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"Y ESO FUE LO QUE PASÓ": UNA MUJER EN EL POZO OSCURO DEL DESAMOR

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Y eso fue lo que pasó

Natalia Ginzburg

Prólogo de Italo Calvino

Traducción de Andrés Barba

Acantilado, Barcelona, 2016, 110 páginas



   Pocas veces se ha definido a una autora o autor y a la heroína de una novela con la pujanza y vigor con que lo hizo Italo Calvino en 1947, refiriéndose a Natalia Ginzburg (Palermo, 1916-Roma, 1961) y a su novela È sato cosí: “Natalia Ginzburg es la última mujer sobre la faz de la tierra, el resto son hombres” (página 7). Y añade que las desencantadas heroínas, las mujeres de este mundo, lo único que han hecho, durante generaciones y generaciones, ha sido esperar y sufrir. Esperar a que alguien las amara, se casara con ellas, las convirtiera en madres, las traicionara. Y Natalia Ginzburg que fue una mujer fuerte, confiesa, en una nota tan desgarradora como la trama de su ficción, que cuando escribió esta novela, ahora traducida al español y editada por primera vez en España por Acantilado, en el proceso de escritura de Y esto fue lo que pasó se sentía infeliz, no tenía ganas de pelear ni de combatir, pero decide escribir esta historia terrible para aligerar su infelicidad. Acababa de regresar a Turín, tras el asesinato de su marido por los fascistas en 1944, encontró un disparo y decidió seguirle la pista hasta dar con la oscuridad, la confusión y el enredo de la protagonista y autora del mismo. Todo ello en una novela cuya historia no es bella, tal como le dicen algunos conocidos, pero que es una gran novela contada por una narradora magistral.

   Un relato primario que, a las pocas líneas, nos obsequia con un tiro (“Le pegué un tiro entre los ojos”, página 15), un conyugicidio que inicia la intriga, define la estrategia narrativa de la autora y desde ella traza una cadena de analepsis, rememoraciones en las que la protagonista cuenta toda la historia. Ese delito es la secuencia inicial pero también la final. En el medio, una historia tan angustiosa y desesperada como real, cotidiana y demoledora. En efecto, a ese íncipit letal, con el reconocimiento de la voladura de la cabeza del marido, en un flash-back desgarrador, Natalia Ginzburg despliega una historia de absoluta soledad de una mujer que cree poder superarla en un matrimonio, el destino determinístico para tantas mujeres en los años cuarenta del pasado siglo. Y ahora. Y que, en realidad, solamente las convierte en esclavas, en un pasatiempo para diversión del varón (“Trataba inútilmente de encontrar algo que contarle para que no se aburriera de mí”, página 45). O en adictas de un sentido que equivocadamente  consideran básico: la maternidad.

   Una narradora homodiegética que es al mismo tiempo protagonista y cuyo nombre nunca conocemos -en realidad podría ser cualquier mujer sujeta a los cánones de una sociedad patriarcal-, trabaja como humilde maestra, vive en una tétrica pensión y sueña con el placer de pensar que un hombre se ha enamorado de ella, especialmente cuando vislumbraba que se quedará sola para siempre. Conoce a Alberto y llega a convencerse de que la ama; se casa con él, no obstante escuchar de sus labios que llevaba muchos años enamorado de otra mujer, a su vez casada y madre de un niño, con la que sigue manteniendo una relación tormentosa. Pero se da por satisfecha con su respuesta: se podían llevar bien juntos, hay matrimonios que funcionan así años y años sin que realmente se quieran el uno al otro. Ni siquiera el nacimiento de una hija mejora la situación: las “fugas” del marido se siguen produciendo con insufrible frecuencia. La situación se precipita trágicamente cuando muere la niña. Habrá una última reconciliación; siente momentáneamente la ternura del marido infiel y empieza a enamorarse otra vez de él. Cuando, por primera vez sus vidas parece que pueden reconstruirse, el anuncio de otro viaje hará que piense en el revólver. El desenlace no es preciso desvelarlo, porque eso que todos intuimos fue lo que pasó.

   Relato ciertamente demoledor, cimentado en una gran economía de elementos y en contados personajes, mas con una idea central subyacente muy clara: creerse enamorada de una persona cuando todo se reduce a una ofuscación y a una necesidad: la de enamorarse del deseo de estar enamorada. La autora no disimula ni enmascara el desgarro, el desamor y la tragedia, pero posee la acuidad de saber expresarlos con extremada sutileza. Esa tonalidad impulsa al lector a identificarse con el personaje agónico, con esa madre y esposa a la que una amiga le llama cornuda sin que le importe, porque lo único en lo que piensa es en ser buena esposa, buena madre, buena amante.

   Natalia Ginzburg penetra con insólita maestría en la vida interior de esa mujer, en sus miedos, en su aceptación de experimentarse desterrada a un segundo plano, víctima de un amor desesperado que la encierra en el pozo oscuro de su interior. Discierne igualmente con sagacidad la dialéctica de los sentimientos, pasiones humanas y traiciones. Y todo narrado con las palabras justas, un lenguaje crudo y desnudo, sin que nada sobre, sin colores que hagan soñar con falsas esperanzas, sin el femenino abandono a las sensaciones. Pero en su escritura participan con suma potencia alma y cuerpo, tal como lo vio Italo Calvino.



Francisco Martínez Bouzas




Natalia Ginzburg

Fragmentos



“Yo le dije:

-Dime la verdad

Y él me contestó:

-¿Qué verdad?

Dibujó algo a toda prisa en su cuaderno y me lo enseñó: un tren largo con una gran nube de humo negro y él asomándose por la ventanilla y saludando con un pañuelo.

Le pegué un tiro entre los ojos.

Me había dicho que preparara el termo para el viaje así que fui a la cocina, preparé el té, le puse leche y azúcar y lo eché en el termo. Metí también el vasito y luego regresé al estudio. Fue entonces cuando me enseñó el dibujo y yo cogí el revólver que estaba en el cajón de su escritorio y le disparé. Le pegué un tiro entre los ojos.

Desde hacía tiempo pensaba que iba a acabar haciéndolo cualquier día.

Luego me puse el impermeable y los guantes y salí de casa. Me tomé un café en el bar y empecé a caminar sin rumbo por toda la ciudad. El día estaba fresco y había una brisa suave que anticipaba lluvia. Me senté en uno de los bancos del parque público, me quité los guantes y me miré las manos. Me quité el anillo y lo guardé en el bolso.

Llevábamos casados cuatro años. En una ocasión me dijo que quería dejarme, pero luego murió nuestra hija y así fue como seguimos juntos. Quería que tuviéramos otro hijo, decía que me iba a hacer mucho bien, y por eso durante la última época acabamos haciendo mucho el amor. Al final nunca llegué a quedarme embarazada de otro hijo.”



…..



“Un día le dije que le amaba porque estaba cansada de llevar aquel secreto dentro de mí y con frecuencia me sentía ahogada en aquella habitación de la pensión con aquel secreto que me crecía por dentro. De nuevo tenía la sensación de que me estaba volviendo idiota  y de que ya no tenía interés por nada ni por nadie. Quería saber si él también me amaba y si nos íbamos a casar algún día. Sentía ese deseo como quien siente deseo de comer y beber y luego pensé que las personas siempre sienten deseo de decir la verdad aunque sea algo difícil y muchas veces requiera valor. (…)

Después de decirle todas aquellas cosas me había dado la vuelta para dejar ver aquella cara suya asustada y triste. Ya me había dado cuenta de que no me amaba. Me puse a llorar. Él sacó su pañuelo y me secó las lágrimas. Estaba pálido y lleno de miedo y me dijo que nunca se había dado cuenta de que me pudiera estar pasando eso, que sentía por mí una gran simpatía y una gran amistad pero que no me amaba. Me dijo que llevaba mucho tiempo enamorado de una mujer y que no podía casarse con ella porque ya estaba casada, pero que igualmente creía que no podría vivir con otra mujer.”



…..



“Acosté a la niña. Francesca estaba en el salón y fumaba recostada sobre el diván. Tenía un aire como si aquel salón hubiese sido su habitación durante toda la vida. Se había quitado las ligas y las había dejado en el espaldar del sillón. Tiró la ceniza sobre la alfombra. Me dijo:

-¿Sabes que te está poniendo los cuernos?

-Sí, lo sé -dije.

-¿Y no te molesta?

-No.

Plántale -dijo, vámonos de viaje.Ese hombre es un esperpento. ¿Qué te pasa?

-Le quiero -dije- y tenemos a la niña.

-Pero te pone los cuernos. Te pone alegremente los cuernos con otra. De cuando en cuando me los encuentro. Tiene el culo como una coliflor y además no es nada guapa.

-Es Giovanna -dije yo.

-Plántale -respondió-, que te importa a ti

-La has visto -dije- ¿cómo es?

-Mmmm -dijo-, no sabe vestirse. Caminan juntos muy espacio, muy despacio. Les veo a menudo.

-¿Por qué como una coliflor? -pregunté.

-Como una coliflor -dijo- redondo. Lo mueve al caminar. ¿Y a ti qué diablo te importa?- Se desnudó y se puso a caminar por el salón.”



(Natalia Ginzburg,  Y eso fue lo que pasó, páginas 15-16, 32-33, 61-62

DE LA "ENFERMEDAD" DE LA CUCARACHA GAY A LA CACERÍA SEXUAL

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El amor del revés
Luigé Martín
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 272 páginas.

   A los quince años, tal como confiesa el autor, Luigé Martín se arrodillaba y le pedía a Dios que le gustaran las mujeres, “que en mis pensamientos impuros solamente hubiera chicas”. Es el arranque sin cortapisas de esta autonovela que trabaja con las técnicas de la ficción la propia historia personal. El escritor añade que, en esos momentos cuando no le quedó ninguna duda sobre su condición homosexual, prometió solemnemente que jamás lo sabría nadie. Sin embargo, en el año 2006, se casó con un hombre ante un buen número de invitados, sin excluir a sus amigos de infancia. Pero eso es otra historia, mejor dicho biografía que poco tiene que ver con la autorreferencialidad del yo propia de la autoficción. Y es ficción, mal que le pese al autor, porque, tal como él mismo confiesa, en el libro hay cosas de su pasado idealizadas.
   El amor al revés es ciertamente ficción, pero también la segunda gran traición del juramento del autor, que brota de la urgencia de llenar de sentido ese largo y penoso episodio de su existencia. Y es, sobre todo, un sincero libro confesional “un inventario de arrepentimientos y mentiras”, que a la par de otros libros de su autoría le ahorró muchos psicólogos y le ayudó a ahuyentar el suicidio, pero únicamente porque no conocía ningún modo de suicidio para cobardes. Todo ello, fruto de la educación clerical en un colegio madrileño en el que los curas, como en tantos otros colegios y sobre todo en internados -también desde los púlpitos se siguen diciendo barbaridades-, se sentían responsables de administrar la sexualidad de alumnos y alumnas.
   Con esa promesa del secreto guardado durante toda la vida, comienza la existencia de un adolescente en el primer postfranquismo  del año 1977, una época de una educación restrictiva en la que la homosexualidad, si bien ya no era un delito de vagos y maleantes, seguía siendo considerada una enfermedad, un tabú, a veces cool, en el que primaban las apariencias. Hasta en el  estilo de fumar había que revestirse de una masculinidad postiza, fumar con “gestualidad bogartiana existencialista”.

  El tránsito de la “metamorfosis inversa a la kafkiana de Gregorio Samsa” para convertirse en ser humano que es capaz de aceptarse a sí mismo, será largo y tortuoso; repleto de cenagosas y plomizas obscuridades. Pese a no sentirse nunca acosado por causa de su homosexualidad, el autor siente muy pronto el espanto de la “enfermedad” que lo convertía en monstruo, sin que las oraciones a Dios para que le otorgara la dicha de ser un chico normal al que le gustan las mujeres, diese resultado. Son años de máscaras, de ocultamientos, de silencios, disfraces, de sentimentalidad  enigmática, muchos miedos, pero también de desnudamiento de la cucaracha.
   Mas,  a pesar de las idealizaciones, Luigé Martín lo cuenta todo en un relato escrito desde las venas y las vísceras: el aire fétido del colegio de curas progres; el primer enamoramiento de un compañero. Es entonces cuando empieza a sentirse un niño cucaracha, pero, por miedo a  ser descubierto, se empeña en no tocar la carne desnuda, permanecer virgen. Pronto, sin embargo, advierte la inutilidad de su propósito, y a pesar del terror  a ser desenmascarado, va a los urinarios. No cejará de contravenir las leyes de la naturaleza, aunque realiza terapias conductistas para ser capaz de amar a las mujeres, terapias que solamente atacan la superficie del “mal”. Aceptará finalmente su suerte y se sumerge en las ciénagas morales tales como se consideraban en aquellos años: la sexualidad torcida, correrías por bares, cines frecuentados por gais a la espera de ser cazado, por las catacumbas del barrio de Chueca, “en busca de aventuras, amores y quimeras”. Amores efímeros que le despiertan la urgencia de encontrar un novio que le aleje del zangoloteo sexual de los homosexuales. Y en efecto, se enamora de muchos hombres, aunque solo llegará a amar realmente a tres. El último y definitivo con el que se casó en 2006. Un matrimonio con el que se cierran los años de cucaracha y la cacería sexual. Un final feliz aunque, fiel a los desenlaces de su narrativa, el autor no tiene reparos en confesar que, “si es feliz”, no es todavía el final.
   El amor del revés es un libro basado en la verdad. Escrito con la necesaria crudeza para hacerles ver a los lectores que la vida de los homosexuales es equiparable a la de los salmones saltando cascadas, esquivando remolinos, luchando  a contracorriente (página 271). Memorias morales teñidas de ficción que retratan de forma lúcida sobre todo el infierno que, en los años 70, 80 y 90, sufrían aquellos y aquellas cuya sexualidad se desviaba de la inclinación sexual hacia el sexo opuesto. Relato memorialístico ajeno a imposturas, pero también a sordideces, basado en buena medida en el diario del autor en aquellos años. Con algún exceso lacrimógeno ante los amores no correspondidos. Indiferencia ante los que se “alzan en la nada” (Cortázar). Todo ello acompañado de lo que se ha llamado una buena razón literaria: narración a tumba abierta, mas escrita con una prosa de gran calidad, repleta de matices y muy coherente con una tema tan vital como complejo.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Luisgé Martin
Fragmentos

“Fue en aquellos días cuando comencé a rezar para pedirle a Dios que me permitiera enamorarme de una chica, que pusiera en mis fantasías, como en las del resto de mis compañeros de clase, el cuerpo desnudo de mujeres lujuriosas. Nunca fui beato, pero había recibido una educación católica que me hacía creer en ese poder mágico de las oraciones: si había fe y cercanía a Dios, cualquier deseo piadoso –y éste sin duda lo era-sería concedido. Si le pedía con humildad a Jesucristo que me liberara de un mal, el mal desaparecería.”

…..

“Yo había soportado la terrible mutación hormonal con un ascetismo admirable. Me masturbaba sin descanso, rabiosamente, pero había sido capaz  de ver pasar los peores años de la exaltación corporal sin tocar a nadie, satisfaciéndome a mí mismo con fantasías delirantes y con juegos obscenos sublimados. En los lóbulos del cerebro, sin embargo, iban quedándose poco a poco restos de esperma que corroían la pureza de mis creencias. Renovaba con frecuencia mi compromiso de no hablar jamás con nadie de lo que sentía, pero cada vez lo hacía con menos convencimiento y trataba de encontrar ardides o disculpas para burlarlo. Fue entonces cuando empecé a ir a los urinarios.”

…..

“Me queda la memoria desvaída de algunos rostros pintados en gris y de algunos episodios nebulosos. Un estudiante de provincias  guapo y musculoso me citó en Moncloa y me explicó que él era esencialmente heterosexual, pero que en ocasiones había imaginado a hombres desnudos y quería saber cómo funcionaba el engranaje de ese mundo. Era aún más inexperto que yo -o eso fingía- y hablaba siempre en sentido figurado. Dimos vueltas retóricamente a las hipótesis que él planteaba (yo con la paciencia que me requería el deseo) y luego fuimos a su apartamento de estudiante, que estaba en la misma calle en la que yo vivo ahora. Fornicamos con impericia, pero yo regresé a casa satisfecho. Nunca volvimos a vernos.”

…..


“Las mejores predicadoras del machismo, como se sabe, han sido algunas mujeres, y los mayores paladines de la homofobia han sido, a lo largo de la historia, los homosexuales, instruidos en creencias ponzoñosas que, proclamadas por ellos, transmitidas de su propia voz, acreditaban más ferozmente las acusaciones de los inquisidores. Este libro es, en cierto modo, el inventario de mis arrepentimientos, de las mentiras que acepté con mansedumbre. Algunos deterministas creen que la libertad no existe, que actuamos siempre de la única manera que podemos hacerlo tomando en consideración nuestro sistema nervioso, nuestro entorno cultural y las circunstancias exógenas del mundo. Si es así, nunca hay culpa y el arrepentimiento es sólo un acto ficticio. Pero si no es así, si queda al menos un margen de conducta guiada por la razón o por el albedrío, el arrepentimiento se convierte en un gesto e dignidad. En cualquiera de los dos casos, sin embargo, ese arrepentimiento, si es público, resulta provechoso para el futuro de los otros, de los que aún no han escuchado las mentiras.”

(Luisgé Martín, El amor del revés, páginas 20, 64-65, 138, 183-184)

"LAS HILANDERAS". PROTAGONISMO LIBERADOR FEMENINO

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Las Hilanderas
Antonio Piñeiro
Traducción de Estela Villar
Pulp Books, Cangas do Morrazo, 2016, 86 páginas

   Como ha hecho en otras ocasiones, la editorial canguesa Pulp Books (sello de Rinoceronte Editora) publica en español la traducción de As Fiandeiras, una novela breve aparecida originalmente en gallego y ganadora hace cuatro años del Premio de Novela García Barros. Una novela que de una forma intensa y con una prosa “muy plástica y cinematográfica…nos acerca a la historia de un tiempo pasado”, en opinión del jurado que le otorgó el galardón. Ese pasado es el contexto convulso de las Juntas Revolucionarias y de las insurrecciones cantonales en los primeros años de la Revolución de 1868. Su autor, Antonio Piñeiro (Santa Uxía de Ribeira, A Coruña, 1962) compagina la docencia, la edición artesanal y la escritura, la narrativa especialmente, en sus distintos formatos.
   El núcleo argumental de la novela se centra en el proceso al que son sometidas unas hilanderas, aprendices de costureras que, en un cruce de comercios como era la villa pontevedresa de A Estrada, al final del colapso de la Primera República y comienzos de la Restauración borbónica, son acusadas de cantonalismo por intentar vender su producción textil al margen del monopolio explotador de la empresa madrileña “La Minerva”. Un proceso con cierto aire inquisitorial que la novela pretende condensar en los recuerdos de una de las aprendices, una adolescente que narra desde la madurez; y aunque lo hace en primera persona, el suyo es un relato coral, ya que habla en nombre de sus compañeras sometidas al proceso.
   Si algo destaca en la novela es el absoluto protagonismo femenino. La narradora, como acabo de señalar, es la voz de un personaje colectivo que lucha por sus derechos en un ambiente de tiranía y de imposición de la empresa monopolista y de las instituciones estatales del liberalismo, enemigas de la liberación laboral y económica de las mujeres. Con la colaboración aquiescente  de la Iglesia, representada por el cura párroco, don Álvaro.
   La narradora relata de forma fragmentaria y retrotrayéndose a base de analépsis  a la infancia y adolescencia para justificar el presente (“…el presente es sólo un dedo que asoma del pasado.”, página 13). El delito de estas adolescentes ansiosas de instrucción -ninguna sabía escribir- es su pretensión de convertirse en expertas confeccionadoras de telas de corsetería para venderlas a través de tratantes ajenos a “La Minerva”. Pero eso, en un tiempo de cantonalismo federalista, es considerado delito de sedición. Habrá pues cárcel y un final deprimente en el que se nos dice que todo sigue igual: amnistía sí, pero imperio monopolista.
   Acierta, en mi opinión, el novelista en sus elección de la narradora que, en su adolescencia, presencia los hechos, especialmente los interrogatorios a los que son sometidas sus compañeras, contemplándolos desde una ventana de la sala donde tienen lugar. De forma fragmentaria, Antonio Piñeiro construye la novela, con saltos en el tiempo, amalgamando las fases de los interrogatorios con el aprendizaje de las hilanderas, en su propósito de vender por sí mismas el fruto de su trabajo y adquirir una elemental instrucción escolar. Reproduce con amplias descripciones lugares, ambientes y personajes; la atmósfera convulsa de la época: son los años del vapor, el metileno, los nuevos inventos como la máquina de escribir que el escribiente de la sala de los interrogatorios teclea de forma porfiada. Es la era moderna, pero también comienzan  a oírse gritos reivindicativos: “Arriba el trabajo. Abajo los consumos. La tierra para el pueblo” (página 28). Retrato de una villa gallega que bascula entre el conservadurismo represor de las instituciones y los impulsos populares renovadores. Con presencia de indianos retornados, como el Sucuruco que, tras ganar cuatro duros en Cuba, regresa y abre un negocio de barbero y practicante.
   El protagonismo colectivo de las mujeres tiene su punto de fuerza en la unión, como proclama el consejo que a las otras adolescentes, representadas por la narradora, les da la Chiva, hilandera experimentada: “Y recuerda:: para que no se rompa, las hebras deben estar siempre bien unidas” (página 83). En tiempos, quizás imposibles, estas jóvenes mujeres también intentaron romper techos de cristal.
   Una pieza narrativa breve bien construida, cimentada en una estrategia fragmentaria que demanda lectores que llenen los huecos. Y con un estilo de lengua basado en un registro lingüístico esmerado, rutilante que no pierde su brillo en la traducción al español.

Francisco Martínez Bouzas

Antonio Piñeiro

Fragmentos

“-¿Y  para quién son esas telas, Chiva?
El modo en el que se movían sus dedos, liando los delicados hilos, no sé, me recordaba algo a los trazos de la letra, al aula de costura, cuando doña Benita nos ponía las muestras de escritura. Las otras hilanderas, al escuchar la pregunta, estallaron en una carcajada.
-Pues estas telas, chicas; estas telas nos las van  a pagar muy bien, pero que muy bien, los señoritos -todo entrecortado de murmullos y de risas.
-Pero que muy bien.
-Sí.
-Sí. Y a los de La Minerva que les vayan dando.
-Eso. Que les den.
-Que les den. Que les den.”

…..

“-Esas cuatro perras chicas que os pagan son un insulto -los federalistas murmuraban por las esquinas-. Es indigno de nuestra condición. Arriba el trabajo. Abajo los consumos. La tierra para el pueblo.
“Cartagena, todo el sur, se había convertido en un hervidero. En Betanzos se querían levantar. Gentes y bullicio por todas partes. Ingleses. Franceses. Las mujeres reían. Cruzaban las calles en alboroto. Viva la Revolución. Abajo los consumos. Viva la Gloriosa.
El aire, la fragancia de la pólvora.”

…..

“A las diez menos cinco desarrollaron el bulto y descubrieron los tules. Sonaba la copla y las finísimas, delicadas  telas de corsetería que las hilanderas habían decidido comenzar a elaborar para vender, a través de los tratantes de la tendera, pasaban, en las manos, como las hojas del cuaderno. El caro, femenino tejido de ropa interior, teñido de rojo, de rosa o de púrpura, listo para las vedetinas, para las vainicas, los encajes, los aljófares y los guipures, desafiando el contrato que, desde que se recordaba, tenían con la fábrica de tejidos La Minerva . El beneficio para quien lo trabaja. La tierra para quien la labra.”

(Antonio Piñeiro, Las Hilanderas, páginas 42-43, 62,78)

"MEMORIAS DEL MAR": POEMAS DE AMOR, DE MAR Y DE MUERTE

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Memorias del mar
Rocío Acebal
Valparaíso Ediciones, Granada, 2016, 54 páginas

  Es su primera botadura en solitario. Un poemario que, más que promesa, es una gozosa realidad. Pero ha participado en antologías, revistas y suplementos literarios. Es Rocío Acebal (Oviedo, 1997) que, desde la frontera de los diecinueve años, es capaz de fermentar en su cabeza versos llenos de magia y cocerlos en las ardientes brasas de sus poros. Sumergidos en un mundo febril y alucinógeno en el que el existir se convierte cada día en un ejercicio caótico, nos llegan los versos de Rocío Acebal, no seguramente como remedio para esta época, como declaraba a principios de siglo el pensador francés Philippe Sollers refiriéndose a la poesía, pero sí como promesa y esperanza: porque la poesía está viva, la poesía resistió y resiste y se abre camino entre las generaciones más jóvenes. Una gozosa prueba, estos treinta y seis poemas con los que Rocío Acebal le da cuerpo y forma a un poemario cuya mágica significación de alguna manera se convierte en laboratorio de la literatura.
   La poesía de Rocío Acebal es una muestra paradigmática  de la interrelación entre poesía e identidad femenina, creatividad poética y género. Sus versos abordan el deseo y su relación con la construcción de la identidad en torno a un sujeto-mujer, no tanto objeto de deseo, sino sujeto activo. Con miradas plurales y quizás subversivas para ciertos constructos sociales. Sus versos, teñidos con frescores juveniles, nos acercan una mirada atenta y al mismo tiempo explosiva y melancólica sobre la construcción de dicho sujeto que se hace tal también en el amor y en el deseo. La tendencia hacia la universalidad, rasgo distintivo de la poesía, tiene una nefasta consecuencia: la imposibilidad del pensamiento heterosexual de concebir una cultura y una sociedad en las que el cisgénero y la cisexualidad no ordenen y encaucen todas las relaciones humanas. Lo hacen, muchas veces, por acaparamiento de metáforas seductoras que suelen tener como  función poetizar el carácter imperativo y exclusivo de la heterosexualidad. Una trampa más del patriarcado. Pero hay sujetos humanos  a lo largo de la historia, sobre todo mujeres, que se han rebelado contra esas trampas. Y hacerlo desde la poesía, como se hace en  los versos de Memorias del mar, aunque sea  con el lenguaje heredado de los amos, tiene una resonancia universalizadora, capaz de convertir en ley la ley del deseo, como gritaba el lema de la pancarta que encabezaba el bloque rosa en la manifestación del Foro Social Europeo celebrado en Florencia en el año 2002.
   Treinta y seis poemas rompen las barricadas del silencio y lo hacen a través de una arquitectura poética tripartita, Una primera parte que es una explosiva alborada en femenino: un canto al sentimiento erótico-amatorio de las mentes y de los cuerpos juveniles, rebosantes de amor y de pasión, porque como afirma la poeta, “es posible el gozo todavía”. El gozo que reciben las amantes en “los contornos de sal” que acarician. O que permiten descubrir el amor entre las olas con tan solo un universo de testigo “de aquella rendición de la hermosura”; y la “dignidad furtiva de aquel beso”.
   Es otra la tonalidad de los poemas de las partes segunda y tercera. Acierta la sinopsis de la presentación editorial de Memorias del mar,  firmada por José Luis García Martín: “cuerpos que se cruzan como cuerpos encendidos en la noche y luego se alejan para siempre”. En ese alejarse definitivo y concluyente aparece el recuerdo de los instantes finales, de los que solamente sobrevive una brumosa oscuridad. Con la muerte acunando el cadáver amado, “asida a todo lo que ya no existe”. Pervive únicamente el recuerdo de la imagen del cuerpo amado y deseado, “guardada para siempre en la memoria de los últimos besos”. Porque, como escribió André Malraux, solamente existe un acto sobre el que no prevalecen ni la negligencia de las constelaciones ni el eterno murmullo de los ríos: el acto mediante el cual el hombre arranca algo de la muerte. Los versos y poemas de Rocío Abascal tienen esa capacidad de hacernos presente, a través del recuerdo amoroso, la conjura contra esos instantes del tiempo rescatado a la muerte, que regresa desde la frontera del silencio y es capaz de activar el fuego de las ausencias.
   Una tercera parte más híbrida poetiza al ser humano derrotado cuando el deseo ya se ha quemado y consumido en el interior del sujeto amante. Con gritos de melancólica protesta, la voz poética se rebela contra la falsedad de la memoria, no remediada ni por el llanto ni por la afonía.
   El lenguaje se convierte en la poesía de Rocío Acebal en un ceremonial de conjuros a favor del hechizo. Con una reconciliación con la rima y, en ocasiones, con la métrica. Mas sin ser una poeta formalista, ni sentirse constreñida por los moldes rítmicos que obliguen a la poeta a decir lo que no quiere, sabe usar la escritora, con libérrima maestría, el reto de la rima. Un poema, el verdadero poema, siempre tiene forma. Dotarle de ella significa un absoluto dominio de la lengua. El ritmo interior de la mayoría de los poemas de Memorias del mar nos permite gozar con sus seductora musicalidad, y a la vez forma un cuidado entramado de belleza que multiplica la fuerza expresiva del arte de la palabra, con la que que los poemas de Rocío  Acebal rinden, con hambre antigua, inmemoriales aunque perecederos acatamientos a los dioses amorosos de los deseos.

Francisco Martínez Bouzas


                                               
Rocío Acebal

Selección de poemas

MEMORIAS DEL MAR

“Recuerdo, congeladas, las estrellas
en las primeras horas de mi vida;
la oscuridad nos separaba
sobre la arena blanca.

La memoria retorna vagamente,
como la playa al desnudarnos, solas,
una vez regresamos a este mundo;

descanso ante mi oreja caracolas
y en el rumor del mar oigo tu voz”
(página 18)

.....

“TE MUESTRAS SOBRE EL LECHO DE LA MUERTE
sórdida elongación del horizonte:
has cerrado los ojos y la mar
acuna tu cadáver con gesto descuidado,
asida a todo lo que ya no existe.

No habrá solemnidad que te devuelva
a la arena -a mis brazos-, a la vida.

En alto, buitres níveos, las cigüeñas
sobrevuelan los restos del naufragio.”
(página 29)

…..

EL CÍRCULO
                           A Mario Vega

“La sábana escarchada de la arena
en tu mirar refleja el desgastado
recuerdo de otra aurora: el verde prado
testigo de pasión, la luna llena.

un cigarro, los gritos, tu melena,
su aliento de caballo desbocado;
de pronto, la tormenta del pasado
y su rostro teñido por la pena.

Entonces -sin ti- al paso de los años
un venturoso idilio en otra orilla,
una radio de fondo, el mismo tema;

el antiguo deseo, un gesto huraño,
los restos de salitre en mi mejilla,
la memoria del mar y este poema”
(página 34)

…..

EN RESUMIDAS CUENTAS

“La sinuosa imagen de Afrodita,
el tiempo y su insultante ligereza,
las estatuas, Venecia, los jardines,
llanto de senectute, “a la manera…”,
y el irritante asunto de la rosa:
siempre este falso asombro, la emoción
vacía de unos versos predecibles.”
(página 54)

"ELOGIO DE LA INFIDELIDAD DE LAS MUJERES": ¿LA INFIDELIDAD, MOTOR DE CAMBIO?

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Elogio de la infidelidad de las mujeres

Consuelo Sánchez Naranjo

Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2016, 187 páginas



   Si algo pretende este libro es poner en cuestión e incluso deconstruir el tabú de la infidelidad de las mujeres. La autora acomete la empresa desde diferentes frentes: el ensayo, la biografía histórica y el relato confesional. La idea generadora de esta publicación miscelánea surgió con el relato rebosante de pasión y complicidades que cuenta una mujer en vísperas de la vista de su divorcio. Esa pasión la había vivido durante su matrimonio y el que la había suscitado, fue un hombre que no era su marido. Es un caso entre los muchos que se producen a diario que contribuyen a que la infidelidad femenina deje de ser negada, pierda la categoría de tabú. El procedimiento que sigue Consuelo Sánchez Naranjo (Madrid, 1961) para hacerse con el material confesional relativo a la infidelidad femenina, fue sacar el tema en reuniones con sus compañeras de trabajo, mediante una estrategia creativa que facilita la generación de ideas y el análisis del problema.

   Pero esta parte del libro, sin duda la más viva y sugestiva, en que la infidelidad es contada por las mismas mujeres, está precedida por un capítulo ensayístico  en el que se analiza la significación poliédrica del término infidelidad. Acotándolo desde las definiciones  de los diccionarios, pero centrándose en el hecho de que, teniendo una pareja que goza de cierta estabilidad, se mantiene una relación no consentida con otra persona; pudiendo adoptar diversas formas, si bien siempre con una relación sexual incluida: desde el follamigo hasta el sexo contratado previo pago. La autora comparte la idea de Daniel Tubao expuesta en una entrevista para Gleeden -una página web especializada en encuentros adúlteros- de que la fidelidad es una falsa virtud, cimentada en el “para siempre” o en el “hasta que la muerte nos separe” de los ritos matrimoniales, de las canciones de amor, etc. Pero tampoco lo contrario: la infidelidad no puede ser considerada comportamiento virtuoso, aunque admite que el mundo pertenece a los infieles. Y aquí recurre a la tesis de partida repetida a lo largo del libro: la infidelidad es un motor de cambio, y, para demostrarlo, apela a ejemplos disímiles: estilos artísticos que nacen de una infidelidad de los artistas con relación a los movimientos artísticos precedentes. Lo mismo acontece con las revoluciones científicas, o en casos más prosaicos: somos infieles a la compañía eléctrica o telefónica cuando la cambiamos por otra. Con la pareja habitual a veces ocurre algo similar. En mi opinión, sin embargo, no son casos comparables.

  Añade la autora que, manteniendo la obligada lealtad, la infidelidad puede acarrear beneficios para la pareja y sobre todo para la mujer: a muchas mujeres sentirse queridas por otro hombre les ha permitido recobrar la confianza en sí mismas y evadirse de la monotonía del día  a día. Todo ello seguramente es verdad, pero sin ese requisito de la lealtad, la infidelidad es en sí deshonesta, generadora además de daños colaterales en las parejas que, de forma explícita o implícita, han aceptado la fidelidad. De ahí que en el título del libro no estaría de más hacer igualmente mención al elogio de la lealtad.

   Después de desgranar las vidas infieles de cuatro mujeres de la historia -“Infieles en el poder”-: (Cleopatra, únicamente fiel a sí misma, Mesalina la “meretrix Augusta”, Madame de Pompadour, la amante preferida por la esposa de Luís XV, y María Antonieta, una de las primeras mujeres que se consideraron dueñas absolutas de su cuerpo), la autora recoge las opiniones de distintas mujeres de diferentes edades y profesiones, obtenidas en dos reuniones. En la primera se fijan conceptos sobre cómo, cuándo, dónde y por qué son infieles las mujeres. La segunda es una reconstrucción del imaginario femenino, realizado por esas mismas mujeres. En esta parte confesional surgen respuestas interesantes sobre los problemas a los que se enfrenta una mujer infiel: ¿un amante fijo o muchos rollos?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿con quién? La autora extrae del material confesional conclusiones  oportunas que no me corresponde revelar.

   Un libro interesante, ajeno al morbo,  a la frivolidad y al tono panfletario, que pretende deconstruir y normalizar. Según las estadísticas, la mayoría de los hombres y al menos un tercio de las mujeres han sido infieles alguna vez en su matrimonio o relación de pareja. Un hecho fácilmente explicable porque ni la monogamia ni la monandria  están impresas en los genes. Desdramatización pues de la infidelidad; un elogio de la libertad bien entendida cuando va unida a la lealtad, que Consuelo Sánchez Naranjo concluye con ciertos consejos: cómo hacer de la negación un arte, jugar al despiste, no dejar rastros, evitar líos como enamorarse perdidamente del amante a no ser que se tenga claro el propósito de romper la relación estable. Finalmente: aprender a terminar cuando la historia no da más de sí.



Francisco Martínez Bouzas



Consuelo Sánchez Naranjo

Fragmentos



“Lo que en el caso del hombre se ha consentido y estimulado, ha supuesto para las mujeres un estigma, Esta consideración diametralmente opuesta del fenómeno de la infidelidad tiene su origen en la desigualdad entre los géneros porque, aunque la fidelidad no sea un valor, ni tampoco lo contrario, se traduce, como antes señalaba, en un código de conducta. Este solo produce intercambios entre iguales. Desde su origen, fidelidad se identifica con transacción y, por tanto, se da a cambio de algo. En la época feudal, por ejemplo, los señores eran fieles entre sí y a sus propios principios y sellaban alianzas voluntarias para mantener y transferir sus privilegios.”



…..



“De amantes fijos, ni hablar. Yo no será capaz de montar la « logística» para dos relaciones sin volverme loca. Así que no. (Marisol)

“Un amante fijo es como tener dos maridos, un calvario. Muchos rollos, un «banquillo». (Reyes)

“Muchos rollos, sin duda. Un amante fijo, en muy poco tiempo…¿no se convierte en un marido? (Mandy)”



…..



“De las opiniones volcadas en nuestras tertulias, entresaco una cuantas que responden  a la pregunta ¿Qué recomendaciones harías a una amiga que se está planteando ser infiel?:



Más que de recomendaciones, yo hablaría de precauciones, había puntualizado Irene en su momento. Ante todo, normalidad. Nada de poner esa cara de felicidad todo el día ni de comprarse cremas maravillosas. Tampoco te dediques, al mismo tiempo, a renovar tu vestuario entero. Y esconde esa Epilady de última generación que te ha costado una pasta y te hace hasta una depilación brasileña que no te crees ni tú. Olvídate del móvil. Te sorprendería  saber a qué distancia puede alguien interesado leer un mensaje de WhatsApp. Y pon contraseñas. Bueno, eso hazlo ya, porque si no la tienes y, de repente la pones, se te notaría mucho que tienes algo que ocultar. Y ¿qué es eso de hacer dieta precisamente ahora? Tu hermana va a empezar a decirte de un momento a otro que si te pasa algo…En fin, más que hacerle recomendaciones, le diría que tomara precauciones; aunque, la verdad, los chicos no se suelen enterar de casi nada…”



(Consuelo Sánchez Naranjo, Elogio de la infidelidad de las mujeres, páginas 21, 113, 161)

LUPE MARÍN: BIOGRAFÍA Y FICCIÓN DE LA MUJER SALVAJE DE OJOS TAPATÍOS

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Dos veces única
Elena Poniatowska
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2016, 414 páginas

   Como hiciera con Josefina Bórquez, Jesusa Palancares en Hasta no verte Jesús mío, con Tina Modotti en Tinísima, con Angelina Beloff en Querido Diego, te abraza  Quiela o con Leonora Carrington en Leonora, Elena Poniatowska, ella misma una leyenda en el México mítico post revolucionario, ha rescatado del olvido a personajes dejados de lado en el gran teatro de la Historia. En su última novela, Dos veces única, le presta su voz y sus fantásticas imposturas a otra mujer, Lupe Marín, esposa primero del pintor Diego Rivera y más adelante del químico y poeta Jorge Cuesta. En una novela apasionada, como suelen ser todas las suyas, la hija de un príncipe polaco y de una mujer mexicana rescata en efecto a esta mujer olvidada, dueña de una intensísima vida entre los personajes más relevantes de la intelectualidad mexicana del siglo XX, y no carente de voz porque ella misma publicó dos novelas literaturizando su relación con Diego Rivera y con su segunda pareja, el poeta suicida Jorge Cuesta.
   La novela, otra amalgama de géneros, de biografía y ficción, es a la vez el retrato de una mujer que se siente doblemente única, y la crónica de un país que respira  a través de las leyendas, un enorme mural literario de México en buena parte del pasado siglo. También otra intensa mitificación de una mujer mexicana de arrolladora personalidad, libre, pero ensombrecida y “tragada” por completo por Frida Kahlo. Retrato descarnado, sincero en lo bueno y en lo malo, y sobre todo, muy substancioso de  Lupe Marín, la indómita fiera de ojos tapatíos, la única, la dos veces única, porque solo ella y ninguna otra mujer de las cuatro, sin contar las amantes, que tuvo Diego Rivera se caso con el pintor por la ley civil y eclesiástica y la que le dio dos hijas.
   La imperiosa necesidad de escribir esta biografía-ficción de Lupe Marín y el fresco del rompecabezas mexicano, surge de una entrevista que Elena Poniatowska realizó en 1976 a Lupe Marín, mientras cosía con su máquina Singer para la alta sociedad mexicana. Antes y después, otras entrevistas con sus hijos, nietos y otras personas que la trataron y amaron. De esas conversaciones nace en la escritora la necesidad de documentar un país por medio de otro de sus personajes, en sí mismo, un “territorio florido y contradictorio”.
   En una trama que explota en mil direcciones, Elena Poniatowska no escribe la biografía de Guadalupe Marín, fabula la vida de una persona tan potente como paradójica, que se convierte en personaje protagónico de la novela. Pero, al contrario de lo que suele ocurrir, la escritora mexicana no solamente centra su interés en su mundo interior, en la percepción de la existencia de Lupe Marín. Recupera también su universo externo, hasta el punto de convertir Dos veces única en un grandioso mural de un país como México en buena parte de la pasada centuria. El debilitamiento de las barreras entre géneros hace posible que podamos considerar la novela de Elena Poniatowska historia más ficción, literatura  de hechos o “Nonfiction”, como se la ha denominado en Norteamérica.
   Ese personaje de arrolladora personalidad, rescatado del olvido, la guadalupense Lupe Marín había decidido, desde el primer encuentro con Diego Rivera, que viajaría a la capital del país para enamorar a la montaña alta y gruesa con manos diminutas y casarse con él. Y así lo hizo la jalisciense, logrando incluso casarse por la Iglesia, porque, por ser ateo el muralista, nada le importa. Ella, alta delgada, morena, con ojos de sulfato de cobre verdes-azules, les gana la partida a su madre y hermanas porque ha conquistado al hombre más famoso de México, el “Gran Panzón” como ella le llama. Pero muy pronto se da cuenta de que la vida junto a Diego Rivera está lejos de ser el paraíso soñado; y, aunque le gusta brillar con la luz refleja de la celebridad del marido con el que tiene dos hijas, muy pronto surgen los enojos, la quemazón de los celos. Diego, absorto en su pintura, solo le hace el amor al mural y además anda “pirujeteando” con cualquier mujer que se pone a su alcance, especialmente con la fotógrafa italiana Tina Modotti que se convierte en la gran pesadilla de Lupe. El viaje a Rusia de Diego Rivera en 1927 para celebrar el décimo aniversario de la Revolución, pone fin a la relación matrimonial. Lo abandona, mas pronto se siente halagada por el ingenio y la sagacidad del  químico y poeta Jorge Cuesta. Le importa saberse deseada por este hombre atormentado y, aunque le aterran sus cambios de humor, sus súbitos silencios, su sentido absoluto de la perfección, se une a él. Mas la vida con el químico, el Alquimista, es un pozo de tedio. Se siente sola y desplazada, especialmente en el campo de Potreros que devora ideas y sentimientos. Con Jorge Cuesta pronto será prieta y gritona. Pare un hijo al que no quiere, al que nunca querrá, del que nunca habla, hasta el punto de que Jorge Cuesta se pregunta si recordará que dio a luz. Una relación tormentosa que concluye de forma trágica y definitiva, cuando Jorge, en su desesperación, creyendo estarse convirtiendo en mujer, intenta con un picahielo reventar sus testículos. Poco después, internado en un sanatorio psiquiátrico, se suicida colgándose con las sábanas de los barrotes de la cama.
   La ficción de Lupe Marín no termina aquí. El libro recorre las vidas de de Diego Rivera, de Jorge Cuesta, incluso después de las separaciones; las de sus hijas, también la de su hijo al que siempre odió y rechazó. Y plasma, en una narración rica en detalles, el México del siglo XX, un hervidero de personajes como los Contemporáneos, los únicos que leen libros; el decreto de expropiación petrolera, firmado por el presidente Lázaro Cárdenas que devolvía a México el petróleo explotado por la Standard Oil y la Shell, disfrazadas con nombres mexicanos; el arribo a México de Trotski, su estancia y atentado en la Casa Azul; las experimentaciones que hace Jorge Cuesta en su cuerpo con una droga alucinógena en 1942 y que años más tarde se conocerá como LSD…, en fin, la masacre de estudiantes en Tlatelolco.
Retrato de Lupe Marín por Diego Rivera
  
 El perfil que Elena Poniatowska brinda de Lupe Marín, poco tiene de complaciente. Retrata sus luces y sus sombras. Jamás se amilanó, ni doblegó ante sus parejas; nunca aceptó el papel de la abnegada madrecita mexicana que aguanta las infidelidades del marido y también sus golpes. Al contrario, era ella la que le lanza porrazos y bofetadas a Diego Rivera. Pero al mismo tiempo es carne viva demandante de cariño, maternal con el muralista al que le lleva la comida al andamio. Nunca fue culta pero leyó mucho y siempre estuvo a la altura de sus parejas, especialmente del “Gran Panzón”. Llegó incluso a publicar dos novelas (La Única y Un día patrio). Mujer de arrolladora personalidad, una fiera de ojos verdes que, al contrario de Angelina Beloff (una “toalla mojada”), jamás se inmoló. Un amasijo de contradicciones que no conoce los remordimientos, ni el alcance de sus hechos y de sus palabras: fue capaz de levantar la enagua de Frida Kahlo en la celebración del matrimonio con el pintor y gritar: “miren por qué par de piernas me cambió Diego Rivera”. Y sin embargo, será asidua de la Casa Azul con sus antojitos culinarios para la pareja.
   Pero en lo que más insiste la escritora es en la carencia de instinto maternal de Lupe Marín: le estorbaba la vida que crece dentro de ella, y ocuparse de sus hijas y especialmente de su hijo, le parece falso. Lo hará, no obstante con sus nietos, con intensa dedicación. A lo largo de los años se apagan sus impulsos y la que era una bruta que enamora a Diego Rivera, terminará transformándose en una mujer de mundo, convencional.
   La técnica con la que Elena Poniatowska recrea acontecimientos y vidas, es una hibridación de realidad y ficción: narra acontecimientos reales o inventados, imaginándolos a partir de sus propias experiencias, o recuperados de numerosas entrevistas y de un minucioso trabajo de investigación bibliográfica, y después los rellena con diálogos, sostenidos, al igual que los textos descriptivos y narrativos, en una lengua fuerte, incontenible y con frecuencia arrebatadora, a la vez que maneja con absoluta soltura los registros del español de México. Altísima literatura, con grandes historias entre lo cotidiano y lo insólito, que no debería dejar de leer quien desee conocer la personalidad arrebatadora y tempestuosa de una mujer en el teatro de un país post revolucionario, tan legendario como tormentoso.

Francisco Martínez Bouzas

                                               
Elena Poniatowska
  
Fragmentos

“Adentrarse en la geografía de Lupe Marín es recuperar la Revolución y sus armas calientes, el costurero con su Singer, sus hilos y agujas, los arrayanes, el vértigo de los Contemporáneos, al gran Lázaro Cárdenas y su heroica expropiación petrolera. Es caminar por el mercado de la Merced e ir  a pie al Monte de Piedad del Zócalo y a la Secretaría de Educación en la calle de Argentina, en el centro histórico. Es abrir la puerta del impresionante despacho de Narciso Bassols y su educación socialista, asomarse al balcón del palacio Nacional bajo el estallido de los cohetes y los fuegos de artificio, esquirlas de luz en la noche del Grito cada 15 de septiembre. Inclinarse sobre Lupe es descifrar la biblia en los murales de los Tres Grandes pero también el dios mineral de Cuesta de la mano de José Gorostiza y el «torpe andar a tientas por el lodo» de su muerte sin fin. Lupe canjeó los brazos de un gigante subido en andamios por los de un desesperado poeta y alquimista que se movía -como el mismo escribe- en «raquítico medio intelectual».”

…..

“Al principio, Lupe le preguntaba cuántos metros cuadrados había pintado pero pronto abandonó su interrogatorio porque Diego llegaba exhausto y farfullaba: «Hoy pinté seis metros» y caía dormido apenas ponía la cabeza en la almohada. Al menos antes, cuando pintaba solo un metro, le ofrecía ir a ver a Carlos y Dalila Mérida o  a los gringos Tina y Edward Weston, pero ahora solo quiere dormir.
-¿Y cuándo vamos a hacer el amor?
-Por lo pronto solo le hago el amor al mural
(…)
Diego le cede en todo a Lupe. Angelina Beloff, la rusa se inmolaba, dispuesta al sacrificio; Diego, cuchillo en mano, le cortaba un dedo, una oreja; en cambio, Lupe busca lo suyo. No es solo la esposa ni la compañera ni la madre, sino una carne viva y demandante. Su pura subjetividad exige más que la de Angelina y la de la fogosa Marievna Vorobiev  Stebelska, rival de Angelina en París, que la de Rivas Cacho saciada por el público. La noche en blanco de los primeros días se prolonga y Diego se atemoriza ante la exigencia de su mujer. De ponto, al hacer una calca, se sorprende pintando a Lupe con un puñal. Lupe lo trastorna y el único trance en el que quiere vivir es en el de su pintura”

…..

“En la noche, sola en su cama, Lupe piensa que ese miembro que Jorge quiso cortarse estuvo dentro de ella, es parte de su cuerpo y que el sufrimiento debió ser terrible. Aunque no quiere visualizarlo atentando contra de  sí mismo, la hostiga la imagen de Jorge mutilándose. ¡Qué inmenso desorden es la vida! La sangre de Jorge la persigue y Lupe no comprende cómo Lafora le permitió salir de la clínica después de todo lo que le contó. A ella le consta que Jorge es una enciclopedia viviente, sabe más de los que hay en los libros, es superior a cualquier médico. Desde joven se la pasa inyectándose para el progreso de la ciencia. Huxley lo consulta, muchos extranjeros vienen a México a buscarlos y sus conocimientos son superiores a los de Lafora. Lupe es un amasijo de contradicciones y no tiene conciencia del efecto de su acusación. Insiste en que Jorge no solo sabe de enfermedades mentales, sino de la castración intelectual porque también su espíritu crítico lo castró.”

(Elena Poniatowska, Dos veces única. Páginas 11-12, 50-51, 235-236)

AZUL, VIOLETA, ROJO: PALABRAS DE DOLOR Y DE VITALIDAD FEMENINA

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Hormigas en el aire
Elena Barrio
Valparaíso Ediciones, Granada, 2015, 97 páginas

   Si hay un sello editor que apuesta sin vacilaciones por la nueva poesía escrita en español por esos poetas -mujeres y hombres-  que forman partede lo que podríamosrotular como poetas de la generación de los 90, es sin duda la granadina Valparaíso Ediciones. En la colección “Valparaíso de Poesía”, dirigida por Javier Bozalongo, han debutado en solitario, entre otros, Mario Vega, Rocío Acebal; unos meses antes lo hacía Elena Barrio (Barcelona, 1990), una poeta en la que alienta, con inusitada profundidad, el brío y la respiración poética, las mágicas fuerzas propias de la poesía. Algo  quizás pequeño pero fuerte y hermoso (Michel Deguy). Yo mismo puedo dar testimonio del amor a los libros de Elena Barrio. Poesía y narrativa -también en la lengua de mi tierra- están presentes  a diario en la bitácora que marca el rumbo de su existencia.
   Elena Barrio debuta en solitario con este poemario rotulado con un título, Hormigas en el aire, que no deja de ser enigmático. Setenta y ocho poemas arraigados en su mayoría en la dimensión existencial, en los que explora lo que somos, lo que es ese “Ridicolissime héroe”, tal como definió Pascal al “sapiens/demens” bajado de los árboles, poseedor de una intensa emotividad, elevada hipercomplejidad: orden–desorden, brechas y aperturas, ambigüedades que dan lugar a esos “rincones oscuros del ser como la angustia, la soledad, el dolor, la muerte o la ansiedad”, tal como expresa la presentación editorial de la joven poeta barcelonesa. Mas también, eflorescencias, quizás fugitivas, pero rebosantes del talento de la especie: la luz y todas las sublimaciones nacidas del deseo: la rebelión, el amor, el sexo, el placer y la libertad, a la vez utopía necesaria y orden-desorden “anfilógicos” que desde las profundidades inconscientes emergen en la conciencia.
   Una cala sin concesiones, vertebrada por tres colores: azul, violeta y rojo. Una moldura y cauce referencial a través de los que la voz poética explora los insondables territorios del ser. No del ser metafísico, sino del ser existencial, del Dasein, esa entidad que somos cada uno de nosotros y está aquí en el mundo, como diría Heidegger. Poemas pues que se relacionan con la intimidad del yo enfrentado  a sí mismo, a todo lo que es, comenzando por su capacidad generadora de deseos, desmesuras, placeres y profundos estados psico afectivos. Pero también a lo que lo rodea.
   Tres colores pues le sirven de guía a la poeta para recuperar tres estadios de su vida. A través del azul regurgita  la voz poética las sustancias sólidas más pesadas, dolorosas y abisales de la existencia: la “ubris”, la loca desmesura que rasga las carnes, el “silbido que revienta los tímpanos”, “las lágrimas furiosas”, cuerpos sin toma de tierra, sin hojalata a la que agarrarse; esos lazos de madera que oprimen. Y la desesperación, la necesidad de llorar astillas porque ya no quedan lágrimas. Y la nada, dicha de mil maneras, con incontables recursos formales, transferencias de significado, sobre todo.
   Una radiografía del dolor, de los bajos fondos de la existencia, con la felicidad -o acaso solo gramos de ella- como imposible horizonte, hasta desvanecerse en la nada: ir hasta lo más profundo de la nada, no ser nada, alcanzarla una y otra vez. Especial relevancia tienen, entre otras razones por su reiteración, los poemas de la ansiedad. La ansiedad que se viste de “destellos negros” y otras metáforas y metonimias, incluso de negación de metáforas. La ansiedad que anuncia la crisis o es su consecuencia. Ansiedad no contenida, ligada a los antagonismos internos, al sufrimiento, a la débil estabilidad, al desencuentro amoroso y, en último término, pese a que la voz poética no lo verbalice de forma expresa, a la conciencia de la muerte. Y un yo, un cuerpo en ese centro de la nada.
   Otro color, el violeta, transcribe otro estado de ánimo; amalgama igualmente de dolor, del desasosiego y de las miserias del corazón. Rasgos de una animalidad, consciente sin embargo de sí misma. Una conciencia capaz de desdoblarse,  de observarse a sí misma y denotar los problemas, los aprietos, paradojas e incertidumbres de la vida. De nuevo se repiten los topoi de la primera parte: la corporalidad doliente, las desdichas del corazón incrustadas en los ojos; la muerte que no es bella, que nunca será digna, pero que juega con ventaja.
   Será preciso arribar a los poemas teñidos con la intensidad del rojo para poder degustar otra etapa más optimista de la propia identidad: la existencia cotidiana sin las obsesiones de la ansiedad, sin heridas existenciales, sin derrotas, cansancios y dolores. Con ventanas y puertas, quizás de mínimas dimensiones, abiertas a la positividad del vivir, al placer, a un contenido erotismo y al amor, aunque se pueda convertir en “sobras frías / de ayer”. Mas, al fin y al cabo, deseo de “ser oleaje contigo sin reparos ni reproches”.
   Poemas muy narrativos en su mayoría, ajenos a la épica, a la balada y a la égloga; no a la dramática interior. Con un buen uso de un aparato formal, mas sin palabras golosas, sin algaradas fáciles, sin horas bizarras de delirios. Ajenos también a los cánones métricos y rítmicos convencionales, lo que no quiere decir que carezcan de forma. Con desautomatización  de los topoi más socorridos, haciendo de ellos algo personal y novedoso. Y sobre todo, palabras de mujer; un libro femenino que profundiza en sensaciones aflictivas y en pesadillas. Sutilmente provocador, infinitamente alejado de la vie en rose, y muy cercano a la realidad del vivir cotidiano.

Francisco Martínez Bouzas

Elena Barrio


Selección de poemas de Hormigas en el aire

EL FILO DE LA VENTANA

“Yo era una mariposa
entre dos aguas firmes,
paralelas;
la lucha contra la nada
asfixiante, ordenada,
caótica,
se me llevaba la vida.

Entonces mi padre
abrió la ventana”
( página 17)

…..

ANSIEDAD II

“Tan cerca, tan lejos,
me atormentas, amor.
Entre alaridos
me cortas de cuajo
las alas…
me quedé postrada
en  la memoria.

La bañera succionaba
mis temblores,
pero la tierra,
me los devolvió como seísmos ,
sin un ápice de compasión:
«las sirenas regias
no viven en aguas turbias».
( pagina, 25)

…..

DEMONIOS DIVERSOS

“Me rendiré ante Morfeo
ajena a los depredadores,
los muy cabrones
tendrán más sueño que yo.

Y descansaré,
al fin, de los demonios,
habitantes de mis entrañas.

Morirán finalmente,
tras esta ardua batalla
sin química de por medio
bajo el peso de mi calma,
de mis pulmones henchidos.”
(página 34)

…..

LA MUERTE

“La muerte no es negra
la muerte no es
la muerte no
la muerte.

Ése diptongo le da fuerza
ímpetu, bandera,
jamás abandonará su hábitat
no se relajará en una vocal.

Tampoco es bella:
no creas las mentiras
del opio en boca
de poetas vegetarianos.

Nunca será digna.
la dignidad se va con el alma,
aquí queda la elegancia
de una hamburguesa de cerdo.

Y siempre juega con ventaja
escondida en nuestro orgullo,
nuestra incredulidad humana:
ella espera, paciente y sola.”
(página 57)

…..

CONTORSIONES NOCTURNAS

“Entre mis muslos
hay una bailarina
que te llama y
se toca en recuerdo
de lo que fuimos.

Contorsiona la pierna
la desea tras el cuello,
el aroma se dispara,
como las flores al amanecer,
llega a tus pupilas ardientes.

Contorsiona la mente
mi mente mis recuerdos
salados por un momento
me agrietan los labios
reclaman que tu saliva vuelva.

Entre mis muslos
hay una mujer sola
que no te conoce bien
pero te desea eternamente
bailando con los dedos.”
(página 79)

…..

VOCALES ERÓTICAS

“Voy buscando desesperada
un beso eléctrico
que me llene de calambres
eternos en unos segundos.

Criatura sin nombre
no reconozco las vocales eróticas
y te veo sin saber
de qué color es tu cuello.

Ayer reconocí en los tornos verdes
la forma de tus hombros
altos y lejanos
pero callé como una idiota.

Cruzamos una vez más
en ese laberinto de paralelas
la horizontalidad
siempre fue buena amiga.”
(página 86)

"NEFANDO": EN LAS ENTRAÑAS DE LO ABOMINABLE

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Nefando
Mónica Ojeda
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2016, 206 páginas.

   Candaya, un sello editor muy selecto, con una especial sensibilidad para captar la buena literatura, esa que supera con creces la narrativa o la lírica golosina, con empatía por lo que se escribe en Latinoamérica, abre las puertas a la narradora y poeta Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) que nos sorprende agradablemente desde el punto de vista escritural con Nefando, un convite literario inquietante, pero rebosante de buena y vanguardista literatura, que se atreve a explorar los límites del lenguaje ante determinadas e inquietantes experiencias del dolor y del placer. Y algo más, porque, por encima de ese acto registral que es la esencia de la novela, Mónica Ojeda entiende la literatura - son sus palabras- como un intento de imaginar lo que hay más allá de nuestro reducido campo de experiencias. El resultado: una novela no apta para mojigatos, pero plato regalado para esa especie de lectores capaces de mirar lo que potencialmente nos puede incomodar, aquello que, como la pornografía infantil, el incesto, lo abusos sexuales, ciertas filias, la violencia en sus distintas versiones, tienden  a repeler o esquivar las personas que se consideran normales.
   En un durísimo relato, Mónica Ojeda presenta a seis personajes, jóvenes veinteañeros, que comparten piso en Barcelona, cada uno con inclinaciones muy particulares (escritura pornoerótica, hacker, mutilaciones corporales…), estigmatizados por oscuros sucesos de los que fueron víctimas en su niñez. La hostilidad del mundo empezó para todos ellos en su propia casa, y esas devastaciones los irán configurando, reconoce en las páginas finales uno de ellos. Artífices de un videojuego on line que difunde contenidos extremados que basculan entre lo poético y la monstruosidad inmoral, y que cuelgan en la Deep Web. La novela, en cada una de sus secuencias y con diversos registros lingüísticos, intenta hallar el lenguaje apropiado para enfrentarse a lo abominable, a lo repulsivo,  a las profundidades abisales más lóbregas de los seres humanos.
   La autora teje Nefando desde el fragmentarismo; con una arquitectura compositiva compleja, pero talentosa y muy productiva para este tipo de narrativa: varios de los convivientes en el apartamento barcelonés refieren, con relatos autónomos o con entrevistas, el origen y el porqué del videojuego Nefando, diseñado por tres hermanos ecuatorianos y subido a la Deep Web con la ayuda de El  Cuco Martínez, un hacker y diseñador autodidacta de vídeos. Nefando surge de una idea extraña, utiliza imágenes escalofriantes y pretender hacer de la mierda algo lúcido. Así mismo, dentro de la novela se incrusta otra novela: una pornonovela hype, cuyos tres capítulos, repartidos a lo largo del libro, son de la autoría de Kiki Ortega, una chica mexicana que convive en el piso.
   A través de la coralidad que le da forma  a la trama, nos vamos sintiendo no solo incómodos, sino incluso aterrados por las experiencias que nos transmiten estos personajes frágiles y extremados: las primeras experiencias amorosas y sexuales de El Cuco con su primera novia, tan facha como su padre militar que abusó de ella cuando era niña; los deseos sexuales hacia el compañero a los doce años; experiencias corporales sadomasoquistas; la devoción por el placer del cuerpo lesionado/humillado, la entrega al BDSM; sexo entre adolescentes, pederastias brutales. La violencia del instinto sexual del depredador; relaciones incestuosas de padres con hijos y de hermanos entre sí. Violaciones en el seno familiar que los ecuatorianos hermanos Terán muestran con entusiasmo porque habían aprendido a lidiar con el pasado y no se consideraban víctimas; vídeos de personas autolacerándose o automutilándose; zoofilia, bestialismo, sadismo sobre  animales. Pero al fin y al cabo, como reconoce uno de los personajes, no hay erotismo que se niegue al horror; el erotismo es violento como la naturaleza y también lo revulsivo merece ser articulado, y para ello alguien  debía ensuciarse en el lenguaje, aunque hay ciertas experiencias, tanto de dolor como de placer en las que el lenguaje solamente se queda en los aledaños. Solo encarnándolo se llega  a saber cómo es el dolor ajeno.
   Todo esto son testimonios y experiencias al margen del videojuego Nefando. Del mismo, eliminado pronto de la red, únicamente sabemos lo que era a través de la recopilación de posts y crónicas de diversos gamers. En esta parte de la novela, la autora abandona cualquiera concesión y nos enfrenta de nuevo con el horror: zoofilia, sadismo sobre animales, necrofilia, pornografía infantil… Un videojuego abominable alojado en la Deep Web, la internet profunda, oculta e invisible de la que, según El Cuco Martínez, se puede aprender mucho, porque todos los problemas sociales y humanos de nuestro mundo tienen su correlato en la red oculta: robo, pederastia, pornografía, narcotráfico, crimen organizado, sicariato, cibercrimen, explotación sexual, documentación falsa, secretos de estado, paquetes de virus… Un verdadero inframundo que constituye más del 90% de todo el contenido de internet, invisible, amparado en el  anonimato, ya que esos contenidos no están indexados a los motores de búsqueda. ¿Dónde queda la humanidad de las personas? En otra moral como se responde en una de las entrevistas.
   La novela es un navajazo  que hace aflorar las profundidades más abyectas del ser humano, la esencia de la aberración. La autora, experta en la literatura pornográfica latinoamericana  durante las dictaduras, pone en las manos lectoras una obra incómoda, pero a la vez luminosa. Y lo hace con valentía y oficio, suturando con pericia los múltiples mosaicos-fragmentos que tienen vida propia  en la novela. Con una amalgama de registros lingüísticos con los que revela y se ajusta al origen de los protagonistas. Y una gran versatilidad narrativa, con componentes metaliteraios e intertextualidad; pensamientos profundos que verbalizan algunos de los personajes. Reflexiones no banales sobre la existencia humana y el ánfora oculta de nuestros deseos. Para muestra, un botón: “La erradicación final de la animalidad -esa que obliga a hombres y mujeres a afrontar el lado salvaje y violento de sus deseos- era simultáneamente utopía y distopía” (página 50).

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Mónica Ojeda

Fragmentos

“A lo que voy es que muchas cuestiones que consideramos perversas se pueden volver sublimes, para algunos, en el arte de la iconografía cristiana, y para otros en obras literarias o plásticas o perfomáticas. Santas como Margarita María Alacoque, con la escusa de tener éxtasis místicos, comían vómito y mierda de enfermos, o incluso su propia mierda. María Alacoque sentía que  a través de este tipo de actos Dios le hablaba y entraba en ella. Estaba convencida de que por el tormento de la carne accedería a la santidad, a un estado cercano a la divinidad, y esto, no nos confundamos, le producía placer. Y ahora te estarás preguntando, ¿cómo puede un cuerpo torturado sentir placer? (…) El placer no está en las heridas de la carne, sino en la idea de las heridas de la carne, en su significado, ¿y cuál es su significado? te preguntarás, pues el de la absoluta entrega, el de la completa sumisión. Para las santas que se infligían todo tipo de castigos físicos no había nada más excitante que sacrificar su cuerpo por su amor: amo y señor (…)
En la religión cristiana hubo BDSM mucho antes que Sacher-Masoch escribiera La Venus de las pieles,  pero todo esto es sólo considerado perverso cuando no está vinculado a la religión cristiana. ¿Qué diferencia hay entre una santa mística y una mujer que le pide a su pareja que le eche cera caliente en la espalda y que le meta el puño por el culo? Tal vez la diferencia entre ellas radica en que la santa mística, como los crucificados en semana santa, es capaz de autodestruirse para alcanzar su éxtasis, mientras que muchas mujeres y hombres BDSM tan solo juegan a que se entregan.”

…..

“Durante el segundo semestre del curso, Diego y Eduardo creyeron notar que el profesor de Educación Física tenía una inclinación especial hacia ellos. Cuando hacían sentadillas, corrían por el campo de fútbol o jugaban al baloncesto, él los observaba de una forma peculiar, como si quisiera atravesarlos con un lenguaje de expresiones silentes y taciturnas. Una noche lo siguieron al interior del bosque que cercaba el lado oeste del colegio. Llevaba consigo a un pequeño y escuálido alumno de primer año que temblaba igual que una lavadora. El chico usaba una pijama limpia que se parecía a la luna (…) Se introdujeron en el bosque hasta que la oscuridad se les metió en los pulmones como un torrente de agua sucia. Entonces el profesor se detuvo y tomó al chico de primero de la cadera para bajarle el pantalón hasta los tobillos. Diego y Eduardo escucharon,  entre el ruido de los insectos nocturnos, los ruegos del niño que sollozaba: «Por favor, no», decía. «Por favor, no». El profesor se arrodilló frente a las nalgas del muchacho, redondas y aduraznadas, las apartó con sus manos Kingman y metió su lengua babosa, del tamaño de una culebra, en el ojo ciego (…) Unos minutos más tarde, después de escupir y untar de saliva el ojo ciego de su amante, el profesor le hizo ponerse en cuatro patas y, antes de penetrarlo de una sola embestida, tomó un puñado de tierra con sus manos Kingman y la estrelló contra la cara húmeda del chico.”

…..

“¡Si supieras todo lo que hemos estado leyendo!, le dijo Cecilia, podríamos escribir una novela mejor que la de Kiki a partir de las historias que pululan en los foros. Narrar nuestros horrores, ¿para qué servía la ciencia si no era para narrar nuestros horrores?, pensó El Cuco, ¿para qué servía la tecnología si no era para narrar nuestros horrores? ¿Para qué servían los lenguajes, los gritos, las teclas, los pozos si no era para narrar nuestros horrores? El deseo de decir el deseo no se mitiga hablando, le dijo una vez Emilio, a veces tenemos que hacer y dejar que lo hecho pronuncie nuestro vértigo. Te necesitamos para crear Nefando, le dijo Irene con una sonrisa delgada. Las luces del auditorio se encendieron.”

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“Veo a Ely. Tiene siete años. Su padre le sirve su esperma en una cuchara de palo. Veo a Jenny. Tiene diez años. Su collar de púas parece una planta en medio del paisaje de cuerpos que se destiñen. Veo a TommyG. Tiene trece años. Veo a su padre ordenándole que le lama el pene a un perro. Veo a Landa. Tiene siete años. Veo a Elizabeth. Tiene quince años. Las veo ayudando a su padre  a violar a su hermana pequeña, Mandy, que llora enrojecida en el balde de una camioneta negra. Veo a Maryanne. Tiene cinco años. Le mete el puño a su padre en el culo con los ojos cerrados. Veo a Pae. Tiene cuatro años. Su madre le introduce la lengua en la vagina y el dedo índice en el ano. Veo a Veronika. Tiene doce años. La veo penetrada por su padre y su hermano al mismo tiempo. Veo todo lo que ha sido consumado. Veo a papá meneándosela con los videos. Veo sepulcros de risas, llanuras de miedo. Polvo. Viento. Veo mi necesidad de contar que veo paisajes de cuerpos que destiñen el color todas las noches. Veo un montón de cuerpos que son el mío: lo único. Dientes.”

(Mónica Ojeda, Nefando, páginas 35-37, 55-56, 106-107, 127-128)

LOS FANTASMAS DE LA NOCTURNIDAD INSOMNE

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Obra muerta
José Luis de Juan
Editorial Minúscula, Barcelona, 2016, 108 páginas.

   En la colección “Micra” de Editorial Minúscula, ve la luz una pequeña novela, o relato en formato largo, del periodista mallorquín José Luis de Juan (Palma, 1956), escritor desde los diecisiete años y autor de notables novelas como La mano queformula el deseo, El apicultor de Bonaparte o Este latente mundo.
   En el relato Obra muerta, la voz confesional de un hombre que, en ciertos momentos de su vida, pensaba al acostarse que no vería la luz del día siguiente, convierte en literatura los fantasmas que pueblan una noche insomne y que lo hacen retrotraer sobre el pasado, a la edad joven, asentado en una vida estable, pero que no era más que “obra muerta”, un símil tomado de la náutica que alude a la parte visible de un barco, que no es la de más entidad e importancia en los navíos, a pesar de las apariencias.
   El protagonista, en ciertos momentos de su vida, debido a motivos laborales, solía llegar a su casa después de medianoche y, tras conseguir alejarse de la siniestra llamada suicida de la ventana, se desliza entre las sábanas, luchando para no hacer ruido  y despertar a su mujer. Conocedor del insomnio, un estado de estupor, con los músculos en tensión, que lo estanca en el umbral del sueño, pero se niega  a abrirle sus puertas, sus sensaciones insomnes se hacen acompañar de recuerdos de escenas de tiempos pasados; incursiones oníricas que no obedecían a ninguna lógica ni a pensamientos lineales y coherentes. En ese proceso de cobrar sensaciones, aparecen personajes del pasado.
   Una noche, cuando ya habían desaparecido esos problemas para dormir y con otra mujer a su lado, vuelven los fantasmas, la vulgar tiranía de un cerebro que no descansa y recuerda nimiedades, deseos y miedos. Y sobre todo, experiencias de y con amigos conocidos en el pasado, y ya fallecidos. El primero será Pablo Romeo, quintaesencia de un capitán de barco, varado en tierra, bebedor, mujeriego y hombre del tiempo en un periódico local. Romeo había proyectado escribir una novela sobre sus experiencias, con el título de Obra muerta. Un personajea laderiva que había barajado diversas maneras de suicidarse.
   Otro personaje que hace acto de presencia esa noche es Chris  Tango, dueño de una agitada vida amorosa, que un día deja de lado su obsesión por los periódicos y sus actividades de alto ejecutivo y se introduce en el más humilde negocio de los restaurantes, montando una red de bares en Inglaterra. Joan Delta, un pintor catalán, fallecido hace más de treinta años, carente de buena mano para las mujeres y con contagios dalinianos, será el tercer visitante de su noche.
   En deseo revive en el protagonista con la evocación de los naipes pornográficos que le regala el japonés Oskar Isumi, un estudiante de español y el único hombre con el que habría podido acostarse el personaje insomne. Amigo de juventud e igualmente fallecido años antes de que él se enterara. Y sobre todo, paradigma de una existencia que se niega  a seguir los designios de la herencia. El reencuentro, tras los remordimientos de la amistad abandonada, será en el cementerio de Google.
   Memorias difusas, trémulas, entreveradas con la ficción y que, con el paso de los años, se transforman en imágenes roídas por la polilla. Un fantasmal desfile de los amigos de otro tiempo y sus vicisitudes, unas corrientes y prosaicas, otras memorables que la pericia de José Luis de Juan transforma  en atractivo material ficcional. Experiencias vitales que parecían olvidadas, y sobre todo la muerte de los demás se transfiguran en un apetitoso cebo narrativo, en un fugaz pero vertiginoso relato. Una muestra altamente plausible de la literatura retrospectiva, alumbrada desde la oscuridad nocturna, “entre el amanecer y la noche, el presente y la memoria”, como reza la presentación editorial.

Francisco Martínez Bouzas

                                                           
José Luis de Juan
                                                             
Fragmentos

“Vuelvo a dar otra vuelta en la cama, Y cada vez que me giro de lado arrastro con las piernas el cojín azul. El insomnio es un animal oscuro con los ojos rojos como ascuas. Te mira pegado al techo mientras transcurren los minutos sin marcar de veras períodos en el tiempo. Me parece que mi respiración se detiene y que el corazón no late, o late demasiado despacio. Casi tengo miedo de dormirme, porque en ese caso ya no podría vigilar mi aliento ni mi ritmo cardíaco . No quiero despertar a Juliet. Ella respira apretada a mí de un modo profundo y de vez en cuando emite un silbido tenue al que siguen movimientos bucales como si fuese a hablar y no pudiera. Apenas me atrevo a moverme, o más bien es como si no tuviera espacio para moverme en realidad.”

…..

“Desde esta cama que pende sobre el abismo de mi edad, como si no hubiera nada debajo, veo a Joan Delta a los dieciocho años. Un joven artista con melena a lo Jimmy Hendrix, gafas de miope  y tez blanca llena de granos, que ha estado varias veces en casa de Dalí. De hecho pinta como Dalí, es un buen dibujante, preciso y seguro. Conservo una muestra de ello, un dibujo a bolígrafo de diseños psicodélico que debió de hacer en las tediosas clases de Derecho Canónico. Le veo extender en el suelo un largo rollo de papel de estraza en el que va  a pintar un mural de gran tamaño para el piso de las demoiselles de la calle Amigó, así lo llamaba. Va a representar a las tres chicas que viven allí bajo formas animales, dos de ellas, y la otra con la cara furiosa de una bruja, y en segundo término pintará el perfil de un hombre, que nunca sabré si soy yo o él.”

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“Juliet me ha dicho muchas veces que la despierte si no puedo dormir, pero a mí me parece un sacrilegio. Me dice que le gustaría despertarse a causa de mis embestidas y yo juro que cualquier noche voy a hacerlo. Hablo de ello y me excito. Pero nunca lo hago. Nunca lo he hecho en estos años. Si Juliet hubiera estado a mi lado cuando barajaba aquellas cartas ni ella ni yo hubiéramos dormido, de tantas tardes y noches ocupadas en el juego, intentando llegar a las lejanas fuentes del deseo atravesando junglas y manglares.”

(José Luis de Juan,Obra muerta, páginas 45-46, 59-60, 66-67)

LAS NEBULOSAS DE LA DESMEMORIA

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Lo que olvidamos
Paloma Díaz-Mas
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 163 páginas.

  Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954), es una narradora con una sólida trayectoria consolidada sobre todo en Anagrama. Fue finalista en el año 1983 del primer Premio Herralde de Novela con El rapto del Santo Grial. Lo ganó años más tarde, en 1992, con El sueño de Venecia.  Otros galardones, como el Premio Euskadi 2000, jalonan su carrera literaria. En la editorial barcelonesa han aparecido la mayoría de sus libros, tanto novelas como relatos autobiográficos. El pasado mes de octubre, Anagrama editaba su última entrega narrativa, Lo que olvidamos, una pieza literaria que reproduce una dura experiencia, anclada sobre todo en lo emocional, sobre el proceso de la enfermedad del olvido, vivida por la madre de la protagonista, una paciente de Alzhéimer,  y reflejada por la hija.
   Un núcleo diegético no ajeno a la obra literaria anterior de la escritora, servido especialmente en el contexto de la recreación del pasado, de todo aquello que levita entre el día y la noche de nuestra memoria, de los contenidos que, con el paso del tiempo, se derrumban y se evaporan de nuestros recuerdos.
   Lo que olvidamos es una muestra paradigmática de la narrativa confesional e intimista, centrada en torno a una experiencia familiar, y sobre el puzle vital de un político de la Transición que ya no sabe quién es, ni se recuerda de sí mismo saliendo el 24 de febrero de 1981 del Congreso de los Diputados.
   Una posible experiencia autobiográfica le proporciona a la autora los materiales para ilustrar, desde una intimidad doliente y respetuosa, el proceso de la perdida de la memoria, la enfermedad de la edad avanzada. El relato es ajeno a la visión médica de la dolencia, y se centra en la vertiente humana de un estado progresivamente más angustioso cada día para el paciente y quizás aún mucho más para sus allegados. Con desasosiego que crece a medida que pasan  las páginas, el lector asiste a una experiencia familiar que supera lo meramente anecdótico: una hija que es la voz narrativa, visita, en una residencia de la tercera edad, a su madre víctima del Alzhéimer, y por lo tanto carente de anclajes en el mundo. Allí se relaciona también con otros dolientes de la desmemoria que reclaman su ración de cariño, la afectividad de los besos. Reconstruye Paloma Díaz-Mas el proceso del deterioro mental de la madre (“un goteo de despropósitos” al principio, un entramado de mentiras absurdas, glabras inanes…) que va abriendo un abismo entre la madre y los familiares que presencian horrorizados la carrera imparable de la destrucción. La construcción sobre la marcha de una biografía ficticia y otros penosos acontecimientos acrecientan el período de estupor familiar. La confusión de su propia personalidad y el olvido del hogar les obliga a buscar una nueva vida para la enferma, también para la familia, en un hogar sustitutorio donde se harán cargo de ella. Una vida nueva ancorada únicamente en el presente, sin pasado.
   La voz narrativa entrelaza historias concernientes a la familia, a la casa de siempre, a los objetos allí guardados desde hace muchos años, historias que ya no existen para la madre doliente, pero que son muletas en los que se sustentan los recuerdos futuros. Es así como surge la historia de Pedro, otro enfermo de la residencia y cuyo rostro, treinta y cinco años más joven, ve en la portada de un periódico correspondiente al 24 de enero de 1981. Es el mismo Pedro saliendo del Congreso de los Diputados tras el asalto de Tejero; en su día posiblemente una personalidad de la Transición. Comienza así la novela del hombre que vive en el olvido; y la recuperación de una parte importante de la historia reciente de España; el testimonio de la Guerra convertido en un puzle de historias contadas desde recuerdos borrosos; el sentimiento de incertidumbre y miedo ante la posibilidad de otra tragedia, intensamente temida durante una larga noche. Y los hombres y mujeres que hicieron la Transición condenados hoy a la amnesia individual y colectiva.
   El laberinto de los núcleos familiares -madre e hija son términos confusos para la que ha perdido la memoria de su propio yo y la de sus allegados- impulsa así mismo a la autora a bucear en los arcanos más inmediatos de la familia materna. Así recupera la figura de la abuela materna, en su niñez, en los años sufridos bajo las bombas, el final de la Guerra; el fallecimiento del abuelo.
   Relato a la vez analítico sobre el progresivo avance del Alzhéimer, y emocional que refleja especialmente el dolor de una hija ante el derrumbe interior de la madre. Con acento melancólico, la voz narrativa trae a escena sus propios recuerdos y su desmemoria, ráfagas del pasado suscitadas por la nueva relación doliente de su progenitora. La singularidad de esta novela-testimonio, escrita desde un doloroso realismo, reside sobre todo en que el acto escritural no se concentra exclusivamente en la fase en la que el deterioro de la persona ya está consolidado, sino en el desarrollo y avance de la enfermedad y en la punzante factura que proyecta sobre los familiares.
   Huelga decir que, en esta bajada a los infiernos de las nebulosas impenetrables de la demencia, Paloma Díaz-Mas huye de lo truculento, del sentimentalismo lastimero. Sin llevar la narración al tremendismo fácil, tampoco ahorra nada. Mas si algo hay que destacar en la tremenda intensidad de esta historia es el propósito autorial de subrayar la importancia de las relaciones humanas, incluso en las fases más agudas del deterioro mental.
   Todo ello presentado a veces con curiosas dosis de humor y con un estilo pulcro y sencillo, que sin embargo a veces ronda lo lírico. Un plus que favorece la intensidad emocional de una novela -muestra plausible del arte de contar- que no es patética, pero sí realista.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Paloma Díaz-Mas
Fragmentos

“Ya voy a salir, pero no puedo irme así, viendo la cara de desamparo de Ángela y Carmen: tengo que besarlas a ellas también, o se quedarán desconsoladas, le dirán a la cuidadora: «Hoy ella no me besó»; no recordarán mi nombre ni sabrían decir quién soy yo, quién ha sido aquella que se marchó sin besarlas, pero sí que sabrán sentir eso que les falta: que hoy vino alguien que besó a otras y no las besó a ellas. De paso, beso también a esta otra señora sin nombre, la mujercilla de pelo blanco vestida de negro como una abuela antigua, la que está siempre inmóvil como un árbol, mirando al infinito con unos ojos que son, sin embargo, vivarachos y expresivos; vivarachos y expresivos, aunque no se sepa lo que quieren expresar. La beso también a ella, que ni lo espera ni me lo ha pedido ni es capaz de decir su nombre -por eso no sé cómo se llama-; la beso por si acaso, con un beso preventivo, podríamos decir.”

…..

“Quizás, si lograse averiguar algo sobre aquel pseudo-Pedro de la fotografía de 1981, me atrevería a preguntarle algo  a su hijo: si, de verdad, el Pedro de los puzles es aquel diputado del cual yo sé esto y lo otro. Tal vez se sintiese halagado al comprobar que, al cabo del tiempo, alguien ha reconocido a su padre, un hombre que sin duda fue importante un día, que tuvo una relevancia pública hoy ya pasada y olvidada. O a lo mejor lo que sentiría el hijo no sería halago (un impulso de vanidad por la importancia de su padre), sino alivio: alivio al saber que ese hombre que ya apenas reconoce a su propio hijo es, sin embargo, reconocible por otros. Que no todo ha pasado y que su padre no ha cambiado tanto, al fin y al cabo; que está un poco perdido, con la cabeza un tanto ida, por la edad, pero sigue siendo el mismo, tan el mismo que alguien ajeno fue capaz de reconocerlo y decir: es él.”

…..

“Estoy sentada junto a mi madre y de repente la mujer que está en el sillón de al lado me agarra  del brazo, me zarandea enérgicamente, haciéndome un poco de daño. Su mano aprisiona con fuerza mi muñeca para conseguir que la mire, que le preste atención. Y cuando vuelvo la cara hacia ella, me dice bajito, con apenas un hilo de voz: «Creo que estoy preñada.»
Veo sus ojos de susto, el gesto angustiado. Es una mujer de aspecto un tanto rudo, como una campesina antigua, y aparenta más de ochenta años. Tiene miedo. Repite: «Creo que estoy preñada», y su frase es un grito de socorro: quiere que yo le diga algo que la ayude a salir del trance, que la salve, y no sé cómo. Luego se retrae en el sillón, se apoya en el respaldo y añade, algo más tranquila pero todavía preocupada, con un anhelo de quien cree que nada grave ha pasado, que en realidad no ha sucedido el temido desastre: «No, no, no. No estoy preñada. Creo que no estoy preñada.»
En ese declarar y negar entreveo, completamente vivo, un miedo adolescente, el de la jovencita que hace mucho años, en otra sociedad y en otro mundo -en un mundo rural desaparecido, en un país tan cambiado que ya no existe-, tuvo un desliz  (así se decía: «un desliz») y temió el embarazo no deseado o tal vez realmente se quedó preñada  -así: preñada, no embarazada ni encinta; preñada como se quedan las hembras cuando los machos las fecundan, como se quedaban las mujeres del campo y las ovejas, las cabras y las vacas que ellas mismas cuidaban- y tal vez tuvo ese niño o tal vez no o quizás fue solo una falsa alarma, un retraso de unos días en la esperada regla del mes, esa cosa incómoda que de repente se volvía deseable, la menstruación aguardada con impaciencia, esperada como una salvación, recibida -si llegó- con alivio.”

(Paloma Díaz-Mas, Lo que olvidamos, páginas 8-9, 74-75, 118-119)

ANTONIO TABUCCHI Y EMMANUEL CARRÈRE, NOVEDADES DE ANAGRAMA

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   A pocas semanas de que Silvia Sesé substituya a Jorge Herralde al frente de Editorial Anagrama, aunque el fundador y director, desde hace cuarenta y siete años, de la editorial barcelonesa seguirá colaborando, apoyando sin interferir, o dedicándose simplemente a leer a Proust, el catálogo de ensueño de Anagrama sigue creciendo, sigue llenando de buenas vibraciones el día a día de los lectores en español, y desde hace años también los que leen en catalán.
   En ese empeño y voluntad de editar “libros” y desechar los “no libros”, han ido surgiendo colecciones que marcan la historia literaria de este país y de otros de Latinoamérica: “Argumentos” en el campo del ensayo, “Panorama de narrativas” y “Narrativas hispánicas” en el de la ficción. “Otra vuelta de tuerca” y “Compactos” que nos permiten recuperar obras de gran calidad, o “Anagrama compendium”, compilación de las mejores novelas y relatos editados con anterioridad por Anagrama.
   En este mes sobresalen los tres títulos de la colección “Argumentos”: Estudios del malestar. Palabras de autenticidad de las sociedades contemporáneas de José Luis Pardo; Contra el tiempo. Filosofía prácticadel instante de Luciano Concheiro y La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza de Massimo Recalcati.
   En la colección “Panorama de narrativas”, “la peste amarilla”, tal como la definió el patriarca de Planeta, José Manuel Lara, y cada vez más cercana  a los mil títulos, cuatro piezas ficcionales importantes: El gigante enterrado de Kazuo Ishguro, La Esposa joven de Alessandro Baricco, El juego del revés de Antonio Tabucchi y Bravura de Emmanuel Carrère.
   Entre esos libros que suturan por igual éxito y calidad, se encuentra la nueva traducción con material inédito en español de los cuentos de Antonio Tabucchi, editados por primera vez en marzo de 1986 -fue entonces el número 77 de la colección- y Bravura de Emmanuel Carrere. Antonio Tabucchi (Vecchiano,1943-Lisboa 2012), profesor universitario de literatura portuguesa, ha sido conocido sobre todo por sus relatos, por sus novelas y también por su producción ensayística. Enamorado de la literatura portuguesa, hasta el punto de haberse nacionalizado portugués, traductor y comentador de Fernando Pessoa, Tabucchi ha recogido en su narrativa la tendencia del poeta portugués a multiplicar los planos de la realidad, a añadir constantemente nuevas presencias, a extender las situaciones hasta el punto de hacerlas inconmensurables. Si ha habido un escritor versátil, éste es por antonomasia Antonio Tabucchi. Conocido sobre todo por Sostiene Pereira, el narrador italiano es mucho más que ese paréntesis de novelas fáciles, populares, epopeicas como la citada o La cabeza perdida de Damasceno Monteiro. Tabucchi es sobre todo el delicado y exigente refinamiento de Dama de Porto Pim, Nocturno hindú, Sueño de sueños & Los tres últimos días de Fernando Pessoa. Así como su novela epistolar, Se está haciendo cada vez más tarde y el monólogo desencantado de Tristano muere, seguramente su novela más ambiciosa y en la que el maestro italiano, el mejor escritor de su generación, trabajó doce años y que vio  la luz en la mayoría de las lenguas del mundo, incluidas las minoritarias.
   De Emmanuel Carrère, por su parte (París, 1957), es un extraordinario escritor en los últimos tiempos de novelas de no ficción como El adversario, De vidas ajenas, Limónov o El Reino, y de novelas de solo ficción de sus inicios como El bigote, Una semana en la nieve, comentadas en este cuaderno de crítica literaria. Y  podemos leer ahora en castellano Bravoure (París, 1984), igualmente una pieza que mezcla la ficción, la realidad y personajes históricos..
   Con una finalidad divulgativa, reproduzco la información que nos llega a través de las respectivas presentaciones editoriales. En los próximos días o semanas, volveré sobre estas dos piezas de ficción y ofreceré no solo información de tramas y contenidos, sino también mi valoración personal.

Francisco Martínez Bouzas


Antonio Tabucchi
Traducción de Carlos Gumpert
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 183 páginas.

  «El libro más hermoso de Tabucchi y uno de los más hermosos de la literatura de estos tiempos»: así calificó el gran crítico italiano Pietro Citati El juego del revés, el libro que supuso en 1981 la revelación de la extraordinaria sabiduría narrativa de Antonio Tabucchi. Ahora volvemos a presentarlo, con honores de estreno, traducido de nuevo, revisado y reordenado siguiendo las últimas disposiciones del autor y con varios apetitosos añadidos: dos nuevos cuentos, incluidos en su momento en la segunda edición, y un tercero jamás traducido a ningún idioma, que sólo circuló en 1986 en edición limitada; una tríada que prolonga la tonalidad de un volumen ya clásico, escrito bajo el signo del temor y del asombro que produce el desvelamiento del reverso oscuro de las cosas, del insondable laberinto de la existencia.
   El relato homónimo que abre el libro puede ser considerado la piedra angular de la obra de Tabucchi, quien nos ofrece ya aquí muchos sus grandes temas: las máscaras que paradójicamente nos revelan, los vericuetos del tiempo, las voces que nos acechan desde fuera y desde dentro, el juego infinito de la literatura. Aunque todos los relatos rayan a gran altura, cabría quizá destacar el bellísimo «Carta desde Casablanca», «Las tardes del sábado», magistral cuento de fantasmas, o «El pequeño Gatsby», bajo el ala de Scott Fitzgerald.”

Bravura
Emmanuel Carrère
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 355 páginas.

   “De 1816 se dijo que fue «el año sin verano». La erupción de un volcán indonesio alteró la meteorología incluso en lugares tan lejanos como Suiza. Allí, en la villa Diodati, Lord Byron y sus invitados –su médico y secretario Polidori y los Shelley, Percy B. y su esposa Mary– soportaban como podían la lluvia y el frío del inexistente estío. Para combatir el aburrimiento, se retaron a escribir cada uno una historia de terror. En aquella velada, que se conoce como «la noche de los monstruos», nació el Frankenstein de Mary Shelley, y también El vampiro de Polidori.
   De los cuatro personajes, Emmanuel Carrère se centra en el menos relevante, en el paria, en el fracasado: Polidori, al que encontramos en el Soho londinense, adicto al láudano que le proporciona una joven prostituta llamada Teresa, al borde del suicidio y carcomido por el resentimiento porque cree que Byron se ha apropiado de El vampiro y considera que Shelley le ha robado una idea para escribir Frankenstein.
   Pero Polidori acaso sea un personaje manejado por la pluma de otro escritor, el capitán Walton, que está fraguando una versión alternativa de la historia de Victor Frankenstein en la que su amada Elizabeth desempeña un papel relevante. Esta versión la leerá Ann, que redacta libros para una colección de novela rosa y visita a Walton en un extraño hotel regentado por chinos. Y así se despliega un juego de muñecas rusas, una novela de novelas en la que el relato gótico da paso a la novelita rosa y ésta a la narración detectivesca y a la ciencia ficción, en una adictiva sucesión de sorpresas.

   El título, Bravura, hace referencia a una expresión francesa, un morceau de bravoure, que designa aquel fragmento de una obra en la que el creador despliega todo su virtuosismo. Y la novela es precisamente eso: una exploración de los mecanismos de la narración, una sugestiva indagación en el papel del escritor y también del lector, y sobre todo una propuesta literaria de una inventiva torrencial, que deslumbra y atrapa.”

LA PATERNIDAD, UN PUNTO ÁLGIDO EN LAS RELACIONES DE PAREJA

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El padre infiel
Antonio Scurati
Traducción de Xavier González
Libros del Asteroide, Barcelona, 233 páginas.

   Antonio Scurati (Nápoles, 1969) está convencido, con el protagonista de El padre infiel, que la actual es la primera generación que vive una profunda transformación en múltiples aspectos: entre ellos, en el rol paterno y en la naturaleza y funcionalidad de la pareja en el día de hoy: “Cuando la pareja alcanza su punto álgido, desaparece. Muere. Ya no existe. Da lugar  a la familia.” Ese punto álgido puede ser el nacimiento de un hijo. Y la novela, El padre infiel, pretende dar cuenta de ese proceso a través de un protagonista, Glauco Ravelli, que cuenta su historia desde el principio, remontándose a sus inicios en la edad adulta, a sus prolegómenos como padre y esposo, extraído todo del álbum de los recuerdos. Todo al inicio de un nuevo milenio rebosante de promesas de felicidad, tras un interminable siglo XX repleto de banalidades del mal.
   A pesar de que para el protagonista la familia es una fantasmagoría consumista, decide dar inicio a su vida adulta desprendiéndose de la nobleza arrogante de la misantropía -la heroicidad de su juventud- y formar una familia. Lo hará con Giulia, un amor que germinó y creció a pesar de su misoginia; si bien la razón última de tal paso no fue el enamoramiento sino el aburrimiento. Después de una velada en el más grande festival del mundo dedicado a los quesos, decide, no con el corazón sino con la cabeza, que se enamoraría de Giulia. Y, en efecto, se enamora sin ficciones, sin tropos. Lo que sigue es la historia de una derrota; su primer eslabón es el conocimiento de que va a ser padre; y su final lo anticipa el autor mediante una prolepsis, en una confesión entre sollozos de la esposa:”Quizás no me gustan los hombres”. Pero no es que Giulia hubiera decidido salir del armario del lesbianismo; no, es una confesión de derrota, que no puede más, que no soporta vivir con ese hombre con el que comparte su vida.
   Había transcurrido ocho años desde que se habían conocido, cuatro desde el matrimonio y tres desde el nacimiento de la hija, pero Glauco Ravelli, licenciado en filosofía, cocinero de oficio, es un varón ontológicamente  infiel, si bien la novela es parca en infidelidades carnales. Es infiel a la genitalidad. Después de descubrir e ilusionarse con la paternidad  como experiencia maravillosa, sus cuarenta años, el proceso depresivo de la esposa tras el parto y su rechazo del sexo, hacen que se sienta extraño, alejado y no preparado para el papel de padre; un desempeño que  le exige enfrentarse a problemas -la tiranía infantil, entre otros-, y realizar tareas poco satisfactorias relacionadas con la paternidad. Es el anti-clímax que pone en peligro las relaciones, especialmente las pasionales, con la compañera y que, a la postre, desembocara en la crisis familiar.
   El padre infiel es un crudo retrato de la crisis de la paternidad en las sociedades avanzadas en los inicios del siglo XXI, en el contexto de una sociedad que ha transformado la paternidad y la maternidad en una experiencia obligatoria, en un debe, que hace abstracción, sin embargo, de las exigencias que las mismas implican; y que provocan la infidelidad, no a la esposa, sino a la hija y a las tareas del día a día que impone el hecho de ser padre.
   Antonio Scurati nos ofrece una novela que amalgama ficción y ensayo con no pocas veleidades filosóficas. Se percibe en sus páginas, entre multitud de anécdotas y reflexiones, una crítica sobre el modelo familiar y el rol de la paternidad especialmente en el mundo actual. El autor sabe, no obstante, mantener el equilibrio entre el relato  y la reflexión ensayística. Los personajes, fundamentalmente el del padre cocinero, están bien diseñados. Glauco Ravelli no es un actante plano; evoluciona a lo largo de la novela. Menos elaborada es la figura de Giulia, la esposa. Scurati se fija en su físico atractivo y hermoso, pero no indaga en sus aspiraciones. El tercer personaje, la hija, no dice nada, mas su silencio es elocuente, y permite leer en el mismo lo que quiere de sus padres. El estilo de la lengua no es intranscendente  en este libro: la frialdad quirúrgica  de la narración, ajena a cualquier grandilocuencia, se vuelve menos gélida cuando describe la atmósfera familiar.
   Libro escrito con una tonalidad confesional que nos invita, e incluso nos obliga, a reflexionar sobre nuestra propia existencia cotidiana, sobre hechos teóricamente tan habituales como la convivencia familiar, la crianza  de los hijos, y especialmente sobre el papel de los hombres en la crianza de los mismos. La confesión del protagonista es a la vez feroz y consoladora, luciferina y candorosa, mas no carente de situaciones que nos divierten.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Antonio Scurati
Fragmentos

“Más tarde descubrirás que el mito de la familia y la fantasmagoría consumista son dos caras de la misma moneda. Un día lejano descubrirás que ninguna de las dos será nunca tu cara. Tendrán, sin embargo que pasar muchos años, por ahora solo tienes un vago presentimiento. Sí, porque en el fondo ya intuyes que, si en el XIX el conde Tolstói escribió que todas las familias felices se parecen, pero que cada familia infeliz lo es a su manera, hoy, a principios del XXI, la única familia feliz es la de las galletas cubiertas de azúcar granulado.”

…..

“Dejé la búsqueda del sentido de la vida. Y de repente comprendí: éramos unos viejos. Éramos una veintena de hombres y mujeres próximos a tener nuestro primer hijo y, sin embargo, aparte de los de Comunicación y Liberación, de la chica magrebí y tal vez de un par más entre nosotros, teníamos todos edad para ser abuelos. Nos sentábamos con las piernas cruzadas en el suelo desde hacía menos de veinte minutos y las articulaciones de las rodillas, la unión entre el muslo y la ingle ya se habían anquilosado. A nosotros, los hombres, salvo raras excepciones, ya nos escaseaba el pelo o estábamos calvos; y nuestras mujeres, incluso antes de amamantar, tenían ya casi todas los pechos caídos.
Ahora me quedaba  clara la nota discordante que había captado en nuestra heroica patrulla desde el momento en el que me senté: era un problema de edad pura y simplemente. Éramos por partida de nacimiento incongruentes con la primera paternidad y la primera maternidad.”

…..

“Sentía en efecto -sería injusto negarlo-  una gran pena por esa mujer nominalmente fuerte, derrumbada  psíquicamente  en el preciso instante en que había parido a su primer hijo; pero también sentía -sería inútil esconderlo- una intensa rabia centrífuga respecto a esa impredecible derrota suya.
Conservamos muchas fotografías de esos días, pero si alguien nos hubiese retratado anteriormente como pareja, en el centro de la imagen se vería a un hombre que vuelve su mirada hacia la parte superior derecha, en busca de una imposible  línea de fuga, y la nuca delgada de una mujer con un corte de pelo masculino. Eso era lo que quedaba de nosotros desde que rompió aguas; dejamos de ser una pareja un instante después de habernos convertido en una familia.”

(Antonio Scurati, El padre infiel, páginas 26, 62-63, 122-123)

LOS CUENTOS COMPLETOS DE KINGSLEY AMIS: ENTRE EL HUMOR Y LA MORDACIDAD

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Cuentos completos
Kingsley Amis
Traducción de Raquel Vicedo, 
Editorial Impedimenta, Madrid, 570 páginas

   El año 2011 la editorial inglesa Penguin  Books publicaba, reunidos en un solo volumen, los relatos completos de Kingsley Amis (Complete Stories). El olfato de Enrique Redel, editor de Impedimenta, permitió hace unos meses su recopilación y publicación en español en una edición singular: un volumen de tapas duras que reúne veinticuatro relatos, algunos de dimensiones considerables. Historias que son un reflejo de las ideas creativas del autor, y que, según sus mismas palabras, guardan una notable afinidad con su hermana mayor, la novela. Cuentos publicados entre 1955 y 1993, escritos a lo largo de cincuenta años con el marchamo característico del escritor inglés: entre los humorístico, lo satírico y lo conmovedor; y que nos remiten a la prosa de uno de los diez mejores narradores británicos posteriores a 1954, aunque no ajeno a controversias. Miembro destacado de losAngry Young Men (Jóvenes Airados) junto con Philip Larkin, Harold Pinter o Allan Sillitoe. Poeta, autor de más de veinte novelas -la más conocida Lucky Jim(Premio Somerset Maugham)-, de libros de memorias y de una interesante prosa epistolar, Letters of Kingsley Amis.
   Su vida personal proporcionaría un buen argumento para ese tipo de narrativa, hoy tan de moda, en la que novelistas novelan a escritores. Estalinista en sus años de juventud, con notable sensibilidad hacia la clase obrera, crítico con la dominante. Mas,  a raíz de la invasión de Hungría por las tropas soviéticas, se produjo en Kingsley Amis un giro copernicano, derivando hacia un feroz anticomunismo hasta convertirse en un verdadero reaccionario que adoraba a Margaret Tatcher y a la reina que aparecía, según su hijo Matin Amis, en sus sueños eróticos. Tras conseguir una plaza de profesor en la Universidad de Cambridge, renuncia a los dos años  a la misma (“Después de tres tutorías en un día no me veía capaz más que de poner el gramófono”, fue su justificación). Su vida familiar, rebosante de alcohol, de boutades y de mujeres. Casado en dos ocasiones y divorciado otras tantas. A pesar de su misoginia tenía, a las mujeres entre sus debilidades. Su segunda esposa, la escritora y modelo Elizabeth Jane Howard, harta de sus infidelidades y desplantes, lo abandonó en 1983. Y entonces el camino que toma fue irse a vivir con la que fuera su primera mujer y el tercer marido de esta. Martin Amis cuenta en su libro de memorias que su padre murió hinchado por el alcohol.
   Lo anterior es un pequeño flash a la vida culposa de Kingsley Amis, pero tengamos en cuenta, como escribe Juan Tallón, que sin basura no hay biografía y posiblemente tampoco literatura, añado yo. Por eso, más allá de una existencia extremada y licenciosa, permanece la literatura de Kingsley Amis, en la que por cierto deja constancia de su irresistible amistad con el alcohol y de una crítica social cercana a la política-ficción (The Alteration, 1976), escrita desde un punto de vista cercano al fascismo.
   Los relatos, no obstante su cercanía con las novelas breves, -en el fondo son novelas condensadas- son para Kingsley Amis, como apunta en el Epílogo, como trabajar en vacaciones; una labor que además lo libera de la angustia. La contrapartida es que, para abrirse hueco entre los lectores, el relato “debe destacar entre múltiples culos y tetas impresas en papel couché” (página 567). Sea como fuere, y a pesar de la opinión de su creador, algunos de los cuentos reunidos en este volumen son piezas narrativas de gran calidad, repletas de ingenio, componentes satíricos y dotadas de las suficientes cualidades para divertir al lector. En un amplio abanico temático, Kingsley Amis conjuga  relatos que da la impresión de estar extraídos de su propia geografía biográfica, con otros en los que critica la deplorable eficacia de los servicios sociales, caricaturiza la crítica literaria, ofrece parodias de Sherlock Holmes, eternas historias de amor y desamor, reflexiones en torno a un funeral, o giran en torno a la ciencia ficción asociada a la bebida. En esta última línea, destacan por su capacidad para producir abundantes carcajadas, “El clarete de 2003”, protagonizado por unos personajes que crean un artilugio -TIOPEPE son sus siglas-  capaz de predecir el sabor de la bebida del futuro. Su continuación en “Los amigos del morapio” e “Inversión en futuros” tampoco tienen desperdicio: los tipos de la clase alta deben darse por satisfechos con beber simple cerveza, mientras que los trabajadores degustan el mejor vino. Memorable así mismo, “El secreto del señor Barret” por las razones con las que el padre de Elizabeth intenta evitar su boda con el poeta Browing, así como por su desenlace.
   Cuentos presentados en esta edición de manera cronológica, lo que nos permite comprobar la evolución narrativa del autor, cuyo talento como escritor es innegable. Domina las estructuras narrativas breves y el arte de la palabra, y todo ello se hace presente en cada historia y en cada párrafo, cargado de humor, causticidad, sátira o desvarío. Por todo ello su lectura se convierte en una experiencia literaria tan breve como viva y penetrante.

Francisco Martínez Bouzas


Kingsley Amis


Fragmentos

“En realidad, es cierto que los trabajadores sociales son necesarios, igual que son necesarios los guardas de prisiones, los oficiales de los gobiernos locales, los policías, los policías militares, las enfermeras, los clérigos, los científicos, los encargados de los hospitales mentales, los políticos y -por el momento, en cualquier caso, Dios perdone a todos- los verdugos. Pero eso no significa que uno tuviera que sentirse predispuesto a confraternizar con cada una de esas personas, excepto quizá con alguna que otra enfermera y, en cualquier caso, solo basándose en lo que uno podría llamar fundamentos extrínsecos.
Aunque, por supuesto, uno no debería haber perdido el tiempo pensando en Mair. En lo que a mí respecta, Mair, con su credo de arremángate y-ponte-manos-a-la-obra (sin importar qué sea la «obra»), podía desaparecer del mapa en cualquier momento, en la medida de lo posible después de haber sido atada, amordazada y obligada a escuchar todo lo que Betty tuviera que decirle. Y qué si algo debía o podía hacerse con Betty, y qué si alguien debía o podía hacerlo y cómo: a eso se reducía todo. Me apenaba pensar en que para mí era imposible aparecer en la cárcel el gran día, llevando un ramo de flores y un paraguas de plástico nuevo.”

…..

“-¡Pues me están dando arcadas! -dijo el hombre con violencia-. Esto es un Château La Bouygue de 2003, de uva recolectada antes de la Phulloxera, por supuesto. Eso sí, ligero y libre, no rico en asociación, pero con completa garantía de su honestidad; instrumental mientras que los de 2001 son sinfónicos; la delicadeza de un Braque más que la audacia de un Matisse. ¿Eso es lo máximo a lo que puedes aspirar? ¿Amor y poesía lírica, de verdad? Nunca en mi vida he escuchado una bazofia semejante. No tienes el nivel suficiente para venir aquí, amigo. Mejor será que te vayas a uno de esos pubs con tus compañeros de clase alta: ese es tu sitio.”

(Kingsley Amis, Cuentos completos, páginas 125, 222)

LA INMACULADA CONCEPCIÓN, SUPREMA VICTORIA MASCULINA

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Madre mía que estás en el mito
Michelle Roche Rodríguez
Silex Ediciones, Madrid, 2016, 436 páginas.

   Son cuatro los dogmas de fe con los que la Iglesia Católica venera a María, la madre de Jesús de Nazaret: la maternidad divina de María definida como dogma en el Concilio de Éfeso (junio del 431) bajo el pontificado del papa Celestino I; la virginidad perpetua de la Madre de Dios que fue definida como verdad de fe en el Concilio de Letrán en el año 649 bajo el papado de Martín I; la inmaculada concepción de María proclamada como dogma por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. Finalmente la asunción de María a los cielos, definida así mismo como verdad de fe por el papa Pio XII el 15 de agosto de 1950. Hay una quinta advocación de María como madre de la Iglesia decretada y establecida por el Concilio Vaticano II en la Constitución “Lumen Gentium”, aprobada el 21 de noviembre de 1964 y proclamada por el papa Pablo VI. No debe pues confundirse el llamado privilegio blanco de la madre de Cristo, es decir, la creencia de que María vivió libre de todo pecado actual, y fue así mismo preservada inmune de toda mancha de la culpa  original  en el mismo instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, como reza la bula Ineffabilis Deus con la que Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada concepción, con la doctrina de la maternidad virginal de María “ante partum” y también “in partu”, lo cual implica que Jesús fue concebido sin intervención de varón y que María permaneció virgen antes, durante y después del embarazo, incluido el acto de dar a luz.
   Un libro editado hace apenas unas fechas por la madrileña Silex Ediciones y escrito por Michelle Roche Rodríguez, analiza, con la lupa de una crítica muy documentada, estos especiales privilegios de María. La autora, experta en análisis de género, pretende, desde el ámbito de los estudios culturales y con una perspectiva feminista, entender los contextos dentro de los cuales se construyó la narrativa mariana. El título de su libro, Madre mía que estás en el mito nos ofrece una buena pista acerca del objetivo de su investigación: el Mito de María, como objeto cultural de enorme importancia en la consolidación de la identidad del género femenino en el mundo occidental. María convertida en modelo para lo femenino en Occidente. Un mito machista, no solo por su difusión por hombres, sino también porque promociona la virginidad, una forma de renuncia al cuerpo. El cristianismo, a través del helenismo, es heredero del dualismo platónico que anatematiza al cuerpo considerándolo cárcel del alma, según Agustín de Hipona parte inferior del alma, la entidad deseable, alejada del cuerpo, aunque le niegue el placer a la mujer.
   Michelle Roche construye su ensayo basándose en tres grandes pilares: el Mito de María, con lo que pretende diferenciar el personaje real, la mujer que seguramente existió según afirman los escasos testimonios bíblicos, y el personaje femenino construido por la historia. En una segunda línea de fuerza, estudia la relación de María con los sistemas de poder en Oriente y Occidente, responsables en último término de la creación de la mitología mariana. En un tercer nivel, el libro analiza cómo ese arquetipo materno del Mito de María configura la comprensión del mundo desde lo femenino, y determina los roles de la mujer, especialmente los de la abnegación y el sufrimiento.
   Para construir el perfil mítico de María, la autora se basa en las investigaciones de varios mitólogos como Joseph Campbell, Roland Barthes. Obiamente también está presente el concepto de mito de Mircea Eliade (“… el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los «comienzos»”, Mito y realidad, página 18). También en los estudios e investigaciones de feministas como Luce Irigaray, Julia Kristeva y Camille Paglia. Pero en el sustrato de su ensayo late igualmente la exégesis bíblica más prestigiosa, representada sobre todo por Rudolf Bultmann, uno de los teólogos más importantes de la modernidad, especialmente en lo que se conoce como “Quest for historical Jesus”. El Cristo de la historia, pensaba Bultmann, es un simple hombre, mientras que el Cristo del kerigma es el fruto de la predicación pospascual  y no responde al Cristo histórico. El propósito de Bultmann es desmitificar el Nuevo Testamento que está redactado, en su mayor parte, en lenguaje mítico-teológico y no registra la historia objetiva. Los evangelios para Bultmann son testimonios de fe, resabios de la época precientífica que enmarca al kerygma. Es imposible llegar al Jesús de la historia y a los personajes con él relacionados a través de las representaciones de fe que nos ofrecen los evangelios, que constituyen en sí mismos un género literario que es preciso dilucidar en función de la interpretación doctrinal de los hechos que en esos escritos se pretende, que no suele ser otra que presentar los acontecimientos de una forma  maravillosa, con el objetivo de ganar más adeptos para la religión que enseñan. Por eso mismo, la doctrina bíblica de la encarnación virginal del Verbo debe de ser considerada como una narración mitológica. Y lo mismo cabe decir de la concepción inmaculada de María; de la que no hablan los evangelios canónicos, pero que según la tradición fue fruto únicamente del abrazo que Joaquín le da a su esposa Ana delante de la Puerta Dorada tras el regreso del ayuno en el desierto como penitencia para superar la esterilidad de la pareja.
   Las escrituras nuevotestamentarias  no contienen la menor mención de ese dogma. Lo que enseñan de forma terminante es que todos, sin excepción alguna, nacemos con el pecado original. La salutación del ángel a María contenida en Lucas 1:28 (“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”) no significa que María no cometiera ningún pecado ni que naciera sin la culpa original, sino simplemente que Dios la favorece al elegirla para concebir al Mesías. Es por ello “agraciada”, no poseedora de una plenitud de gracia, como lo indica la expresión griega “plereskharitos” que el evangelio de Juan (Juan 1:14) aplica a Cristo.
   Michelle Roche considera el dogma de la Inmaculada Concepción como uno de los aspectos más genuinamente católicos del Mito de María. La creencia en la concepción inmaculada de María, es decir sin relaciones sexuales de ningún tipo, procede, sobre todo, de un evangelio apócrifo, El Protoevangelio de Santiago, pero no fue aceptada por el cristianismo europeo hasta la Edad Moderna. No deja de ser curioso que la primera referencia de que María había nacido sin la mancha del pecado original es del siglo V y la mantuvo un hereje pelagiano, Juliano de Eclana. Mas tanto Agustín de Hipona como Tomás de Aquino negaron la inmaculada concepción. Escribe Tomás de Aquino: “Ciertamente (María) fue concebida con el pecado original como era natural, ya que fue engendrada con la intervención de los dos sexos (…) Si no hubiera sido concebida con pecado original, no habría necesitado ser redimida por Cristo y, de ser así, Cristo no sería Redentor universal de los hombres” (Brevis Summa de fide, CCXXXII bis). Varios papas, entre ellos Sixto IV se negaron a apoyar la posición de Duns Scoto, favorable a la creencia en la concepción inmaculada de María: El Concilio de Trento tomó la decisión de no definirla como dogma. Finalmente este fue proclamado por Pío IX, haciendo tabula rasa de las Escrituras, de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino y dándole la razón a un hereje.
    
                                        
El abrazo de la Puerta Dorada de Giotto di Bondone
   
   En el campo de cierta teología católica se defiende que existe un equívoco inicial que es preciso superar tanto en el tema de la virginidad de María como en el de su concepción inmaculada: la distinción entre el hecho y el cómo. Por vía racional,  se admite, es imposible explicar el cómo de la concepción de María sin la intervención de los dos sexos en el acto sexual “que no puede ser sin pasión después del pecado de nuestros primeros padres”, como aclara Tomás de Aquino. Pero no por ello se debe negar el hecho consecuencia de un milagro. Por consiguiente, sobra toda explicación racional del hecho. Un componente más de la mitificación de María.
   Todo esto y otros muchos aspectos del Mito mariano aparecen analizados con inteligente penetración en Madre mía que estás en el mito. En múltiples secuencias ensayísticas, profusamente documentadas, pero de lectura accesible, la autora persigue desmitificar la figura de María para deconstruir “un enorme entramado cultural” diseñado para excluir a las mujeres, a los cuerpos femeninos de la sociedad y de los sistemas de poder.
   El psicoanalista jungiago y miembro del Círculo de Eranos. Erich Neumann, citado y analizado por la autora, centró buena parte de sus investigaciones en el arquetipo de la Gran Madre, un tema desarrollado en la reunión del Círculo de Eranos de junio de 1938. El arquetipo matriarcal se caracteriza, frente a la actividad del patriarcado masculino, por su pasividad, por su receptividad asimilatoria, por la renuncia, por su dominio ctónico (detención de la libido), por la sumisión y la negación. Es la victoria de lo patriarcal sobre lo matriarcal, entendida falsamente como progreso de la humanidad. Esta Magna Mater, la diosa ctónica, aparece representada en el islam chiíta bajo la figura de Fátima. En el cristianismo católico, la encarna María. En su mitificación no solamente se la ha privado de la libido, sino también de toda servidumbre corporal: concebirá un hijo sin concurso de varón, lo parirá y seguirá siendo virgen, y ella misma será concebida “limpia de toda suciedad”. Ese es el modelo esencial para las mujeres representado por la festividad de este día. Lo resumen de forma cabal las palabras de Simone de Beauvoir que inauguran la primera parte de este libro: “He aquí la suprema victoria masculina, que se consuma en el culto de María: es este la rehabilitación de la mujer mediante la realización de su derrota” (El Segundo Sexo).

Francisco Martínez Bouzas


Michelle Roche Rodríguez



Fragmentos

Madre mía que estás en el mito es el testimonio de mi necesidad de entender cómo la maternidad virgen se convirtió en el discurso fundamental de lo femenino en Occidente. Como sistema ideológico, el mito que los teólogos construyeron de la Virgen María se convirtió en  un agente de modelos de feminidad que permitió no sólo naturalizar la paradoja de una maternidad casta sino construir sobre esta noción un entramado moral definitorio de la cultura occidental que otorga poderes casi de magia simpatética al sufrimiento y a la virginidad (que en rigor es un estado físico y no espiritual) y la convierte en la finalidad de una serie de discursos sociales y culturales diseñados para supeditar lo femenino a lo masculino.”

…..

“A partir de este momento voy a dejar de llamarla Virgen María porque esa denominación la denigra a ella y a nosotras. La denominación la convierte en objeto sexual, porque anteponerle a su nombre el adjetivo «virgen»amputa su sexualidad señalándola. Lo peor es que inserta en el habla coloquial la asociación de lo femenino con el sexo a partir de un juicio denigratorio del cuerpo. Como en el lenguaje no hay nada vacío, llamarla Virgen María no oculta la obsesión del cristianismo con la sexualidad, la deforma. No borra la asociación de su nombre con la maternidad del Hijo de Dios, la resemantiza, proponiendo una lectura inocente y haciéndole perder la cualidad histórica. Llamarla Virgen María enuncia la paradoja de una mujer que incluso en el parto mantuvo intacto su himen pero funda la naturaleza femenina que sólo encuentra gozo en el sufrimiento y se «realiza» (esto no podemos olvidarlo) por la gracia de un Dios masculino.
He aquí un modelo femenino imposible de seguir.”

…..

“La obra que comienza con la concepción de María y termina con el asesinato del rabino Zacarías, el padre de Juan Bautista, ha sido la fuente del dogma de la Inmaculada Concepción, que afirma que ella nació sin Pecado original. Ana y Joaquín no sostuvieron relaciones sexuales en el momento de su concepción. Esto tiene lógica porque Agustín de Hipona decía que ese pecado lo transmitía el hombre, como una enfermedad venérea, durante la cópula. La pareja llegó a la avanzada adultez sin hijos, así que Joaquín se fue a hacer penitencia al desierto y su esposa se quedó para lamentarse vestida de luto en el jardín de su casa, mirando cómo los árboles daban fruto y los animales jugueteaban con sus críos. Temía que al oprobio de la falta de hijos se le añadiera el dolor de la viudez. Eran una pareja de judíos ricos y generosos con los pobres, temerosos de Dios y seguidores de su Ley, ¿por qué iba Dios a castigarles con la esterilidad? En estas cosas pensaba Ana cuando comenzó a dibujarse sobre el fondo luminoso del cielo un ángel.
-El señor Dios ha escuchado tu plegaria. Concebirás y darás a luz, y por toda la tierra se hablará de tu descendencia.
La noticia llegó a Joaquín por otro ángel que se le apareció en el lugar donde había practicado ayuno durante casi cuarenta días. Joaquín se alegró tanto que mandó a sus pastores que le trajeran diez corderos, doce terneros y cien cabritos.
-Ahora sí que el Señor Dios me ha bendecido abundantemente. ¡La que era viuda ha dejado de serlo! Yo, que no tenía hijos, he concebido en mis entrañas, dijo su mujer cuando lo vio.
Ana y Joaquín se fundieron en un abrazo, en el primero de felicidad durante muchos años y fue en ese momento cuando concibieron a su hija.”

…..

“Además estaba el avance de las teorías científicas sobre el origen de la vida. Si era la noción de que Adán y Eva eran el origen de la humanidad, aquello que pretendía proteger Ineffabilis Deus, pronto perdió validez, porque apenas una década después de esa bula, Charles Darwin publicó su  Tratado sobre el origen de las especies. El gran hallazgo biológico del siglo XIX fue entender la existencia como un producto de la generación espontánea de formas simples que con el tiempo se hicieron complejas y el resultado fue que a la Iglesia se le hizo más difícil seguir afirmando que Adán y Eva eran personajes que habían engendrado a la raza humana. La teoría evolutiva hizo imposible establecer una relación entre María y Eva o señalar que aquella había nacido sin el pecado de los primeros padres. Por eso, el catolicismo tuvo que apelar, como en sus primeros tiempos,  a la superstición.”

(Michelle Roche Rodríguez, Madre mía que estás en el mito, Silex Ediciones, páginas 14, 20, 53-54, 275)

"AL UMBRAL DE LAS HORAS": LA SERENA EXPERIENCIA

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Al umbral de las horas
Mario Vega
Valparaíso Ediciones, Granada, 2016, 63 páginas.

   Mario Vega (Oviedo, 1992) llega a poeta muy joven, y no obstante su poesía no parece una obra inmadura y mucho menos improvisada. Quizás él, como un gran poeta renacentista, cumbre de la lírica española, hable algún día de estos versos, estrofas y poemas de su primer libro como aquellas obrecillas que en la mocedad y casi en la niñez se le cayeron de entre las manos. Sé de buena tinta que Mario Vega no considera su poemario como una obra madura, sino como poemas escritos en ese tránsito de la adolescencia a la madurez. Sin embargo, como lector, este su primer libro me sabe  a fruta madura;  a una plasmación de la expresión pura caracterizada por una gozosa serenidad. En efecto, la poesía “joven” de Mario Vega se sutura dignamente con aquella poesía que expresa y simboliza la apacible serenidad, la veta de la poesía clásica, una condición fielmente reflejada en la imagen de la portada de Al umbral de las horas, en las citas de Cátulo, Marcial, Propercio,si bien modernizada por la influencia de los poetas contemporáneos a los que homenajea en la citas paratextuales que encabezan varios de sus poemas; e intertextualizados  posiblemente en los mismos: Víctor Botas, Francisco Brines, Rafael Alberti, Felipe Benítez Reyes, Luis Cernuda, Ángel González, Luis García Montero entre otros, sin olvidarnos del magisterio del profesor y poeta José Luis García Martín.
   Pero, siendo sus versos, estrofas y poemas una plasmación de la  expresión pura por la sobriedad y sencillez estilística -el incomparable ne quid nimis-, Mario Vega es al mismo tiempo un poeta íntimo y ardoroso. Bajo la marmórea hermosura de sus estrofas, arde la llama viva de la inspiración y sus palabras tienen el recato del ascua encendida que ilumina sin incendio y calienta sin abrasar. Primor pues de depuración y equilibrio sobre los que reverbera  un íntimo fuego lírico, la emoción poética. Sin ella no habría poesía, sino una secuencia de palabras encadenadas y sujetas quizás a medidas y rimas, pero nada más.
   Leo y me empapo -o eso procuro- de la sustancialidad de los treinta y cuatro poemas que le dan forma y contenido a Al umbral de las horas, y nada hallo que remita al artificio, a la sonoridad fácil y somera, sino la búsqueda de la palabra exacta, términos quizás cotidianos que adquieren en la pluma del poeta lustre, armonía y belleza.
   Claridad y acordada armonía, musicalidad no artificial, limpieza de lenguaje empapan las tres partes en las que Mario Vega organiza los poemas de su opera prima. “Amarilis”: ocho poemas evocadores del amor, también de la soledad del amor fenecido, porque el tú amado tomó otro camino diferente. El amor de los veinte años (¡Alberti dixit!) que no se arrepiente de nada en el frenesí de la noche pasional. Una recuperación del tópico horaciano: la invitación a gozar de la juventud. Mas también una poesía amorosa que recuerda a Pedro Salinas y que se realiza en la dialéctica de un yo y un tú enamorados, como se deja sentir en  poemas como “Cautiva intimidad”, “Ruego” o “Balada interior”, entre otros: “…ahora unidos por un solo / amor tan inconstante como efímero / abandonado al último viaje / más allá de la muerte” (página 21).
   En la segunda y tercera parte (“La orilla” y “Soledades”) se acentúa, si cabe, la profundización del poeta en la lírica de la experiencia y en la poesía descriptiva, pero no de geografías externas, no de nubes y calles, sino de los senderos más íntimos del ser, los paisajes más profundos del alma. Frente al experimentalismo y a la poesía arriesgada, los poemas de Mario Vega, en la senda de sus maestros José Luis García Martín o Luis García Montero, son lírica mimética con relación sobre todo a la realidad interior. Intimismo que se despliega en monólogos vivenciales de la juventud rebelde, soliloquios o ficticios diálogos sobre la propia labor del poeta que se reconoce “el ser más frágil / que habita este mundo: puedes matarme con pasar la página” (página 27); el voraz paso del tiempo causante del olvido, ese tiempo que “solo queda para herirnos” (página 30). Los recuerdos  adquieren una profunda carga connotativa en la transmisión de las interioridades de la voz poética: recuerdos que evocan miradas que aún persisten tan solo como ascuas, o los versos de Eliot para liberarse de la soledad, del viejo espejo de madera testigo de los pasos infantiles y del bello rostro de la persona amiga, hoy cansada y vieja pero imagen perfecta de belleza. O de los árboles marchitos que estimulan un regreso a los rincones de la infancia. Mas los recuerdos también hacen que surja la reflexión, y con ella el deber de asumir que llega la madurez a pesar de que sabemos que no existe (“La madurez tan solo es una máscara / que nos oculta el miedo a morir jóvenes”, página 42).
   La experiencia se hace así mismo autobiografía, memoria especialmente de la juventud evocada con cierto aire melancólico como algo “que acabará  por ser solo cenizas” (página 53). Entonces el único camino es vivir el “carpe diem” de una segunda adolescencia. Pero también descripción de algunos momentos del día, si bien siempre en conjunción  con los estados anímicos. La calma de una tarde de abril seguida de la “la noche y su puñal de frío viento”. O lugares como las tierras castellanas manchados de recuerdos.
   Varios son en los poemas de aliento clásico, de ritmos acompasados y armonía musical del poemario de Mario Vega, los topoi literarios: los recuerdos de la infancia, el paso del tiempo, el universo amoroso con sombras y luces, la presencia determinante de la memoria. Temas inteligentemente revisitados y apropiados con voz propia y auténtica. Son ellos las vigas maestras sobre las que se sostiene esta poética de lo vivido. Son igualmente perceptibles algunos estilemas, elementos simbolizadores recurrentes: la noche, tiempo de amor y de la esperada muerte, la playa entendida como territorio de disfrute, la nada y su eterno reino.
   En esta poesía de la experiencia, el poeta no canta, cuenta y describe, comunica los estados del alma, con equilibrio entre contenido y forma, con contención y tino. Versos muy trabajados para lograr que se presenten desnudos, cribados de cualquier exceso barroquizante -apenas algún hipérbaton-; con un hábil manejo de los metros clásicos, incluidos los milenarios tankas japoneses. Arte de difícil temple en una época como la actual tan a contracorriente de esta clase de algoritmia versal. El resultado es una poesía vivencial, esencializadora, aunque sin ir a las esencias, escrita con elevada depuración sintagmática y concentración expresiva. Mario Vega, precoz cincelador  de la palabra como lo demuestran estos versos vivenciales de su debut en solitario. Por eso apuesto a que el camino hoy abierto tendrá continuidad en otras entregas poéticas, teñidas de la excelencia que brinda el tiempo, como reconoce el poeta.

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Mario Vega


Selección de poemas de Al umbral de las horas

CREPÚSCULO

“Saca del mar, amor, tu mano plena
del rocío, del viento que la enfría
ante el clamor del valle, verde guía
hasta tus pies en la candente arena.

Escucha de la brisa larga pena
al acercarse hasta la orilla umbría
y ver como la luna aparecía
ensangrentada -en tu mirada llena-.

Y de la luz de ambos astros torna
a tu mano, tu rostro, iluminada.
Descubre del color argénteo paso

del tiempo que la carne al hueco adorna.
Hunde en el mar, amor, tu mano helada,
sumérgela en el fuego del ocaso.”
(página 13)

…..

RENCUENTRO
Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa
                                               Joan Manuel Serrat

“Volver a ver tu pelo,
tu pelo huracanado entre la arena
de aquella playa donde disfrutamos
-en el calor- nuestro primer encuentro.
Repetí tantas veces el amor de la noche
tantas promesas rotas
en ese nombre tuyo tan pequeño
Oh, Irene -o quizá fuera Amarilis-.

En la noche tomada por el viento
de una luna arrastrada por las olas
nos prometimos un amor secreto
que no supiera de relojes, gentes,
del amnésico humo de ciudades.
Apreciamos la paz de la distancia
y su falsa promesa de habitar el recuerdo.

Las huellas en la arena se han borrado.
Volver a ver tu rostro después de tanto tiempo
y descubrir que nada es ya lo mismo.”
(página 18)

…..

INTROITO

“Mi juventud lograda en tantos años,
mi rebeldía, mi inocencia intacta
las perdí en el instante
en que tomé la grave decisión
de medir estos veros
y entregártelos libres de ceniza,
sin las manchas que poco a poco, lento,
el paso de los días va dejándonos;
sin aquellas palabras que me llevo,
que arrastro y me hacen ser umbrío, necio,
y transido de vida.”
(página 25)

…..

CARPE DIEM
                         A Lorenzo Roal

Apenas quedan los recuerdos tristes
que desmigábamos en el pasado.
Hoy tan solo perdura en la memoria
la fresca juventud de ciertos labios
y el volcán de inexpertos cuerpos tibios
manando de las noches de verano.

Escaso calculábamos el precio
del lento transcurrir de nuestra vidas,
sentados a la sombra de aquel árbol
probando de la fruta más prohibida
que pasaba por nuestros ojos niños,
creyendo indestructible la clepsidra.

Pero visto por fin el reloj roto
del exceso asumimos consecuencia,
siendo cada vez menos, más amargos,
rendidos a este raudo latir, queda
solo para salvarnos un camino:
vivir una segunda adolescencia.”
(página 57)

…..

EPÍLOGO

“Detrás, detrás del mar.
Detrás de los naufragios y mareas,
o de las cálidas manos del desierto
o el hálito del trópico, de juncos,
montañas, selvas, hielos;
se encuentra en una playa, observando
con ojos infantiles el ocaso.
Detrás, detrás del mar.”
(página 59)

EN LAS TENAZAS DEL MIEDO

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La casa del miedo
Agustín Fernández Paz
Grupo EDEBÉ, Barcelona, 2016, 128 páginas.

   Agustín Fernández Paz (Villalba, 1946 – Vigo, 2016) fue y sigue siendo una de las figuras más destacadas de la narrativa gallega contemporánea. Y también de la española porque la mayoría de sus obras, sobre todo las publicadas en los últimos tiempo, aparecieron editadas simultáneamente  en gallego y en español, así como en las restantes lenguas ibéricas. Una buena parte de su obra se halla traducida a las más importantes lenguas del mundo, entre ellas a alguna minoritaria como el bretón. Su trayectoria ha sido reconocida con los más destacados premios de la literatura infantil y juvenil, y muchas de sus obras han alcanzado numerosos records. Cartas de invierno, quizás su novela más conocida, acaba de alcanzar los cien mil ejemplares vendidos en la edición gallega. Es el libro sin duda más vendido de la literatura gallega moderna, si fijamos la frontera divisoria en 1990. Otras de sus obras han alcanzado así mismo numerosas ediciones.
   Agustín Fernández Paz falleció el 12 de julio de 2016. Sin embargo, el autor tuvo la energía suficiente para ir escribiendo, entre las visitas a los médicos, esta pequeña pieza ficcional que no desmerece de sus obras más referenciales; escrita además con el mismo rigor y devoción con los que siempre se enfrentó a la literatura juvenil e infantil. O para ser más precisos, a esa literatura de fronteras que les interesa por igual a niños, adolescentes y adultos. Esa novela póstuma -ojalá no sea la última- nos llega ahora editada en español y en gallego por EDEBÉ y su sello Rodeira.
   El protagonista de la novela, después de estudiar en Barcelona, marcha a París donde se convierte en artista famoso. Con sesenta años, regresa a su villa natal para ser homenajeado como hijo adoptivo. Es Valverde, la pequeña villa gallega donde, en su infancia, le había ocurrido un “desagradable incidente”, cuyas circunstancias vuelven aflorar en su primera noche en el lugar de su nacimiento. Pero se propone saldar definitivamente, durante esa noche insomne, las cuentas de aquel episodio olvidado gracias a la terapia médica. Y para ello se remonta a su adolescencia y cuenta lo acontecido en la Casa del Miedo, una caseta abandonada donde la curiosidad infantil lo empuja a entrar. Y a partir de aquí, el miedo, el terror, leyes y objetos mágicos surgen por todas partes y acompañan al protagonista en un periplo rodeado de misterio, de pasmo y de la presencia de elementos y de fuerzas que superan los límites de la razón.
   Es la casa encantada, en cuya entrada da comienzo un verdadero viaje de iniciación del joven protagonista a través de un mundo lleno de peligros, maldiciones, seres perniciosos y mágicos, entre los que también halla ayuda, solidaridad y amistad. La dualidad, en definitiva, del Bien y del Mal.
   El autor va creando con la dosificación y el ritmo adecuados esa atmósfera de terror y de miedo, con la intervención de determinados elementos y seres: puertas que se cierran de repente; murciélagos  que chocan contra la ventana del cobertizo en el que el protagonista queda encerrado; una figura fantasmal hecha de humo y niebla; un cuervo que habla; la Isla de la Luna en la que habita una maga, pero también el Señor de las Serpientes tras el Río Negro y el Bosque Sombrío; una portentosa piedra roja, potente amuleto que mata a las serpientes; en fin, la llave de la salvación.
   Como marcan los cánones de este subgénero narrativo y de la novela de iniciación, el protagonista va superando pruebas y dificultades, y el desenlace es el que el lector presiente a medida que consume las páginas que narran esta aventura.
   La novela pertenece claramente al género de terror y muestra, sin ninguna duda, el sentido de lo morbosamente antinatural que es como Lovecraft definió el género. Pero La casa del miedo es muchas más cosas: es especialmente un canto  a la amistad y al apoyo solidario, con pequeñas dosis de un incipiente amor adolescente.
   La novela se ajusta a las grandes líneas compositivas y formales de la narrativa de Agustín Fernández Paz: la solidez de sus historias por muy fantásticas que puedan parecer, una arquitectura del relato perfectamente diseñada y erguida, no con la frase brillante o exquisita, sino con esa escritura clara, cimentada en la naturalidad lingüística característica formal de la narrativa del autor. El relato fluye espontáneo en la pluma de Agustín Fernández Paz; gradúa perfectamente el ritmo narrativo; le cede la narración al personaje protagonista que lo hace en primera persona para conferirle mayor credibilidad a lo que cuenta. El uso frecuente del pasado imperfecto que actúa sobre el presente, preñando la historia de sensaciones de amenaza. Presencia igualmente, aunque en esta novela muy breve, de los menhires, una marca de la narrativa de Fernández Paz. Y evocaciones de H. P. Lovecraft, uno de los grandes referentes del escritor vilalbés. También algún guiño a Tolkien, sobre todo por la presencia de amuletos mágicos y del Señor de las Serpientes.
   En resumen, una novela que se suma con dignidad al macrotexto de Agustín Fernández Paz y que degustarán con deleite lectores de todas las edades.

Francisco Martínez Bouzas


Agustín Fernández Paz


Fragmentos

   “Ayer regresé a Valverde, el pueblo en el que transcurrieron los primeros doce
años de mi vida. No había vuelto nunca, hasta llegué a borrarlo de mi memoria
durante varias décadas; Valverde era solo el nombre que, unido a la fecha de
nacimiento, aparece en biografías y textos referidos a mí o a mis obras en
múltiples páginas de la Red.
   La vida me ha llevado por lugares lejanos y diferentes, y durante mucho
tiempo creí que a eso se debía el olvido de mis raíces primigenias. Hoy sé que
había otras razones más poderosas.
   Desde que abandonamos el pueblo, tampoco en mi casa se volvió a hacer
referencia a él. En este asunto, mi madre se mostraba tajante: «Tu padre y yo
pasamos trece años allí; fue más que suficiente. El mundo es mucho más
extenso que los límites de Valverde. Por mi parte, esa etapa está más que
olvidada».
   Resultó fácil borrarlo de la memoria. Nos ayudó nuestra mudanza a
Vigo, donde mi padre había conseguido un puesto destacado en su empresa; la
fascinación por la ciudad enseguida me llevó a olvidar el pueblo y, sobre todo,
lo que en él me había ocurrido: el «desagradable incidente», como lo
denominaba mi madre. La ayuda de los psiquiatras infantiles que me trataron
durante varios meses fue decisiva para sepultarlo en lo más profundo de mi
cerebro.”

…..

  Me venció la curiosidad. O, quizá, fue alguna extraña fuerza la que tiró
de mí. El caso es que me acerqué y empujé un poco la puerta. Cedió sin
resistencia, y entonces asomé la cabeza para saber lo que había dentro. Vi
algunas horquillas y azadas arrimadas a la pared, dos cestos de los de las
patatas, un taburete de madera, un haz de varas en una esquina, algunos sacos
amontonados en otra... El suelo era de tierra pisada, y las esquinas de las
paredes aparecían repletas de telas de araña. Mi padre tenía razón, no había
nada anormal allí.
   Lo lógico hubiera sido irse tras aquel fugaz examen, pero de nuevo pudo
más la curiosidad. Me pareció distinguir un objeto que brillaba entre los sacos, y
allí entré para ver de qué se trataba.
   En ese mismo instante la puerta se cerró con fuerza, como si una ráfaga
de viento loco la hubiera empujado. Solo que no hacía viento en absoluto.
Corrí e intenté abrirla, pero no había manera. La puerta aparecía tan
firme como si alguien hubiera dado dos vueltas de llave en la cerradura. Solo
que allí tampoco había ninguna llave.
   Tras intentarlo durante varios minutos, cada vez más angustiado, cada
vez más sudoroso, comprendí que nunca sería capaz de abrirla sin ayuda.
¡Estaba atrapado en el interior de aquella caseta que tanto temor me provocaba!”

…..

   “Mis padres me encontraron en el interior de la Casa del Miedo. Había perdido
el conocimiento y sentía una debilidad extrema, después de pasar allí los cinco
días que habían transcurrido desde la tarde en que desaparecí. Cinco días sin
comer ni beber, expuesto al frío de la noche, indefenso ante la soledad y el
miedo. Todas esas circunstancias explicaban las frases delirantes que, según
ellos, no cesaba de pronunciar. La noticia de mi desaparición había salido en
todos los periódicos y había movilizado a una gran cantidad de gente; como
suele ocurrir, circulaban las hipótesis más peregrinas sobre las causas que
explicarían mi ausencia.
   Tras internarme durante varios días en un hospital de Compostela,
donde hicieron todo lo posible para que me recuperase de las privaciones que
había sufrido, pude contarles a mis padres lo que me había sucedido. Antes
había hecho lo mismo con los médicos que me atendieron, y volví a hacerlo
cuando la policía me interrogó. Pronto me di cuenta de que no se creían ni la
primera palabra y atribuían mis fabulaciones a las circunstancias terribles que
me había tocado vivir.”

(Agustín Fernández Paz, La casa del miedo, páginas 9-10, 27-28, 132-133)

"BASADA EN HECHOS REALES": UN PROCESO DE VAMPIRIZACIÓN TÓXICA

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Basada en hechos reales
Delphine de Vigan
Traducción de Javier Albiñana
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 342 páginas.

   La autora de Basada en hechos reales, Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966) está marcada como escritora y como persona por un hecho que la catapultó al olimpo de las letras francesas: la escritura de un libro, Nada se opone a la noche del que vendió un millón de ejemplares  y fue publicado por una veintena de editoriales extranjeras, pero que, al mismo tiempo, significó para ella un trauma profundo. En esa novela narraba el suicidio de su madre bipolar, y reconstruía su peripecia vital con la misma precisión con que la que lo haría un biógrafo o un investigador detectivesco. Abrir la caja negra de ese suicidio y revelar buena parte de la historia familiar la sumió en un estado de shock, en una angustia permanente, convencida de que el libro sobre su madre podría ser el último, de no ser capaz de escribir más. Todo eso se tradujo en tardar cuatro años en concluir  su siguiente novela, Basada en hechos reales. Una suerte de parálisis vinculada a la naturaleza compleja de este libro y a la del anterior en el que, de forma dolorosa, desvelaba interioridades de la vida familiar. Si bien al contrario de Delphine, la protagonista de la novela, nunca tuvo que luchar contra el vértigo de la página en blanco.
   La novela que ahora nos ofrece en español Anagrama, está así mismo marcada por la irrupción sin cortapisas de la realidad en la ficción, irrupción que en buena medida está ampliando el concepto de novela, hasta desembocar en la novela-verdad. Si tenemos en cuenta algunas de las novelas de Emmanuel Carrère, Annie Ernaux y de la misma Delphine de Vigan, hoy  en Francia decir novela no quiere decir exclusivamente ficción. Y en efecto, el texto de este nuevo libro de Delphine de Vigan está basado en hechos reales, ya que asume la realidad como materia prima, y al lector le corresponde el papel de diferenciar la realidad de la ficción, puesto que la propuesta narrativaofrece claramente un ejercicio competitivo entre ambas. Aunque la autora, a diferencia de Nada se opone a la noche, disfraza inteligentemente los detalles personales y familiares más íntimos.
   El personaje central, aunque no probablemente la auténtica protagonista, es Delphine que comparte con la autora nombre, biografía, la escritura como oficio e incluso el compañero sentimental. Ella es la narradora, un doble quizás de la autora con la que comparte una similar crisis de creatividad tras el éxito de su anterior novela.
   La protagonista Delphine confiesa, en las páginas introductorias, que después del éxito de su última novela, dejó de escribir. Se veía incapaz de redactar una sola línea. Finalmente comprende que la única razón de su impotencia es L. Y así da comienzo una historia de manipulación y vampirismo de una persona sobre otra. La voz confesional de la protagonista reconoce que L. entró en su vida y la manipula por efracción, para anexionarse su territorio. L. se sumerge en la vida de Delphine que, poco a poco, la admira, llegando incluso a convertirse en objeto de deseos de la protagonista que tardará en darse cuenta de que L. volvía de lejos, de un territorio obscuro y fangoso. Llega un momento en que L. le muestra su juego. De repente, un día, le pregunta “¡Qué vas a escribir ahora?”(página 74). Previamente L. le había revelado cuál era su ocupación: redactaba libros para otros, memorias de famosos sobre todo. Una negra literaria, una circunstancia no baladí como se revela en el desenlace. La amiga atenta y perfecta se opone a que Delphine vuelva a la ficción, escriba una novela ficcional sobre la telerrealidad. Porque los lectores, le arguye, esperan lo Verdadero, quieren que les cuenten la vida, están hartos de historias. Y, poco a poco, L. se va haciendo dueña de la situación: llega un momento en el que Delphine es incapaz de escribir nada. El territorio de su escritura velado a los visitantes, ahora estaba mudo, asaltado por las dudas que L. le provocaba porque había sido capaz de entrar en él. Y Delphine se siente sola, aislada, incapaz de alienar más de tres palabras (página 171), con el pánico apoderándose de su ser. Su dependencia de L. es absoluta. Ella es la única persona que podía sacarla del agujero y del laberinto de mentiras en el que se pierde. La vampirización llega a extremos difícilmente imaginables, rayanos a la locura: L. se hace pasar por Delphine en una charla con alumnos de un liceo. Una verdadera mascarada.
   Revelar la continuación, los detalles y sobre todo el desenlace vulneraría lo aconsejable en una sinopsis, especialmente cuando se escribe como crítica literaria. Pero es imposible que el lector no se sienta irremediablemente atraído  por esta paulatina pero absorbente dominación que una mujer llega a ejercer sobre otra, aprovechándose de la personalidad insegura y de la depresión de esta última. Y no hay disculpas porque el convencimiento que alberga Delphine de que estaba siendo víctima de una violencia invisible, tortuosa, que alteraba profundamente su manera de ser, tiene su origen no en la realidad, sino en la absoluta capacidad vampirizadora de L. incluso con la biblioteca de su amiga.
   Basada en hechos reales es claramente un thriller psicológico. Una novela de suspense, terror y horror psicológicos que, llegado un momento, desemboca en una amenaza y en una consternación no solo mentales, sino físicas. Esta es una de las vigas maestras más claramente perceptibles y cautivadora además de la atención de los lectores. Pero hay otras igualmente seductoras que tienen que ver especialmente con aspectos metaliterarios. La novela, en efecto, incide con frecuencia en agudas reflexiones sobre ficción y realidad, tan presentes en los inicios del siglo XXI con la invasión de la telerrealidad en nuestro vivir cotidiano. Los directores de cine o de televisión quieren adaptar historias reales porque “lo real es lo único real, lo único que funciona” (página 252). Lo verídico para que la gente pueda identificarse, sentir empatía. La escritura de novelas que reflejen la realidad es la exigencia de la dominadora tóxica. Pero Delphine, la protagonista llega un momento en el que se interroga si no se habría producido una mutación profunda en nuestra manera de pensar, de ver y de leer; de tal modo que la gente no quiere historias interesantes que le emocionen o apasionen. Quiere lo Verdadero, precisa historias basadas en hechos reales, porque, como le escucha un día a unos adolescentes al salir del cine, “la realidad tiene los cojones de ir mucho más lejos”. Así pues, una apasionante novela sobre la esencia de la ficción que disloca quizás el pacto narrativo mediante el cual los lectores aceptan determinadas normas a la hora de leer una novela, por ejemplo la ficcionalidad de lo que les están contando. ¿Y qué es la pura ficción? El interrogante ronda con frecuencia la cabeza de Delphine: ¿no habrá siempre en la ficción una parte de nosotros mismos, de nuestra memoria, de nuestra intimidad? De ahí la congruencia del título de la novela, Basada en hechos reales.
   Finalmente otro pilar fundamental de la novela es el tema del doble, una gran línea literaria. Bien está que la autora vista de relato una ficción. Pero ¿qué relaciones existen entre ella y su personaje? Ya se ha señalado que Delphine de Vigan comparte con su personaje central biografía, la escritura de una novela-verdad, la misma parálisis virtual, dos hijos gemelos, etc. Cabe pues preguntarse: ¿Delphine la protagonista no es el doble, el alter ego de Delphine de Vigan, la autora? ¿O simplemente esta acaba por identificarse con su protagonista? En la entrevistas, Delphine de Vigan se muestra ambigua en sus respuestas. Se escabulle manifestando que todo forma parte del juego.
   Las tres secciones de la arquitectura novelesca (Seducción, Depresión, Traición) se abren con citas de Misery y La mitad oscura de Stephen King. Un homenaje al maestro de la narrativa de terror que además ha cultivado frecuentemente el tema del doble. Hay otro hecho que homenajea a la autora: Roman Polanski, precursor del thriller psicológico e intensamente admirado por Delphine de Vigan en sus adolescencia, ya está rodando una película cuyo  guión está extraído de Basada en hechos reales.
   Así pues, una historia perturbadora, con frecuencia angustiante, pero dotada de una gran fuerza, con una diabólica mezcla de ficción y realidad; escrita de una forma muy inteligente y lúcida, con un ritmo frenético sobre todo en la segunda y tercera parte. Y tan absorbente como el personaje vampirizador.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Delphine de Vigan, foto de Héric Had

Fragmentos

“Y fue así como se instaló L. en mi vida, con mi consentimiento, merced a una suerte de hechizo progresivo.
Cuántas veces me pregunté qué fisura me había vuelto tan vulnerable. Tan permeable.
Recibía cartas anónimas cada vez más violentas.
Mis hijos se habían ido de casa y habían comenzado a construir, fuera de allí, una vida que sería la suya propia.
El hombre al que amaba andaba ocupado con su trabajo, sus viajes y los mil proyectos que yo le animaba a aceptar. Habíamos elegido ese modo de vida que dejaba espacio para otras obsesiones, otros entusiasmos. Por ingenuidad o por exceso de confianza, nos habíamos creído preservados de cualquier tentativa de conquista.
En la edad adulta, la amistad se construye sobre una forma de reconocimiento, de convivencia: un territorio común. Pero creo también que buscamos en el otro algo que no existe en nosotros mismo sino de una forma menor, embrionaria o reprimida. Por ello tendemos a trabar amistad con aquellos que han sabido desarrollar una manera de ser hacia la que tendemos sin éxito.”

…..

“En ocasiones, sí, se me pasaba por la cabeza que L. pudiera tener que ver de cerca o de lejos con aquel estado.
Aparentemente, se ocupaba de mí, me apoyaba, me protegía. Pero en realidad absorbía mi energía. Captaba mi estado de ánimo, mi tensión y ese gusto por la fantasía que a pesar de todo nunca me había faltado.
Mientras frente a ella yo me vaciaba de toda sustancia, L. trabajaba durante horas, entraba y salía, tomaba el metro, preparaba la comida. Cuando la observaba, a veces me daba la impresión de verme  a mí mismo, o más bien a un doble de mí misma, reinventado, más fuerte, más potente, cargado de electricidad positiva.
Y pronto sólo quedaría de mí una piel muerta, seca, una funda vacía.”

…..

“Otra noche, me desperté sobresaltada, convencida de que había alguien en mi habitación. Me senté en la cama, con todos los sentidos alerta, escudriñé la oscuridad, intentando descifrar la forma negra, totalmente inmóvil, que se hallaba ante mí. Oía palpitar mi corazón a toda velocidad en el pecho, lo sentía latir en las sienes, un zumbido aterrador que me impedía desentrañar el silencio. El aire de la habitación me parecía denso, saturado, como si otra persona hubiera consumido todo el oxígeno. Allí había alguien, estaba segura, alguien me vigilaba. Hubieron de transcurrir unos minutos para que me atreviera a encender la luz y comprobara que la forma no era más que una prenda que había colgado de una percha y suspendido en el estante la noche anterior. Y unos minutos más para que la sangre volviera a circular normalmente bajo mi piel helada.”

…..

“Ya entrada la noche, desvelada por una confusa intuición, me quedé en la biblioteca leyendo en voz alta, como hacía L., los títulos de mis libros, apretados unos contra otros. Todos. Estante por estante.
Cuando me acosté, tumbada boca arriba, incapaz de conciliar el sueño, pendiente del menor ruido, lo comprendí: todo cuanto L. me había contado de su vida, cada anécdota, cada historia, cada pormenor, procedía de un libro de mi biblioteca (…)
L. había ido recogiendo de todas partes, sin predilección por ningún género, de novelas francesas y extranjeras. Los textos que la habían inspirado tenían en común que habían sido escritos por autores contemporáneos. La escena de la muerte de su madre procedía sin lugar a dudas de una novela de Véronique Ovaldé.  La descripción de la personalidad de su padre se inspiraba ampliamente en una novela de Gillian Flynn. Encontré, casi palabra por palabra, la terrible visita de un vecino en la primera novela de Alicia Erian. El relato de la mañana en que se levantó con la garganta seca, incapaz de proferir un sonido, y de la recuperación de su voz se asemejaba hasta el punto de confundirse con los mismos fenómenos descritos en una novela de Jennifer Johnston. En cuanto al encuentro con su marido, una noche de huelga de transportes, procedía directamente de un libro de Emmanuèle Bernhein.
A lo largo de las semanas siguientes, seguí descubriendo los vínculos  que ligaban los diferentes relatos de L. con mi biblioteca.”

(Delphine de Vigan, Basada en hechos reales, páginas 184, 229, 291, 334-335)

CUATRO NOVEDADES DE MENOSCUARTO EDICIONES

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 La palentina Menoscuarto Ediciones, un sello de Ediciones Cálamo sigue poniendo en manos de los lectores buena literatura y estimulantes libros de ensayo. Menoscuarto Ediciones es un sello independiente creada en el año 2004 por José Ángel Zapatero. Su estreno fue la publicación de El corazón y otros frutos de Ignacio Aldecoa, un gran libro de relatos. Menoscuarto se distingue por localidad, el rigor y la excelente presentación de sus productos editoriales.

   En este momento son cinco las colecciones en las que edita en los dos géneros: “Entretanto” para la edición de libros en pequeño formato de obras singulares actuales y clásicas de la literatura universal, tanto en narrativa como en otros géneros. “Reloj de arena”, colección dirigida por Fernando Valls y dedicada a la narrativa breve con especial atención al cuento y al microrrelato. Incluye obras inéditas y clásicos contemporáneos. “Cuadrante nueve”: es sin duda la colección emblemática de Menoscuarto. Los títulos incluidos en esta colección acogen novela de buena calidad literaria de autores españoles y extranjeros. Títulos inéditos y otros ya publicados pero merecedores de aparecer de nuevo en una cuidada edición. “Cristal de cuarzo”: es la colección de Menoscuarto dedicada al ensayo. Presta especial atención ala teoría de la literatura y en general al mundo del libro. Colección dirigida igualmente por el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, Fernando Valls. Finalmente la editora palentina acaba de inaugurar la colección “SeisDoble”: en la que tendrá cabida la serie negra, especialmente las aventuras de la detective Sonia Ruiz, cuyo primer caso apadrinan los escritores Lorenzo Silva y Noemí Trujillo. Será una serie pluriautorial ya que ofrecerá los casos y las peripecias de la detective ideados por distintos autores. Un verdadero “tour de forcé” para distintos creadores.

   La calidad y la variedad de las publicaciones que nos ofrece Menoscuarto Ediciones es un buen motivo para acercarnos en una primera visual, únicamente informativa a cuatro de las novedades de la editora palentina para este fin de año. Sobre ellas volveré con una valoración crítica personal.



Francisco Martínez Bouzas





Una mala racha

Julio Rodríguez

Menoscuarto Ediciones, Colección Cuadrante nueve, Palencia, 2016, 290 páginas.



Trama argumental:

   “Gregorio Caballero, escritor por encargo de libros de divulgación y autoayuda, vuelve a casa a regañadientes para ayudar a su madre en el cuidado de su tía enferma. Descreído cincuentón, Gregorio no imagina que también deberá enfrentarse a la última excentricidad de su padre: la construcción de un barco en el que amenaza con irse para siempre. Una mala racha es una historia sin concesiones que narra ese reencuentro familiar, angustioso y delirante, divertido y doloroso, donde la vida y la muerte se abren paso a codazos. Julio Rodríguez nos ofrece aquí su tercera novela, escrita con sencillez, humor y perspicacia. Lo mejor de todo —o quizá lo peor— es que el lector no podrá evitar sentirse uno más de la familia. Cualquiera puede tener Una mala racha. ¿Y usted? “

El autor:

  Julio Rodríguez (Oviedo, 1971) trabaja como profesor de Psicología Social en la Universidad de Oviedo y es autor de varios guiones de documentales y programas televisivos. Ha publicado tres poemarios -Naranjas cada vez que te levantas (VI Premio de Poesía Emilio Alarcos, 2008), Doméstica (XVI Premio de Poesía Ciudad de Mérida, 2011) y Tierra batida (XLV Premio Internacional de Poesía Hermanos Argensola, 2013)-, y las novelas El mayor poeta del mundo(X Premio de Novela Mario Vargas Llosa, 2006) y El vuelo de la monarca(Menoscuarto, 2011).



Pasos en la piedra

José Manuel de la Huerga

Menoscuarto Ediciones, Colección Cuadrante nueve, Palencia, 2016, 366 páginas.



Trama argumental:

   “Barrio de Piedra, pequeña ciudad de la Meseta, vive con intensidad la Semana Santa de 1977. Tras legalizarse el PCE en Sábado Santo, aflora el larvado conflicto entre las tradiciones locales y las ansias de libertad. Pasos en la piedra relata esos vibrantes días de Pasión. La naturaleza, enloquecida en el plenilunio primaveral, añade raros fenómenos atmosféricos que crean escenarios de turbadora belleza en la urbe medieval asomada a su río. Esta novela coral narra todo ello mediante una red de entrañables personajes guiados por un sentimiento universal: la necesidad de una suerte de redención en sus vidas.”



El autor:

   José Manuel de la Huerga (Andanzas del  Valle, León, 1967) ha levantado un territorio narrativo propio desde Conjúrote, triste Plutón (1992) hasta SolitarioS(Menoscuarto, 2013), libro donde surge Barrio de Piedra, lugar imaginario que adquiere aún más relieve en su última novela, Pasos en la piedra(2016). Toda su obra narrativa y poética recrea espacios de la memoria, como en el volumen de relatos Historias del lector (1999), la novela Este cuaderno azul (2000, Premio Ciudad de Móstoles) o el poemario La casa del poema (2005). No obstante, el arte y la música llegan a adquirir gran protagonismo en La vida con David(2003) y en Leipzig sobre Leipzig (2005, Premio Fray Luis de León de Creación Literaria), al igual que la evocación del mar en su exitosa novela Apuntes de medicina interna(Menoscuarto Ediciones, 2011), Premio Miguel Delibes de Narrativa. José Manuel de la Huerga ejerce como profesor de Literatura en un instituto de Valladolid, ciudad donde vive desde hace décadas. Compagina su labor literaria con la colaboración en prensa escrita y digital, así como la participación en foros de crítica y creación literaria, y talleres de lectura y escritura creativa.



No habrá Dios cuando despertemos

Ricardo Vigueras

Menoscuarto Ediciones, Colección Cuadrante nueve, Palencia, 2016, 171 páginas.



Trama argumental:

   “Durante miles de años fue conocido como el Infierno, el Hades o el Purgatorio... aunque en realidad jamás fue ninguno de ellos. Es simplemente el Aeropuerto, un lugar insólito que reproduce un sucedáneo de vida, donde los antiguos demonios se han convertido en funcionarios. La narración de No habrá Dios cuando despertemos trascurre en ese singular espacio, donde reinan el azar, el riesgo y una caprichosa burocracia. Por allí vagan las almas de quienes sufrieron una muerte violenta a lo largo de la Historia, como Victorio, asesinado al principio de la Guerra Civil española, y como Amanda, desaparecida a finales del siglo XX en Ciudad Juárez. Ellos son los principales protagonistas de esta original novela, tan intrigante como sugerente, con la que el escritor Ricardo Vigueras mereció el VIII Premio Tristana.”



El autor:

   Ricardo Vigueras (Murcia, 1968) es doctor en Filología Clásica por la Universidad de Murcia y ejerce desde 1996 como profesor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, donde imparte mitología clásica y latín. Pertenece al Colectivo de Narrativa Zurdo Mendieta, de esta localidad mexicana. Con su novela Nuestra Señora de la Sangre, obtuvo en 2012 el Premio de Publicaciones del Estado de Chihuahua. En 2014 ganó el Premio Internacional Sor Juana Inés de la Cruz, que convoca el Estado de México, en la modalidad de libro de cuentos, con su obra A vuelta de rueda tras la muerte.



Nada sucio

Lorenzo Silva y Noemí Trujillo

Menoscuarto Ediciones, Colección SeisDoble, Palencia, 2016, 147 páginas.



Trama argumental:

    Sonia Ruiz, detective improvisada al borde de la quiebra, afronta aquí su primer caso junto a su joven amigo Pau Soria. Su inquebrantable confianza mutua, que a menudo aparece velada, será su única baza para enfrentarse al sucio mundo del acoso laboral que aborda esta novela. Con esta obra, Lorenzo Silva y Noemí Trujillo superan clichés del género, apelando al lector con una historia urbana contemporánea contada con calor y crudeza... como una nana despiadada. 'Nada sucio' refleja que legalidad y moralidad son hoy mercancías sujetas a cotización variable en una sociedad donde sigue habiendo buenos y malos, aunque cada vez resulta más difícil distinguirlos.” 



Los autores:

   Lorenzo Silva (Madrid, 1966) Ha cosechado prestigiosos premios literarios como el Premio Primavera, el Algaba de Ensayo, el Ojo Crítico, el Nadal y el Planeta, entre otros. Pero si se ha convertido en uno de los narradores más leídos del panorama hispano actual ha sido gracias a la serie policiaca protagonizada por los investigadores Bevilacqua y Chamorro, que inició con El lejano país de los estanques(1998) y cuya última entrega es Donde los escorpiones (2016).

   Noemí Trujillo (Barcelona, 1976) Es poeta, escritora y editora del sello Playa de Ákaba. Su último poemario publicado se titula Un gigante sentado en el abismo del mundo (2016). Es autora de la serie infantil Judith y sus muñecas monstruosas. Entre otros galardones, ha recibido los premios de poesía Fundación Espejo y Blas Infante, el Premio de Literatura Juvenil con Valores ‘La brújula’ y el Premio de Teatro Breve Miguel Hernández.

"LA PASIÓN SEGÚN DIONISO": TRÁGICA POESÍA CONFESIONAL POR SER DIFERENTE

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La pasión según Dioniso
Pedro Juan Gomila Martorell
Prólogo de Alberto Chessa
Editorial La Lucerna, Palma, 2016, 83 páginas.

   Bajo el epígrafe Eidolon que según la mitología griega es una especie de doble fantasmal de la figura humana, un espectro o yo fantasmagórico, el poeta mallorquín Pedro Juan Gomila Martorell está sacando a  la luz una tetralogía cuya pretensión es recoger sus propias experiencias repletas de doloroso traumatismo existencial a causa de su condición sexual. La “epopeya del desgarro” como la definen las palabras del prólogo de este tercer volumen, escrito por Alberto Chessa, que tiene en la homosexualidad el motivo recurrente de los tres volúmenes poéticos aparecidos hasta el día de hoy, y que seguramente fecundará también la sustancia de la cuarta entrega de esta saga vivencial, Las hogueras de la carne.
   Para Pedro Gomila, como el mismo confiesa, la poesía no es una ambición, sino la manera de estar solo. Huye de cenáculos, de premios literarios lo que le permite ser un creador libre. Esta tetralogía persigue y confirma una salida literaria del armario de la homosexualidad, iniciada en el año 2005 con De las paganas masturbaciones.
   Parafraseando a Audre Lorde y aplicando su pensamiento a un mundo masculino, cabe preguntar si es posible  crear una poesía de contenidos homosexuales desde modelos heterocentrados, heteropatriarcales, utilizando los métodos y formas del lenguaje dominante, heredado de los amos. La poesía de Pedro Gomila lo está intentando, más desde una radical libertad lingüística. Su tetralogía llega en un momento oportuno, en un tiempo repleto de furibundos ataques a la llamada ideología de género, o simplemente enfoque de género, por parte de casi todas las iglesias y sus cortes de clientes y corifeos que no aceptan que los colectivos LGBT sean aceptados como seres normales, con los mismos derechos que las personas heterosexuales, simplemente porque  son diferentes y quieren vivir conforme a esa diferencia.
   La pasión según Dioniso llega tras los dos primeros volúmenes de “una epopeya del desgarro” -así la define el prologuista-: Arcadia desolada (2013) o la negación de una utópica felicidad ya en los años de la infancia y en el tránsito a la madurez debido a la imposibilidad de desarrollar la propia identidad por la aversión ambiental a la condición homosexual. Esa misma experiencia traumática y la misma búsqueda de identidad en un “limbo preñado de voces y silencio”, la expresa el autor en el segundo volumen, En tierra de Nod (2015): un duelo entre contrarios, “entre el yo y el Otro, el instinto y su negación y la entrega, la muerte y la resurrección…”, en palabras de Fernando Parra que firmó el prólogo de ese volumen.
   Y tras cruzar esa frontera que el poeta denomina como tierra de Nod, de nuevo otro enfrentamiento en el teatro de la realidad de un mundo hostil, dominado por la homofobia, y en lucha con la propia interioridad que también es una cárcel. Son los versos en que, al estilo de las tragedias griegas, Pedro Gomila canta con vigor y tensión. Con ciertas semejanzas conautores de la tragedia griega y con los postulados de Aristóteles, el gran teórico de la misma y de la creación en general, Pedro Gomila eleva un canto, en el que intervienen personajes y también el coro, a Dioniso, deidad infernal de los placeres sensuales, del desencadenamiento ilimitado, de los deseos y de la liberación de cualquier represión mediante la locura, el éxtasis o el vino, pero también un mito que, según Jung significa el “abismo de la disolución apasionada de cada individualidad humana a través de la emoción llevada al paroxismo y en relación con el sentido pretemporal de la «orgía»” (Juan Eduardo Cirlot).
   El título del poemario es un claro guiño compositivo a las “pasiones” bíblicas, pero en la escritura de Pedro Gomila el evangelista que, de forma vicaria, toma las riendas es ese dios de la locura ritual, del éxtasis, de los placeres sensuales y de la liberación. A pesar de la multiplicidad de voces, el único personaje víctima sacrificial  de esta pasión es el yo, un joven, Pedro -aquí no renuncia  a su nombre- escindido en dos, y en permanente refriega con los que es o con lo que le obligan a ser, con el otro. El yo reprimido, hostigado, anatematizado en su identidad homosexual; por ser diferente, por los condicionamientos sociales y religiosos, que muestran su pasión, su dolor y su amargura. También las máscaras que ocultan, esconden y silencian al ser humano que percibe que es ese otro, y que las presiones -las “públicas jaurías”- le impiden ser y que lucha y se rebela para ser y vivir, no como una otredad alienada, enferma, tan enferma que incluso requiere tratamiento con fármacos antipsicóticos, sino como su verdadero yo, la persona normal que vive sin ocultamientos, sin taparse su auténtico rostro.
   Así pues, un verdadero combate entre personas diferentes dentro de un mismo individuo; o en palabras de Platón al que el autor cita en el pórtico del libro: “…existe una fuente de deseos salvajes, horribles, fuera de toda norma y que, según parece, nos son revelados a nosotros durante nuestros sueños”. Esa es la pasión según Dioniso, el “túrbido Dioniso” al que recurre Pedro, el yo escindido, porque él es Eleuterio, el Libertador del aparente y engañoso ser normal. El desenlace de este poema escénico, modelado en forma de drama, es la muerte…, atravesada la espalda por el hierro. Un sucumbir metafórico para lograr la defunción de condicionamientos y represiones. Dejarán mondos los huesos, trincharán el pene hervido en los calderos, “Mas mío el corazón. Y es suficiente” (página 69).
   Cada una de las partes de la tetralogía Eidolon goza de una estructura compositiva y formal singularizada. En esta tercera parte, el autor yergue un poema dramático estructurado en ocho cuadros y moldeado según los cánones de la dramaturgia griega, con intervenciones de distintos personajes, coros, ilustradoras didascalias. Un poema escénico no para ser representado, sino para ser leído con atención, porque su lectura se torna a veces compleja por la profundidad del tema: un buceo en lo más profundo de la propia experiencia humana. Y por las múltiples referencias mitológicas y simbólicas de procedencia grecorromana y judeocristiana que demandan frecuentes visitas al listado de notas aclaratorias que figuran como apéndice del libro.
   Un estilo potente, a veces tempestuoso, ciertas tendencias a lo culterano y gusto por palabras arcaizantes. Así mismo, polimetría versal. El resultado es un libro crudo, nada complaciente que, dicho con palabras de Alberto Chessa, en un prólogo excelente y muy aclaratorio, funciona “como una denuncia en clave alegórica de la marginación, el hostigamiento y la anatematización que está obligado a sufrir el Enfermo por diferente, un muchacho llamado Pedro que a duras penas resiste «herido con la reja del odio y la ignorancia», enfrentado a las «públicas jaurías” que  envía la Zarza Ardiente” (página 12)

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Pedro Gomila Martorell
 
Selección de poemas

“Aparecen los Guardianes. Tienen las caras pintadas de yeso. Visten togas con ribetes consulares. Les acompaña la Doncella de las Serpientes.

¡Al fin, Pedro, compareces sano y salvo!
Esperemos que tu males ya estén lejos,
porque entiende que el timón de nuestra nave
no tolera que lo guíe mano débil.

La Cabeza ha regresado del destierro,
mas requiere del Consejo unas verdades.
Mientras yo me regalaba en mis pesares,
parecía que irrumpían en mi sueño
de muy cerca los clamores de la guerra.
Si así fuera, que, en mi ausencia, los Guardianes,
desatando las manadas del Ungido,
me prendieron la torcida belicosa,
con razón mi Cuerpo  desaprobaría
la modorra de milenios de su dueño.”
(página 32)

…..

“Alrededor de Pedro, el Coro ruge con el viento de las bramaderas, mientras cantan:

Los Segadores de sombra hemos llegado,
removiendo las espumas de los ojos,
marchitando los fulgores de los astros.
Galopamos con las yeguas de oro albero,
ya rasguñan sus espuelas los cristales
delicados de las húmedas ventanas
de la alcoba donde a oscuras te acurrucas…

Ahora, Muerte, te llevamos más allá de este palacio.
Ya retornan los Veranos con su plétora de trigos,
diminutos y dorados coronando las espigas.”
(página 67)

…..

“La escena va quedando sumida en silencio de eclipse. De repente, ruido de espadas. Golpes. Furia. Pausa larga. Ahora se oye la voz de Pedro.

En vano. Sin plegarias. En silencio.
El viento quedó mudo cuando el hierro
atravesó mi espalda ya desnuda.
Vena de púrpuras corrientes mana,
espuma de la vida que se vierte…
Caído en la celada como ciervo
que fía de la voz de batidores.
Sí. Vuestros son los miembros. Todos ellos.
Cortadlos. Divididlos en pedazos.
Las ramas de mi tronco se desgajan.
Se arroja la cabeza, pies y manos.
Preparan guarniciones para el resto.
Crepitan en parrillas mis entrañas.
La grasa se derrite gota agota.
La sangre, una delicia a fuego lento.
¡Saciad vuestro apetito, Caballeros!
¡Dejad mondos los húmeros y radios!
¡Trinchad el pene hervido en los calderos!
Mas mío el corazón. Y es suficiente”
(página 68-69)

LOS NIÑOS NO ENTIENDEN LA GUERRA

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El agua que mece el silencio
Rose Mary Salum
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2016, 82 páginas

   A partir de los personajes que protagonizan su primera historia, la que le da el título al libro, “El agua que mece el silencio”, y otorgándoles voz y jugando con ellos, Rose Mary Salum le confiere vida a dieciséis cuentos que Vaso Roto Ediciones publicó en España y en México. El agua que mece el silencio es una colección de cuentos interconectados con intervención en varios de ellos de los mismos personajes, y desarrollados en similares escenarios, de tal modo que no sería descabellado leerlos como una novela de cuentos.
   La autora, descendiente de familia libanesa afincada en México, aunque ella reside en la actualidad en Estados Unidos, es una de las escritoras latinoamericanas que han decidido recuperar sus orígenes, y en este caso lo hace recobrando la memoria histórica de muchos acontecimientos traumáticos que tuvieron lugar durante el conflicto de 2006 entre Israel y el Líbano. Sus personajes son, en efecto, adolescentes que se ven inmersos en la guerra de Medio Oriente en el periodo de su despertar erótico y en el de las turbulencias de su mundo interior. Y en ese entrecruzarse  tanto de conflictos externos como internos, se suceden, posiblemente de forma inconsciente, varios contrastes. El territorio de los adolescentes choca con el mundo de los adultos, el mundo de la paz, con el de la violencia, “lo que los niños creen y lo que les imponen creer, el despertar sexual de un niño frente a un mundo donde está presente la muerte”.
   Si existe un propósito consciente y subyacente en esta amalgama de cuentos, no es otro que el intento de de reflejar la mirada de un niño que se está abriendo al mundo y lo percibe por primera vez. El niño deja al margen la guerra, la política. Lo que realmente le interesa reflejar a Rose Mary Salum es la visión que ese niño tiene del mudo en el momento en el que toma conciencia de su existencia en un contexto de gran violencia.
   El tema central en el que pivotan, de una forma u otra, todos los cuentos-novela de Rose Mary Salum es, como ya quedó apuntado, el enfrentamiento bélico entre Líbano e Israel, percibido desde la perspectiva de los niños de ambos bandos, víctimas de sus consecuencias, pero sin lograr entenderlas, ni tampoco el porqué del conflicto. En efecto, un grupo de niños en las puertas de la adolescencia, desconocedores de que son víctimas de un conflicto bélico provocado por los adultos, se ven de pronto arrojados en medio de la violencia, heridos por el  dolor, por el desarraigo y con un futuro cargado de interrogantes. Pero las distintas historias también se pueden leer como la narración del despertar adolescente, un despertar sexual con el descubrimiento de sí mismos, sus fugaces amoríos platónicos, su cotidianeidad sencilla e inocente frente a un mundo convulso en el que están arrojados.
   En el primer relato la voz narrativa es la de un niño judío amigo de Ismael, igualmente niño pero musulmán, que reproduce en su conciencia el frenesí de un bombardeo. El niño musulmán es alcanzado por una bomba que le arranca las piernas. Yace en el suelo pero nadie le socorre. El niño judío grita inútilmente pidiendo ayuda, pero sus gritos rebotan en el agua de una pecera. Los únicos ruidos que se escuchan, son los del agua que mece el silencio. En el segundo relato, “Alguien me llama”, es la voz del niño musulmán la que nos introduce en su historia alterada  por su mundo onírico: sueña que está en un barco azotado por un temporal, y ahora las bombas son las incesantes trombas de agua. Todo el mundo chilla como en un bombardeo. En el tercer cuento. “Tuberías”, un niño presencia un control policial en el que registran a una mujer, la madre de su amigo Alberto. La fantasía infantil metaforsea a agresores y víctimas, especialmente a un policía judío al que percibe como una serpiente bífida. En “La hora”, otro adolescente hace referencia a la escuela, a las clases a las que odia. En una de ellas, muy cerca de su pupitre se sienta Ivette. Ella le mira y el corazón le sube  a la boca, y junto con las pantorrillas y los senos de la profesora, alteran su libido, y así deja de interesarse por la historia y por la guerra.
   La mayoría de los demás relatos desarrollan su diégesis  por cauces semejantes: protagonizados por adolescentes, por voces inocentes, con amores platónicos que cambian al pasar de las páginas, rodeados de gritos, de carreras, estallidos, locura, terror en las pupilas, baños de sangre y en un crisol de creencias en ese martirizado Medio Oriente y más en concreto en el Líbano. Sin embargo, en “La tía”, el relato que clausura la colectánea, la trama prescinde de la voz testimonial infantil y un narrador omnisciente nos traslada al pasado de Zeina, una mujer a la que una bala alojada en sus cerebro le cambió radicalmente la vida, sumergiéndola en el agujero negro de la demencia. El narrador recrea los hechos importantes de la existencia de esta mujer: su boda gracias a una dote sustanciosa, el ambiente familiar, hijos enfermos, un marido posesivo. Su forma de pensar y de ser al margen de los chismes y banalidades, capaz de llamar  a las cosas por su nombre. Un infame proyectil fue su desdicha y, en su obsesión por contar las cosas, causa escozor entre los que la rodean. Finalmente, el descanso secreto de los hijos con la muerte de Zeina, nunca aceptada, excepto una vez muerta.
   La estrategia narrativa de la autora se sirve en la mayoría de los relatos de la voz infantil  y lo hace en primera persona porque su uso le facilita la posibilidad de colocarse en la situación vital del personaje, ser como su voz vicaria. La autora, emplea generalmente una tonalidad intimista porque le interesa mucho más el acontecer de los mundos interiores que el de las geografías externas. En algunos relatos, principalmente en aquellos en los que la voz infantil cede el paso a la adulta, los textos se visten de un moderado lirismo. Una constante en la mayoría de los relatos es el juego de oposiciones de contrarios: la confrontación de Eros y Tánatos; el sueño de una madre y de su hija por ir a Jerusalén, aunque con intereses y caminos separados: la madre irá a conocer el huerto de los olivos y la hija visitará el muro de las lamentaciones. En el caso de un niño, la madre le enseña unos rezos y el padre otros.  La confrontación, en definitiva, de culturas y credos religiosos.
   En todos los relatos el silencio actúa como mudo protagonista. Todos callan ante el conflicto bélico. Silencio a nivel internacional, silencio de comunidades de distintos credos religiosos. Mutismo así mismo de los niños ante lo que supera sus razonamientos: la realidad violenta que les rodea y que no entienden. Un silencio omnipresente que expresa el doloroso aturdimiento de los personajes ante una absurda violencia.

Francisco Martínez Bouzas
               
                                                  
Rose Mary Salum

Fragmentos

“Observo a la gente que corre entre los ruidos sordos de las banquetas. Allá cerca del horizonte, en donde la tierra se esconde del cielo, veo el fuego. Mi abuela dice que el cielo y la tierra tienen sus diferencias, pero esto es algo más, y yo sin poder moverme, flotando dentro de este cristal de aumento que convierte mi cuarto en una cámara de vacío, en un océano que vibra callado.
Mis ojos se encierran. Nado hacia la ventana y recargo mi incertidumbre sobre la cornisa. Veo a la gente circulando, mujeres con niños en los brazos, personas moviéndose encorvadas por el miedo.
Regresa la sensación de parálisis, como de una descarga eléctrica en las rodillas. A lo lejos veo a Ismael corriendo, creo que se acerca, de seguro que ya se enteraron. Su madre viene por delante y lo toma abruptamente de la mano. Ella no trae el velo ¿por qué? Jamás la había visto sin él. Su cabello es muy largo y de color rojizo. Es hermoso. Con razón Ismael insiste en que no lo use.”

…..

“Cuando oscurece y me quedo solo en mi recámara, miro  a mi alrededor y veo los ojos de una serpiente que se arrastra por la alfombra, su cabeza está cubierta con una capota de policía. Sus ojos fulguran igual que los brillantes que mamá guarda en su armario; parecen los de un gato y buscan mi mirada. De su hocico cuelga un pedazo de velo de una mujer. La tela es de color durazno y unas hojas de parra adornan sus bordes. De pronto el reptil asciende por la pata de la cama y se desliza a través de mi colchón. Se acerca. Mi corazón se inflama y se pone redondo como las bombas que estallan  a diario. Ahora siento que tengo una alcancía dentro de mi cabeza y que las monedas me golpean con fuerza. Trato de arrancar la tela de su boca. El animal se enfurece dilatando su pecho hasta que en un instante duplica su tamaño. Me levanto alarmando y salto de la cama porque quiere arrancar un pedazo de mi pierna. Corro hacia el armario y trato de cerrar la puerta, pero es inútil porque el animal recupera su forma de culebra, se desliza y no me permite cerrarla.”

…..

“Zeina, mujer perchero, mujer mesa, mujer invisible. Zeina, la personalidad de una silla, el carácter de un marginado, la voz de Sherezade. Zeina, nombre de contadora de cuentos, voz de melodía, colega de la imaginación desbordada.
Su locura fue diagnosticada el día que llegó a su casa tras su operación y contó su primer cuento. Sin más rodeos que una buena historia, aquel invierno comenzó  a relatar los eventos más extraordinarios. La familia poseía entonces un consorcio económico gracias a la comercialización de las banquetas del centro histórico  -solider, como lo habían bautizado después de la guerra civil- y las avenidas principales de la ciudad. Lidiaban con la gente de clase más baja y con las mafias más recalcitrantes de la urbe, pero el dinero sobraba y al final eso era lo importante. El día que Zeina salió con el primer hombre y contó sus historias, Ivette y el resto de sus sobrinos fueron los primeros en escucharla y celebrar su imaginación. Pero muy pronto, una sombra oscura cubrió su territorio cuando tuvo a mal confesar que eran «las voces» las que le dictaban tal o cual suceso. En un principio sus comentarios pasaron desapercibidos, pero al cabo de un tiempo, la gente comenzó a volcar su odio contra ella cuando dentro de esos relatos encontraban su propia imagen satanizada o ridiculizada.”

(Rose Mary Salum, El agua que mece el silencio. Páginas 10-11, 21, 78-79)
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