producido y trasladárselas a otros lectores. Ese es en el fondo el porqué de la existencia del crítico, y también la de esta publicación, porque los libros aquí analizados, aunque sea en textos de hace treinta años, son imperecederos.

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Robert Saladrigas

Fragmentos


MALCON LOWRY (1909-1957)

Bajo el volcán

“Nacido en Inglaterra, Malcom Lowry murió ahogado en mezcal y barbitúricos a los 48 años de edad –el juez de la pequeña localidad de Ripe, en East Sussex, dictaminó: «muerte por desventura»-, eligiendo la única forma de morir que resulta aceptable para un hombre contemporáneo enfermo de lucidez: afirmando por última vez su voluntad de ser frente a la impetuosa corriente de lava que escupe el volcán de la vida y que, por supuesto, acabará arrastrándolo. Diez años antes, en 1947, Lowry había conseguido difundir una gran novela que contenía las claves de los ritmos ocultos de su vida y su destino. Se dice que Under The Volcano fue aclamada por la crítica e ignorada por el público. En cierta manera es lógico. ¿A quién seduce la oportunidad de asistir  a los misterios de la pasión -calvario incluido- de un hombre que es a la vez víctima y verdugo, protagonista y testimonio de una tragedia existencial y por consiguiente colectiva?”

…..

RAYMOND CARVER (1938-1988)

Principiantes

“He aquí una histórica reparación literaria que debería abrir un sustancioso debate. Un día recibimos perplejos la noticia de que Raymond Carver, icono de lo que se conoce por realismo minimalista, no fue exactamente lo que se nos hizo creer que era, sino la inspiración de un editor de talento -a su vez escritor- llamado Gordon Lish (Hewlet, Nueva York, 1934). El caso es ejemplarizante. En la primavera de 1980 Carver pasó a Lish, editor de ficción de Esquire, una colección de cuentos recientes. Este se empleó a fondo en la tarea de remodelarlos según su criterio. Así mutiló los textos en más de un cincuenta por ciento -trabajo de cirugía fina-, modificó los finales de diez de ellos (de un total de diecisiete), cambió los nombres de algunos personajes (por ejemplo Mel por Herb), los ordenó por secuencias, rehusó poner al volumen el título del penúltimo de los relatos, «Principiantes» («Beginners») y lo sustituyó por una frase del texto, aquella que decía De que hablamos cuando hablamos de amor (What We Talk When We Talk About Love, 1981), sin duda el libro más famoso de Carver y que mejor ha definido el código estético fundamentado en el despojamiento y la gelidez.”

…..

EVAN DARA

El cuaderno perdido

“Imposible decir ni averiguar quién es, de dónde procede  o dónde para el estadounidense que se hace llamar Evan Dara, autor de tres novelas, El cuaderno perdido (The Lost Scrapbook, 1995) (Editorial Pálido Fuego) The Easy Chain (2008), cuya traducción está programada para 2016, y Flee (2013) que se tiene el proyecto de que aparezca en español en el 2017. Esos son los datos que se conocen. Evan Dara forma parte de la generación de Jonathan Franzen o David Forster Wallace, fieles a la vocación experimentalista de autores de referencia como Thomas Pynchon, John Barth, Donald Barthelme, Richard Brautigan o William Gass, pero por encima de todo al magisterio de William Gaddis, el símbolo más sólido y radical del posmodernismo literario norteamericano. Ahora bien, el inconveniente de Dara -interesa no perder el prólogo de Stphen J. Burn de la Universidad de Glasgow- es que sus tres obras nunca han sido bendecidas con los atributos comerciales de los libros de Franzen. No obstante, Dara, a quien acabo de descubrir con franco alborozo, creo que con toda certeza bien merece ocupar un lugar destacado en el canon de la novela norteamericana que para algunos supone algo parecido a la palabra Evangelio para los católicos.”

(Robert Saladrigas,En tierra de ficción, 94-95, 361, 373-374)

"PANDORA": EN EL ABISMO DEL FEEDERISMO

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Pandora
Liliana V. Blum
Tusquets Editores, México D. F., 1ª reimpresión, 2016, 242 páginas.

   En su segunda novela -precedida por varios libros de cuentos-, Liliana V. Blum (Durango, 1974) se revela, tal como se ha escrito, “como una criatura cruelmente excepcional”. Lo hace con la pieza Pandora, el nombre de uno de los tres personajes centrales de la novela y que, querámoslo o no, remite a la mitología griega. No seguramente por haber sido la primera mujer que existió creada por Hefesto por orden de Zeus, adornada por los muchos encantos con los que la dotaron los dioses, sino porque constituye un personaje simbólico que explica cómo todos los males del mundo son debidos al sexo femenino. Pandora, casada con Epimeteo, arrastró con ella a este mundo la caja abierta de todos los males. Es la Eva de todas las concepciones patriarcales y misóginas que han existido desde el inicio de los tiempos y que se perpetúan en la actualidad.
   El personaje novelesco tiene en común con el mitológico el haber sido elegido para traer el castigo por algo que ella no cometió (el robo del fuego o el enamoramiento de su cuerpo obeso por parte del ginecólogo más guapo del hospital), pero es así mismo una figura contrapuesta a la primera mujer mitológica: su gordura, su carne colgante, representan a sus propios ojos y  a los de su familia todos los males que pueden recaer sobre una mujer.
   La escritora mexicana, como ya señalé en el comentario de su tercera novela, El monstruo pentápodo y ella misma reconoce, siente cierta debilidad por los temas escabrosos, por los deseos obscuros, por cierta estética del horror. Le gustan como narradora, porque sin aquellas decisiones que generan conflictos, aunque sean aborrecibles, no habría novela. 
   
                                           
"La maja gorda"óleo de Lucian Freud
                                   
   
   En Pandora, Liliana V. Blum explora una parafilia poco percibida, el feederismo: el placer por engordar (feedeeo el alimentado o alimentada) y la fruición por hacer engordar (feeder, el cebador o cebadora) porque eso le excita sexualmente. Y lo hace mediante tres personajes: Pandora, una mujer obesa que, al inicio de la novela, pesa 116,300 kilos. Gerardo, el ginecólogo más atractivo del hospital, que lo tiene todo en la vida, excepto una esposa gorda, y Abril, su mujer para quien su marido es el hombre ideal y por eso, después del parto de gemelos, pondrá todo de su parte para perder peso, convirtiéndose en huesos recubiertos de pellejos, lo que repugna al marido hasta el punto de que sus relaciones sexuales son un espejismo, a pesar de las maniobras seductoras de la esposa. A Gerardo le vuelven loco las mujeres con inmensas cantidades de carne, sobre todo en las caderas, en las nalgas, en el vientre, la doble papada y las lonjas o michelines en la cintura, los muslos rellenos. Y eso se lo puede proporcionar Pandora, recepcionista del hospital donde ejerce como prestigioso ginecólogo. Ella sí que podrá despertar su deseo sexual.
   La novela recupera el pasado de Pandora. El rechazo y la repulsión por parte de su madre, su invisibilidad -no solo las amigas no la ven, ni siquiera los pervertidos tienen ojos para ella-, la carencia de autoestima: para las gordas y obesas, escribe Liliana Blum, cantan las urracas, no los pajaritos de colores. Y como nada tiene que perder, acepta las invitaciones del médico más atractivo del hospital, que la instalará en una casa, tras renunciar a su trabajo. Su ocupación consistirá en comer y comer, engordar y hacer el amor con Gerardo, y volverse cada día más pesada, aceptar ser alimentada a través de un tubo y ser pesada mediante una báscula para vacas. Hasta que la que no es “la otra”, Abril, descubre la infidelidad del marido.
   No es propio de esta reseña ilustrar el desenlace con algo más que  supere el infierno abisal, la aciaga pesadilla en la que cae la protagonista que añade tres o cuatro kilos a su peso tras cada comilona. Es en cambio pertinente comentar la sexualidad parafílica, y en concreto, el feederismo. Es muy pobre la definición con la que el diccionario de la RAE precisa el significado de parafilia: desviación sexual. Sin embargo, no todas las prácticas eróticas y sexuales poco tradicionales son parafilias. Lo son cuando se transforman en algo destructivo o enfermizo que afecta a la persona o personas que en ella están involucradas. Fantasear o desear a mujeres rollizas u obesas no es en sí patológico. Desde el inicio de los tiempo humanos, como se reconoce en la novela, se asoció la fertilidad y el atractivo femenino con la obesidad. El feederismo, en cambio, es parafilia porque la adoración del cuerpo femenino se convierte en una aberrante obsesión de que la mujer engorde hasta el punto de no poder moverse y terminar inmovilizada en una cama, actuando el amante como su lacayo. En ese caso, no solo es un atentado contra la salud, sino también una agresión contra la dignidad del ser humano.
  
                                         
Monica Riley, 27 años, 318 kilos, cebada por un tubo conectado con su estómago

    Eso, la crítica de la sociedad en la que vivimos que discrimina a las mujeres gordas -antítesis  de lo deseable-, la falta de comunicación entre la pareja (Gerardo suspira por una mujer obesa pero no lo comenta con su esposa, de la que le repugna el filo de sus huesos), la exploración patológica del deseo y de ciertas fantasías se hallan adecuadamente tematizadas en la novela de Liliana Blum.
   La novela tiene, desde mi punto de vista, un inicio, tanto temática como estilísticamente, vacilante. No obstante, a medida que avanza, el relato de esta historia triangular se enriquece en hondura, en la carga erótica y en múltiples matices que revelan, sobre todo, cómo piensan Pandora y Abril.
   Entre los recursos técnicos reseñables, me parece interesante la alternancia de la primera y tercera persona. El uso de la primera persona confiere una mayor carga de credibilidad, y la narración se la otorga a la víctima, a Pandora, sin duda la principal protagonista. En cambio, tanto las acciones y los puntos de vista del victimario y de su esposa son narrados por medio de la tercera persona.
   En definitiva, una novela profundamente humana, intensamente trágica que la escritora durangueña narra con crudo realismo y suficiente verosimilitud.

Francisco Martínez Bouzas


Liliana V. Blum

Fragmentos

“Entré en los probadores y me quité la ropa. Apenas cabía en ese cubículo rodeado de espejos. Me observé  largamente. En mi situación, no podía darme el lujo de que la ropa en sí me gustara: el único criterio para comprarla era si mi cuerpo entraba en ella sin botar las costuras, los cierres y los botones. Todas las faldas asfixiaban mi cintura, indistinguible  ya del resto del cuerpo, pero al menos al ser de corte abierto le daban espacio a mis caderas y muslos. Imposible cerrar el botón, pero había espacio para recorrerlo un centímetro. El eufemismo para mi cuerpo era «de proporciones generosas». En ese momento estaba en la última talla de la ropa comercial, en el límite entre lo humano y el monstruo para quien la industria textil ya no ve rentable fabricar prendas.”

…..

“La miró perplejo y maravillado a la vez. Pandora era una adorable y exuberante montaña de carne generosa; todo lo contrario al concepto de carencia, de vacío, al frío, al hambre. Ese cuerpo como colmena de abejas, por el ángulo por donde se le viera, provocaba ganas no de conquistar el mundo o destruir una ciudad; al contrario. Esa vasta extensión de piel y de carne invitaba a apoltronarse en su suavidad y calor, a renunciar a cualquier carga o agobio,  a perderse en una felicidad absoluta. Soñada. Añorada. Durante años. La hizo recortarse sobre la cama. Se tendió sobre ella y comenzó a besarla. En la boca, en los pliegues de su cuello. Los pechos de Pandora se abrían blancos y masivos. Él los tomó en sus manos: la carne se desbordaba entre sus dedos. Los juntó uno con el otro y besó los pezones rosados y enormes, como fresas. Apretó su cara contra ellos, aspiró su olor y sintió su propia erección empujar contra la tela de sus pantalones (…)
-Come -le dije, al tiempo que separaba el interior de sus muslos. La vulva enorme y carnosa se descubrió ante él como una granada entreabierta. Comenzó a lamerla, succionarla, morderla; Pandora engullía uno a uno los pastelillos. Desde su punto de vista podía ver el vientre profuso, dividido en varios balcones de carne blanca y matizada con estrías, como una cebra albina, adornando aquel ombligo profundo. Sobre las lonjas caían sus pechos, jardines colgantes y generosos que las manos de Gerardo apretaban y soltaban antes de volver a bajar a los muslos de Pandora, a sus nalgas, dos gigantescos bultos de grasa que se desparramaban sobre el colchón-. Me fascina que haya tanto de ti.”

…..

“Más tarde averigüé que en el mundo de las parafilias hay un nombre para nosotros dos. Él sería el feeder, el que alimenta. Yo la feedee, la que come, la que es alimentada hasta que el estómago se distiende hasta su límite. Y después un poco más. Y más. Era lo que habíamos estado haciendo de manera empírica cada vez en nuestras salidas a comer. La fantasía iba más allá de eso: consistía en que yo engordara hasta llegar al punto de terminar inmovilizada en la cama. Que mi peso fuera tal que  volviera imposible ponerme de pie y caminar. A cambio, Gerardo habría de convertirse en algo así como un lacayo a mi servicio, no por obligación, sino porque adoraba mi cuerpo, alimentarme, y verme aumentar de tamaño un poco cada día. Aquello era algo mucho más serio que una propuesta de matrimonio. Era una prueba de confianza absoluta. Abandonarse a la voluntad y a la palabra del otro. Yo estaría en sus manos, mi vida dependería de él. ¿Y qué había sido mi vida hasta antes de conocer a Gerardo?”

…..

“Su mente volvió a Pandora y a revisar su último encuentro. Se vio a sí mismo nadando en aquel mar de carne tibia y suave, hundiendo los dedos, las manos, el pene, a veces tiernamente, a veces con desesperación, otras con rudeza. El olor de Pandora y su humedad inundaban su memoria. No podía dejar de pensar en ella; a cada hora del día que no estaba a su lado en la casa tenía que evocarla. Todo su día giraba alrededor  de esa hora tan esperada en la que por fin la veía. ¿Estaba enamorado? Por un breve instante sintió vértigo: estaba parado en la orilla de la felicidad. Detrás de él, sólo el vacío. Era el momento en el que aún podría bajarse, recapitular, disculparse, prevenir la catástrofe. Las heridas. Aún estaba a tiempo. Podría volver a ser el mismo de antes, el que no violentaba  la integridad de su familia. El que iba del consultorio a su casa, el que organizaba una carne asada los fines de semana con los colegas. El que reservaba sus deseos escondidos para las mujeres virtuales y para el terreno de la fantasía. El que fingía estar bien, ser feliz, satisfecho con su vida. Podría. A las tres de la mañana con once minutos, según el despertador con números rojos sobre el buró de su lado, y a sabiendas de que de romperse por completo el cascarón no podría pegarse de vuelta  jamás, tomó la decisión de seguir adelante.”

(Liliana V. Blum, Pandora, páginas 52, 115-116, 121, 165)

"PARECE QUE FUERA ES PRIMAVERA": LA MEDIDA ÁUREA DEL DOLOR

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Parece que fuera es primavera
Concita De Gregorio
Traducción de Francisco. J. Ramos Mena
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 167 páginas.

   En la clave de este libro se yergue una pregunta crucial: ¿es posible superar el terrible dolor por la desaparición de dos hijas y volver un día a ser feliz? Y un punzante rechazo de la pobreza de los idiomas modernos por la carencia de ciertas palabras. Existen palabras como viudo, huérfano, huérfana, uxoricida, parricida, infanticida. Pero hay una palabra que falta. “El progenitor que pierde a un hijo. No que lo mata: que lo pierde. ¿Cómo se llama, cómo se dice, quién es aquel a quien se le ha muerto un hijo? ¿Qué lugar ocupa en la historia? Falta la palabra, falta la palabra. Carencia, ausencia. ¿Quién la ha borrado?, ¿cuándo?, del diccionario italiano, francés, alemán, español, inglés. Y, además, ¿por qué?” (página 161).
   La búsqueda de respuestas a esta pregunta y a este grito desesperado de una madre nutre la trama de Mi sa che fuori è primavera, el primer libro de Concita De Gregorio (Pisa, 1963) traducido al español y basado en hechos reales, porque Irina Lucidi, la protagonista, existe,  y sus dos hijas Alessia y Livia, hechas desaparecer por su padre antes de su suicidio el 3 de febrero de 2011, existen o existieron, aunque jamás se ha vuelto  a saber nada de ellas. Solamente lo que cabe entrever en la nota que el suicida le dejó a su mujer Irina: “Las niñas no han sufrido, jamás volverás  a verlas.”
   A partir de una conversación que se prolongó durante siete días entre la escritora y periodista e Irina Lucidi que acude a la escritora solo para ser escuchada, Concita de Gregorio escribe un  libro basado una vez más en hechos reales. Esa irresistible irrupción de la realidad en la ficción de la narrativa contemporánea que está ampliando el concepto de novela desembocando en la novela-verdad, hasta el punto de que ya abiertamente Delphine de Vigan tituló su última novela precisamente con una apelación a la realidad: Basada en hechos reales. Sin embargo, Parece que fuera es primavera es un relato novelesco, una invención literaria, basada sí en acontecimientos que sucedieron, entresacados  de un encuentro promovido por la madre que no tiene palabras para nombrar la ausencia de sus hijas, pero que abriga la esperanza de poder afrontar su trauma gracias al poder de la literatura, del bálsamo terapéutico de las palabras.
    El libro está construido a base de fragmentos, -casi como un puzle, admite la autora-, porque también de trozos, de piezas suelta está hecha la vida de la protagonista: las cartas con las que la escritora entra en la vida de Irina Lucidi: las cartas a la abuela Karla, en las que le confiesa que hace falta ser feliz para hacer frente al dolor inconcebible, y que su nueva pareja, el granadino Luis, la hace muy feliz, pero que se siente culpable de volver a serlo; a la psicóloga de la pareja que daba la impresión de retener únicamente las razones del marido; a la jueza que ha decidido archivar la causa sin tener la certeza de haber recorrido todos los caminos para esclarecer la verdad de los hechos; más bien la culpa a ella por haberse separado de su esposo Mathias; a la profesora de las niñas solicitando inútilmente los cuadernos y trabajos de sus hijas; a la conservadora del registro civil de Kenosha (Wisconsin) implorando que le facilite un documento que le constate la identidad de la bisabuela a la que también le arrebataron a su hija, la abuela Mayme, y no la volvió a ver jamás. Todo se repite: el diseño y el destino.
   Y en paralelo a las cartas, recuerdos, listas de palabras, pequeños retratos, esbozos de sus hijas, de la niñera Dolores, maternal con Alessia y Livia, en indescifrable sintonía con Mathias, pero alejada de Irina, especialmente en los días de búsqueda. Del padre, autoritario y colérico, pero un buen hombre que, cuando desaparecen las niñas, la sacude y le dice: “tú no te mueras”; de Norma, la suegra, dura y mortífera, mas sin dejar de sonreír.
     
                                                  
Irina Lucidi con los muñecos de sus hijas

   Pero el núcleo central de la novela, lo ocupa Mathias y la común relación con Irina. Ella, abogada de una multinacional del tabaco en la que goza de un gran prestigio; embarazada a los treinta y cinco años, se casa con Mathias, suizo alemán que trabaja en la misma multinacional que ella. Lo hace por no llevarle la contraria, sin estar exactamente enamorada. Pronto es consciente de que nada encaja. Mathias rebosa de prejuicios racistas contra los italianos, es violento con sus silencios, maníaco del orden, con una personalidad psicorrígida: llena la vivienda familiar con instrucciones  escritas en post-its, destinadas a Irina sobre cómo debe realizar las acciones más naturales. Por ejemplo: “abre la nevera, coge la leche y échala encima de los cereales, no al revés.” Manipulador con las niñas tras la separación. Con la suficiente sangre fría y rigidez emocional para suicidarse y hacer desaparecer a sus hijas de seis años a las que ciertamente adoraba, mediante una escenificación fría, aterradora y calculada: aparca el coche en la estación, se tumbó en las vías y dejó que el tren lo arrollara. Irina no volverá a ver  a sus hijas. La nada absoluta. Mathias culpará a Irina de la muerte de las gemelas por la ruptura del matrimonio.
   Mas en un libro tan despiadado como desgarrador que traza realmente la medida áurea del dolor de una madre que ha perdido a sus hijas sin siquiera saber si están muertas, se tematiza igualmente aquellas fuerzas que nos hacen sobrevivir a la ausencia de los seres amados, al dolor amplificado de la pérdida de un hijo. La novela de Concita De Gregorio transmite en ese sentido múltiples mensajes: el dolor por sí solo no mata, no se debe olvidar pero tampoco enloquecer con el recuerdo; es preciso escuchar los sonidos porque el amor por los hijos tiene sonido; detrás de las penumbras siempre luce la luz, tras el invierno llega la primavera.
   Ese dolor que cada día aflige a miles de personas que pierden un hijo, inexpresable en las lenguas modernas, no es en la escritura de Concita De Gregorio el típico recorrido por los trayectos del duelo. Son por supuesto las hijas perdidas las que dan sentido a la narración. Y, a pesar de que frente a la pérdida, posiblemente definitiva, no existen antídotos, la voluntad de superación de la protagonista y el buen hacer narrativo de la autora cuyo estilo, en muchas secuencias poético, no se regodea en el sufrimiento de la madre, hacen que el dolor derive, no en una catarsis, tampoco en el sentimentalismo lacrimógeno, sino en un verdadero viaje de las tinieblas a la claridad. Todo ello discrimina la buena literatura que Concita De Gregorio es capaz de transmitir en este libro de la empatía sentimental que podemos sentir ante una pérdida, pero que sin embargo no puede medir la calidad de una narración.

Francisco Martínez Bouzas


Concita De Gregorio


Fragmentos

“Me he sentido muy culpable de volver a ser feliz, abuela. Era como si todos me dijeran: cómo puedes olvidar, cómo puedes dejar atrás lo que te ha pasado, cómo puedes irte de vacaciones, tomarte una copa de vino, amar a un hombre, hacerte amar en el placer, después dormir. Cómo puedes seguir viva, en suma, y tener ganas de seguir estando en el mundo. ¿Has olvidado  a las niñas? ¿No te da vergüenza? Es como si me dijeran que también yo he muerto, y es un escándalo que me rebele.
Pero yo estoy viva, abuela, el dolor por sí solo no mata y yo estoy viva. Así que tengo que vivir, porque mientras yo esté estará el recuerdo de quien ya no está con nosotros. El recuerdo vivo: el suyo vive en los pensamientos.”

…..

“Los hechos son sencillos, terribles y conocidos. Un domingo de enero de 2011, el último del mes, tu marido Mathias fue a buscar  a las niñas -vuestras hijas gemelas, rubias, distintas, una rechoncha otra delgada, con seis años recién cumplidos, guapísimas- a casa de los vecinos donde las había dejado jugando. Aquel fin de semana estabais separadas, las niñas estaban con él. Más o menos a la una se asomó al jardín de los vecinos donde las había enviado a jugar, las llamó. Ellos, los vecinos, les dijeron rápido, niñas, que papá os llama: vamos, es hora de comer. Alessia y Livia corrieron a su casa. A partir de aquel momento desaparecieron. Él se marchó en coche, hacia las cuatro de aquel mismo día. Con tu coche. ¿Iban ellas con él? ¿No iban? No se sabe. Las sillas del coche las tenía tú. Los peluches sin los que las niñas nunca se acostaban los encontraste en su sitio, en sus camas. Mathias hizo un largo viaje desde Saint-Simon, el pueblo cerca de Lausana donde vivíais, y llegó a través de Francia y luego de Córcega, en barco, hasta Ceriñola, en Apulia. Dejó el coche bien aparcado, se fue a la estación, se tumbó en las vías y esperó el tren. Se dejó arrollar, así se suicidó. En aquellos cinco días de viaje te escribió: «Las niñas no han sufrido, jamás volverás a verlas.» De Alessia y de Livia no se ha encontrado nunca el menor rastro.”

…..

“La palabra que falta.
El progenitor que pierde a un hijo. No que lo mata: que lo pierde. ¿Cómo se llama, cómo se dice, quién es aquel a quien se le ha muerto un hijo? ¿Qué lugar ocupa en la historia? Falta la palabra, falta la palabra. Carencia, ausencia. ¿Quién la ha borrado?, ¿cuándo?, del diccionario italiano, francés, alemán, español, inglés. Y, además, ¿por qué?
En alemán: falta. En francés: falta. En italiano: falta. En español: falta (deshijado indica genéricamente aquel que ha sido privado de los hijos, pero está en desuso). En inglés: bereaved, privado de aquel a quien se ama. Inespecífica. A quién se ama, a quienquiera que se ame.
En hebreo existe. Surge de la Bibiblia. Av shakul, masculino. Em shakula, femenino. Verbo: shakal, perder a un hijo. Génesis 27, 45. Isaías 49,21. Jeremías 18, 21. Antiguo Testamento. Existía, y se ha conservado en la lengua moderna.”

(Concita De Gregorio, Parece que fuera es primavera, páginas 12, 80-81, 161)

"A CABELEIRA": A FAVOR DE BABEL

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A Cabeleira (Fragmentos)
(Poema en 60 idiomas)
Claudio Rodríguez Fer
Versiones: sesenta traductor@s
Ilustraciones de la portada  y caligrama de la contraportada: Carmen Blanco
Ilustraciones del interior: Sara Lamas
A Tola Soñando, Santiago de Compostela, 2016, edición non venal.

   Es sobradamente conocido el episodio de la Torre de Babel, narrado por la fuente J en Génesis 11, 1-9. De sabor mesopotámico por la mención de ladrillos, del betún (asfalto) y su alusión a las torres de pisos (zigurats), le sirve al autor para mostrar que los grandes imperios no pueden alcanzar la divinidad, y explicar la confusión de las lenguas como un castigo divino por esas soberbias pretensiones. Podemos leer, en efecto, que en la Tierra no había entonces más que un solo lenguaje y unos mismos vocablos. Pero, al desplazarse los pueblos hacia oriente, hallaron un valle en tierra de Sinaar donde se establecen y deciden construir, con ladrillos en vez de piedra y betún en vez de argamasa, una ciudad y una torre cuya cima llegaría hasta el cielo para hacer célebre su nombre antes de la dispersión por la faz de la tierra. Yahvé  desciende para ver la ciudad y la torre y, observando que se expresan en el mismo lenguaje, decide confundir su lengua de manera que el uno no entienda al otro, para castigar así la arrogancia humana de ir al encuentro de Dios, un desafío contra la divinidad. Un castigo similar a otros muchos que aparecen en varios capítulos del Génesis en los que se condena lo que no es específicamente yahvista, especialmente lo que procede de la civilización, sobre todo urbana.
   De este modo, lo que debería ser “puerta de los dioses” (es lo que significa Babilonia) se convierte en confusión de los hombres y principio de dispersión. El folklore hebreo halla aquí una respuesta a la cuestión del origen de las lenguas. Un mal, tal como lo entendieron también varios Padres de la Iglesia. Agustín de Hipona, por ejemplo, pensaba que la única lengua que se hablaba en el comienzo de los tiempos era el hebreo. La diversidad de las lenguas impide la buena comunicación. El relato manifiesta una cierta nostalgia por la perdida unidad lingüística, ya que la unidad en la Biblia es un bien que proviene de Dios, mientras que la separación y la dispersión se atribuyen al pecado.
   En la actualidad, los enfoques lingüísticos son otros, aunque quedan ciertos movimientos que anatematizan  la diversidad lingüística, especialmente cuando se trata de lenguas periféricas. Hoy sabemos que el episodio genesíaco, como tantos otros, es preciso interpretarlo como una suerte de relato mítico. El folklore y las leyendas hebreas explicaban, mediante relatos como este, la intervención de Yahvé en el mundo humano.
   Existen en la actualidad aproximadamente seis mil lenguas. Muchas de ellas tienen su origen en la antigua familia de las lenguas indo-europeas. Y la diversidad lingüística es apreciada como uno de los tesoros y posibilidades de incalculable valor para los seres humanos. Son ventanas que nos permiten divisar el mundo, leerlo y crear sentido y belleza.
   Es por ello que A Cabeleira (Fragmentos) de Claudio Rodríguez Fer y su perspectiva multilingüe es ciertamente un homenaje a la poesía y al multilingüismo. Un poema a favor de Babel. El autor, Claudio Rodríguez Fer, es un poeta, narrador y ensayista tanto en lengua gallega como castellana. Catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, dirige además la Cátedra de Poesía y Estética José Ángel Valente, del que elaboró e introdujo la edición de su poesía gallega, Cántigas do Alén.
   A Cabeleira (Fragmentos) apareció publicada por primera vez en la revista Grial (1985). Dos años más tarde, se incluye por primera vez en el libro A boca violeta (1987). En fechas posteriores, fue traducido al ruso (1999) y al bretón (2000). Su primera edición políglota apareció en el número 1 de A Tola Soñando (Santiago de Compostela, 1995), con versión francesa de María Lopo, inglesa de Diana Conchado y española de Olga Novo. En 2015 esta edición se amplió con traducciones a treinta y cinco idiomas. La última ampliación editada es A Cabeleira (Poema en 60 idiomas), publicada el pasado año. Estas sesenta lenguas  en las que se pueden leer A Cabeleira (Fragmentos) se engrosarán en futuras ediciones con otros idiomas  como el alsaciano, lengua al que ya está siendo traducido.
   Leer el poema de Claudio Rodríguez Fer en las sesenta lenguas a las que podemos acceder en la edición en papel o a través de la página web
nos incita a hacernos miembros y acompañar a todas las tribus móviles que se expandieron por la faz de la Tierra, muchas de ellas sin constituirse en estados, pero creando los arcanos patrimonios de las lenguas, todas igualmente valiosas; y que no solo son códigos de comunicación como el binario, el braille, el HTML o el CSS. Son mucho más: moldes que condicionan y enriquecen nuestro pensamiento. Armas pacíficas frente  a un mundo que tiende a construir muros, clausurar ventanas y condenarnos al encierro solipsista en nosotros mismos.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Claudio Rodríguez Fer

Versiones de A Cabeleira (Fragmentos)

Galego ( Versión original de Claudio Rodríguez Fer)

A Cabeleira
(Fragmentos)

Eu nacín nun país verde fisterra que vagou errante tras manadas de vacas.
Incerto fillo son das tribos móbiles que só se detiveron cando se lles acabou o mundo.
Non teño outras raíces que as da espora nin outra patria habito que a do vento.
Síntome da estirpe daqueles pobos nómades que nunca se constituíron en estado.
O noso espírito coñeceu o abismo e o sentido telúrico do contorno natural.
A nosa historia é a dun pobo que perdeu o norte e se confundiu cos bois.
Pero eu recuperei o norte no medio do naufraxio fluíndo sensualmente da cabeleira da lúa.
E a inmensa cabeleira é labirinto no que soamente falo a quen eu amo.

(Fisterra-París-Courel)

…..

Castellano (Traducción de Olga Novo)

“Yo nací en un país verde finisterre que vagó errante tras manadas de vacas.
Incierto hijo soy de las tribus móviles que sólo se detuvieron cuando se les acabó el mundo.
No tengo otras raíces que las de la espora ni otra patria habito que la del viento.
Me siento de la estirpe de aquellos pueblos nómadas que nunca se constituyeron en estado.
Nuestro espíritu conoció el abismo y el sentido telúrico del entorno natural.
Nuestra historia es la de un pueblo que perdió el norte y se confundió con los bueyes.
Pero yo recuperé el norte en medio del naufragio fluyendo sensualmente de la cabellera de la luna.
Y la inmensa cabellera es laberinto en el que solamente hablo a quien yo amo.”

…..

Occitano  (Traducción de Eric Fraj)

“Ieu nasquèri dins un país verd e finistèrra que vaguèt errant tras manadas de vacas.
Soi filh incèrt de las tribús mobilas que s’arrestèron solament quand se lor acabèt lo monde.
Non ai d’autras raices que las de l’espòra ni abiti d’autra patria que la del vent.
Me senti del linhatge d’aqueles pòbles nomadas que jamai se constituïguèron pas en estat.
Lo nòstre esperit coneguèt l’abisme e lo sens teluric de l’entorn natural.
La nòstra istòria es la d’un pòble que perdèt lo nòrd e se confondèt ambe’ls buòus.
Mas ieu recuperèri lo nòrd al mitan del naufragi rajant sensualament de la cabeladura de la luna.
E l’immensa cabeladura es laberint ont parli pas qu’a qui ieu aimi.”

…..

Inglés (Traducción de Diana Conchado)

“I was born in a green end-of-the-world land that rambled vagrant after herds of cows.
Uncertain son am I of wandering tribes that stopped only when they reached the earth’s end.
I have no roots but those of the spore and no homeland but the wind.
I feel as one with that race of nomads who never formed a state.
Our spirit knew the abyss and the telluric sense of the natural surroundings.
Our history is that of a people who lost its star and vanished among the oxen.
But amidst the wreckage I found the north star flowing from the moon’s hair.
And the moon’s endless tresses are a labyrinth where I speak only to my love.”

…..

Italiano (Traducción de Ana Rosso)

“Sono nato in un paese verde finisterre vagabondo errante tra le mandrie di mucche.
Figlio incerto di mobili tribù, arrestatesi solo alla fine della terra.
Non ho altre radici che quelle delle spore, non abito altra patria che il vento.
Mi sento della stirpe dei popoli nomadi, mai costituiti in stato.
Il nostro spirito conobbe l’abisso e il senso tellurico della natura.
La nostra storia è quella di un popolo che si perse e si confuse con i buoi.
Ma io ho recuperato la via nel naufragio, scivolando sensualmente dalla chioma della luna.
E l’immensa chioma è labirinto, nel quale solo parlo a chi amo.”


…..

Quechua (Traducción de Odi Gonzales)

“Qora ukhupin paqarirani, uywakunaq phakanpi phawaykachaspa
Puriqkunaq churinmi kani, ñanninku tukukuqtin samaqkunaq churiyasqan
Saphiykunapas tuytuy tuytuy q’achu hina, llaqtaypas manan llaqtachu wayraq q’episqan phuyun
Llaqtan llaqtan puriqkunaq uywaqenmi kani, manan allpa hap’ipakuq wawanchu
Ñoqaykuqa kawsaraykun sankhakunaq laqha sonqonpi, chanincharayku teqsimuyuta
Ñoqayku kayku ñankunapi chinkaq puriqkuna, uywakunaq yupinpi takyaqkuna
Ichaqa k’ita puriyniypi ñoqa tarirani hatun ñanta, mama killaq chukchanmanta warkuykamun
T’anpa chukchan kan k’ikllu k’ikllu ñankuna, chayllapin rimapayani yanayta”

UN ASESINO DISECCIONA LAS FALSAS IDENTIDADES

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Apoteosis de las perchas

Xesús Constela

Traducción de Belén Poutón

Pulp Books (sello de Rinoceronte Editora), Cangas do Morrazo, 2017, 98 páginas.



    
   
   Ya en As humanas proporcións, la colectánea de relatos ganadora del Premio de Narrativa Torrente  Ballester  en el año 2003,  Xesús Constela le ofrecía al lector un relato, “Algorítmos”, subtitulado “Divertimento alfanumérico”. Otro “divertimento”, esta vez “napolitano”, es el que aprovecha el autor para encuadrar la trama de esta breve novela. El término “divertimento” se suele aplicar en literatura a los microrrelatos o a una serie de textos, de diversa naturaleza, en los que la brevedad, la ironía y el humor navegan a sus anchas. En efecto, en Apoteosis de las perchas, cobran una cierta primacía, si bien sin excluir otras dimensiones, la del thriller por ejemplo, situaciones y tonalidades aparentemente humorísticas y absurdas que a veces llegan al esperpento.

   Apoteosis de las perchas es una novela corta cuyo principal protagonista, Tommaso Bonnano,  cuenta la historia del mendigo Tommaso Bonnano que arrastra su existencia por los barrios napolitanos. Los vecinos lo consideran inofensivo; jamás había intentado hacerle mal a nadie. Pero un buen día, le propina una descomunal paliza a un desconocido. Los carabinieri le esposan sin que oponga resistencia y, en el interrogatorio, desmiente que esté muerto como pensaban los agentes, porque “desaparecer y estar muerto son cosas muy distintas” (página 18). Bajo otra identidad, la de Ernesto Basile, había trabajado un  lujoso crucero del que había desaparecido sin dejar rastro, instalándose en Via dei Tribunale, donde vive a cuerpo de rey debido al buen trato que le proporcionan los vecinos. En un interrogatorio, en el que es él quien lleva la batuta y el ritmo, descubre su pasado a bordo del Spirit of the Seas en el que realiza diversos trabajos hasta llegar a ser camarero del salón de primera clase. Su máxima  callar, observar y obedecer le había permitido alcanzar ese puesto. En primera clase, se impone sobre otros olores, el del dinero.

   En una de las travesías, en marzo de 2009, descubre las “odiosas perchas”: los nuevos ricos, míseras perchas sin otra substancia que el vacio material que sostiene lujosos vestidos y joyas. Tommaso parece poseer un sexto sentido para descubrir esas falsas apariencias, las dobles identidades (“patatas que quieren parecer piñas”), de las que se venga: en un primer momento con laxantes, detergentes y escupitajos como especial aderezo para los cócteles que prepara.

   Sobresalen por encima de las demás cuatro perchas que lo que quieren es estar juntas; maniobran para tener sexo hasta desplegar la gran apoteosis triunfal: la ceremonia que, rememorando a los antiguos romanos, las consagre al nivel de los dioses o héroes del dinero.

   En ese mismo viaje, unos operarios descubren en el barco los cadáveres de cuatro pasajeros. Y que un camarero, Tommaso Bonnano, alias Ernesto Basile, se encuentra en paradero desconocido. Los asesinatos y su desaparición lo convierten en sospechoso ante los ojos de los carabinieri. Mas la narración, en un giro radical, descubre que las apariencias engañan y, desde ese momento, adquiere el marchamo de un thriller cuyo desenlace descubre el lector en las páginas finales.

   Xesús Constela ofrece al lector una historia sencilla con un final imprevisto que logra las metas propias del divertimento: recrear mediante una trama sin grandes complejidades pero que, con humor e ironía, descubre y deshilvana las falsas identidades, la hipocresía social, las engañosas y ostentosas apariencias. Y lo hace mediante la confesión de un tipo que se escapa de la casa familiar siciliana porque no soporta, ni el olor ni las escamas, ni las tripas del pescado. Inventa un nombre con el que cruza Italia y acaba como camarero en el salón más lujoso de un barco de crucero. Desde esa atalaya privilegiada, clasifica a los personajes como personas de verdad o como perchas. Crítica despiadada, en definitiva, de las aparentes identidades, del barniz que puede proporcionar el dinero, pero también de los cruceros de lujo, de la explotación laboral de los empleados que en ellos trabajan, de los salarios en negro… Todo ello dosificando el autor la confesión del protagonista que rompe los esquemas y las premisas de la policía. Al lector le resta la satisfacción de descubrir que el camarero y el mafioso asesino coinciden en la descripción de las perchas.



Francisco Martínez Bouzas



                                                 
Xesús Constela


Fragmentos



“Fue el frutero, don Giusseppe Montanari, quien, nervioso a más no poder, llamó por teléfono a los carabinieri. Vengan rápido, por favor. Nunca he visto una desgracia tan grande. Un mendigo que lleva varios meses viviendo en el soportal junto a mi negocio, aquí en Via dei Tribunali, acaba de darle una paliza monumental a un hombre. (…) Sí. Está tumbado en la calle en medio de un charco de sangre enorme. (…) No, por supuesto que no. (…) Nadie se ha atrevido a tocarle, lo único que hicimos fue alejarlo del mendigo. No tuvimos tiempo de hacer nada. ¡Vengan pronto, por lo que más quieran! (…) No les puedo contar mucho más, porque no vi lo que pasó, que estaba descargando unas cajas de fruta que había traído en la furgoneta cuando escuché los gritos de mi señora llamando por mí. ¡Giusseppe!, ¡Giusseppe!, ¡corre, ven! Parecía aterrorizada. Me di la vuelta para saber lo que estaba sucediendo y no daba crédito a lo que veía. El mendigo le estaba pegando a un tipo que pasaba por la calle, un hombre con un abrigo negro muy largo, con una barra de hierro que uso yo para bajas la persiana de la frutería. Y menuda forma de atizarle.”



…..



“La primera vez que vi una percha fue hace alrededor de cuatro años, puede que cinco. El Spirit of te Seas acababa de partir de la Terminal Crociere del puerto de Génova y, para mi horror, vi entrar en mi salón a la pasajera más espantosa que puedan concebir. Llevaba una peluca rubia y los labios pintados de un rojo chillón y verdaderamente nada elegante. ¡Parecía un semáforo diciendo peligro, peligro! Viajaba acompañada de otra percha que a todas luces no estaba en el lugar que le correspondía y se hacía pasar por su pareja. ¡Por favor! ¡Si ni siquiera sabía desenvolverse con los cubiertos en la mesa! Fíjense: la primera vez que les vi cenar fue precisamente mientras el Spirit of the Seas viajaba de Génova hacia esta ciudad de Nápoles para la primera escala, ¿y saben lo que pasó? Pues que cuando acabaron la cena él pidió que le llevase un palillo. Madonna mia! ¡Un palillo! ¡Pretendía limpiarse la dentadura allí mismo, en mi salón, delante de todos los demás pasajeros! ¡Qué vergüenza!”



…..



“Un día me montó una escena absolutamente intolerable delante de la barra de cócteles del salón. ¡Este brebaje repugnante que me ha servido en la copa no tiene nada que ver con lo que ponía en la carta! ¡Hágame otro de inmediato! Gritaba como un loco enfurecido. Le pido mil disculpas, caballero, le contesté. No hay motivo para preocuparse, le dije con la mejor cara de buena persona que pude poner. Ahora mismo le preparo una especialidad mía que a buen seguro será de su agrado. Fue lo único que se me pasó por la cabeza para contestar a tamaña grosería. Lo agasajé con una de mis mejores sonrisas, le retiré la copa, me di la vuelta para darle la espalda y comencé a echar en la coctelera los ingredientes para hacerle una nueva combinación. Le preparé un cóctel delicioso inventado por mí para casos como este, que gracias a Dios no eran abundantes: dos medidas de vodka, un tercio de menta blanca, un cuarto de curasao rojo y, lo más importante, un más que generoso chorro de jabón de fregar los platos y un buen escupitajo de producción propia. Aquí tiene, caballero, e insisto en reiterarle mis disculpas. ¡Le encantó! ¡Se relamió de gusto! Incluso se acercó a la barra para pedirme otro que yo le hice con mucho placer. Mi cóctel había desactivado completamente la detonación de furia del muy gandul. No se imaginan ustedes la cantidad de veces que se lo volví a servir en todos los días que duró el crucero. Copo de Nieve bebió más detergente lavaplatos que el propio fregadero donde yo ponía las copas que tenía que lavar. ¡Todavía no puedo entender cómo no echaba burbujas por la boca al hablar!”



(Xesús Constela, Apoteosis de las perchas, páginas 13, 37, 50-51)

LOS "BUENOS PASOS" DE MALPASO EDICIONES

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   Considero que una de las formas más apropiadas de iniciar, desde la lectura de buena  literatura, el mes por excelencia vacacional, al menos en el hemisferio norte, puede ser dar cuenta, por el momento con una óptica exclusivamente informativa, de tres novedades de un sello editorial que surgió empujado por los vientos de la crisis. Me refiero a Malpaso Ediciones, una editorial tan independiente como innovadora que por si sola merece que se le preste atención. Una aventura delirante, como reconocen desde este sello editor que inició su andadura en octubre de 2013, bajo el impulso de Malcolm Otero Barral, un verdadero trotamundos de la industria del libro que lleva en la sangre los genes aventureros de su abuelo Carlos Barral, y que con Julián Viñuales, editor igualmente con mucha experiencia y galones, iniciaron esta aventura nacida con ganas, ilusión y, sobre todo, con un catálogo de buenos títulos. En la editorial surgida, como digo, en tiempos difíciles sostienen que las crisis son oportunidades para innovar, aprender, crecer y dar también un mal paso o los que se precisen, huyendo siempre de la grandilocuencia.
   Con un proyecto muy original, los libros de Malpaso Ediciones están llegando a un amplio espectro de libreros y lectores. El mal paso firme que están dispuestos a dar, echó sus raíces en Barcelona, pero paulatinamente van extender sus ramas por México, Buenos Aires, Nueva York, por el momento porque el amplísimo equipo editorial de Malpaso está formado por mujeres y hombres todavía muy jóvenes, no carentes sin embargo de experiencia, de los que cabe esperar que expandan los “buenos pasos” de Malpaso por medio planeta.
   Con un decálogo preciso y original (Malpaso no quiere ser uno más, cree en la literatura de excelencia y en el ensayo comprometido, acepta múltiples tendencias y gustos pero la calidad es cualidad indispensable para todos sus libros…) Malpaso Ediciones ha lanzado hasta ahora cinco colecciones:
Ficción: con la edición por ejemplo de los Cuentos completos de E.L. Doctorow, uno de los grandes de la narrativa contemporánea norteamericana. O la recuperación de una novela perdida, Rumbo al Mar Blanco de Malcolm Lowry, el autor de Bajo el volcán, edición programada para finales de este mes.
No ficción: colección en la que destaco La verdadera vida de Alain Badiou; Panóptico de Hans Magnus Enzensberger o las Memorias de Roman Polanski.
Música: memorias y ensayos de o sobre grandes iconos musicales.
El hombre del TR35: una colección que está colocando en las manos lectoras ensayos que explican el mundo en el que vivimos.
Malpasito: colección que ofrece grandes libros para pequeños lectores.
   Malpaso le brinda a los lectores de forma gratuita la posibilidad de hacerse miembros del Club Malpaso que nos permite una lectura privilegiada de fragmentos de libros a punto de ser lanzados, o descargar extractos de obras ya publicadas.
   Y a continuación, las sinopsis de los tres libros que han llegado a mis manos por cortesía de José Montfort, responsable de prensa de este equipo de “locochones y chingones” que con todas las de la ley están dando “un mal paso firme”. En fechas próximas ofreceré mi valoración crítica personal.

Francisco Martínez Bouzas

 
Tratado de la infidelidad
Julian Herbert
León Plascencia Ňol
Malpaso Ediciones, Barcelona, 2017, 119 páginas.

Sinópsis:
    
   Los relatos incluidos en Tratado de la infidelidad están cargados de imágenes de una potencia turbadora, con escenas de sexo crudo y de deseo sutil, de vida y de muerte, con personajes sórdidos y extraños y otros presuntamente normales pero que siempre parecen eludir la felicidad convencional
Los autores de Tratado de la infidelidad eluden cargar las tintas en la culpa o el remordimiento y desmenuzan el conflicto desde sentimientos complejos, como la lealtad con uno mismo o el deseo ingobernable, de unos personajes que nos hablan desde el tormento o desde un prisma lúdico, pero siempre con acidez y con dosis ingentes de humor negro, negro azabache.
Un libro que nos hace testigos de la más afilada y descarnada intimidad de sus personajes que van desde parejas con furor amatorio, ninfómanas, músicos que buscan prostitutas hasta friquis de La guerra de las galaxias. Como dice Sofía Ramírez en Cuadrivío«Tratado sobre la infidelidadbusca provocar a las buenas conciencias» y, efectivamente, la lectura de estos relatos nos coloca constantemente frente a los conflictos morales de los protagonistas que, en el fondo, que no dejan de ser los nuestros.

Los autores:
   
   Julián Herbert: nació en Acapulco en 1971. Es un artista polifacético, autor de los libros de poemas El nombre de esta casa (1999), La resistencia (2003), Kubla Khan (2005) y Pastilla camaleón (2009); del libro de cuentos Cocaína (manual de usuario) (2006); de las novelas Canción de tumba (2011) y La casa del dolor ajeno (2015) y del volumen de ensayos Caníbal. Apuntes sobre poesía mexicana reciente (2010). Es coautor de colecciones de relatos y compilaciones, fundador de un colectivo de arte interdisciplinario, videopoeta, performer de electropoesía… también ha sido miembro de dos bandas de rock.
   León Plasencia  Ňol (Jalisco, 1968) es poeta, narrador, editor y artista visual. Entre otras ha publicado las obras El árbol la orilla (2003), Apuntes de un anatomista de ciudades (2006), Revólver rojo (2011), Lenguaje privado  (2024). Y junto con Rocío Cerón y Julián Herbert, editó la antología El decir y el vértigo: panorama de la poesía hispanoamericana reciente (1965-1979) (2005). Ha sido galardonado con el Premio Álvaro Mutis (1996), el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (2005) y el Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez (2008). En la actualidad dirige la editorial Filodecaballos; ha sido director así mismo de las revistas Parque Nandino y La Zona, y colabora asiduamente con periódicos y revistas de España, Estados Unidos y de distintas ciudades de Latinoamerica.

 
Un mundo infiel
Julián Herbert
Malpaso Ediciones, Barcelona, 2016, 156 páginas.

Sinópsis:
   
   La escritura áspera y hermosa de Julián Herbert nos lleva de lo salvaje a lo poético. Un mundo infiel es una novela desgarrada que transita por atmósferas sórdidas de perros callejeros, sexo, tragos, drogas y miseria moral. Es también un prodigio literario que combina crudeza con lirismo para llevarnos de viaje por una noche delirante en compañía de unos personajes que, como afluentes, van alimentando el torrente en el que navegan, casi siempre a la deriva.
   Hay páginas de este texto, norteño y fronterizo, que cortan como bisturís, y otras que abren el mundo interior, incluso el onírico, de unos personajes de complejas motivaciones que permanecerán mucho tiempo en nuestra cabeza sin dejar de incomodarnos.
   Un mundo infiel inició el mundo narrativo de Julián Herbert y lo situó, de golpe, entre los narradores mexicanos más importantes de su generación. El autor ha reescrito esta gran historia de historias para Malpaso.

El autor:(Remito a lo escrito en el libro anterior)


Los días de la peste
Edmundo Paz Soldán
Malpaso Ediciones, Barcelona, 2017, 325 páginas.

Sinópsis:
   
  La Casona es mucho más que una cárcel: es un microcosmos donde cada uno de los individuos que lo componen, desde el gobernador de la prisión hasta su mujer, pasando por los presos y los guardias, aceptan su suerte con resignación.
   La religión como salvación, el culto prohibido que todos profesan a una diosa vengativa que pretende destruir el mundo, y la peste, que matará por igual a ricos y pobres, une a estos personajes dispares de un rincón recóndito del mundo.
   En Los días de la peste, una virtuosa novela coral, el autor nos sumerge magistralmente en una prisión narrativa, rompiendo con la manera de narrar clásica y se consagra cómo una de las voces más singulares de la actual narrativa latinoamericana.

El autor:
    
Edmundo Paz-Soldan - Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The NewYork Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como «McOndo» gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

RETRATO DESPIADADO DEL GRAN SUEÑO AMERICANO

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El Gran Gatsby
F. Scott Fitzgerald
Traducción y epílogo de  Justo Navarro Velilla
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011 (Panorama de Narrativas), 2012 (Compactos)
(LIBROS DE FONDO)

   Francis  Scott Fitzgerald (1896-1940) es uno de los escritores más importantes y emblemáticos de la literatura norteamericana y el mejor cronista de toda una generación que nace, como él mismo escribió, para hallar muertos todos los dioses, terminadas todas las guerras y toda la fe en el ser humano sometida a una duda radical. Nadie como F. Scott Fitzgerald supo definir la llamada “era del jazz”, la prosperidad derivada de la primera Guerra Mundial; y diagnosticar con crudeza su fracaso, la traición que, con su ignorancia y materialismo, la llamada nueva clase, surgida del enriquecimiento fácil, acabaría por volatilizar todos los ideales del alegre sueño americano. Y supo además definir las coordenadas de ese sueño porque F. Scott Fitzgerald representa de forma modélica a aquella “Generación Perdida”, slogan que empleó Gertrude Stein para encuadrar a ciertos compatriotas suyos más jóvenes y osados que ella, que vivían y, sobre todo, bebían bajo los alientos voluptuosos de los felices años veinte.
   En efecto, el autor de El Gran Gatsby representa muchos más que ningún otro escritor, al modelo del perdedor de la época; un hombre a quien sus escritos, y de forma especial sus relatos, hacen famoso de la noche a la mañana y que finiquita sus días, a comienzos de la década de los cuarenta, alcoholizado, sin dinero, su contorno privado de amor y olvidado por el público norteamericano.
   La genialidad de Scott Fitzgerald consistió justamente en convertir todo esto en un tema artístico; en presentar literalmente al dinero en toda su materialidad, algo voluptuoso y volátil, símbolo de un ideal que es al mismo tiempo tan frágil y efímero como el placer.
   El Gran Gatsby forma parte de aquella literatura que hace de la sátira social y del reflejo de la decadencia y de la corrupción de una sociedad su tema central. Una novela que trata de amores nunca logrados, de la muerte, de fiestas disparatadas, de ideales románticos. Y contiene el retrato despiadado e implacable de la sociedad americana en los años posteriores a la primera Gran Guerra, en los que surgen, como clase social, los nuevos ricos, sin que los pobres hayan dejado de serlo.
   Jay Gatsby, el protagonista de la novela, es el prototipo de esta nueva clase social, amoral e independiente, que desvaría por triunfar sea como sea y que finalmente será destruida por aquellos a los que intenta imitar. Sin embargo, Nic Carraway, narrador de la historia, un ser con especiales cualidades para captar la falsedad y la dureza del sistema clasista americano y el fracaso de su sueño, acaba por rendirse delante del incuestionable hechizo de Gatsby. Su aura romántica hace que el personaje no pertenezca por entero al grupo de los ricos de origen, una clase sin moral y sin posibilidades de redención. De hecho, en Gatsby la necesidad de hacerse rico no tiene otro origen y finalidad que los de conseguir el amor de Daisy.
   En el fondo, F. Scott Fitzgerald es heredero de la idea romántica de que la verdad es hermosura, pero también de que es necesario vivir la vida al instante, puesto que nada mortal es eterno. Así pues, sobre la novela planea un cierto aire de tragedia griega. Personajes como Jay Gatsby, con su indomable capacidad de amar a Daisy, la joven que tiene la voz rebosante de dinero, nos recuerdan a los grandes héroes trágicos clásicos que, cuando se aproximan a la meta, esta desaparece en el horizonte.
   El Gran Gatsby fue publicada en 1925, pero no logró el éxito popular de los relatos breves del autor, ni tampoco el de sus primeras novelas (A este lado del paraíso, 1920, Hermosos y malditos, 1922). No obstante, los críticos más exigentes escribieron que era una de las obras de la literatura más notables de la literatura escrita en lengua inglesa. Una categoría que queda demostrada al comprobar los magistrales enfoques narrativos; la complejidad de la voz narradora, a la vez observador y participante en el destino del protagonista; los diálogos perfectos; las descripciones incomparables; la luz del embarcadero de Daisy en Long Island que Jay Gatsby custodia en el verano y que, desde entonces, se convirtió en la gran metáfora de las ilusiones y de los sueños inalcanzables.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
F. Scott Fitzgerald

Fragmentos

“A medio camino entre West Egg y Nueva York la carretera confluye de pronto con la línea del ferrocarril y corre a su lado cerca de cuatrocientos metros, como si quisiera evitar cierta extensión de tierra desolada. Es un valle de cenizas: una granja fantástica donde las cenizas crecen como el trigo hasta convertirse en cordilleras, colinas y jardines grotescos, donde las cenizas toman la forma de casas y chimeneas y humo y, por fin, en un esfuerzo trascendental, de hombres de ceniza que se agitan como sombras y se deshacen en el aire polvoriento. De vez en cuando una fila de vagones grises se arrastra por una vía invisible, se estremece en un crujido espectral y se detiene, e inmediatamente los hombres de ceniza salen como un enjambre con palas que parecen de plomo y levantan una nube impenetrable que nos oculta sus misteriosas operaciones.
Pero sobre la tierra gris y las ráfagas de polvo inhóspito que soplan incesantemente sobre ella, se distinguen, al cabo de un momento, los ojos del doctor T. J. Eckleburg. Los ojos del doctor T. J. Eckleburg son azules y gigantes: sus pupilas casi alcanzan un metro de altura. No miran desde una cara, sino desde unas enormes gafas amarillas que se apoyan en una nariz inexistente. Algún oculista insensato y bromista los debió de poner ahí para aumentar su clientela en la zona de Queens, y luego se hundió en la ceguera eterna, o los olvidó y se fue a otra parte. Pero sus ojos, algo deslucidos por los muchos días expuestos a la lluvia y al sol sin recibir jamás una mano de pintura, siguen meditando tristemente sobre el solemne vertedero.
Un riachuelo sucio limita el valle de cenizas por uno de sus flancos,  y, cuando el puente levadizo se alza para que pasen las barcazas, los pasajeros de los trenes pueden quedarse media hora contemplando el lúgubre lugar mientras esperan. Es inevitable detenerse allí, aunque sea un momento, y precisamente por eso conocí a la amante de Tom Buchanan.”

…..

“Abrimos al azar una puerta que parecía importante y entramos en una biblioteca gótica, de techos altos y paredes recubiertas de roble inglés tallado, probablemente transportada completa desde alguna ruina de ultramar.
Un individuo corpulento, de mediana edad, con gafas enormes y ojos de búho, algo borracho, se sentaba en el filo de una mesa grande y, titubeante, se concentraba en mirar los anaqueles de libros. Cuando entramos, giró sobre sí mismo, nervioso, y examinó a Jordan de pies a cabeza.
-¿Qué les parece? -preguntó con verdadero ímpetu.
-¿Qué?
Señaló hacia los libros con la mano.
-Eso. Y no tienen que molestarse en comprobarlo. Lo he comprobado yo. Son de verdad.
-¿los libros?
Asintió.
-Absolutamente de verdad: tienen páginas y todas esas cosas. Pensé que serían de cartón hueco, resistente. Pero son absolutamente de verdad. Páginas y… Fíjense, déjenme que se lo demuestre.
Dando por sentado nuestro escepticismo, se precipitó hacia los estantes y volvió con el primer volumen de las Conferenciasde Stoddard.
-¡Miren! -exclamó triunfalmente-. Es una pieza auténtica de material impreso. Había conseguido engañarme. Este tipo es un verdadero Belasco. ¡Qué triunfo! ¡Qué meticulosidad! Y también supo dónde pararse: las páginas están sin cortar, sin abrir. ¿Pero qué esperaban ustedes? ¿Qué querían?
Me arrebató el libro y lo devolvió corriendo a su estante, murmurando que si quitáramos un ladrillo toda la biblioteca podría venirse abajo.
-¿Quién les ha traído? -preguntó-. ¿O ustedes han venido por su cuenta? A mí me han traído. A casi todo el mundo lo traen.
Jordan lo miraba muy atenta, feliz, sin responder.
-A mí me ha traído una mujer que se llama Roosevelt –continuó-. La señora Claud Roosevelt. ¿No la conocen? Yo la conocí anoche, no sé dónde. Llevo casi una semana borracho, y pensé que sentarme un rato en una biblioteca a lo mejor me despejaba.
-¿Ha funcionado?
-Un poco, sí, creo. Todavía es pronto para decirlo. Sólo llevo aquí una hora. ¿Les he dicho lo de los libros? Son de verdad. Son…
-Nos lo ha dicho.
Le estrechamos la mano solemnemente y salimos.”

(F. Scott Fitzgerald, El Gran Gatsby)

LA IMPORTANCIA DE LOS SERES INFRECUENTES

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Los seres infrecuentes
Isabel Garzo
Prólogo de Gustavo Martín Garzo
Editorial Pie de Página, Madrid, 2016, 190 páginas.

   Cimentándola en un buen hacer narrativo, con una arquitectura tripartita y con erratas colocadas estratégicamente, según se nos advierte en el paratexto, Isabel Garzo nos regala su segunda novela que, en palabras del prologuista, rinde un generoso tributo a las bodas misteriosas entre sueño y realidad, entre el amor y la muerte. Una novela de difícil catalogación y registro, que no ofrece demasiadas facilidades a la hora de definirla, pero que, si en algún subgénero narrativo puede ser encuadrada, es en la literatura intimista. La literatura intimista no es esclava de cuestiones semánticas; y es por ello penetrantemente narrativa;  pone su foco de atención en los problemas existenciales, en asuntos íntimos, familiares, en las oscilaciones y estados del ánimo humano, en los sentimientos y emociones. Justifico esta taxonomía porque, en esta novela, Isabel Garzo se encuentra a años luz de las actitudes retóricas, tanto en la forma como en el contenido. Huye así mismo de los tonos ampulosos, no ensalza a seres excepcionales, ni canta gestas heroicas, sino que privilegia las representaciones de la vida diaria, y lo hace frecuentemente con un estilo evanecido y en buena medida casi difuminado. La representación de la realidad no es concluyentemente objetiva, sino que nos llega reinterpretada a la luz del mundo interior de los personajes, filtrada a través de sus recuerdos, emociones y estados de ánimo.
   Mas nada de lo dicho significa que Los seres infrecuentes carezca de trama argumental. En la novela conviven tres hilos narrativos que no corren simplemente paralelos. Al contrario, se retroalimentan entre sí, o mejor dicho, los dos secundarios sustentan y suministran sentido al principal: la historia cuyo protagonista es Brais, un personaje que, en compañía de su esposa Elena y de su hijo Jesús, nacido con una malformación cardíaca, vive en Madrid, estrechamente unidos a su abuelo, un gallego de  A Costa da Morte que enviudó al poco tiempo de casarse y se responsabiliza de su único hijo, el padre de Brais, al que este no alcanzó a conocer, pues, tanto él como la madre supuestamente fallecieron jóvenes, con Brais apenas de tres años.
   Tras un viaje a Rumanía para adoptar a una niña, Mirela, la familia efectuará un desplazamiento transcendental a Galicia, a la aldea natal de Ézaro, donde Brais se enfrentará con sus verdaderos orígenes y descubrirá los insospechados giros que da la vida y que no revelaré en esta reseña ya que en ellos reside toda la magia de esta novela, un verdadero tirabuzón, tal como la define el principal protagonista; y no exenta de intriga.
   Y a la par, los otros hilos argumentales: la fábula “Ciudad de Lis” que le contó el abuelo a Brais, un regalo que incluía el permiso para hacer de su vida un cuento sin avergonzarse, ser él mismo, atreverse a elegir a Elena y convencerse de que no existen reglas que valgan para todos. Y la historia de “La pareja de cuento” que tiene gran incidencia  en la trama principal: cuando al marido le importa más su honor que la intimidad con la esposa porque el hijo que ella acaba de parir no se parece en nada  a él y concluye que su mujer le ha sido infiel. Mas los giros y golpes de efecto de los que se nutre la novela, harán que el lector se lleve una indiscutible sorpresa y que la verdadera pareja de cuento sea realmente otra: la formada por la bella joven y el padre de Brais, no el esposo rico con el que aquella se vio obligada a casarse.
   En Los seres infrecuentes todo nos llega filtrado a través de los ojos y de la voz del principal protagonista. Los escasos personajes que intervienen en la triple trama son actantes secundarios, a excepción de la figura del abuelo y de la anciana Ingrid, la meiga de Ézaro. Los otros forman la familia o el entorno de Brais. Personajes cercanos y muy naturales, cualidades que comparten con Brais que no solo es la voz narrativa en su propia historia, sino el referente en buena parte de las otras dos. Brais, como personaje, evoluciona conforma avanza la historia, y llena el texto con agudas reflexiones: la incidencia de los demás  en la propia vida, el cuestionamiento de la existencia, los caprichos del destino, el determinismo de las relaciones familiares y la importancia así mismo de otras que son aleatorias  y que vamos construyendo día a día. Se trata de la relación con los seres infrecuentes con los que nos cruzamos en la vida y que también influyen en nuestras decisiones hasta el punto de poder revolucionar nuestra existencia.
   Acertadas, en mi opinión, varias de las estrategias compositivas que emplea la autora. En especial, el hecho de prestar atención a los pequeños detalles que ayudan, sin embargo, a entender el sentido de la narración. Cobra así mismo un importante valor el factor sorpresa que aligera y hace más soportable una narración centrada sobre todo en el mundo interior de los personajes.
   
Cascada de Ézaro donde el Río Xallas se funde con el Atlántico

                                                          
  
   Pocas descripciones de ambientes y espacios, con una notable excepción: el retrato que la autora hace de Ézaro en A Costa da Morte, desvelada con ajustadas pinceladas. Estilo lento, parsimonioso, mas muy envolvente, para hacernos degustar historias aparentemente sencillas pero profundamente vitales e intimistas. Novela con intensos sabores gallegos; se nos habla de meigas, de  Ézaro, del río Xallas, el principal protagonista lleva un nombre gallego… Desconozco si el empleo del topónimo “La Coruña”, para referirse a la ciudad gallega, es una de esas erratas colocadas estratégicamente. Mas, sea como fuere, quiero dejar constancia de que el nombre correcto y normativo de la capital herculina, tanto en gallego como en español, es “A Coruña”.  La disputa “A Coruña / La Coruña” fue un debate, hoy felizmente superado.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Isabel Garzo

Fragmentos

“Muchas veces después de aquello, sobre todo en los momentos más felices de mi vida, imaginaba todo lo que no tendría si esa operación hubiera salido mal. Había visto muchas películas en las que parejas que se amaban se separaban porque no podían sobrellevar la pérdida de un hijo. Había leído libros de personas que se veían inmersas en la indigencia de la noche a la mañana tras sufrir algo así y decidir que ya no tenían fuerzas para nada.
Supongo que, al fin y al cabo, aquel momento de la operación y el que ahora enfrentaba en Constanza eran bastante  parecidos  en cuanto a que, salieran como salieran, marcarían un antes y un después en mi vida. De ahí que lo recordara justo ese día, frente a la cinta transportadora de equipajes. La vida fluye en un juego de paralelismos, de actos, momentos y personas conectados por un engranaje de hilo, momentos y personas conectados por un engranaje de hilo invisible que no entendemos. Solo de vez en cuando, gracias a un rayo de luz que se extravía, que seguramente no debería estar ahí, vislumbramos uno de esos hilos. Entendemos, por un momento, la conexión, la coincidencia. Amamos las partes coincidentes antes de dejarlas alejarse de nuevo por quién sabe cuánto tiempo más.”

…..

“En esos primeros encuentros conocí un deseo sin límites y saboreé el respeto que sentía cada uno por el cuerpo del otro. Si nuestras manos se rozaban, si compartíamos cualquier otro gesto, tratábamos cada  centímetro de piel como si estuviera hecho de un frágil y carísimo material. Todos los encuentros románticos o sexuales que había tenido en los años anteriores con otras personas pasaron a convertirse en otra cosa. No tenían nada que ver con lo que hacía con Elena; deberían llamarse de otra forma.
Cada vez que quedábamos, pasábamos nerviosos los primeros minutos. Tardamos semanas en darnos un beso en condiciones porque nos derretíamos cuando nuestros labios se rozaban, lo que hacía que nos quedáramos durante minutos simplemente así, posados el uno sobre el otro, acompasando nuestra respiración, sintiendo. Después de despedirme de ella, ya en la casa que compartía con otros dos compañeros, esos proyectos de beso eran suficientes para desarrollar mi imaginación hasta límites insospechados, para acompañarme una y otra vez durante decenas de noches, para acunarme en los momentos previos al sueño y hacer que me durmiera con una sonrisa.”

…..

“Era difícil  arrancarse uno de la tierra a la que pertenecía. Aunque para la gente de ciudad, siempre con prisa, vivir en Ézaro  podía resultar tremendamente aburrido, lo cierto es que Ingrid había vivido muchas emociones en ese pueblo. La Costa de la Muerte es muy abrupta, los temporales son frecuentes y en esos años no era raro que las olas arrastraran hasta la playa los restos de algún naufragio o la mercancía perdida de algún barco. Ingrid, el abuelo y el resto de su generación habían pasado su adolescencia y juventud rodeados de leyendas, cuentos de fantasmas y misterios que llegaban a la orilla en cajas de madera. Calzado, maniquíes… Quien menos tenía una historia que contar de algo inesperado que las olas llevaron hasta sus pies  como por arte de magia.”

(Isabel Garzo, Los seres infrecuentes, páginas 25-26, 63, 163)

LAS INCURABLES HERIDAS DE UN INCESTO

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Un amor imposible
Christine Angot
Traducción de Rosa Alapont
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 229 páginas.

   Entre las numerosas novelas y obras teatrales de Christine Angot, hay dos que son un contexto indiscutible para entender cabalmente lo que la escritora francesa narra en Un amor imposible. La narración de la relación incestuosa a la que se vio forzada por su padre desde la adolescencia, y narrada, aunque desde ángulos distintos al de esta novela, en El incesto (1999) y Una semana de vacaciones(2012). Esas dos novelas, sin ser propiamente el prólogo de Un amor imposible, forman parte de una trama autoficcional en la que la autora perfila su propia biografía marcada  por el incesto a partir de sus años adolescentes. En esta novela, sin embargo, centra el relato en la relación entre su madre, Rachel Schwartz y su padre, Pierre Angot, una relación erguida bajo los postulados de la dominación masculina y la diferencia de clases sociales; así como en la relación entre la madre y la hija, marcada así mismo por los ojos cerrados de la madre ante los abusos  del padre con su hija.
   Ese contexto se retrotrae a finales de los años cincuenta: Pierre Angot pertenece a  la alta burguesía católica. Rachel Schwartz, en cambio, es una mujer soltera, judía y de clase baja. Pierre no le miente a Rachel: jamás se casará con ella, no la presentará a su familia, pero está dispuesto a tener un hijo con ella. La joven, profundamente enamorada, acepta esas vejatorias condiciones y pronto de esa relación nace Christine, que el padre no reconoce ni le da el apellido hasta que la adolescente alcanza los catorce años. Entonces Pierre, casado con una mujer rica, se acerca a la hija, la reconoce, la invita a pasar fines de semana con él. Y en esos encuentros la fuerza a mantener una relación sexual incestuosa.
   En Un amor imposible la escritora francesa incide de nuevo en el tema del incesto, mas bajo distintos ángulos: la relación entre Rachel y Pierre, sus padres, y entre madre e hija, como ya quedó señalado. Por consiguiente, en la trama novelesca basada en la realidad, la autora urde tres historias, la vida de tres personajes impulsados por pasiones tan ciegas como destructoras: la vida de Pierre Angot y Rachel Schwartz y la de Pierre y Christine, su hija. Una relación que esconde un secreto de una relación que la sociedad actual no admite: el incesto. La relación de los padres de Christine está marcada  por la diferencia de clases, diferencia que Pierre Angot verbaliza, sin complejos, con estas palabras: “Si fueras rica, seguramente me lo habría pensado” le dice a la cara a Rachel Schwartz. Por eso ella tendrá que enfrentarse sola al parto que se produce en los meses siguientes y a la inscripción de la hija.
   Sin embargo, el eje y núcleo central de la novela es la complicada y a la vez amorosa y tierna relación entre una madre soltera y una hija no reconocida por el padre durante su infancia y temprana adolescencia. El reencuentro se produce cuando Christine cumple los catorce años. Pierre, que ha formado otra familia, la reconoce finalmente y le da su apellido. Pasan fines de semana juntos y en esos encuentros se produce algo que la hija oculta a su madre y que le será revelado por el primer novio de Christine: la sodomización de la hija. Un secreto desgarrador que dejó a Rachel boquiabierta y enferma, y que hará imposible una relación normal entre la hija y la madre a la que culpabiliza por no haberse cuestionado nada, por no haber reflexionado sobre su propia responsabilidad. Será la capa de plomo que pende sobre sus cabezas, que transforma la relación madre-hija en otro amor imposible, a pesar de lo mucho que se quieren.
   La novela, especialmente en las páginas finales, explora y ahonda en la lógica de la dominación. En las categorías separadas e irreconciliables del que considera que, por naturaleza, le corresponde estar en lo más alto, en una relación frente a la que está destinada a permanecer en lo más bajo. El hecho de tener un hijo con esta paria judía hace más interesante y excitante para el dominador esa relación: “Voy a tener un hijo con ella, pero en lugar de auparla, la hundiré” (página 217). Mundos e identidades separadas. Un rechazo que llega al extremo de violar repetidamente a la hija porque la prohibición fundamental de que el ascendiente tenga relaciones sexuales con sus hijos, a él no le afectaba. Y eso era la distinción suprema. Así pues, también la vulneración de la norma forma parte del rechazo identitario, de la infravaloración definitiva.
   Otro tema que articula la novela de forma recurrente, si bien no con la intensidad del amor imposible entre el trío de protagonistas, es el de las esperas, las despedidas (“Siempre  era igual, una llegada, una partida.”, página 126). Un permanente adiós de Pierre Angot, disfrazado por una relación epistolar que en el fondo se transforma en las ligaduras con las que el burgués parisino somete a la judía Rachel de forma contumaz y de acuerdo con sus propios intereses. Esperas y despedidas perfectamente ilustradas en la imagen de la portada.
   La novela está marcada, como ya quedó señalado, por la irrupción sin cortapisas de la realidad en la ficción. La realidad, la propia biografía, es la materia prima que sustenta la ficción. La autora habla de su vida y de sus traumas solamente en términos literarios, no autobiográficos. Por lo mismo, resulta arriesgado dilucidar lo qué hay de verdad y lo qué hay de fabulación en la novela. “El espacio real y el espacio ficcional, aclara Christine Angot, están separados completamente, pero el segundo nos permite ver y oír al primero”. Apelación pues a la realidad que está ampliando en nuestros días el concepto de novela.
   El desgarro con el que escribe la narradora señala en buena medida la tonalidad de la novela, en especial cuando relata la relación de dominio y desprecio de su padre hacia su madre. Incluso emplea, sin eufemismos, el lenguaje con tintes patriarcales y falocráticos  del padre para verbalizar ese lenguaje de dominación sibilina, pero incuestionable. Novela erguida con una estructura sencilla y lineal, con rápidos avances en el tiempo y que se acelera en la segunda parte del relato.
   Escritura plana en el inicio de la novela. Estilo de prosa claro y conciso, sin apenas florituras que toma forma en el relato en primera persona de Christine, en las cartas del padre y en las que ella misma cruza con su madre. Por eso, Un amor imposible es un modelo paradigmático de la literatura epistolar.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Christine Angot

Fragmentos

“Y si quisieras casarte, que lo entiendo, para una mujer es importante, no pondría objeciones.
-¿Con otro hombre, quieres decir?
-Ah, eso sí. Ya te lo he dicho, conmigo es imposible. Para nosotros no cambiaría nada. Nos veríamos tanto como quisieras.
-¿No estarías celoso?
-No.
Entonces se puso a darle cachetes en las putas de los senos, como distraído. Le dijo que se concentrara, y que gozase así. Ella hundió la cabeza en la almohada con los ojos cerrados. Después levantó la nuca, rígida. Lanzó un suspiro, la cabeza le pesó de nuevo. Permaneció tendida unos segundos. Acto seguido se sentó en la cama. Y le agarró el sexo con la mano.
-¿Has tenido muchos amantes?
-No. Sólo uno antes de ti. Pero tuve novio. Cuando era muy joven.”

…..

“Vino a vernos un día. Paseamos. Ella estaba contenta. Y triste en el momento de la partida. Toda partida era siempre la partida. La partida con P mayúscula. La de su padre en el andén de la estación de Châteauroux. Ella tiene cuatro años. Las puertas de los vagones todavía no se cierran automáticamente . Un viajero puede quedarse en el resquicio. Ella está en el andén. Mira la silueta en la puerta abierta. La mano se agita. El tren se pone en movimiento. Luego se aleja, con la silueta que desaparece. Y después nada más durante trece años. Entonces, otra vez la silueta en el mismo andén. Ella tenía diecisiete años. Él se apeó del tren, la tomó en sus brazos. Y soltó un sollozo al estrecharla.
-¿Quién es este hombre que solloza al abrazarme?
Por supuesto, sabía muy bien quién era.”

…..

“Ella estaba feliz de haberlo visto. Triste por verlo marchar. Siempre era igual, una llegada, una partida. No había nada estable. Nos quedamos plantadas detrás del coche que arrancaba, ella lloraba en silencio. Alargué la mano hacia ella. Y le apreté la muñeca.”

…..

“Se trataba de la negación automática. Cambio de punto de vista. En su caso, la prohibición fundamental ya no es la de relaciones  sexuales entre ascendientes y descendientes, sino la del matrimonio desigual. De ese modo siempre estarías tú por un lado y él por otro. Dado que eso era lo que había que preservar a toda costa, para ellos constituía la regla fundamental. Él en su mundo superior. Y tú en tu mundo inferior. Con el añadido, en tu caso, en ese mundo inferior, y con el fin de infravalorarte todavía un poco más, de hacerte caer en los más bajos fondos, pues eso, para rematar, tu hija violada por su padre, y tú la madre que no ve nada, la imbécil, la gilipollas, la idiota, incluso la cómplice, vete a saber. Aún bajas unos grados más en la escala de la respetabilidad, de hecho, ya no se puede llegar más abajo. No hay nada más debajo de eso. Estoy segura de que fue así, mamá.”

(Christine Angot, Un amor imposible, páginas 29, 75, 126, 221-222)

LAS TINIEBLAS MATEMÁTICAS DE EDGAR ALLAN POE

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Cuentos completos

Edgar Allan Poe

Introducción de Thomas Ollive Mabbot

Penguin Clásicos (sello de Penguin Random House Grupo Editorial), Barcelona, 2016, 1272 páginas.



   La división en lengua hispana del megagrupo editorial Penguin Random House, quizás el mayor grupo editor del mundo, y del que en la actualidad forman parte cerca de treinta sellos editoriales, algunos tan conocidos como Aguilar, Alfaguara, Sudamericana, Taurus o Grijalbo, edita en un solo volumen los Cuentos completos de Edgar Allan Poe, un total de setenta piezas de las cuales algunas estaban inéditas hasta ahora en español. Una esclarecedora introducción con la firma de Thomas Ollive Mabbot  enriquece el volumen. Así mismo, cada relato está precedido de una breve nota editorial que contextualiza el texto. Completan el volumen los anexos con los prefacios que  el propio autor compuso para Tales of the Folio ClubyTales of the grotesque and Arabesque, y los escritos de su coetáneo y principal valedor en Europa, Charles Baudelaire.

   Edgar Allan Poe pertenece a la edad de oro de la literatura de Estados Unidos, y para muchos estudiosos es, sin ninguna duda, el primer gran autor de las Américas. En Europa fue muy leído y logró una gran relevancia, gracias sobre todo a la resonancia que sus escritos encontrarían en Mallarmé y a las traducciones, carentes de fidelidad que de sus cuentos hizo Baudelaire, purgándolos del sabor arcaizante y retórico de su estilo. La obra de Poe, verdadero palimpsesto de su vida, conjuga el curioso contraste de la frialdad lógica de sus reflexiones con un fondo de misterio y terror. Y lo hace con tal habilidad que mereció que Neruda hablase de las tinieblas matemáticas para referirse a los escritos del escritor norteamericano menos americano de la literatura estadounidense. A la vez, y tanto en la poesía como en la narrativa de Poe, podemos observar una clara superación del Romanticismo, ya que deja en un segundo plano las expresiones íntimas y los mensajes transcendentes para fijar su atención en el funcionamiento interno de la escritura. Un preludio pues del arte por el arte, de la objetividad literaria y de muchas otras líneas y subgéneros de la narrativa contemporánea, entre ellos, el relato policiaco y la ciencia ficción. En este sentido, se reconoce que Edgar Allan Poe llevó a cabo lo que ningún otro escritor había logrado hasta entonces: liberar las terribles imágenes ancladas en el subconsciente, para dejarlas caminar entre páginas de sus cuentos. Abanderado de la novela gótica y precursor del relato detectivesco y de la ciencia ficción, como acabo de expresar, sus historias llevan el suspense, la tribulación y el desasosiego hasta una perfección nunca alcanzada con anterioridad.

   Fue Julio Cortázar quien ordenó los relatos de Poe en consonancia con el interés de sus temas. “Sus mejores cuentos, escribe Cortazar, son los más imaginativos e intensos; los peores, aquellos donde la habilidad no alcanza a imponer un tema  de por sí pobre o ajeno a la cuerda del autor” En su traducción, Cortazar los agrupó en Cuentos de terror, Sobrenaturales, Metafísicos, Analíticos, De anticipación y retrospección, De paisaje y Grotescos y satíricos.

   Resultaría imposible expresar en una sencilla reseña las sinopsis de las setenta piezas que edita Penguin Clasicos. Me fijaré, por consiguiente en algunos de los más conocidos. En primer lugar, en los llamados cuentos de matrimonio, como “Berenice”, “Morella” o “El retrato oval”. En ellos Poe nos acerca una especial descripción espiritual con las mujeres, ajena a toda dimensión carnal, secuela posiblemente de la pérdida de la madre que el escritor sufrió en la infancia, y de la influencia del dualismo platónico que cristaliza en la aparición de personajes duplos, personificaciones del bien y del mal. Hay así mismo cuentos representativos del terror psicológico como “El barril de amontillado”. La confesión de un crimen premeditado en la que se solapan narrador y asesino. Una técnica con la que el escritor pretende conseguir que los lectores nos situemos en la piel del asesino y comprendamos las razones que lo inducirán a cometer el crimen.

   
                                          
Edgar Allan Poe



   Hago referencia, por último, a los relatos que pueden ser catalogados como de raciocinio, la serie en la que sale a la escena el detective Dupin (“Los crímenes de la Calle Morgue”, “El misterio de Marie Roget” o “La carta robada”, entre otros). En todos ellos Allan Poe se convierte en un precursor del moderno género detectivesco.

   En todas estas muestras  y en muchas otras del escritor bostoniano hallamos  las marcas de una escritura inconfundible: un estilo rebuscado, repleto de retórica, de citas eruditas, de imágenes sorprendentes, asentadas en el realismo y al mismo tiempo en el simbolismo y en una cierta concepción de la moralidad, propia de la literatura gótica. Abundancia de personajes duplos y, sobre todo, presencia viva de un terror psicológico que se presenta  a través de la parte perversa que hay en cada persona. Relatados por un narrador que nos presenta la historia en primera persona. La estructura en espiral del relato es sin duda la arquitectura más apropiada para un tipo de narración en la que la trama argumental es una confirmación de las ideas filosóficas que están entre sus fundamentos. No obstante todas estas servidumbre en una forma escritural hoy pasada de moda, los relatos llegan a los lectores de nuestros días como narrativa bastante actual, porque muchas de las aportaciones de Edgar Allan Poe forman parte de los logros más universales de la literatura norteamericana y en la de todos los tiempos



Francisco Martínez Bouzas

MIRADAS NOSTÁLGICAS, CAMBIOS IRREVERSIBLES

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En pleno verano

Zsuzsa Bánk

Traducción de Marina Bornas Montaña

Acantilado, Barcelona, 2016, 137 páginas.



   La escritora alemana Zsuzsa Bánk (Fráncfort del Meno, 1965) es conocida sobre todo por su novela El nadador, traducida ypublicada así mismopor Acantilado. El mismo sello editor barcelonés pone ahora a disposición de los lectores esta colección de cuentos, El pleno verano. Doce relatos unidos por varios nexos comunes: el inexorable acontecer del cambio que afecta también a las relaciones personales; la nostalgia, “enfermedad” de personajes generalmente sumidos en la soledad, en la melancolía, y que brota del ser doliente, de los actantes de los relatos con una variedad difícilmente delimitada: parejas que finiquitan años de matrimonio, pero carecen del valor para la definitiva separación; hombres y mujeres propensos al suicidio que, en las mismas fechas de cada año, intentan quitarse la vida; infidelidades puestas de manifiesto por inesperados accidentes; relaciones de amistad que naufragan. La imposibilidad de recuperar el tiempo ido, primordialmente los momentos felices; o la soledad, esa “fiel” compañera que solamente nos es permitido atenuar de forma provisional. En el fondo, narrativa que saca a flote algunas de las dolencias constitutivas del hombre doblemente sabio desde que descendió de los árboles.

   En el relato que abre el libro, “El último domingo”, la escritora alemana compendia varios de los temas del libro: Anna acaba de impartir una conferencia. Márti, hija de su antigua compañera, se le presenta con una pregunta: “¿Eres…?”. Quedan para el día siguiente en una reunión con toda la familia, incluida la antigua amiga, Zsóka. Pretenden resumir todo el pasado en una tarde de charla. Es invierno, pero evocan veranos lejanos, recuperados con el manto de la nostalgia. Pero todos los presentes en la reunión son conscientes del cambio que, con el paso del tiempo, afecta a sus vidas: el pasado se había perdido para siempre y no volverán las sensaciones de los lejanos veranos. Seguirán conectados durante un tiempo de forma epistolar hasta que la correspondencia se interrumpe. Finalmente llegará un telegrama que sintetiza de forma fríamente escueta el adiós definitivo de la antigua compañera. Y Anna se consuela rememorando los veranos compartidos y aquel encuentro que nunca supo que sería el último.

   En “Lydia”, la protagonista pierde la afición por todos los entretenimientos y gustos de la infancia y adolescencia, y a los dieciocho años hace las maletas y se marcha de casa, dejando a su madre y amigas en absoluta orfandad. “Tiempo de hielo” es un de los relatos teñidos por la amargura. En el mismo, al igual que en “Bosque navideño”, la nieve contextualiza de forma muy importante los acontecimientos: la tormenta recluya a las protagonistas en la casa de Becky. Mas la felicidad del reencuentro pronto se tornará en un ambiente sombrío debido al marido de Becky, un prepotente que no cesa de refunfuñar. Y así se desvanecen las ilusiones del caer de la nieve, de los paisajes azucarados. Ahora solamente es un fenómeno climatológico que tiñe todo de color gris. La atención a los detalles de la última secuencia del relato es una muestra maestra del estilo de Zsuzsa Bánk.  La nieve de “Bosque navideño” convierte en peligrosa la excursión de las amigas Sylvie y Lea al bosque que las engulle y donde pretenden repetir las pautas del pasado en un inútil intento por reconstruir el tiempo feliz de la infancia.

   Concluyo este repaso por algunos de los relatos de En pleno verano con una breve sinopsis  de “Delfines”, el texto que cierra el libro. En forma de diario escrito por uno de los miembros de una pareja que recorre Australia en búsqueda de los delfines, se recrean sus playas, paisajes lunares, minúsculos pueblecitos, un mar azul de plomo por la tarde o bancos de delfines que nadan al lado del barco que transporta a los visitantes. Es la afirmación definitiva de que siempre, después del invierno, llega el verano.

   Relatos, en definitiva, que captan, como con una cámara, pequeñas instantáneas y que ponen de relieve la complejidad de las relaciones personales, la fugacidad de la amistad y del amor, reencuentros marcados por los signos implacables del paso del tiempo. Y la experiencia de que nada perdura.

   La autora cimenta los relatos en una arquitectura compositiva casi siempre idéntica: el reencuentro de amigas, invariablemente en invierno, con el verano como referencia idílica, el tiempo de los días felices. La atención a los detalles minúsculos, deslumbrantes o sombríos, es otra constante de estas prosas, escritas  en primera persona y en un presente que resalta la inmediatez. Personajes bien diseñados, creíbles y un lenguaje delicado; con saltos en el tiempo y numerosas elipsis para huir de lo superfluo en un subgénero que, por su naturaleza, demanda concisión.



Francisco Martínez Bouzas



               

Zsuzsa Bánk


Fragmentos



“Evocan veranos ya lejanos. Veranos en los que Márti aún no existía. Anna era una niña y Zsóka casi una mujer. Veranos únicos que quedan lejos, pero que aún recuerdan todos los que están sentados a la mesa, salvo Márti. A Anna le duele pensar en aquellos veranos y, mientras alguien pide más cafés, adopta el tono del que sabe que algo ha terminado, que algo se ha perdido para siempre. Recuerdan el agua donde nadaban, su color azul, verde y gris según la hora del día, los jardines donde saltaban, los juegos de cartas ante la ventana cuando llovía y la luz que arrojaba el atardecer para indicarles que al día siguiente podrían volver a bañarse, Recuerdan la sensación que se apoderaba de ellos en cuanto volvían a verse, en cuanto llegaba uno de esos veranos únicos y se abrazaban junto al seto de un jardín tras un largo viaje, un recuerdo que ha permanecido inalterado por muy lejos que estuvieran unos de otros.”



…..



“Becky pide un refresco en la cafetería, todavía les sobra un rato. En la radio, que suena a través de los altavoces, dicen que la nieve se derretirá en los próximos días, porque las temperaturas subirán más de lo normal, y Carola no puede evitar pensar que los carámbanos de hielo de las lámparas y la escarcha de las ventanas desaparecerán, y la nieve de las calles se convertirá en agua. Se imagina el ruido sordo que hará al desprenderse, al caer de los tejados, de todos los tejados de aquella calle, en grandes y sólidos bloques, y cómo la gente apartará los coches y levantará la vista al caminar por miedo a que un bloque de nieve les caiga encima. Y piensa que la nieve, al derretirse, borrará y se llevará a tres niños y una mujer dibujados con lápices de colores en la pared de una casa.”



…..



“Lea ha apartado la mirada, duda un instante y luego se arrodilla, deja caer la cabeza hacia delante contra la barandilla del puente, abre los brazos, los apoya en los barrotes a derecha e izquierda, se asoma entre ellos para contemplar el agua, que parece fluir más despacio ahora que el viento se ha calmado, y entonces vuelve a decir en voz baja:«No quiero oírlo». Se lo dice al agua, como si no se dirigiera a Sylvie sino al río, como si tuviera que hablar con el agua, no con Sylvie, como si pudiera ignorarla. Sylvie se sienta a su lado y contemplan juntas las olas que parecen negras bajo la luz que proviene del puente y de ambas orillas.

El Intercontinental enciende su árbol de Navidad luminoso. Lea levanta la vista hacia la fachada de cemento, cuyas ventanas iluminadas simbolizan un abeto. Se levanta, se sacude el abrigo de plumas con las manos, con esa mirada con la que no ve  nada ni a nadie, y Sylvie cree por un instante que quiere quitarse el abrigo, la gorra y las manoplas, que quiere arrojarse al agua e irse, demostrarle que no tiene frío, ni siquiera sin ropa. Sylvie espera que lo haga, espera un momento, pero Lea vuelve a sentarse más cerca de ella, apoya la espalda en la barandilla, estira las piernas, echa la cabeza hacia atrás golpeando los barrotes y luego la deposita suavemente en el hombro de Sylvie. En algún lugar suenan las campanas.”



(Zsuzsa Bánk, En pleno verano, páginas 12-13, 43, 115-116)

AMORES, TRAICIONES Y DUELOS TRAS UNA DICTADURA QUE NUNCA SE FUE

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La procesión infinita
Diego Trelles Paz
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 215 páginas.

   En convivencia con las narrativas tradicionales, han surgido desde ya hace años las conocidas como posnarrativas. A pesar de su presencia mayoritaria, los discursos narrativos compactos, cerrados y canónicos (presentación-nudo-desenlace) ya no responden a nuestra forma de percibir el mundo, cada día más fragmentado. Dificilmente se puede construir una narrativa que se ajuste a pautas canónicas convencionales, cuando existe apenas muy poco en la realidad que cuadre. Las posnarrtivas, al contrario, intentan responder a nuestra percepción del mundo. Las corrientes posmodernistas o posficcionales son, o pretender ser, el lugar de resistencia a las fábulas maestras de la modernidad. Reniegan por ellos de las categorías convencionales fundamentales, como son la del narrador o personajes, y apuestan por el lenguaje como expresión frente a su funcionalidad representativa.
   Fue William F. Gass quien empleó por primera en 1970 el término metaficción, con significados que fueron traducidos de muy distinta forma: novela autoconsciente (Alter y Waugh) que abarcaría todas las novelas que subrayan la virtud innovadora, su diferencia epistemológica y la conciencia de una rica intertextualidad literaria. Robert Spires (1984) lo entendió en sentido más restrictivo: como novela autorreferencial, la novela que se refiere a si misma como proceso de escritura, de lectura, de discurso oral o como aplicación de una teoría  exhibida en el mismo texto. Conviene igualmente recordar a Henry James, a Borges y quizás también a Walter Benjamin para comprender la condición estructural y metaliteraria de la posnarrativa de la que el lector puede ver un calco, aunque  no estricto, en la pieza narrativa de Diego Trelles Paz que pretendo reseñar. Henry James, un escritor que como crítico también trabajó desde el otro lado del espejo, definió la novela como “casa de la ficción (…), no posee una sino un millón de ventanas (…), cada una de las que han sido abiertas o todavía pueden abrirse”. En el análisis de Walter Benjamin de estas dos formas de escritura, formas artísticas según sus palabras, hay una comprensión de lo lineal y finito por un lado, contra lo multidimensional e infinito por otro. Pero fue Jorge Luis Borges quien en muchos de sus textos actuó como precursor y referencia para poder entender algunas características de la literatura posmoderna. En más de una ocasión habló Borges  de los modelos narrativos infinitos, de la multiplicidad narrativa. Hallamos sin embargo la referencia más precisa e un texto de Ficciones(“Examen de la obra de Herbert Quain”), en el que interpreta la obra de un autor imaginario: “Quian, escribe Borges, se arrepintió del orden ternario y predijo que los hombres que lo imitaran optarán por el binario y los demiurgos y los dioses por el infinito: infinitas historias, infinitamente ramificadas.” Deleuze y Guattari hablarán, buscando modelos epistemológicos, del libro raíz: el libro clásico como bella interioridad orgánica, y el rizoma: el uno que deviene dos, que deviene cuatro, con abundantes ramificaciones laterales y circulares. Y el mismo Roberto Bolaño, con quien Diego Trelles Paz comparte sensibilidades, define el hipertexto de esta manera: “Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino a lo desconocido, no quieren saber nada de los combates de verdad” (2666, páginas 289-290).
   Considero sinceramente que La procesión infinita de Diego Trelles Paz (Lima, 1977) es una muestra paradigmática de la posnarrativa. Una trama que detona en mil direcciones, que rompe el modelo lineal de novela, la linealidad temporal, con saltos en el tiempo, cambio de escenarios, coralidad de voces narrativas, y sobre todo, una apuesta por la narrativa infinita, sugerida ya en el mismo título. La novela, empleando la terminología que Manovich utiliza para referirse al cine y a la novela, es una verdadera base de datos (Databaseen inglés), con numerosos imputs o puertas, una gran fragmentación. Una auténtica red de historias en las que los personajes y sus eventos no son solo  subjetividades y acontecimientos, sino puntos o nodos de esa red. El carácter fragmentario de la composición de la novela la convierte en puzle -es un puzzle, me ha confirmado el autor- que reta al lector y cuyas piezas, sin embargo veremos que encajan en la “Parte final”. Debilitamiento de barreras entre géneros; ruptura de las estructuras compositivas compactas; habitual empleo de distintos registros y tonos; uso deliberado e insistente, si bien no cansino, de la itertextualidad y del diálogo con la literatura, con guiños a muchos autores, especialmente a Bolaño en la “Segunda parte” (“Dos. La parte de Ubaldo Martínez”, “Cuatro. La parte del Dandi”); uso en alguna ocasión del género epistolar, tematización del arte de la escritura, posiblemente una de las caras más notables de la posnarrativa; reflexión sobre la creación literaria: uno de los personajes más memorables, el Pochito Tenebro le ofrece esta receta escritural a Diego el Chato, uno de los protagonistas de la novela: que escriba, que no vaya por la vida oliendo los pedos de Vargas Llosa. “Para escribir hay que matar, ¿escuchaste? ¡MATAR!” (página 40). Así como el uso deliberado de distintas tonalidades y registros lingüísticos, destacando la oralidad y los malentendidos de las jergas de las calles de Lima, con abundantes peruanismos que no solo dotan al libro de un toque hilarante y exótico, sino también de interrogantes para un lector español. Muchas palabras y giros de la jerga de Pochito Tenebroso, por ejemplo, “rosquetovich” (página 208) son ininteligibles en España, pero ponen de manifiesto la riqueza del idioma común.
   Pero ¿de qué va la novela? Quizás su centro oculto sea la urgencia de los protagonistas, Diego, el Chato de apodo, claro alter  ego del autor, su amigo Francisco Méndez y Cayetana Herencia, “el centro luminoso de esta historia”, de  resolver la procesión sin límites que les corta la respiración, para dejar atrás el duelo culposo, la procesión que va por dentro (página 124) debido a la muerte, el suicidio, la desaparición de amigos y familiares o el abandono de amantes. En cuanto al argumento, transcribo de forma libre y con alguna paráfrasis personal la sinopsis  que nos ofrece Anagrama, el sello editor. Francisco Méndez y Diego el Chato se reencuentran en Lima. El Chato retorna a su ciudad natal. Ambos habían abandonado Perú huyendo de sus vidas en un país desfigurado por la violencia fujimorista y la de los senderistas. Tras un año sin verse, surge el recuerdo de sus aventuras veraniegas en la Europa efervescente del nuevo milenio: viajes promiscuos con abundante alcohol, cocaína, fiestas non-stop, con adicción a los trickies y tríos sexuales. Pero algo inconfesable ocurrió en Berlín porque ningunos de los dos ha vuelto a mencionar lo que pasó en la capital de Alemania, se dice en el inicio de la novela, mas tampoco lo han olvidado. ¿Fue realmente un episodio erótico y traumático con una prostituta alemana y una banda de delincuentes metaleros -los Turcos- que destroza la vida exagerada de ambos amigos? ¿O una invención, la rama ficticia de la historia, para no tener que explicar lo más sórdido? La repentina desaparición de Francisco lleva a Diego, que ahora vive en París, a buscar de forma obsesiva la verdad. Y pretende hacerlo siguiendo los pasos de la única persona que podría saberlo. Es Cayetana Herencia que, a su vez, arrastra más de un desconsuelo por la muerte de su padre y el final de su relación con el Dandi (Francisco Méndez) que este cortó por teléfono de forma cobarde, sin atreverse a mirarla a la cara.
   Novela pues sobre los traumas, la amistad y el amor en un país que sigue sufriendo las secuelas de una dictadura perversa, con referencias al autogolpe de Fujimori: tombos (policías)  y milicos por todos los lados. Desaparición de familiares y amigos; detenciones ilegales; conocidos y camaradas torturados, “pepeados” o que simplemente se perdían y no volvían más (página 90). Razón por la cual La procesión infinita forma parte junto con Bioy de la saga que Diego Trelles está escribiendo sobre el Perú de la dictadura fujimorista y el de los años en los que, con o sin dictadura, todo está torcido y quién sabe hasta cuándo. Por eso los protagonistas de la novela intentan hallar pistas de los amigos que se han evaporado y su desaparición penetra en el terreno de lo misterioso. Es seguramente esta obsesión por descubrir paraderos, la razón del marchamo detectivesco  que se le ha atribuido a la obra de un escritor que cree que la política anula la novela policial.
   Aludo a las secuencias que más hacen sentir la presencia del Bolaño de  2666: los capítulos de las partes de Ubaldo Martínez y del Dandi. En ambas secuencias, Diego Trelles presenta a dos personajes y sus relaciones que muestran que, con o sin dictadura, todo está torcido y seguirá torcido, así como un muestrario de la corrupción endémica de los poderosos especialmente: drogas, sobornos, tráfico de influencias, prostitución de lujo…
   En la novela afloran múltiples obsesiones, quizás simpatías o antipatías tenaces: asesinatos, suicidios, muertes y misteriosas ausencias que provocan en los protagonistas esa “procesión infinita” a la que apunta el título. La violencia en un país que la sufrió a raudales y que la sigue padeciendo porque el gran leitmotiv de la pieza narrativa es la ininterrumpida presencia real de la dictadura en el Perú. Su constatación en la novela aparece por primera vez a las pocas páginas del inicio. “Eso que trajo la dictadura nos persigue porque nos define.”(página 31). E incluso la verbaliza Chequita, empleada doméstica de la familia de Cayetana Herencia, aprendiz de escritora y personaje memorable. En el texto novelesco hallamos igualmente, amor, sexo duro, atracción, intimidad descarnada y hambrienta, travesuras eróticas, infidelidades y mucha coca de por medio.
   Algunas de la más notables estrategias escriturales de La procesión infinitase cimentan, entre otros basamentos, en el ya reiterado amplísimo fragmentarismo, en el virtuosismo compositivo, en la riqueza de tonalidades y voces, cambio constante de escenarios (Lima, París, Londres, Berlín), saltos en el tiempo (desde el año 2000 al 2015), presentación de los personajes sin describirlos explícitamente. Son retratados descubriendo sus historias y antecedentes; reflexiones metaliterarias. Y una prosa pulida y afilada cuando la oralidad queda al margen.
   Una novela “distinta, desarrollada, política y ambiciosa”, como recuerda Silvia Sesé, la actual editora de Anagrama. No apta seguramente para un lectorado habituado a las pautas canónicas y convencionales de siempre y que algún crítico no recomendaría. Un indiscutible festín literario, sin embargo, para todos aquellos lectores que seguimos pensando que la novela es el reino de la subversión, el reino de la libertad de contenido y de forma. Proteica y abierta por naturaleza. Esto es lo que pienso sobre esta tercera novela de “un heredero de Bolaño decididamente salvaje”, como ha apuntado el crítico Gonzalo Torné. Y no creo que sea marketing. Esta novela no precisa mercantilización, se defiende por si misma.

Francisco Martínez Bouzas

            
                                                
Diego Trelles Paz


Fragmentos

“Ni siquiera tiene que ver con el billete o con la posición social. Esta vaina no es genética. Somos animales por opción. Eso que trajo la dictadura nos persigue porque nos define. Y no se va a ir nunca. Dale cinco años más y vas a ver que Fujimori volverá a terminar lo que hizo apoyado por los mismos que marcharon contra él. Tú marchaste, ¿no? Pues muy bien, Chatito, hiciste lo correcto. Te felicito. ¿Crees que a alguien le importa? Yo no marché, y aunque voy a sentirme menos cínico que un montón de gente, eso tampoco sirve de ni mierda, así que estamos iguales; pero a mí no me duele y a ti te mortifica, te llega profundamente al pincho que quedemos parches. Lo que admiro en ti, mi Chato, es que sigas creyendo que las cosas van a cambiar en el país, que sigas escribiendo y luchando por algo que está muerto. Por eso nos fuimos del Perú, ¿no?”

…..

“La erección involuntaria de Francisco lo despertó del letargo y lo obligó a  reaccionar. La rubia ya había vuelto sobre él pero ahora estaba encima, moviéndose con dolorosa aspereza, fornicándolo y despreciándolo al mismo tiempo. «Tenía que escapar, salir como sea, Chato, o me mataban», dijo mi amigo con una mueca de sufrimiento. El ruido entrecortado que salió de su boca parecía un sollozo, un gemido quejumbroso que anunciaba lo que tanto temía recordar. Los turcos seguían mirando pero ya no estaban. Habían desaparecido de su relato. Quedaban él y la mujer que lo violaba, y al costado de la cama, sobre una de las mesas de noche, el cenicero de vidrio grueso que cogió atenazando los dos dedos como si cogiera una piedra.
El primer golpe fue en realidad todos los golpes: los cinco o seis que asestó con la ciega brutalidad que le permitió su desesperación. Lo único que recordaba era el impulso automático de su mano aferrada al cenicero.”

…..

“Te digo una cosa que va a sonar un poquito rosquetóvich: me recuerdas mucho a alguien. Por mi mare’, causa, desde que te vi entrar al Sully con esa carita de rufián melancólico, al toque pensé: rechucha, ¡ahí está el Jaime! Me asustaste, broder, en serio me periloquié. Ni siquiera es una vaina física, no: tú eres medio blancón con pecas y el Jaime no tanto, él era un cholo solapa, marroncito como el Pocho pero de cacharro más fino. La hueva’a es una onda como de conexión místico-automática, o sea algo que no te esperas pero, cuando aparece, la sientes recontra intensa. ¡No me mires como si fuera cabro, carajo! Más seriedad, Chato, que estoy a punto de soltar algo importante. (…)
Como ves, broder, éste es un cuento inacabado sobre los años de terror en el Perú, sobre esos años que tú no viviste porque eras muy chibolo o estabas protegido en tu casita de San Isidro City. Vaya, que tienen huevos para escribir sobre algo de lo que no saben ni mierda. ¡Y todavía vas de canchero y le pones Borges! Ta que…Loco, tustás hasta las huevas. No tienes ni idea porque no estuviste. La represión al final de los ochenta, y, peor aún, cuando entró el Chino rata, era una huevada monstruosa. El Pochito todavía era Ezequiel por entonces y estudiaba en San Marcos. Jaime tenía más bille y estaba en la Católica. Daba lo mismo, igual se hicieron patas. Yo soy del Agucho, causa, cholo y misio fue toda mi puta vida. Nací proletario, me hice campa. No había de otra. Había que resistir. El sistema capitalista burgués a nosotros nos oprimía en serio, no era floro ni huevadas pero de eso ustedes no saben. Los hijos de los ricos y de los burgueses nunca van a la guerra. Los de San Marcos, Cantuta, Villarreal estábamos recontra cagados. Cero  chamba, cero oportunidades, el país en la puta ruina, si no te cagabas de hambre era porque hacías olla común, te quejabas, reclamabas, te sumaban a los paros o a las marchas, y los perros te sacaban la conchasumadre y luego te metían preso por terruro. Era eso o te fondeaban, causa, muy simple: una de dos.”


(Diego Trelles Paz, La procesión infinita, páginas 31-32, 102, 208-210)

LA NORMALIZACIÓN DEL AMOR LÉSBICO EN LA NARRATIVA BRITÁNICA

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El lustre de la perla
Sarah Waters
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 496 páginas
(Libros de fondo)

   Con independencia del valor intrínseco de las obras literarias, hay ciertos factores que dotan a sus autores de un innegable plus promocional. Uno de ellos es la renovación de la cantera que, desde 1983 y cada diez años, realiza la revista británica Granta seleccionando a los “Young British Novelists”. En la lista de enero de 2003, entraba en el club de los nuevos jóvenes talentos la escritora galesa Sarah Waters (Neyland, 1966). El éxito de ventas y la traducción de sus obras a otras lenguas no ha hecho más que corroborar la consolidación de una narradora de indudable talento, ya conocida por el público británico debido a sus estudios sobre género y sexualidad. Y sobre todo, por ser la autora de seis novelas, todas ellas traducidas al español por Editorial Anagrama  algunas de ellas en orden inverso a la cronología de su edición original. A las pocas semanas de su inclusión en la lista Granta, Anagrama editaba con el título de Falsa identidad la tercera novela de Sarah Water, Fingersmith en la versión original. También en 2003, el sello editor barcelonés publicaba la primera pieza narrativa de la escritora galesa, Tipping the Velvet (1998), traducida simultáneamente al catalán por La Magrana con el título de Besar el vellut, y al español por Anagrama con una metáfora diferente, El lustre de la perla. No cabe duda de que el título de la edición en catalán responde mucho mejor al significado de la edición en inglés: “Acariciar el terciopelo”. En el argot de la época, el terciopelo era uno de los nombres del sexo femenino.
   Las dos piezas, junto con Affinity (1999), constituyen la mejor trilogía del amor lésbico en la literatura contemporánea. Y sobre todo, su normalización en la época victoriana, un momento en el que se dice que la reina Victoria aceptaba la homosexualidad masculina, pero era incapaz de creer en la existencia de lesbianas. Sarah Waters demuestra en esta novela que la soberana británica estaba en las nubes en lo relativo al conocimiento de la sexualidad femenina y sus laberintos.
   El lustre de la perla es una excelente novela que recibió en su día el aplauso unánime tanto de la crítica  como de los lectores, sin quedar restringida su aceptación a la comunidad homosexual. Una excelente construcción narrativa en la que el juego de ambivalencias sexuales, del travestismo y del amor sáfico marcarán el desarrollo argumental de la trama.
   Corre el año 1890, el mundo cautivador del music hall propicia el encuentro y el primer amorío de Nan Astley y de Kitty Butler, una cantante de variedades que realiza sus números vestida de hombre. La sigue a Londres como su asistenta y amante y más tarde como compañera de actuación. Hasta que Kitty, desoyendo los deseos de Nan Astley, se casa con su representante. Y así se inicia el particular descenso a los infiernos de la protagonista que, para sobrevivir, se verá obligada a introducirse en el submundo londinense y actuar de prostituto vestida con pantalones. Cae en la telaraña escabrosa de una rica viuda lesbiana que la convierte en su puta y le hará pagar un precio muy alto. Y así, sin que nadie le ofrezca ayuda, inicia la protagonista la etapa definitiva en la que encuentra la felicidad, también al lado de otra mujer.
   El gran mérito de Sarah Waters consiste en haber sido capaz de normalizar el lesbianismo. Lo hace en primer lugar en la vida real, alejada de la ficción, al rechazar los estereotipos que rodean al mundo de las lesbianas. Por ejemplo, la creencia de que las lesbianas apuestan deliberadamente por el feísmo. Admite que las lesbianas han rechazado la feminidad, la obligación de ser bellas, de llevar tacones de aguja, porque piensa que esa feminidad las limita. Y hay lesbianas que han caído en ese extremo, pero en el mundo actual puede verse a muchas lesbianas que son muy femeninas. Y lo hace así mismo desde la literatura, porque en sus novelas no aborda el tema de la militancia desde la defensiva, sino contándonos historias de amor que se desarrollan en una atmósfera dickensiana. La sexualidad, el erotismo, el amor sáfico, todo aquello que había que leer entre líneas en la narrativa victoriana, aparece aquí presentado como una opción aceptable, practicable, y por lo mismo novelable. Ficción histórica que adapta el género victoriano a la sensibilidad actual, haciéndonos revivir las experiencias de sus personajes con un realismo convincente y una brillante perspicacia, logrando así que el lesbianismos entre de forma natural en el canon de la literatura anglosajona.

Francisco Martínez Bouzas



Sarah Waters


Fragmentos

“Ver actuar a Kitty Butler en el escenario después de haber hablado con ella, y después de que me hubiera sonreído y besado la mano, fue una extraña experiencia, a la vez más y menos emocionante que antes. Su voz encantadora, su elegancia, su pavoneo: era como si con ellos me hubiese concedido una especie de secreto compartido, y que tintaba de suficiencia cada  ocasión en que el público rugía al recibirla o la reclamaba a gritos para un bis. No me lanzó más rosas; todas iban a parar, como antes, a las chicas bonitas de las primeras filas. Pero sé que me veía en el palco, porque notaba sus ojos en mí, a veces, mientras cantaba; y siempre, cuando salía del escenario, hacía aquel gesto amplio con el sombreo para toda la sala, y a mí me dedicaba un gesto de cabeza, un guiño o un asomo de sonrisa.
Pero aunque yo me sentía complacida, también estaba insatisfecha. Había visto algo más que el maquillaje y los contoneos; era durísimo tener que contemplarla con los demás espectadores mientras cantaba, y no tener de ella ni un ápice más que ellos.”

…..

“Caminé como una hora sin pararme a descansar; pero seguí un rumbo al azar que a veces volvía al punto de partida: mi objetivo no era tanto huir de Kitty como esconderme de ella, perderme en los grises espacios anónimos de la ciudad. Quería una habitación, un cuarto pequeño, mísero, un cuarto que fuese invisible a cualquier ojo perseguidor. Me veía entrar en él y taparme la cabeza como una criatura excavadora o hibernante, una cochinilla o una rata. Así pues, me interné en las calles donde había pensiones, cuchitriles, casas con letreros en la ventana que decían Se alquilan camas. Supongo que cualquiera de ellas me hubiera servido, pero estaba buscando alguna señal invitadora.”

…..

“No nos irá tan mal, Zena -dije-. Tú eres ahora la única bollera que conozco en Londres, y como estás sola pensé…que podríamos intentarlo, ¿no crees? Podríamos encontrar un cuarto en una pensión. Tú encontrarías trabajo de costurera o de asistenta. Yo me compraré otro taje, y en cuanto me haya cicatrizado la cara…, bueno, me sé un par de mañas para ganar dinero. Tendríamos tus siete libras dentro de un mes. Conseguiremos veinte en un periquete. Y entonces tú podrás viajar a las colonias y yo…-tragué saliva- podría acompañarte. Dijiste que allí siempre necesitan caseras; sin duda, también los hombres necesitarán furcias…incluso en Australia, ¿no?
Me miró sin decir nada mientras yo hablaba. Acto seguido agachó la cabeza y me besó una sola vez, muy levemente, en los labios. Se dio la vuelta y por fin me quedé dormida.”


(Sarah Waters, El lustre de la perla, páginas 43, 195, 353)

LENIN Y EL DESCLASADO

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El enfermero de Lenin
Valentín Roma
Editorial Periférica, Cáceres, 2017, 267 páginas

   La novela, proteica y abierta por naturaleza, es el reino de la libertad tanto de contenido como de forma, como en su día subrayó un reputado estudioso de la narratología, Darío Villanueva, actual director de la Real Academia Española. Valentín Roma (Ripollet, 1970) lo sabía o presentía al delinear la fórmula de su primera novela, El enfermero de Lenin, una pieza narrativa en la que el autor hace uso de múltiples herramientas y de una trama fragmentada que se levanta sobre múltiples imputs, puertas, referencias, imágenes o incluso lagunas como el escritor las llama en alguna ocasión. Mas todo ello alrededor de un núcleo diegético no oculto sino visible. El protagonista y voz narrativa que lo hace en primera persona, nos introduce en su propia historia de trasterrado y desclasado y en la de su padre, obrero e hijo de agricultores inmigrantes desde La Mancha a Cataluña. El padre, tras una operación rutinaria, se volvió loco durante veintiún días, en agosto de 2011. Y en ese estado demente, aseguraba ser Lenin y exigía que, como tal, lo trataran en la clínica de la localidad manchega donde se recupera. Entre otras excentricidades requería que las medicinas que le suministraban llevasen escrito el nombre de Vladímir Ilich Uliánov.
   La novela, una fábula moral, estética y política, relata en el formato de diario las peripecias y circunstancias de la estancia del padre en el centro hospitalario hasta que, en una de las últimas tardes de agosto, recobró la cordura, volvió a ser él mismo y la ofuscación de su cambio identitario desapareció de su mente. Padre e hijo, Lenin y su “enfermero”, llenan con sus historias buena parte del contenido de la novela, y a través de ellos el lector percibe el contraste entre el mundo culto y académico del hijo -al final de la narración el hijo confiesa que acaban de comunicarle que ha ganado una plaza de profesor universitario en Barcelona- y el de los padres inmigrantes poseedores de una cultura rudimentaria (“…parecemos el trofeo del sistema educativo burgués. Sin embargo, aunque no lo decimos, en nuestras casas nadie tiene libros ni bibliotecas familiares, es más, nuestros padres siguen firmando con la misma letra del parvulario”, página 14).
   Los delirios del padre arrastran al hijo al que llama Velodia, diminutivo del niño Lenin antes de su bautizo. Y el hijo, prácticamente prisionero de los pasillos interminables y de la habitación de la clínica, considera su situación como un destierro de verano en el que no obstante reparará la biografía de un ser humano acompañándole durante tres semanas en sus  alucinadas quimeras, aunque no carentes a veces de coherencia. Y algo más: reparación de los errores de la propia ideología de un desclasado. Subsana así mismo el pasado con nuevos diagnósticos y delirios postales con preguntas grotescas a los vecinos del pueblo. Y repara también la utopía revolucionaria cuando el tiempo de las revoluciones parece otro tiempo y de otra gente. Los desvaríos paternos los aprovecha el autor para desacralizar la política y la lucha de clases, reducida por ciertos políticos a eslóganes. Y lo hace al margen de cualquier épica ideológica, contando simplemente una historia.
   Valentín Roma yergue y sustenta la novela alternando capítulos en los que el hijo se encuentra en la clínica y reproduce los ensueños del padre y acontecimientos en los que el progenitor es sujeto pasivo o activo, con otros en los que rescata experiencias del pueblo, una “exhumación del tótem de la melancolía”, las relaciones paterno-filiales, el desclasamiento, teorías políticas, escenas que suceden fuera de la clínica, y momentos puntuales, decisivos algunos, otros anecdóticos de la revolución bolchevique: las migrañas de Lenin que le inspiraron dos de sus obras más lúcidas: Tesis de abril y El Estado y la Revolución, lo que provoca en el narrador este interrogante: ¿qué habría sido de la Historia sin las jaquecas de Lenin?; la reconstrucción del viaje en tren de Lenin junto con su esposa Nadia Krúskaya y una treintena de bolcheviques desde Zurich hasta Petrogrado; el empeño de Vladímir Ilich Uliánov en diseñar desde su lecho hospitalario el organigrama y andamiaje de la revolución. Y otros episodios de la historia bolchevique  como el debate sobre pintura entre Diego Rivera y Varvara Stepánova en la cena de gala en el Palacio de Invierno, el 13 de enero de 1927 con motivo del décimo aniversario de la revolución. O el juicio celebrado por los bolcheviques acusando a Dios de crímenes contra la humanidad; en el fondo un impensado reconocimiento de la existencia divina.
   No faltan en esta novela fragmentada, producto legítimo de la dispersión, analepsis que recuperan episodios de la adolescencia del hijo, curiosas fantasías infantiles como la de estar preso; sus primeros trabajos en los que mostró una “encomiable” y tolerable ineptitud. Referencias así mismo a lo que ocurría en España fuera de la clínica como la celebración de La Jornada Mundial de la Juventud de 2011. Y sobre todo, juicios, teorías y opiniones sobre arte contemporáneo, comentarios sobre música, cine y autores y libros que dotan a la novela de un cierto carácter intertextual en sentido ampliado y una clara tonalidad didáctica.
   Literatura de “hijos de emigrantes” como ha señalado el editor de Periférica, Julián Rodríguez, que no abunda precisamente en la narrativa española; levantada con una arquitectura original, aunque cada día más frecuentada, y un estilo de prosa que, con naturalidad, aborda desde cuestiones filosóficas hasta rutinas hospitalarias, rotas y aderezadas por el humor y los delirios de un loco transitorio.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Valentín Roma


Fragmentos

“Algunas tardes, cuando me libero varias horas de la clínica, paseo con mi prima por las calles ahora asfaltadas de nuestra niñez que suelen desembocar en terrenos baldíos. Las ruinas del capitalismo también han llegado hasta aquí, de modo que vemos viviendas demasiado ambiciosas que nunca se terminaron, cuya estructura parece la osamenta de un animal picoteada por el viento y el calor. Pronto se celebrarán las fiestas de verano y hay señores sacándole brillo a los coches ante las puertas de sus casas. La mayoría viste solo un pantalón, pero en lugar de una azada o una manguera con la que regar sus huertos urbanos tienen entre los dedos un botellín de cerveza.”

…..

“Esto pasa en las novelas y también pasa aquí. Lenin me pidió ir al lavabo porque tiene la barriga revuelta. Se sienta en la taza y tras unos minutos entro y lo veo intentando limpiarse. Cojo la esponja que nos dejan cada mañana y abro sus piernas para ayudar, «qué apuro que tengas que hacer esto», me dice. ¿Cuántas veces tuviste que hacerlo tú, cuando yo era pequeño?, le respondo. Y mira qué bien hiciste de vientre, es la primera vez en mi vida que digo esta expresión suya. «Tengo ganas de irme a casa, Volodia. Tengo muchas ganas de ver a tu madre.»

…..

“Lenin considera que el sistema jerárquico del hospital reproduce, a pequeña escala, las purgas, los vicios y las desigualdades del capitalismo. Dice que los becarios latinoamericanos que hacen prácticas en el mes de agosto son una prueba palpable de hasta dónde pervive, hoy, la explotación colonial.
Respondo que estoy absolutamente de acuerdo y con ello me gano el segundo gesto desdeñoso del día, «el acuerdo es una figura expresiva propia de los discursos totalitarios, la discrepancia es el único procedimiento que el pueblo tiene para automodelarse.»


(Valentín Roma, El enfermero de Lenin, páginas 49-50, 167, 226)
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