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"AÑOS SALVAJES". LA OBSESIÓN POR LA OLA PERFECTA

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Años salvajes

William Finnegan

Libros del Asteroide, Barcelona 593 páginas.



   Barbarian  Days. A Surfing Life obtuvo en el año recientemente concluido el Premio Pulitzer a la mejor biografía; fue considerado por el jurado del premio una extraordinaria exploración en un arte exigente  y muy poco entendida. Su autor es el periodista William Finnegan quien cuenta en la obra sus propias experiencias, su oculta pasión por el mar, por el surf; y cómo todas ellas configuraron su vida. El libro, publicado recientemente por Libros del Asteroide, está logando un gran éxito entre los lectores porque se le reconoce como una obra maestra, y además porque conecta con inusitada fuerza con las tendencias lectoras de estos comienzos del siglo XXI: la indagación de lo real, de lo verídico puesto que da la impresión de que es lo único que funciona. Lo expresó con meridiana claridad Delphine de Vigan en su última novela, Basada en hechos reales: “Actualmente la única razón de ser de la literatura es la autobiografía: describir la realidad, decir la verdad”. Y es eso precisamente lo que hace William Finnegan. Tengamos en cuenta además que toda escritura que versa  sobre uno mismo, es ya de por si una novela.

   En Años salvajes, título de la traducción española, halla el lector unas excitantes memorias en las que el periodista del New Yorker confiesa su descubrimiento del surf, y todo lo que eso significó en su existencia. El periodista, que había cubierto conflictos bélicos en todo el mundo, decidió “salir del armario” y relatar sus experiencias como surfista. El resultado es una cautivadora historia de aventuras en la búsqueda de la ola más perfecta por los mares de medio mundo; un relato clásico de viaje iniciático en conjunción con una profunda reflexión sobre el ser humano, la amistad y la familia.

   Hasta la edición de este libro de memorias daba la impresión de que el surf se resistía a ser tratado de forma literaria, y que su comprensión era un privilegio exclusivo de unos pocos iniciados: los practicantes de esta cabalgada sobre las olas. El surf llevó a Finnegan por todos los mares del mundo; y como los verdaderos surfistas aventureros, salió en búsqueda de la soledad y de la ola perfecta y virginal. William Finnegan la halló en el año 1978 en una minúscula isla de Fiji, y, mientras la observaba con los prismáticos, se olvidó incluso de respirar.

   Encontrar la ola perfecta equivale para el autor a descubrir el sentido de la existencia. Sin retóricas relamidas y cursis, sin alardes ni trivialidades y con el surf como hilo narrativo conductor, William Finnegan nos agasaja con un regalo literario, una extensa road movie no solo sobre el surf, sino también sobre los seres humanos, sobre la amistad y el amor, e incluso sobre cómo vivir. Eh aquí pues alguna de las razones que convierten a esta obra en literatura adictiva.



(Traducción del texto publicado en gallego el 27 de diciembre de 2016 en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela. Para ver el original, pinchar aquí)



Francisco Martínez Bouzas




William Finnegan

Fragmentos



“El surf tenía -y sigue teniendo- una acerada veta de violencia que lo recorre de arriba abajo. Y no me refiero a esos palurdos que uno se encuentra en el agua -o a veces también en tierra firme- y que ponen en cuestión el derecho que uno tiene de a surfear en determinada ola. Las exhibiciones de fuerza física, habilidad, agresividad, conocimiento del área y deferencia hacia los superiores que se usan para establecer la jerarquía habitual en el pico -y esa es una preocupación constante en todas las rompientes famosas- supone una danza simiesca en busca de la dominación/sumisión que se lleva a cabo sin violencia física. No. Me refiero a la hermosa violencia de las olas que rompen. Y esa violencia no desaparece jamás. En las olas pequeñas y más débiles es una violencia suave, benigna que no supone ninguna amenaza y que siempre está bajo control.  No se trata más que de la gran hélice del océano que nos propulsa y nos permite jugar.”



…..



“El quinto día, o quizás fuera el sexto, por fin surfeamos. Las olas eran aún más pequeñas pero estábamos tan impacientes que nos pusimos en movimiento en cuanto vimos el primer atisbo de marejada. Olas por el muslo iban cruzando el arrecife, pero casi todas eran demasiado rápidas para surfearlas. Aun así, las pocas que cogíamos eran maravillosas. Tenían forma de tirachinas. Si podías hacer una rápida bajada cruzada, alcanzar la suficiente velocidad para que la curva no pasara de largo y luego conseguía trazar la trayectoria correcta, la ola parecía levantar  la cola de la tabla y arrojarla sobre la línea, una y otra vez, mientras el labio iba rompiendo continuamente por encima de tu espalda (un momento peligroso que normalmente solo dura un instante, aunque allí parecía durar, por imposible que fuese, medio minuto o más. El agua se iba haciendo menos y menos profunda y hasta las mejores olas terminaban mal, pero la velocidad era de ensueño. Nunca había visto una ola que fuese cerrando con tanta perfección.”



…..



“Lo portentoso de aquella ola era la velocidad que se alcanzaba en su interior. En Paúl, solía estar transparente, lo que causaba un efecto perturbador cuando uno hacía el takeoff. A veces, cuando cogías la ola y te ponías en pie sobre la tabla, e imaginando que todo iba a ajustarse al plan previsto, hacías un brusco giro a la derecha, el fondo no se movía en absoluto. Los grandes peñascos blancos del fondo no se habían movido de sitio, o incluso parecían haberse alejado un poco hacia atrás. Este efecto se producía porque se metía tanta agua en el hueco de la ola que, pese a la velocidad  a la que avanzaba la tabla, uno estaba, en términos de tierra adentro, inmóvil por completo. Y este efecto, una vez más, no era una conducta normal del océano. Pero unos instantes después de esta animación suspendida que te revolvía el estómago, de pronto empezabas a avanzar a toda velocidad a lo largo de la costa, y los peñascos del fondo se convertían en una blanca franja borrosa bajo el agua azul. Ibas tan deprisa que, en  una ola que tuviera un buen ángulo con respecto al oeste, podías surfear durante cien metros sin que pareciera que te estuvieras acercando a la costa.”



(William Finnegan, Años salvajes, páginas 118- 267-268, 484)

DESPEDIDA DE JORGE HERRALDE, EL ÚLTIMO MOHICANO DE LA EDICIÓN

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Jorge Herralde
   Hoy, 2 de enero de 2017, si las informaciones de los medios no están equivocadas, se producirá el relevo de Jorge Herralde al frente de Editorial Anagrama. La editorial independiente que más éxitos ha cosechado en España y en el mundo latinoamericano, pasará definitivamente  a manos de Feltrinelli, y será dirigida por Silvia Sesé, la editora que el mismo Jorge Herralde propuso. No será, sin  embargo, una desconexión absoluta ya que Jorge Herralde seguirá colaborando con la Editorial, “apoyando, sin interferir, la labor de la excelente Silvia Sesé”, según las mismas palabras del fundador de Anagrama. Se despide pues de las labores editoriales directivas el último mohicano de la edición, el hombre insumiso  a la dictadura franquista y al poderío del mercado y de los megagrupos empresariales, el creador de tantas colecciones de éxito, desde las que aparecieron en aquellos años de finales de los 60 en los que Jorge Herralde aprendió a ser editor, con colecciones tan emblemáticas como “Argumentos”, “Documentos” (1969), “Cuadernos Anagrama”, también de aquellos años, hasta “Panorama de narrativas (1981), sí, esos libros de la “peste amarilla”  como los calificó José Manuel de Lara, “Narrativas hispánicas” que se estrena en 1983 con la creación del Premio Herralde de Novela, hasta las que han aparecido en los últimos meses o años: “Compendium”, “Otra vuelta de tuerca”, “Edición limitada o “La conjura de la risa”.
   En un día como este, reproduzco, traducida al español, una entrevista con la que Jorge Herralde me honró en el año 2003 y que con el título “Jorge Herralde, home insubmiso” fue publicada por el Suplemento Revista das Letras del periódico Galicia Hoxe. Paola Tinoco, jefa de prensa de la distribuidora de Anagrama en México, gestionó la publicación de esta entrevista en el país azteca.

Jorge Herralde, hombre insubmiso

Más de treinta y dos años trabajando de forma incansable en el mundo de la edición. Más de treinta y dos años buscando la excelencia literaria. Miles de libros en la calle. Todo ello es un aval que convierte a Jorge Herralde en el principal editor literario independiente en español. Sobre el pasado, presente y futuro de la edición y de Anagrama, Jorge Herralde habla para Revista das Letras.

F. Martínez Bouzas:Para usted, según escribió Álvaro Pombo en diciembre de 1988, todo existe para convertirse en libro. Pero al mismo tiempo lo retrata como un ser misterioso y complejo, acostumbrado a tomar grandes decisiones editoriales. Entonces y para comenzar, ¿podría decirnos en pocas palabras quién es el editor Jorge Herralde?
Jorge Herralde:A efectos editoriales, el responsable del catálogo de Anagrama desde su fundación. Posiblemente no sea una respuesta adecuadamente misteriosa y compleja, pero sí diáfana.
F.M.B.:¿Y la “traición” a su carrera de ingeniero industrial y a la tradición metalúrgica familiar a cambio de una vocación “rectilínea” dedicada en cuerpo y alma a la edición?
J. H.: En realidad no hubo ninguna traición, siempre me consideré un ingeniero industrial accidental. Tuve la suerte o la desgracia de que, a pesar de que siempre me apasionó la literatura, las matemáticas no me resultaron territorio hostil, por lo que pude cursar la  carrera, sin ningún entusiasmo. Recuerdo que en el último año de estudios tuve mi primer proyecto editorial, que a la postre se frustró, como tantos otros en aquellos tiempos difíciles. Después de una época vegetando en la empresa familiar y fantaseando con proyectos culturales, finalmente decidí lanzarme al ruedo y puse en marcha Anagrama.

                                            
En Turín después de recibir el Premio Grinzane Cavour junto a Inge Feltrinelli y Loli Gubern (2005)


F.M.B.:¿Qué modelos editoriales tiene en mente cuando fundó Anagrama?
J.H.: Más que modelos, podría citar editoriales para mí admirables. En lengua española estaban Seix-Barral en España, Losada en Argentina, Siglo XXI y ERA en México. O Minuit y Maspero en Francia, Einaudi y Feltrinelli en Italia, o Grove Press en Estados Unidos.
Mi idea era combinar la radicalidad política (de izquierdas, claro) con la vanguardia cultural. Estábamos a finales de los 60 y editoriales como Feltrinelli, Wagenbach o Christian Bourgois se movieron en direcciones similares a Anagrama en los años 70.
F.M.B.: Y aquella fascinación por los libros y por las películas de aquel inquieto Jorge Herralde de los años sin corbata, de aquellos primeros títulos (Detalles y L’ofice de viure) o de la colección “Cuadernos Anagrama” que recogían la sustancia de la época, ¿se mantiene todavía ahora con la misma vigencia?
J.H.: Con los libros, sí. Por fortuna o por algún gen testarudo me sigue apasionando la lectura y sigo teniendo algo parecido a un shock cuando descubro a una nueva voz, véase el ignoto Andrés Barba o mi lectura tardía pero febril de Ricardo Piglia, o cuando constato la imparable progresión de un escritor: un caso reciente: Expiación de Ian McEwan.
En cuanto al cine, voy mucho menos, la vida editorial y la lectura me tienen algo así como placenteramente secuestrado. Me encantan Tim Burton o los hermanos Cohen, preferencias obvias, y repaso títulos antiguos en televisión, como el estupendo cine negro norteamericano o el gran Orson Welles.
F.M.B.: Los primeros tiempos de Anagrama fueron tiempos dedicados al ensayo y al libro político o teórico de una forma muy especial. Será después de la muerte de Franco, hacia 1981, con “Panorama de narrativas”, y en 1983 con “Narrativas hispánicas”, cuando se produce un acercamiento a la narrativa, a una narrativa tanto hispánica como universal. ¿A qué se debe esta ampliación del camino o esta reorientación de la Editorial?
J.H.: En efecto, me pareció a la vez prioritario y estimulante dedicarme preferentemente al ensayo político y cultural, aunque la literatura estuvo presente desde sus inicios en la “Serie Informal” iniciada en 1970 con Ojos, círculos, búhos de Luis Goytisolo, mi primer autor español, y donde aparecieron textos tan diversos como Sonetos de amor de Shakespeare, libros de Kafka, Stendhal y Sade, o los primeros títulos de Tom Wolfe. Luego en 1977 se inició “Contraseñas”, la colección de literatura marginal, “out-law” y “off-off”, con Bukowski, Copi y los ases del Nuevo Periodismo que conectó de inmediato con el espíritu libertario  de la época.
Luego, tras el llamado “desencanto” y el contagioso desinterés por el libro político, regresé a mis primeras amores (mi proyecto inicial pre-Anagrama había sido fundamentalmente literario). El primer paso fue “Panorama de narrativas”, en 1981, una colección con vocación explícitamente panorámica, seguida en 1983 por su colección hermana, “Narrativas hispánicas”. Ambas tuvieron de inmediato una excelente acogida.
F.M.B.:En la segunda mitad de los años 70 desaparecieron prácticamente todas las revistas políticas y se produce el colapso de la mayoría de las editoriales progresistas, ¿cuál fue la estrategia de Anagrama para poder sobrevivir ante la precariedad de esos años?
J.H.: Anagrama se salvó por los pelos, gracias en parte a no ser una editorial sólo de textos políticos. La colección “Contraseñas” ayudó significativamente a capear el temporal.
F.M.B.:En estos primeros años tuvo lugar no solamente la lucha contra la censura a base de una política de hechos consumados que Anagrama practica de forma arriesgada y que facilitó no sólo una cadena de secuestros que Perich refleja de forma magistral, sino también el enfrentamiento con otro tipo de censura, la practicada por los grupos nazis con la permisividad gubernamental, ¿podría evocar para los lectores de hoy el clima de aquellos años, hechos como el incendio de la sede de Distribuciones Enlace?
J.H.: Anagrama tuvo el discutible honor de ser una de las editoriales más represaliadas por la censura franquista, pero pudo sobrevivir, lo que no lograron otros compañeros de fatiga. Fue un período duro en el que se descabezaron o mutilaron proyectos editoriales, pero al mismo tiempo muy estimulante: parafraseando una frase de Manolo Vázquez Montalbán, “contra Franco peleábamos mejor”. Ahora la pelea es contra la teocracia del Mercado, los delirios megaempresariales y sus visibles secuelas en agentes, autores, literatura menos exigente, etc.

                                         
Jorge Herralde junto a Rafael Chirbes ganador del Premio de la Crítica con "Crematorio" (2008)


F.M.B.: Con usted trabajan una serie de autores, tanto ensayistas como narradores, que alguien ha llamado “escritores de culto”. Así mismo, se ha ganado el apoyo de un selecto grupo de lectores que son absolutamente fieles a los productos de Anagrama. ¿Cómo explica usted este hecho, que en una época en la que se ha impuesto la literatura de género, la literatura de consumo que no arriesga nada, Anagrama siga vendiendo productos basados en la calidad del texto con independencia de su comercialidad?
J.H.: Anagrama, por fortuna, no es un fenómeno aislado. En todos los países hay sellos en los que los lectores “fuertes” confían y se convierten en sus propagandistas.
F.M.N.: Anagrama practica una “política de autor”. En sus catálogos figuran muchos autores con más de diez títulos. Pero a la vez, otra constante de la Editorial es la búsqueda de nuevas voces -la apuesta por los clásicos del futuro- ¿cómo compagina el editor ambas vías?
J.H.:En el fondoson los proyectos incompatibles entre sí, ya que hay un “numerus clausus” bastante estricto de novedades al año. La clave del sabor del cóctel es intentar mantener los mejores autores del fondo editorial e incorporar las nuevas voces más prometedoras. No es fácil, tampoco es la cuadratura del círculo, pero sí requiere atención constante al bebedizo.
F.M.B.: Lo que ven en Anagrama la tribu de sus lectores es un faro de referencia frente al best-seller y a los grandes consorcios editoriales. ¿Es suficiente la “excelencia literaria” para resistir al imperio de los megagrupos? ¿Su globo puede ser realmente pinchado como ha manifestado usted últimamente?
J.H.: Los pronósticos son azarosos por definición. Pero situándonos en el estricto presente, se observan algunas editoriales independientes que apuestan inequívocamente por la “excelencia literaria” que resisten mejor el actual momento, bastante difícil, que los grandes grupos, cuyos crujidos los vocalizan sus propios portavoces: reducción de novedades y despido de colaboradores, como síntomas inequívocos.
F.M.B.:Usted tiene experiencia de que no existen fidelidades con mayúsculas (caso Javier Marías entre otros). ¿Podríamos llegar entonces a la conclusión de que el mercado “poluciona” y amenaza a la literatura?
J.H.: Sería ilusorio pensar que existen fidelidades con mayúsculas (aunque haberlas haylas como las esquivas meigas), pero sí con versalitas. En Anagrama estamos razonablemente satisfechos al respecto, y en algunos casos nos quedamos muy descansados ante ciertas “infidelidades”.
F.M.B.:¿Cuál es la lógica y cuáles son los peligros de la concentración editorial sin precedentes que estamos observando en los últimos tiempos? ¿Cabe algún tipo de optimismo?
J.H.:Diría, quizá exageradamente (pero no mucho), que la “lógica” consiste en la “huida  hacia delante”, con el peligro del abismo, nada infrecuente. Se puede confiar en la alternancia sístole-diástole y observar la buena salud de varios proyectos independientes.
F.M.B.:Parcelemos un poco el diálogo. ¿Sigue opinando que la novela británica (la del British Dream Team) es la mejor que se escribe actualmente en el mundo?
J.H.:No recuerdo haber hecho una afirmación tan rotunda, pero resulta obvio que en los años 80 surgió una generación extraordinaria en el Reino Unido, la de Martin Amis, Julian Barnes, Ian McEwan, Graham Swift, Kazuo Ishiguro, Hanif Kureishi, publicados por Anagrama, a los que deben añadirse Salman Rushdie o Wiliam Boyd.
Como fenómeno colectivo de impacto en los años noventa fue muy celebrada la literatura angloindia con el precursor Rushdie, seguido de Wikram Seth, Arundhati Roy, Amitav Gosh o Rohinson Mistry. Y en los últimos años la narrativa francesa parece defenderse eficazmente de las acusaciones de catatonia y ombliguismo, véase Houellebecq, el ejemplo más impactante.
De todas formas la literatura está compuesta, como es sabido, por las obras de cada escritor “en solitario”. Finalmente, los grupos o generaciones tienen escaso interés, salvo el académico, la facilidad taxonómica.

                                              
Con Amélie Nothomb en la presentación de "Ni Eva ni Adán (2008)

F.M.B.:Y la gran literatura hispanoamericana actual ¿es aquella que poco a poco se aleja de la “sombra del boom”?
J.H.: Se ha comparado, precisamente, la explosión de la literatura angloindia de los 90 con el glorioso boom latinoamericano de los 60. Ahora, tras años de reflujo, aparecen nuevas voces y se consolidan otras. En conjunto parece un período muy fértil, tras la “muerte del padre” o su digestión más o menos accidentada.
En el caso de Anagrama hemos publicado en los últimos años, además de otros muy valiosos, dos autores de una categoría unánimemente reconocida como excepcional: el argentino Ricardo Piglia y el chileno Roberto Bolaño.
F.M.B.: No hace mucho usted manifestaba que le sigue motivando el mismo espíritu de los inicios: encontrar un texto de calidad de un autor desconocido. De hecho usted los ha buscado en las literaturas de todo el mundo. Así descubrió a Paul Auster, a Raymond Carver, a Pedro Juan Gutiérrez, a Roberto Bolaño, a Pedro Lamebel y a tantos otros. ¿Por qué no dirigir la mirada a las literaturas periféricas españolas? El sistema literario gallego, por ejemplo, publica de vez en cuando, narrativa que se ajusta plenamente a los criterios que conforman las colecciones de Anagrama, y su editora se convertiría entonces en un trampolín de prestigio para dar a conocer las literaturas periféricas en versión española. ¿Podría ser una idea válida dentro de los proyectos futuros de Anagrama?
J.H.:Por una parte, dirijo la mirada, de forma muy preferente a las literaturas que puedo leer. Y así Anagrama es la editorial que más autores catalanes ha traducido al castellano, con diferencia. Y con resultados poco entusiasmantes, por cierto, excepto en el caso singular de Quim Monzó.
F.M.B.:Una última pregunta. Los títulos que publique en el futuro Anagrama ¿continuarán siendo apuestas personales de Jorge Herralde?
J.H.:Me temo que sí, salvo ausencia forzosa."

(Entrevista publicada en el periódico Galicia Hoxe el 12 de junio de 2003)

El libro

Opiniones mohicanas
Jorge Herralde
Círculo de Lectores, Barcelona, 2002, 348 páginas.
  
   Jorge Herralde es autor de varios títulos relacionados todos con la actividad editorial o con escritores. Como este es un cuaderno de crítica literaria, quiero hacer mención, en una simple reseña informativa de uno de sus libros, publicado en México en el año 2000 y en España en el 2001 por Quaderns Crema y en el 2002 en Círculo de Lectores, precisamente por Silvia Sesé, la persona que ahora le sucede  al frente de Anagrama. Un libro que Jorge Herralde tuvo la gentileza de regalarme y dedicarme.
   Con prólogo de Sergio Pitol, reproducción del texto de la presentación de la edición mexicana en D.F, y una Nota previa del propio Herralde, el libro recoge diversos textos que el autor había publicado a lo largo de los años. Tomo de la nota previa de Jorge Herralde la sustancia del libro: “Anagrama: una capsula”, el texto que abre el libro, reproduce una charla en el primer curso de edición de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en mayo del 97.  A continuación, bajo los epígrafes “El autor es la estrella” y “Queridos colegas” se recoge  una selección de textos dedicados a escritores  y a editores. Textos casi siempre escritos  a petición, como “discos solicitados”: Sartre, Nabokov, Pitol, Tito Monterroso, Alejandro Rossi, Carlos Monsiváis, Pedro Lemébel, Antonio Escohotado, Roberto Bolaño, Vila-Matas, Álvaro Pombo, Soledad Puértolas, Ignacio Martínez de Pisón u Oscar Tusquets, entre otros muchos, son analizados, sobre todo desde una perspectiva como editor.
   En “Queridos colegas”, Jorge Herralde recuerda a Josep Janés, a Carlos Barral, a Giulio Einaudi… o celebra los treinta años como editor de Klaus Wagenbach, y los veinte de Elvira Sellerio, el 75º aniversario de Siegfried Unseld. Glosa la figura de Roberto Colasso como editor y escritor o viceversa, homenajea a Mario Muchnik, o traza un croquis acelerado de Beatriz de Moura. O recuerda en quince secuencias a Esther Tusquets. “Divertimentos etnográficos” la cuarta sección, reproduce  un divertimento que Herralde escribió, a modo de diario, durante su estancia en París con ocasión del Salon du Livre. Finalmente, en la última sección “Opiniones mohicanas” reproducen textos, igualmente solicitados en su mayor parte, para intervenir en congresos, mesas redondas y medios de comunicación. En todos ellos, Jorge Herralde reflexiona sobre el estado de la edición independiente en este tiempo de la concentración editorial, con el “progresivo enrarecimiento de la situación”. Entre ellos figura el artículo “Opiniones mohicanas” que le da el título al libro.
   Dos bloques de fotografías completan un libro misceláneo pero muy interesante para conocer el pensamiento de Jorge Herralde, sobre el mundo editorial de nuestra época y su aproximación a varios escritores.

Francisco Martínez Bouzas

"A LA SOMBRA DEL TIEMPO""

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Paisaje
Ricardo Martínez-Conde
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2016, 76 páginas.

  A pesar de su tardía incorporación a la poesía -se dio a conocer en los años noventa con un poemario en gallego, Lento esvaece o tempo, y su primera obra lírica en español, Los argumentos de la tarde es de 1991-, Ricardo Martínez-Conde es hoy en día autor de una extensa obra lírica escrita y publicada tanto en gallego como en español, con aportaciones importantes además  en el terreno de la prosa y del ensayo. Ricardo Martínez-Conde es uno de los poetas que, en esa década de los noventa, contribuyó con su personalísima forma de poetizar a la superación de la resaca culturalista en la poesía gallega. Con una calidad literaria innegable y un estilo tan definido que es reconocible, la escritura poética del autor nacido en Aldariz-Sanxenxo hizo posible una productiva convivencia entre el poema prosificado y el lirismo en variadas formas poéticas (versos cortos, haikus, líneas versales de amplio recorrido…). Su arma preferida a la hora versificar será una lengua sencilla, cercana a lo coloquial y con una cadencia rítmica no muy alejada de la prosa. Todo ello hace que Ricardo Martínez-Conde goce actualmente de un nombre propio, fruto de la valía de su trayectoria.
   Paisaje,su último poemario en español, concentra su foco de atención en una lírica que no es ajena al autor ya desde su primera obra en gallego: en la interiorización y evocación melancólica del paisaje, de las realidades de la naturaleza, para poder expresar de forma plástica, serena y sencilla, pero con fuerza reveladora, reflexiones de carácter metafísico y existencial, los grandes temas atemporales como el paso del tiempo, el destino, la memoria, la fugacidad de los seres, las perturbaciones angustiosas del ánimo, la esperanza, la noche del alma, la incertidumbres, el amor, el miedo cotidiano, el destino…
   Sesenta y seis poemas que se caracterizan, casi todos ellos, por estar dotados de una perspectiva subjetiva, que giran en torno a un yo que osmotiza la realidad física o exterior desde su punto de vista, y en los que el objetivo principal no es la descripción de lo externo, sino la expresión de la interioridad de las sensaciones y sentimientos. La palabra no tiene pues sentido por sí misma, sino como vehículo transmisor del interior del poeta: el azul del mar recuerda los días felices; el cielo, ese “cielo manual” es recordación del Cielo y del Destino; los sonidos y colores, cada uno en su lugar y en su hogar, nos advierten, nómadas como somos, de nuestro tránsito, de nuestro destino; la sombra de la nube y su extraño paisaje que nos señalan nuestra condición de  “no-ser” que “todos aceptamos en silencio”; la sombra que miramos y que encierra una luz que nos convoca hacia una inesperada aventura; esa luz veraniega que le hace pensar a la voz poética que es, que existe; el cumpleaños del amigo que le recuerda cómo el tiempo ha ido pasando; las blancas piernas maternas y su blanca entrega que evocan en el yo poético su fracaso a la hora de imitarla; el vuelo de la mariposa “que invita a recordar / que algo florece lejos”; las hojas otoñales que se suturan con el yo  en “una comunidad de espera”; la mirada a los objetos que impulsan a establecer una relación con la voz poética, que “es como mirar hacia mi”; la sonrisa tan pasajera como el mismo vivir. O, en fin, el fecundo silencio de la rama del poema que clausura el libro, que en su origen fue una semilla, pero ahora nos surte de frutos reales.
   Poemas de profundo e indiscutible calado filosófico que se interrogan sobre los grandes temas en los que se cimienta el ser humano, que cuestionan el valor de la libertad y nos invitan a meditar sobre la fugacidad del tiempo desde múltiples formulaciones (“la sordina del tiempo”, “el tiempo es el susurro”, “el tiempo cuenta, predispone”, el tiempo que es “como el ser, viva espera”. O cavilan sobre la concepción materialista-dialéctica de la existencia, como revelan los magníficos poemas en los que se cita a Epicuro o el dedicado a Lucrecio. Ese “certo que  non hai cousa por derriba das cousas” que poetizara otro gran vate gallego, lo expresa Ricardo Martínez-Conde en un hermosísimo poema que no me resisto a reproducir: “Tomó de cada cosa el ser. / Tomó de cada nombre el nombre. / Tal fue el origen / ya inmutable e infinito, / pues no hay otro. / Tiempo y espacio; / un dios y un vago itinerario / indecible. No hay nada más / No existe nada más” (página 63).
   Poesía sapiencial como se ha escrito, ajena a barroquismos y a vanos artificios, en la que el poeta busca y consigue el término exacto, la palabra apropiada. Con significativos recursos como el abundante empleo de los paréntesis -una llamada de atención quizás sobre la presencia de la voz poética-. Poesía cristalina, con elevada concentración conceptual para degustar al abrigo de una lectura profunda y sin prisas.

Francisco Martínez Bouzas

                                                    
Ricardo Martínez Conde

Selección de poemas

Mar

“Espero que nada turbe lo que pienso:
me gusta la afinidad con el mar.
Es casi azul y casi amigo (a veces gris,
indiferente, simula no querer escucharme.
Pero lo hace sin duda; luego
me lo recuerda)

Es grande como el viento, móvil
como la extensa lluvia de los días felices”
(página 12)

…..

“La muerte es tan fiel como el agua, y
como ella me forma y recorre y guía
con la lentitud de lo necesario
(Apenas reclama, siendo su discreción
un paradigma de intriga y armonía)

Guarda y me guarda. Vive y me vive
con la intimidad de una costumbre.
Y solo cuando está muy cansada
pide  mi compañía; pide para sí.”
(página 26)

…..

“Miradme hojas. Sí, vosotras, las últimas
del  Otoño que guardáis la memoria
del año para verterla luego en ceremonia
(ese elaborado fervor estético al caer)

Pocos quedan que quieran recordar; esos
huyen, pero huyen de sí ¿Cómo puede ser eso?
¿Habrá justificación humana en algo así?

Miradme hojas. Juntos formamos
una comunidad de espera:
sin palabras, siempre innecesarias
(ahora ya innecesarias)”
(página 41)

…..

“Verum in nubibus”

“Si miro al cielo pienso en la vida
(un gesto  cualquiera, el más mínimo, es
capaz  de despertar intimidad o decepción)

Si miro a la vida, pienso en las nubes
(¡qué cantinela la suya; el viajero distraído!)

Cada día se reserva para sí aquello
que  ya hemos pensado un día a solas”
(página 51)

…..


“La sonrisa se atiene al gusto,
a lo contado; así es el vivir.
¿Y qué otra verdad hay
sino esa sensación?

Epicuro ha querido decir
que soy en la medida en que existo.
Es decir, ser es vivir.
A uno y otro lado ya el vacío.

¿Y ha dicho algo distinto de cuanto
pensamos a solas?

A solas, eso es vivir”
(página 64)

(Ricardo Martínez-Conde, Paisaje)

EL ENVÉS DE LA REALIDAD

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El juego del revés
Antonio Tabucchi
Traducción de Carlos Gumpert
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 183 páginas.

   Anagrama publica la que parece ser la edición definitiva de Il gioco del rovescio  que Antonio Tabucchi escribió a partir de 1978, aunque no fue editado hasta 1981. La primera edición española es de 1986, y con relación a ella, la nueva traducción añade dos relatos que habían  aparecido, junto con otro que Tabucchi decidió eliminar, en la edición de Los volátiles del Beato Angelico; más otro relato, “Fuegos artificiales”, inédito hasta ahora en español. El mismo Antonio Tabucchi (Pisa, 1943 – Lisboa, 2012) nos ofrece, en un breve prólogo de carácter informativo, una sucinta exégesis de alguno de los relatos. Admite que el primero, “El juego del revés”, a pesar de que ni el mismo escritor haya sido capaz de entender la relación que puede existir entre su vida personal y los libros que escribe, conserva un cierto reflejo autobiográfico. Otros tres relatos (“Teatro”,  “Paraíso Celeste” y “Voces”) le fueron contados y él se limitó a añadir la forma de relatarlos. El resto son prosas que nacieron sin ningún nexo con lo conocido o lo vivido.
   Pero tanto unos como otros comparten el mismo aire de familia: “una cosa que es «así», era sin embargo de otra forma” (página 12). Un rasgo distintivo que el autor de esta nueva traducción, Carlos Gumpert, en un buen trabajo sobre Antonio Tabucchi, ajeno al prólogo, interpreta como algo seminal en la poética del escritor toscano, aprendido de Pessoa, es decir el concepto del “revés de las cosas, símbolo de nuestra incapacidad de conocer la realidad.”
   Sabido es que Tabucchi se alimenta, en buena medida de la obra del maestro del disfraz y de los heterónimos. Fernando Pessoa, pero también de Borges y de Scott Fitzgerald; y en estos relatos se patentizan varias de las obsesiones del genial escritor portugués: el revés de las cosas, como ya señalé, el relativismo de la verdad, el peso de los recuerdos, el genial “pecado” fernandino  de escudriñar la esencia  de las cosas desde otras perspectivas. Precisamente por eso, la coprotagonista del primer cuento, Maria do Carmo Meneses de Sequeira reitera ante el narrador que Pessoa es un gran genio porque supo comprender el otro lado de las cosas, de lo real y de lo imaginado, “su poesía es un juego del revés”. Porque para Tabucchi el descubrimiento de que aquello que vivimos puede ser narrado de otra manera constituye un profundo giro cultural. Justamente el envés de las cosas se yergue entonces como la gran clave interpretativa de la obra narrativa del escritor.
   Es así como Maria do Carmo alcanza su reverso en una narración basada en el cuadro Las Meninas de Velázquez. Estambién así como en el relato “El Pequeño Gatsby”, en el que afloran los recuerdos de las vivencias de un hombre en relación con su esposa, Fitzgerald se convierte en el pequeño Gatsby. O el poeta Dino Campana en “Vagabundeo”, uno de los relatos sin “domicilio fijo” viaja en el carromato del mercachifle Rogolo regalando arte encerrada en pequeños papelitos que  reparte de casa en casa hasta llegar a Canossa. En “Carta desde Casablanca”, el segundo relato, Tabucchi nos permite leer la carta fantaseada de un travestí argentino nacido en Italia dirigida a Lina, su hermana. Se hace llamar  Giosefine, el entrañable apodo con el que llamaban a  una palmera a la que los dos querían entrañablemente; y le da cuenta de su vida hasta su primera actuación como mujer. En otro de los relatos, “Teatro”, un recién licenciado en Ciencias Políticas y Coloniales, recuerda, cuatro años después de su llegada a la colonia portuguesa de Mozambique, la cena y la sesión teatral a la que fuera invitado por un diplomático inglés. El teatro al que asisten, se desarrolla en un viejo galpón de madera y, en ese escenario, el inglés interpreta distintos papeles de Shakespeare. Tabucchi nos presenta en este cuento que le contaron, el juego del doble y también del envés, ya que el diplomático había sido un gran actor shakesperiano, desaparecido sin embargo del mundo civilizado. En fin, “Dolores Ibárruri llora lágrimas amargas” es el relato más breve y en él, Tabucchi hace aflorar los recuerdos de una madre sobre su hijo asesinado. También aquí juega Tabucchi con el reverso, en este caso  de una persona, porque la historia que han hecho circular, se contrapone a la visión que ella tiene del hijo asesinado.
   Tanto en los cuentos a los que he aludido expresamente, como en el resto, Tabucchi se propuso captar el revés de las cosas, darle cabida a otros puntos de vista, a aquellos que normalmente quedan ocultos en las sombras, alejados de la visual predominante. Quizás su profundo conocimiento de Pessoa indujo al joven Tabucchi a reflexionar sobre la naturaleza contradictoria de lo real, sobre su esencia compleja y múltiple. El juego del revés consiste así mismo en ponernos en lugar del otro, en asumir su forma de pensar y de querer. Y todo esto expuesto con los efluvios de una prosa alejada de cualquier giro rompedor. Una prosa pausada, intimista, reflexiva, tersa y limpia, pero capaz de expresar lo etéreo y lo liviano. Una prosa de la que Antonio Tabucchi fue el gran maestro y un insuperable orfebre.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Antonio Tabucchi

Fragmentos

“Cuando Maria do Carmo Meneses de Sequeira murió, yo estaba mirando Las Meninas de Velázquez en el Museo del Prado. Era un mediodía de julio y yo no sabía que ella se estaba muriendo. Me demoré contemplando el cuadro hasta las doce y cuarto, después me alejé lentamente procurando  transportar en mi memoria la expresión de la figura de fondo, recuerdo que pensé en las palabras de Maria do Carmo: la clave del cuadro está en la figura del fondo, es un juego del revés; crucé los jardines y cogí un autobús hasta la Puerta del Sol, comí en el hotel, un gazpacho bien frío y fruta, y fui a acostarme para engañar el bochorno meridiano en la penumbra de mi habitación. Me despertó el teléfono a eso de las cinco, o tal vez no me despertó, me hallaba en un extraño duermevela, fuera zumbaba el tráfico de la ciudad y en la habitación zumbaba el aparato de aire acondicionado, que, en mi conciencia era en cambio el motor de un pequeño remolcador azul que cruzaba el estuario del Tajo al atardecer, mientras Maria do Carmo y yo lo observábamos.”

…..

“Rodolfo murió en diciembre del año sesenta y uno, ya se lo he dicho, se pasó los últimos días muy inquieto, pero no por la enfermedad, estaba angustiado por lo que estaba sucediendo en el mundo, o sea en Rusia, no sé exactamente  qué, sé que Kruschev  había revelado las atrocidades cometidas por sus predecesores y él se atormentaba, ya no dormía, ni los somníferos le hacían efecto, después un día llegó una carta para él, el remite decía: La Pasionaria, Moscú. Y dentro estaba escrito: Dolores Ibárruri  llora lágrimas amargas.
Pues eso, era así mi hijo. ¿Qué le han hecho? He visto su foto en los periódicos, le han hecho pedazos, y yo ni siquiera he podido verlo, han escrito que ha hecho cosas… me falta valor para decirlo…atroces. ¿Han dicho atroces? Pues usted ha podido escuchar otra historia, la historia de una persona a la que usted conoce, yo le he hablado de mi Piticche, le agradecería  que no mencionase ese nombre en su periódico, discúlpeme si lloro, no quería llorar pero las lágrimas se me salen solas, ¿qué hago bien en llorar?, tiene usted razón, hago bien en llorar.”

…..

“Rogolo se sentó y Dino le explicó en qué consistía su aportación. Consistía en embellecer cada hojita con una frase artística, porque era bello que el arte llegara así a la gente, llevada por el pico de un loro que elegía al azar entre las hojitas del destino. Y aquella era la extraña función del arte: llegar con el azar a personas al azar, porque todo es azar en este mundo, y el arte nos lo recuerda, y por eso nos pone melancólicos y nos reconforta. Nada explica. Como no explica el viento: llega, agita las hojas y los árboles quedan atravesados por el viento, y el viento vuelve y se marcha.”

(Antonio Tabucchi, El juego del revés, páginas 15, 110, 164)

TRES HISTORIAS DE SALVACIÓN

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Historia de Irene
Erri De Luca
Traducción de Carlos Gumpert
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2016, 137 páginas.

   Erri De Luca (Nápoles, 1950) está considerado por la crítica y por los lectores como uno de los escritores italianos actuales más importantes. A pesar de su debut tardío en 1989 con Aquí no, ahora no y de que él no se considera un intelectual, porque los intelectuales son capaces de defender aquello en lo que no creen y él no está dispuesto a hacer eso: solo defiende causas en las que cree, (por ejemplo dándoles voz a los vecinos del Valle de Susa y alentándoles en 2013 a la movilización civil contra la línea de alta velocidad Turín–Lyon) sus obras son un claro ejemplo de compromiso a favor de los más débiles, de las víctimas y de los oprimidos por los poderes. En sus obras, e incluso en su forma de entender la vida, homenajea a Georges Orwell que le incitó a ser anarquista; a los relatos de Kolyma de Shalanov que le convencieron de la  fuerza de la resistencia; a los laberintos eruditos de Borges que le abrieron el tercer ojo para poder asomarse a las profundidades mitológicas; a Pasolini que le instigó a tener opiniones propias en discordancia incluso con las suyas; o a Salman Rushdie porque con Los versos satánicos provocó que algunas personas saliesen a la calle a defender la libertad de expresión. Erri De Luca es hoy un de las voces más potentes que se dejan sentir en Europa contra la inmigración condenada a naufragar y morir en las costas del Mediterráneo.
   Historia de Irene, uno de los dos libros  que Erri De Luca regaló a los lectores en español a finales de 2016, es una colección de tres relatos que el autor clausura con un sintético e ilustrativo colofón -“Mi deuda griega”- de solidaridad con el pueblo heleno. El tríptico narrativo funciona como una “fábula mediterránea”, aunque sin moraleja. Tres historias de mar que se inician con la que rotula el libro: “Historia de Irene”.
   El primer relato está protagonizado por Irene, un personaje fascinante. El mismo Erri De Luca cree que jamás encontró en la literatura una criatura con su altura humana. En este relato, el escritor  napolitano cuenta la historia de una niña salvada en el mar por los delfines y que crece sola en una isla griega. De día vive en tierra firme, mas al llegar la noche se adentra en el mar y se une a su verdadera familia. Con catorce años queda embarazada pero nadie sabe quién la montó. Irene le cuenta su historia a un extranjero que está de paso, alter ego del narrador. En Irene se dan cita la vida humana y la animal. Ella representa la alianza entre la tierra y el mar. “Historia de Irene” es una parábola ungida por el lirismo. Un relato privado de trama pero rebosante de observaciones profundamente poéticas. La historia de una chiquilla, huérfana en tierra, que tuvo que buscar en las aguas marinas el afecto y el calor familiar: “La tierra firme le ha sido madrastra; el mar, en cambio, la abraza y la acaricia” (página 71).
   El segundo relato, “El cielo es un establo”, es la historia de cinco fugitivos de las represalias alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, que se encuentran en un establo e intentan salvarse atravesando el mar que separa Sarrento de Capri, tierra liberada. En la frágil barca a remos en la que surcan el mar, encuentra un puesto un judío que mantiene una intensa relación con uno de ellos, el padre del escritor. Un especial encuentro que nace entre el practicante y orante de una religión desconocida y el padre del narrador, ateo convencido. El relato es el rescate de las vivencias bélicas del subteniente Aldo De Luca. Una huida a través del mar. Otros italianos ensayaban esos mismos gestos subiendo a las montañas para acosar de forma clandestina a los ocupantes alemanes. Mas este segundo relato no solamente habla de una huida en la Segunda Guerra mundial. Erri De Luca nos recuerda que en nuestros días hay peces que se nutren de cadáveres, de hombres, de mujeres y de niños desesperados que huyen en frágiles barcazas intentando alcanzar la frontera que separa el primer mundo de la miseria y de la guerra y en las aguas del Mediterráneo naufragan sus vidas y sus esperanzas.
   Finalmente en el tercer relato, “Algo de lo más estúpido”, reconstruye Erri De Luca la historia de un anciano extremadamente delgado, sin dientes, mal tolerado por la familia, que se aleja de la casa a pesar del frío viento invernal y se acurruca en una oquedad en el acantilado, protegido del viento y con el sol calentando su cuerpo. El deshielo de su propio cuerpo provoca que se le escapen lágrimas de felicidad, a la vez que revive los recuerdos de sus días de soldado, encerrado en un buque de guerra bombardeado. Una historia de lucha por la vida, con el final de la voltereta que le lanza al mar, para dejar de ser una molestia.
   Tres historias de salvación que tienen al mar por escenario y que acontecen inesperadamente como traídas por el viento. Historias dulces y amargas que el escritor italiano nos transmite en una resplandeciente y a la vez sencilla prosa poética, que se sutura con la profundidad de las tramas a pesar de su aparente sencillez.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Erri De Luca
 

Fragmentos

“Es lo que rodea la noche, el mar de puntitos iluminados desde el horizonte hacia arriba.
La piel de Irene está tupida de vello amarillento, una capa de flores de retama. Su olor es salobre, a barco de pesca.
Su nariz se frunce para oler mejor y a su alrededor se arrugan sus pecas de ciruela.
Los ojos de Irene no enfocan. Estoy en su campo visual y me atraviesa.
No es que me excluya, sino que sus ojos omiten fijarse en un punto.
Quién era su gente. No lo sabe, la recogieron en la playa después de una tormenta.
Se crio en la casa del pope, ordeñaba sus cabras, se ocupaba de sus ovejas.
Dormía en su cocina, sobre una estera.
La aldea es devota, las funciones de los días de fiesta los reúnen a todos, menos a Irene y a dos ancianos comunistas…”

…..

“Irene se une cada noche a la familia de los delfines, once con ella, guiados por una hembra adulta.
Por ellos vacía las redes sin romperlas, baja hasta el fondo y separa de los cebos las anchoas, los trozos de calamar, abre las nasas.
Con la navaja italiana libera y salva a su gente, enredada en alguna red.
Está con ellos mientras dura la noche. Es coetánea de los delfines, una hembra y un macho.
Crecieron juntos, explorando los juegos hasta la llegada de la  madurez.
Irene tuvo la primera sangre en el agua, la familia expandió la noticia con sus colas.
Surgieron de la profundidad los tiburones para degustar algunas gotas del brindis por la madurez de Irene.
Hubo saltos de colas al cielo y recaídas clamorosas para celebrar la sangre nueva. Los más altos eran los de su coetáneo, a ella prometido por la hembra madre, que retuvo a su hijo a la espera de la fertilidad de Irene.”

…..

“No hacía mucho que se encontraba bajo las mismas estrellas vivaqueando al borde del río Voiussa, donde las truchas se saciaban con los cuerpos jóvenes de los nuestros, enviados al tiro al blanco de los griegos por aquel jactancioso asomado al balcón.
El subteniente no probaba el pescado engordado a base de cadáveres, no variaba el rancho con la abundancia capturada por la técnica furtiva de la bomba hecha explotar a ras de agua.
No hacía mucho que las mismas estrellas eran chinches pegadas al techo, polvorientas, arrogantes. En las noches de la casa de labranza se las reencontraba como enfermeras con bata blanca que velaban la crujía de hombres tumbados a la espera.”

(Erri de Lucca, Historia de Irene, páginas 20-21, 66-67, 101-102)

LAS ENTRETELAS DE UN ADULTERIO

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Jugaban con serpientes
Francisco Solano
Editorial Minúscula, Barcelona, 2016, 150 páginas.

   La obra narrativa del escritor y crítico literario Francisco Solano (Burgos, 1952) constituye uno de los recintos más singulares y desconocidos, y a la vez más sólidos, de la actual literatura española. Una obra frecuentemente emparentada con la mejor tradición literaria centroeuropea. Una narrativa consiste que se manifiesta tanto en la novela como en el relato breve. Tal es el caso de Jugaban con serpientes, una novela breve o un relato largo, editado recientemente por Editorial Minúscula, que le ofrece al lector una original visión reflexiva de una relación adúltera. No son ajenas a la literatura las tramas basadas o derivadas del amor adúltero, un tema humano conflictivo y delictivo en algunos casos, al menos en el territorio de las conciencias, y por consiguiente propicio para su novelización.
   La infidelidad ha nutrido novelas memorables en todos los tiempos, como Las amistades peligrosas de Chordelos de Laclos, Rojo y Negrode Stendhal o Madame Bovary de Flaubert. Pero lo que en ellas suele primar es la imaginación de aventuras y transgresiones, la pasión de vivir plenamente un raudal de emociones, la descripción excitante de los sentimientos, las consecuencias de la infidelidad, considerada por ejemplo como uno de los grandes vicios desorganizadores de la vida social.
   El tratamiento literario del adulterio con el que Francisco Solano desarrolla su novela, camina en otra dirección: es un intento de comprender la infidelidad por parte de un anónimo narrador, “el otro”, amante ocasional de Cristina, una mujer casada. Un verdadero triángulo amoroso en el que el protagonista más importante es el personaje ausente. El marido al que engaña su esposa, y cuya vida enigmática y personalidad borrosa lo convierte en un fardo en los brazos de su cónyuge, que acepta tal situación para no parecer una viuda reciente.
   La novela, más que de acciones o de relatos de encuentros clandestinos -muy escasos por cierto-, se alimenta de reflexiones sobre las motivaciones de los adúlteros y de una imaginaria reconstrucción de la personalidad del marido engañado. El anónimo narrador confiesa haber sido amante de muchas mujeres casadas, pero un amante adiestrado en el arte de saber escabullirse cuando el matrimonio renueva su confianza. Piensa pues que la infidelidad, seguida de un supuesto sacrificio, contribuye a la estabilidad de las parejas, ya que cumple una misión delictiva a la que seguirá inexorablemente una cancelación. Por eso mismo, se sentía útil. Se adaptaba al modelo de amante furtivo, cedía a comportamientos parecidos al amor, aunque solamente fueran una interpretación, y medía sus palabras para que la relación no se prestara a equívocos sentimentales. Y es consciente de que le debe al marido de la adúltera el hecho de que Cristina le hubiera elegido para consumar sus deseos sexuales, y acto seguido huir de la cama debido a la necesidad que ella sentía de volver con Santiago, su marido, y ocupar de nuevo su lugar de mujer casada. Una relación adúltera que en el fondo no es más que un intercambio de servidumbres.
   El tercer componente del triángulo es el marido ausente, un hombre borroso, huidizo, con propensión a ser un fantasma para acostumbrar a su mujer a su ausencia. Aparece revestido de la imagen que de él se forma el narrador, tras haberle conocido superficialmente. Una imagen que convertía en virtud la deslealtad y las maniobras extraconyugales de su esposa.
   Así pues, un relato sobre las razones profundas de un adulterio en el que ninguno de los protagonistas del mismo está dispuesto a verse en otra condición que no sea la de amante. Con abundantes e incisivos interrogantes tanto sobre al adulterio, su naturaleza, su finalidad (quizás el amor clandestino no se opone al matrimonio sino que lo fortalece), como sobre la relación de pareja y su inevitable erosión: “Las relaciones no se terminan si no se rompen, pero se dejan desgastar” (página 108). Una historia más interior que exterior que el autor desarrolla con una lógica irrefutable y con una prosa intensa y minuciosamente labrada, rica y poderosa.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Francisco Solano, Fotografía de Gloria Gauger

Fragmentos

“Fui el otro con Cristina, y con Amelia, y con Viviana, y con… La enumeración sería equívoca y tormentosa; basta declarar que no me faltaba experiencia en ser relegado, y al cabo me adiestré en escabullirme cuando el matrimonio renovaba su confianza; antes de que el nuevo régimen exigiera la supresión del amante (sospechado, pero no confirmado). Mi sacrificio contribuía, pues, a la estabilidad, y ninguna mujer me lo agradeció. Cumplía una misión delictiva, pendiente de una cancelación anunciada; pero no puedo negar que, al descomponerse la dirección de mi deseo, no podía evitar la sensación de haber sido útil, no a la fatal adhesión del corazón de una mujer, sino al acatamiento de un pacto económico; durante dos semanas, o tal vez tres, yo era un cuerpo abolido y desorientado. La tarde en que, asaltado por el recuerdo de Cristina, sentí aquel ímpetu de derroche (un vestido no es un detalle) caí en la cuenta de mi debilidad, y empecé a temer el momento de la cancelación.”

…..

“No esperaba de su parte ninguna precipitación, y yo me veía más bien arrastrado, aunque también complacido. El azaroso encuentro tomaba un rumbo que me excedía: ella me conocía por un nombre falso, pero no iba a entrar en una casa ilusoria. En el ascensor tuve la tentación, y busqué en sus ojos la indulgencia que podría venir de la sinceridad, pero parecían ansiosos por diluirse en su pigmentación, en el marrón veteado de las nueces, y más que replicar a mi mirada se diría que la recogía para distribuirla por todo su cuerpo. Se apoyó con languidez, extendió los brazos y bajó pausadamente los párpados, como vencida por algún cansancio. No era sinceridad lo que ella quería, sino la turbulencia de la ignorancia. Ya dentro de la casa se asomó al balcón, y en la silenciosa contemplación la vi envuelta en una suave melancolía, enfrentándose a un dolor que persistiría más allá del placer. Me pidió luego que apagara la luz, y cuando entró en la cama su cuerpo, simultáneamente fresco y agrio, olía a adolescencia triste; su boca, sin embargo, escondía un dulce fango con insólitos peces vivos.”

…..

“Nada impide  a una mujer casada y a un hombre sin compromiso dormir juntos a cualquier hora del día, si así lo deciden ellos contra las circunstancias, pero se interponen tantos factores que, a la hora del pacto, cada uno debe olvidar de dónde viene y conciliar armónicamente voluntad y deseo. Y lo peor es que, si se logra (y ciertamente se logra, aunque sea un instante) nos afiliamos a la fatalidad, y lo que había sido un tanteo de fascinación y torpeza, un juego de equívocos, predomina después en el ánimo. Hay en ese lapso una predisposición al reencuentro que solo necesita un aviso. Si aceptamos esa llamada, comenzamos una peripecia sentimental, una fábula con progresión y desenlace, y con la conclusión viene el registro, la archivística de la memoria, y a partir de ahí se construye la narración moral del idilio, nuestra participación agradecida o insensata en la historia del deseo.”

(Francisco Solano,Jugaban con serpientes, páginas 18-19. 38-29, 117-118)

LA "IMPUDICIA" DE HABLAR DE LA MUJER

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Impúdicas
Arabella Salaverry
Uruk Editores, San José (Costa Rica), 2016, 145 páginas.

   Poeta y actriz de raíces caribeñas y de larga trayectoria, Arabella Salaverry realiza en Impúdicas una afortunada exploración en el territorio de la prosa. Un libro que llega avalado  por el Premio Nacional de Cultura Costarricense 2016 en la categoría de cuento, galardón concedido el 30 del pasado mes de enero. Su obra poética decididamente combativa a favor de la mujer -recuerdo Dónde estás Puerto Limón- cede ahora el paso a la prosa para librar la misma batalla por la mujer en el territorio literario del relato de mediana extensión, y cuyas substancias diegéticas más profundas provienen de los materiales que Arabella Salaverry atesoró en el tiempo y en el espacio de la infancia, en ese Limón tropical, “lleno de abanicos verdes” , pero también del universo femenino, engullido por el silencio, por la invisibilidad que tantas mujeres soportan en geografías no solo tropicales.
   Un libro rotulado con un título muy sugerente y que sí, tiene que ver con el decoro y la desvergüenza porque Arabella Salaverry tiene el impúdico descaro de tematizar en sus cuentos aquello de lo que no se habla: de las mujeres, olvidadas en su verdadera y plena condición de seres humanos, sujetos dotados de la misma dignidad que los varones. Sobre esas mujeres silenciadas que buscaban y buscan “horizontes para su miseria” (página 23) giran los relatos de Arabella Salaverry. Historias de mujeres de todos los nombres, apellidos y continentes pero a los que la narradora bautiza con sobrenombres que empiezan por a. De ellas  y sobre ellas escribe Arabella. Sobre sus torturas, bofetadas de la vida, destierros, angustias, soledades, esperas, destinos marcados para siempre, amores contrariados, o amores que casi terminan en besos, o que florecen montados en una bicicleta; sobre sueños femeninos eludidos para protegerse la niña de la mano canalla que pretende invadir sus rincones tibios; sobre esa capacidad de sobrevivir gracias al olvido; sobre recuerdos turbios o manos dulces en contraposición con la que habita en la memoria porque el cuerpo no olvida las marcas del placer pero tampoco las de le vejación; sobre mujeres que pierden sus alas de ángel ante la furia masculina abriendo sus carnes porque las mujeres siguen sin ser dueñas de ese territorio limitado que es su cuerpo (página 74).
   Una inmensa geografía de lo femenino herido, vejado, en la que la voz narrativa homenajea a la mujer ultrajada de todos los siglos y de todos los territorios, aunque la narradora las localiza en el trópico centroamericano. “No es fácil ser mujer, esa construcción de la sociedad”. Así reflexiona en uno de los relatos la autora. Y frente a esa constructo social, Arabella Salaverry se muestra abiertamente combativa, y lo hace narrando en positivo las rebeldías femeninas, las ansias de libertad, las excentricidades, las múltiples formas que algunas mujeres eligen para estar en el mundo.
   Mas la voz acusadora de Arabella Salaverry no está reñida con la evocación, y como en duermevela -así titula la autora la segunda parte de su libro- evoca, en historias posiblemente extraídas del arcón de la memoria infantil, a figuras femeninas, algunas tan entrañables como la de la abuela y su deseo infantil de estar a la última moda, a pesar de haber parido doce hijos que quizás fueron sus felicidad, pero también su cárcel. Otras tan trágicas como la de Amanda, colgada de una viga con la cadena de su perro. O los trastrueques mentales de Alina, su espíritu independiente que le hace permanecer sola en el ojo de la tormenta de las acusaciones.
   Recordación así mismo plasmada en prosa vigorosa y nostálgica de instantáneas grabadas en las pupilas de la memoria: la tarde del circo furtivo que emociona a la niña; la de la mujer que se muere de pudor o tal vez de soledad. Y escenas familiares teñidas con la magia de los trópicos. Así como las amistades y los amores femeninos capaces de abrir las puertas de la libertad y permitir emprender el vuelo.
   Un libro marcado en femenino, que homenajea a las mujeres,  a las que callan ante los victimarios y a aquellas que están convencidas de que la vida es imperiosa y, por lo tanto, asumen su empuje y tiran siempre para adelante. Todo ello absorbido lingüísticamente en un estilo de prosa tan sensorial que nos traslada a los trópicos, a las costas caribeñas y se viste de todos sus colores y olores. Ese mar omnipresente en la obra literaria de Arabella Salaverry, y que siempre alivia, que es medicina infalible, que acomoda las cosas (página 54).

Francisco Martínez Bouzas

                                               
Arabella Salaverry

Fragmentos

“De nuevo pensó en qué momento se torció su destino. Cómo y por qué había ido a parar a ese puerto perdido, Puerto Limón, en esa América  inhóspita por lo salvaje, por lo exuberante, tanto verde y tanta selva, árboles que no terminan nunca tapando el sol y perdiéndose en lo alto, humedades y selva, tan lejos de su casa, tan lejos de su Muelle de San Beltrán allá en su Cataluña extraviada, donde llegaba en las tardes de verano a escuchar el sonido acompasado del mar, de su Mediterráneo doméstico y familiar. ¿Qué hacía allí, en aquel lugar húmedo y endemoniadamente caliente, embutida en el vestido de manola, si su vida había quedado en Barcelona? ¿Qué hacía allí frente a ese mar de altas olas entre palmeras y perezosos? Y además, ¡bailando flamenco!”

…..

“En ese mundo distinto, al que llegó empujada por su destino de tortura y de miedo, empujada por el dolor que se cobija sordo cuando tu país se transforma en un manto helado en donde el temor es el amo, y donde cualquier paso en falso puede significar la muerte, Azucena se mantiene latente. No está viva. Sabe que el pasado está en el pasado, -su universidad, los compañeros, las huelgas y las manifestaciones- pero salta en los momentos menos oportunos y produce un temblor, una agonía que no se agotan. Existe un país de picana y de cepo, un país de manos que ensucian, cortan la piel con cuchillo y con aliento, donde sus nichos sagrados fueron invadidos, donde sus senos jóvenes fueron palpados  una, otra vez, unas manos, otras, dolor aún después del dolor, sus rincones manchados, más dolor, un país del cual ella trabajosamente pudo huir, y el que menos quiere recordar. Un país que fue el suyo y que ahora se ha transformado en un recuerdo turbio. Le ha tomado mucho, mucho olvidar. Y a pesar del tiempo a veces cree que no lo ha logrado.”

…..

“Una fiesta. Lo mejor del puerto a la orilla del río. Las palmas reales se disparan al cielo y los macizos de ginger con sus enormes hojas de verde inconcebible, sus flores furiosas salpicando de rojo el verde desbocado de la vegetación que al menor descuido se desborda. Las mesas cubiertas con manteles de lino, el aire tibio que llega desde el mar mece el ambiente. Una larga hilera de negros pulcros en sus trajes blancos sirve de mil formas distintas el pescado. Mientras los músicos desde una tarima ponen su esfuerzo en tocar sus instrumentos, el capitán holandés del barco que había atracado ayer se deja estar mirando atentamente las piernas de Aura y su cabello rojo, percibiendo el olor agridulce que despide. Ella no se siente bien. Un dolor improvisto la recorre, pero no la derrota. Ese día lo más importante es la fiesta, el atardecer en el río y la luna dispuesta a iluminar en cualquier momento.”

(Arabella Salaverry, Impúdicas, páginas 21-22, 51-52, 100)

REESCRIBIR A POLIDORI Y A FRANKENSTEIN

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Bravura
Emmanuel Carrère
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 355 páginas.

   Editorial Anagrama recupera una vez más una de las novelas estrictamente ficcionales de Emmanuel Carrère (París, 1957). Ya lo había hecho con El bigote y con Una semana en la nieve. Bravura no es lo último de Carrère. El original francés (Bravoure) fue editado en 1984 y es una de las primeras novelas del escritor antes de que se decidiese a retratar la realidad como en las ficciones, desarrollando ese estilo tan característico que le ha consagrado como uno de los narradores más leídos de todo el mundo.
   Bravura es una tentativa de rescate literario de la figura de John William Polidori - “El pobre Polidori” como lo definió Shelly- médico y secretario de Lord Byron y escritor menor y olvidado a la sombra de aquel. En el arranque de la novela encontramos a Polidori, en una penosa madrugada, “atrincherado” como un vagabundo en el Soho londinense, consumido por el láudano que le proporciona una joven prostituta, junto con un mendrugo de pan. Su vida, desde que se unió a Lord Byron, no ha sido más que un lento derrumbamiento, un envejecer a sacudidas periódicas, con una existencia muy alejada del Polidori rico, célebre por sus poemas y tragedias ávidamente leídas. Ese ha sido su sueño: destacar en el campo de las letras, no en el de la medicina. Pero ya no es más que un encadenado al opio, tras un suicidio frustrado. Sumido en esa postración, repasa su vida desde el viaje al continente ejerciendo de médico / fámulo de Byron. Tenía veinte años. Tras reivindicar inútilmente la autoría de El vampiro, vagó borracho por Londres, convencido de que su reputación es la de un payaso, un iluminado sin brillo. Y recuerda que cuatro años antes le había soplado a Mary Wollstonecraft la idea central de Frankenstein. En efecto, una noche de junio de 1816, en Villa Diodati, para  consolarse del frío verano del siglo, provocado por la erupción de un volcán en los Mares del Sur, Lord Byron propone a sus invitados Percy Bysshe Shelly, su amante Mary Wollstonecraft, Claire Clairmont, hermanastra de Mary y a John William Polidori escribir cada uno un relato de terror. Todos inician la tarea, pero solamente Mary y el médico la concluyen. Crearán respectivamente Frankenstein o el moderno Prometeo y El vampiro.
   Polidori ve publicado su manuscrito de El vampiro pero atribuido a Lord B, y se siente doblemente resentido porque el triunfante Frankenstein del que todo el mundo habla es el fruto de la utilización de una idea suya por Mary Wollstonecraft. Incapaz de sobreponerse a la amargura y a la frustración por lo ocurrido aquella noche en Villa Diodati, su vida transcurre en caída libre: un fracasado que solo halla consuelo en el opio.
   En este paria se centra la novela de Emmanuel Carrère al que sigue y sobre el que novela en un penetrante juego de espejos. Contemplamos a Polidori ridiculizado por Mary, una arpía que le humilla como autor de El vampiro. Rumia su humillación y le observamos en su derrota tras la inútil lucha por un reconocimiento literario negado y una vida malgastada y reducida a la nada, víctima de una mascarada en la que le habían colocado, y que oculta, en un juego de espejos, al verdadero Polidori. Pierde así mismo el favor de Byron y asume el papel de chivo expiatorio.
   Es aquí cuando la novela de Carrère da un giro de ciento ochenta grados y nos presenta a Polidori transformado en un personaje recreado por la pluma de una especie de su alter ego, un escritor, el capitán Walton que está ideando una versión alternativa de la historia de Frankenstein. Comparece así en la novela el monstruo, Victor Frankenstein, en variaciones distintas de la historia escrita por Mary Wollstonecraft. Y es entonces cuando Carrère sitúa al lector en el presente en el que aparece Ann, una escritora de novela rosa dispuesta a investigar lo ocurrido durante la lejana noche en Villa Diodati. Con ese propósito visita a Walton y de este modo se inicia una novela de novelas. Se multiplican las variaciones; el autor despliega un juego de muñecas rusas: relato gótico de cuyo interior brota una novela rosa y de esta un relato detectivesco y de ciencia ficción.
   Bravura es una construcción novelesca que se aproxima al concepto de “novela ramificada” o al libro infinito que Jorge Luis Borges, el gran precursor de los caminos de la postnarrativa, planteara ya en el lejano 1941 en Examen de la obra de Herbert Quain (El jardín de las sendas que se bifurcan): un modelo narrativo que pretende acercarse al infinito. Ese orden binario por el que optarán los demiurgos y los dioses: infinitas historias infinitamente ramificadas. Estructuras arborescentes de las que ya había hablado Walter Benjamin; o el libro rizoma que asumen Deleuze y Guattari: el uno, el árbol raíz que deviene dos, y este deviene cuatro…
   Bravurase acomoda en buena medida a este modelo: una historia, la de Polidori que se divide en fragmentos, en una miríada de eventos. El resultado es una pieza narrativa de gran complejidad formal, especialmente a partir de las primeras setenta páginas cuando Carrère gira el manubrio de una vuelta de tuerca radical, y el capitán Walton esboza las primeras palabras de la versión alternativa de Polidori, y se pone en marcha el juego de espejos que retuercen el argumento de forma, a primera vista, artificial y de difícil comprensión para un lector normal, incapaz quizás de comprender la ligazón existente entre esas historias ramificadas. Sin embargo, una lectura perseverante y cierta querencia hacia la literatura más vanguardista permitirán comprender el gran virtuosismo que en Bravura despliega Carrère: habilidad para multiplicar las variaciones, como anotó en su día Le Figaro; la indagación que el narrador efectúa en los mecanismos de la creación literaria o la relación del escritor con su obra y especialmente con sus personajes.
  Un claro ejerció metaliterario, un desafío, por lo tanto, a la inteligencia y a paciencia lectora con esa ramificación de historias, con tramas cuyos engranajes no son fáciles de captar y que, podríamos decir, ofrecen un gran tributo a la fantasía, mediante la que Carrère resucita a Polidori y le concede el lugar literario que la Historia le negó. Pero Bravura no deja de ser un edificio narrativo con habitáculos tan variopintos que probablemente confundirán al lector y le harán naufragar en una estructura rebosante de virtuosismo, pero también propicia a provocar confusión.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Emmanuel Carrère

Fragmentos

“Teresa ejerce la prostitución ocasional que le permite sobrevivir con una especie de donaire infantil, un poco bobo, piensa Polidori, y aunque se vea obligada a plegarse a los caprichos de sus clientes, que reclaman las caricias menos inocentes, muchas veces les añade una delicadeza de chiquilla, una carantoña más adecuada para seducir a un tipo viejo que te mima que a un hombre de brega sexualmente frustrado. Durante las tres semanas que llevan cohabitando en la casa vacía sólo ha hecho el amor una vez con Polidori. Ni a ella, para quien constituye su sustento, ni al joven, al que el abuso del opio y el odio vuelve impotente, les interesa realmente la experiencia y no la han repetido. Pero a él le reserva las caricias tenues que sus clientes rechazan a menudo, y cuando están juntos se empeña en enroscar los rizos de su cabello alrededor de los dedos de los pies de Polidori, en roerle las uñas e incluso en ejecutar lo que parece ser su zalamería preferida, que ella llama el beso de la mariposa.”

…..

“El verdadero Polidori, portador de la máscara que le habían puesto para que no le reconocieran, veía en el espejo que completó la galería especular de sus noches a un falso Polidori que llevaba una máscara representando al verdadero. Todos los espejos hacían muecas, ninguno podría ya nunca reflejar la imagen del Polidori ideal, el que sería famoso y adulado a los veinticinco años. Y si aquel Polidori, incluso proyectado en un futuro cada vez más lejano, había perdido todas las posibilidades de realizarse algún día, no era simplemente por culpa del Polidori impotente, sino también por culpa del mundo que le había vestido con un ropaje de payaso, de tal modo que si alguna vez llegaba a escribir la obra tan soñada, aunque superase en grandeza a Shakespeare, no le reconocerían nunca esta gloria. Antes incluso de leerla, los editores verían la firma y se partirían de risa.”

…..

“Mientras se viste él también, titubeando para introducir los pies en los mocasines que el empeine ya maltratado deforma, la lleva hacia la ventana y le señala con el dedo la pequeña terraza que ella ha visto la víspera. Es casi de noche. Como no hay nadie en el paseo azotado por la lluvia, parece aún más aislada, protegida por una techumbre liviana cuyo saliente no impide ver una de las tumbonas ni la mesa en la que han depositado un candelabro cuyas cinco velas agitan sobre el suelo de baldosas las sombras de los árboles que baten en el parapeto. Dos formas blancas, eléctricas, atraen la mirada: son las perneras del pantalón de un hombre que se estiran sobre el posapié de la tumbona y luego se entrecruzan. Desde su puesto Ann no ve nada más, pero adivina que el hombre es Julián. Ella pronto tendrá que bajar a la terraza. Está muy tranquila.
-Villa Diodati -anuncia Allan con el tono de un recién casado que muestra a su esposa su residencia ancestral-. La suerte del planeta está entre tus manos -añade.
En este momento llaman a la puerta de comunicación que da a la habitación contigua.
-Ah -dice Allan-, es el capitán, vamos a poder empezar en serio.
Descorre el cerrojo para abrir la puerta detrás de la cual se encuentra, por supuesto, el capitán Walton, vestido con un pantalón de tela ligera y, a falta de una camiseta, un polo de manga corta por el que asoman unos brazos endebles de adolescente. Su sonrisa es infantil, expresa una sobreexcitación benévola.”

(Emmanuel Carrère, Bravura, páginas 10, 34, 257)

FOGONES, FANTASÍA Y EROTISMO

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Cómeme
Agnès Desarthe
Traducción de Iballa López Hernández
Ediciones de Baile del Sol, 2016, 214 páginas.

   Con un título, Cómeme, censurado en algunos países debido a las connotaciones sexuales que alguien podía ver en esa palabra -le podría parecer el título de una película porno- Agnès Desarthe (París, 1966) prosigue una carrera literaria ya dilatada que la ha convertido en una escritora muy original de la actual narrativa francesa. Pero Cómeme es una novela que habla de restaurantes, que la autora escribe para salvarse a sí misma de la tentación de abrir uno, aunque, como veremos, tematiza otros muchos asuntos, algunos ciertamente espinosos, si bien en un contexto siempre plácido, como el que suele reinar en una buena comida.
   Con una historia escrita en primera persona -no es un diario en el formato, pero sí en su sustancia- y recuperando recuerdos fragmentados, la protagonista de Cómeme, Myriam, nos da cuenta de una idea que pronto pone en práctica: abrir un restaurante en París sin tener la más mínima experiencia en ese género de negocios y carente así mismo de dinero. Bautiza al restaurante con el nombre de “Mi Casa”, porque a través de él abrirá las entrañas de su propia vida, de la Casa experiencial en la que se encuentra. Myriam es una mujer satisfecha con el hecho de vivir que no tiene reparo, por ejemplo, en ducharse en el fregadero de su restaurante. Y a este curioso restaurante no especializado en nada -ni siquiera existe carta- comienza a afluir una curiosa clientela, por lo general con poco dinero.
   Agnès Desarthe explora, en las páginas de la novela, la personal forma de ser de Myriam que bascula entre el caos y la capacidad de resistir. Una mujer que arrastra un pasado, con su carga de recuerdos que le pisan los talones y de los que huye, pero que no dejan de perseguirla. Eso sí, es un actante novelesco cargado de recursos para evadirse de las garras depredadoras del capitalismo, capaz de enfrentarse al mundo, a las complejidades de la vida y también al dolor. Una mujer madura que sobrevive a las estafas de la vida y que decide aventurarse en ese pequeño mundo de la restauración, digamos casera. Pero con la que logra tirar para adelante sin heroísmos aunque tampoco sin miedos. La cocina no será para ella la forma de ganar el sustento, sino una catarsis, una forma de arrostrar su pasado y de vivir el presente.
   La novela echa a andar en un contexto sumamente plácido y delicioso: un restaurante improvisado, un negocio que no es rentable, con una clientela muy peculiar y con un puñado de amigos pintorescos rodeando a una mujer alocada, pero llena de vida: no tiene ahorros, carece de dinero pero no le hace falta nada o casi nada para vivir. Mas de pronto el lector percibe que Myriam arrastra algunos secretos difíciles de aceptar porque la sociedad los considera tabúes, especialmente si quien los ejecuta es una mujer. Ayer, hoy y mañana se da por hecho que el amor maternal es una condición natural de cualquier mujer. Sin embargo, la protagonista, madre de un hijo, se siente huérfana de esa inclinación amorosa, del amor maternal. De admirar la hermosura de su hijo cuando era bebé, desemboca en un momento de su vida en el que se da cuenta de que ya no le quiere. Y espera la ocasión en la que quizás regrese ese amor. Reconoce que en su juventud soñaba con un falansterio y no es capaz de comprender cómo, a pesar de sus ensoñaciones, se precipitó en el estrecho embudo del matrimonio, y en el aún más estrecho de la maternidad.
   La autora justifica con sobradas razones el perfil de su personaje. Habla de la maternidad, un tema poco frecuente en la literatura y no reprime el derecho de una mujer a amar a su hijo. Simplemente reclama la libertad del creador para darle vida a personajes ajenos a determinados comportamientos canonizados socialmente. “Solo haría falta, son sus palabras, que determinados lectores no entendiesen que las cualidades de un ciudadano no tienen porque ser las de un buen personaje novelesco.”
   Gracias al restaurante y al contacto con sus curiosos amigos, una mujer persigue, casi sin quererlo, reconstruirse: hacer el bien, ayudar, animar y empujar hacia la dulzura, practicar el sexo sin complejos, dejar que el deseo ocupe la parcela que le corresponde,  a pesar del peso punzante de la falta inconfesable de fantasear y seducir al amigo adolescente de su hijo.
   En el último tercio de una novela aparentemente liviana, y para muchos lectores, intranscendente, que se desarrolla entre fogones, recetas y ganas de renunciar a ser dueña de un restaurante, la trama se torna áspera y plantea cuestiones existenciales ineludibles. La protagonista no solamente hurga en sus sentimientos contradictorios a los que disecciona, aborda igualmente los problemas del sentido de la vida, de la sumisión en la vida de pareja, del amor, del deseo y del sexo. Myriam no sabe lo que es el amor, en qué consiste. Lo único que le queda es el deseo y el sexo, realidades que la vuelven viva.
   En  Cómeme, como se ha escrito, tras el aroma del cilantro se respira el perfume del deseo, esa fuerza salvadora. Eso quiere ser esta novela: la microhistoria, narrada sin grandes pretensiones pero con un ritmo ágil y una prosa envolvente, de una persona repleta de contradicciones y desengaños y que, sin embargo, sigue viva gracias a la cocina y a la cama con uno de sus amigos. Dos buenas formas de curar el alma.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Agnès Desarthe

Fragmentos

“Mis dos primeras clientas no se le parecen. El pantalón les pende de unas caderas regordetas. «Pichoncitas mías», pienso para mis adentros. Sus cuerpos se me antojan encantadores, semejantes a un albaricoque gigante. Se me ocurre hundir el índice en la carne perfecta de sus vientres, que se ofrecen orondos bajo la lustrosa piel. No lo hago, por supuesto.
Tan solo piden un entrante. Me extraña.
-Es que es demasiado caro -me explican.
-Pero al salir os va a dar hambre. ¿Tenéis clases esta tarde?
-Sí, de Filosofía.
-Pues hay que comer antes de filosofar. Os dejo todo a mitad de precio. Digamos que será mi contribución al futuro de la filosofía mundial. Si una de vosotras termina convirtiéndose en la pensadora del siglo…
He hablado más de la cuenta. Se aburren. Creen que estoy mal de la azotea, pero no por ello rehúsan disfrutar de mi generosidad. Al mismo tiempo que las observo zamparse la sopa de aguacate y pomelo, me pregunto si me caen bien o las aborrezco (…)
Al salir, observo que han sacado una cajetilla de cigarrillos del bolso. Me invaden unas ganas irresistibles de declarar que Mi Casa es un restaurante para no fumadores. Pero es una necedad, yo misma fumo, además sería extremadamente perjudicial para el negocio. ¿Acaso sus madres no les han enseñado que se debe comer despacio, posando la cuchara entre bocado y bocado? Las volutas de humo de Camel se entreveran con la nube de vapor que se eleva de la sartén. Perdidas en una bruma espesa, nos tornamos espectrales. A ellas no parece incomodarles y a mí me alegra que mis primeras clientas no sean puntillosas. Varios transeúntes se apelotonan en la entrada, intrigados por la misteriosa neblina. Es el principio de la gloria.”

…..

“Permanezco alerta durante años, espero que el gong vuelva sonar, el gong del amor materno que haría vibrar mi corazón. A veces me olvido y no pienso en ello, es una tregua. Mis gestos y mis cuidados emulan tan bien ese amor inalcanzable que hasta yo misma me lo creo. Me digo que soy una madre como otra cualquiera, tal vez algo más concienzuda. El dolor se disipa. Respiro aliviada. Pero esa situación nunca dura, basta con que me cruce con otra madre y la oiga hablar de su hijo, la vea contemplar su bebé o cantándole a su niño. Lo reconozco todo porque los tres días que quise a Hugo me han dejado una marca singular, como una quemadura a lo largo de la columna vertebral. Las observo y la herida vuelve a supurar. Me falta la endeble pasarela que bastaría para salvar el precipicio de dos mil metros de profundidad. No es casi nada. El abismo que me separa de mi hijo es estrechísimo. No habría más que lanzar una cuerda de un lado a otro, pues la falla no es ancha, es terriblemente profunda, pero si se arrojase una viga a través de una liana…”

…..

Dos brazos me rodean los hombros, luego la cintura, las caderas, las rodillas. Sus manos alrededor de mis tobillos. Estas suben y se posan en mis muslos, en mi vientre, en mis senos, en mis ojos, en mis orejas. La boca que me sé de memoria -la del hombre que nunca me hará llorar, el hombre que tengo  a mi espalda y me agarra, me rodea –me muerde la carne del cuello. Ya está. El hombre que jamás me haría llorar, que me lo había prometido, hace que un río de lágrimas me corra por las mejillas, las axilas y las piernas. No le guardo rencor por esa mentira. La fuerza de este engaño es mejor que ninguna otra cosa. Deseo que me mienta, que se desdiga, que se contradiga. Cree saber y no sabe nada. Y de ello desconozco todo y ardo en deseos de saberlo todo. La ropa tirada en el suelo a nuestro alrededor forma continentes surcados por cadenas montañosas que albergan ríos  de rocío. Hacemos el amor en el bosque. Prendemos fuego a las camas, a las sábanas, a las almohadas. Que no quede colcha ni somier. Una pira inmensa cuyas llamas lamen y consumen los muebles. El confort de los techos sobre las cabezas y la mullida suavidad de los edredones, estalla en la noche.”

(Agnès Desarthe, Cómeme,páginas 16-17, 99-100, 190-191)

UNA HISTORIA CON THRILLER SENTIMENTAL

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La Batalla del Paraíso Triste
Xosé Ramón Pena
Traducción de Estela Villar
Pulp Books, Cangas do Morrazo (Pontevedra), 2017, 247 páginas.

   Pulp Books, un sello de la canguesa Rinoceronte Editora, acostumbra  traducir al español algunos de los títulos que en narrativa han alcanzado mayor éxito en la reciente literatura gallega. Lo hace estos días con Apoteosis de las perchas de Xesús Constela y con La Batalla del Paraíso Triste de Xosé Ramón Pena, el libro que comento en esta entrada. Xosé Ramón Pena (Betanzos, 1956) es uno de los más relevantes investigadores de la historia de la literatura gallega, y un autor consolidado en la narrativa de ficción, con varias de sus obras traducidas al español.
   Cuenta el autor que, al investigar el espacio y el tiempo en el que contextualizar esta novela, descubrió que Saint-Exupéry había estado en Lisboa con anterioridad a su partida hacia América. En la capital portuguesa descubrió que, a pesar de los falsos oropeles con los que la dictadura salazarista intentaba ocultar la realidad de Portugal, Lisboa era un paraíso, mas no un edén dichoso, sino un paraíso triste. De este juicio del escritor francés tomó Xosé Ramón Pena el título para rotular su novela que ahora nos ofrece en español Bulp Books. Lisboa, la cenicienta, ambigua y a la vez brillante y hermosa capital de un país nido de espías e intrigas internacionales durante la Segunda Guerra Mundial, le sirve al escritor para ambientar y situar la  acción de una buena novela que desde la primera línea tira del lector. Cuando el fragmentarismo o experimentos metaficionales mal resueltos comienzan a empacharnos, Xosé Ramón Pena vuelve a la senda de la novela de siempre y le transmite al lector una excelente historia. Una historia que rompe con las fronteras genéricas y sutura, en dosis equilibradas, elementos de la novela de acción, de la novela negra, de espionaje y el thriller sentimental, actuando la intriga como hilo conductor que tiene constantemente en vilo la atención lectora.
   La trama argumental nos conduce, como ya quedó señalado, a la Lisboa de los años 1940 y 1941. Son tiempos difíciles y turbios en una ciudad nido del espionaje internacional, mientras Europa arde bajo las llamas de la Guerra. A la ciudad regresa el principal protagonista, Fernando Freitas, oficial portugués, para embarcar hacia América. Y de inmediato se encuentra con sus antagonista, el mayor Pimenta que muy pronto descubre su verdadera identidad y su relación con la antigua amante, la actriz de revista, Catarina Gusmão, una femme fatale, y sobre todo sus contactos con una organización que controla el oro que los alemanes estaban robando a los judíos. El relato concluye con un final inesperado a las orillas del río Miño, en el que el “salvador de Portugal”, el dictador Oliveira Salazar está a punto de ahogarse en las aguas fronterizas.
   El autor conjuga con habilidad elementos históricos, entre ellos, la presencia de los seguidores del movimiento ultrafascista portugués Rolão Preto, que había pretendido anexionarse Galicia durante la Guerra Civil Española, con una red narrativa íntegramente ficcional. En la novela, la ficción es el gran marcador semántico que somete a sus leyes acontecimientos y personajes históricamente verificables. Es esa la razón que convierte a La Batalla del Paraíso Triste en pura ficción que ilustra hermosamente una porción importante de la historia portuguesa. Con un estilo ágil, limpio y natural y un ritmo fluido, el narrador logra de forma eficaz sus objetivos: contar una verdadera historia que, como ya quedó señalado, desgaja los géneros.
   Atendiendo a la arquitectura de la novela, llama la atención que en la misma se complementan dos voces narrativas: un narrador protagonista que cuenta las peripecias individuales de Fernando Freitas y su antagonista, pero que no tuvo acceso a una cierta cantidad de datos, dejando la historia inconclusa. Y un historiador que, con su narración completa la visión de los hechos, aunque sea a posteriori. La Batalla del Paraíso Triste es además una novela intensamente documentada aunque no renuncia a su naturaleza ficcional.
   La novela es una pieza literaria de acción y espionaje que conjuga además un relato de amor, ilusiones y desengaños, amistades y traiciones, y que así mismo hace aflorar las contradicciones en las que caemos los seres humanos y la necesidad de escoger en la batalla de nuestros propios sentimientos. Un trabajo que amalgama documentación y ficción y consolida a un buen narrador; un narrador que sabe resistir a las urgencias de publicar cada año y que, en mi opinión, no está siendo valorado como demanda la “justicia literaria”. El aparato promocional de los agentes más importantes del sistema literario gallego (editoriales, premios literarios teledirigidos, cierta crítica…) decidió apostar, bien por la cuota de la discriminación positiva, bien por el puro y simple marketing o por otras caras más nuevas y relucientes. Pero la ni la novedad ni la hermosura, en el terreno literario son sinónimos de calidad, y las modas son siempre efímeras y pasajeras.

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Xosé Ramón Pena
Fragmentos

“Pero habitaba ahora a finales del mes de octubre de 1940. Europa crepitaba entre las llamas de la guerra y él se había venido a la capital de Portugal con un pasaporte suizo… De nuevo un breve escalofrío fue capaz de ponerlo en alerta. Decidió desandar sus pasos y volvió a buscar la complicidad del Bairro Alto. Pensó en subir a su habitación y coger el paraguas; sin embargo, parecía que escampaba cuando se aproximó a los yermos que rodeaban la Rúa do Século. Antes de dejarse llevar cuesta abajo, hacia el río, Fernando Freitas se dijo a si mismo que estaba claro que tenía que salir de una vez de allí, fuese como fuese, ya no podía soportar más la espera. Aquella misma noche tenía concertada  una cita con un tal Antonio Boullosa, antiguo contrabandista y, ahora, por lo visto, aplicado proveedor de documentos falsos de calidad para quien no reparase en gastos; no obstante, si aquello no resultaba una solución concreta, había decidido abandonar Portugal y volver a probar fortuna en Espala; al fin y al cabo, se le mostraba con nitidez que había sido un completo error decidirse por Lisboa…Tal vez Vigo, o incluso A Coruña, resultasen ser lugares más fáciles para poner rumbo a América…”

…..

“- Rolão Preto - me explicó Mário- viene a ser una especie de equivalente de…quien te diría yo, acaso de vuestro Onésimo Redondo, aunque los orígenes de Preto están en el Integralismo Lusitano y, además, defendió varias veces la monarquía como forma de gobierno, a lo largo de los años. Supongo que lo que le habría gustado de veras es que en Portugal hubiese un rey y él actuar de Mussolini lusitano…En fin; tuvo la mala suerte, por una parte, de que Salazar fuese su coetáneo; aunque también tuvo la fortuna de que fuese Salazar quien lo alejase del poder.
-No entiendo.
-Salazar era Salazar, pero como nosotros no tuvimos guerra civil y la pena de muerte fue abolida en Portugal ya a mediados del siglo XIX -en 1916 fue reintroducida pero sólo para el delito de traición en tiempo de guerra-, el caso es que ni lo fusilaron ni tuvo que pasar por un exilio largo, sólo algún tiempo en España y, para que te asombres un poco, en casa de José Antonio Primo de Rivera.”

…..

En su depoimento, Fernando Freitas describe con trazos tan vivos como breves aquella tarde y todas las demás que siguieron a esta, en Santarém, pero también en la propia Lisboa, buscando complicidades y habitaciones clandestinas. A pesar del recato de las palabras, es posible contemplar detrás de ellas los cuerpos desnudos, los besos y las caricias; toda la fiebre del sexo estallando en quiebros inesperados…A veces, empujados hacia el alboroto de meandros y despeñaderos; otras, demorándose en los mil meandros de un río caudaloso antes de precipitarnos en las mareas…Manos anudando las manos y la lengua mordiendo con dulce fiereza la lengua; los corazones en loca carrera…”

(Xosé Ramón Pena, La Batalla del Paraíso Triste, páginas 18-19, 42-43, 139)

LOS FOTÓGRAFOS DESAPARECEN AL FINAL DE LAS GUERRAS. UN POEMA DE WISLAWA SZYMBORSKA

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Embalse de Riosequillo cosntruido por presos represaliados por el franquismo

   En la posguerra española, la dictadura franquista mantuvo, al menos durante veinte años, campos de presidio y de trabajos forzados: destacamentos penales, donde los soldados y antifranquistas que habían perdido la guerra eran obligados a levantar muros de presas o a construir líneas de ferrocarril. Era teóricamente una forma de redimir condena. Uno de esos lugares de presidio y trabajos forzados se asentaba al lado del embalse de Riosequillo. Un numeroso destacamento de penados vivía en barracones al pie de la presa. Redimían la pena mediante un trabajo de esclavos, en condiciones infrahumanas, con comida escasa y miserable. Pero en la actualidad no queda ningún vestigio que indique que allí se levantó un campo de concentración semejante a los que construyó el nazismo en Alemania. “Al contrario de lo que ocurrió con los otros campos de Europa, han desaparecido: el franquismo tuvo muchos años a su disposición para borrar las huellas de su vesania, mientras en los campos de Centroeuropa la derrota del nazismo y la entrada de los aliados lo impidió”, escribe Manuel Rico en su blog Al margen (19 de julio de 2015), reproducido como anexo de realidad en su novela Un extraño viajero.

   El escritor reconoce que, tanto su última novela como Trenes en la niebla nacen de la desazón y perplejidad ante la práctica inexistencia de documentos gráficos de la cotidianeidad en estos campos de trabajos forzados. Solamente de forma muy tímida se ha dado testimonio escrito de la vida diaria en los campos de trabajo franquistas. “Apenas nadie cuenta a través de la fotografía de aquel mundo oculto…que expresaba la vertiente más dura de una Guerra Civil que el Régimen prolongaba pese a haberla dada por concluida  el 1 de abril de 1939”. La Guerra Civil española, sin embargo, no está huérfana de documentación gráfica. Pero al acabar la Guerra los fotógrafos y filmadores desaparecieron. En una de las secuencias de Un extraño viajero, el escritor alude a este hecho y lo ilustra con un poema de la Premio Nobel polaca Wislawa  Szymborska: los fotógrafos dejan atrás los desastres, las secuencias más terribles de las posguerras porque también dejan de ser noticia. Y se retiran para dar testimonio de lo que le interesa al morbo del gran público: retratos de otras guerras. Fotografiar lo que es noticioso.

   Como adelanto de la reseña de la novela de Manuel Rico, reproduzco aquí el poema de Wislawa Szymborska.

Francisco Martínez Bouzas

                                              
Wislawa Szymborska

FIN Y PRINCIPIO

“Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.

A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes”.


(Wislawa Szymborska, El gran muro. Fin y principio y otros poemas, traducción de Abel. A. Murcia, Madrid, 1997, Ediciones Hiperión, 1997)

LA MEMORIA ENTERRADA

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Un extraño viajero
Manuel Rico
Algaida Editores, 2016, 431 páginas.

   Una obra que “abre una puerta a un tiempo pasado para relatar las vivencias de muchas personas en los desconocidos campos de trabajo del franquismo.” Así reaccionó Manuel Rico al recibir la noticia de que su novela había sido galardonada con el IX Premio Logroño de Novela. Y en efecto, a través de una inteligente sutura de novela histórica y de intriga, con el añadido de una historia de amor,Un extraño viajero abre las puertas lectoras a un tema real pero muy poco trabajado ficcionalmente: los campos de trabajo de la dictadura franquista, aunque no sea ese el tema central ni el hilo conductor de la novela. Y a pesar de que la obra de Manuel Rico se desarrolla en el presente (años 2005 y 2006), a través de una trama rebosante de intriga, de hechos y de personajes reales aclimatada ficcionalmente, enlaza con un pasado terrible de la no muy lejana historia española. “Nadie o solo de manera oblicua y tímida ha dado testimonio escrito de la vida en los campos franquistas de trabajo”, escribe Manuel Rico. Sin embargo, el escritor madrileño solamente pretendió escribir literatura, una historia de amor que se mueve en el presente aunque, eso sí, abre ventanas hacia el pasado, hacia la posguerra franquista, con prisioneros, presos políticos esclavizados en campos de trabajo borrados del mapa a partir de los años sesenta,  a lo que contribuyó el interés de muchos testigos por enterrar el pasado.
   No obstante, el tema central de la novela es otro: mostrar el absurdo de una desaparición inexplicada. Solo de forma indirecta y tangencial se acerca a ese mundo canallescamente enterrado que fueron los campos y destacamentos penales franquistas, porque varios de los personajes que actúan en la novela llegan al presente desde los tiempos de la posguerra. Y porque además la reivindicación de la memoria histórica, la recuperación del pasado está presente tanto en la obra poética como en la narrativa de un escritor cívico, comprometido de forma consciente con la realidad y con la denuncia de aquellas facetas sórdidas de nuestra historia.
   No es tarea fácil perfilar una breve sinopsis que no “spoilerice” el argumento y menos el desenlace, de una novela rica y compleja en la que tienen además cabida varios subgéneros: novela histórica, novela de investigación con algunos elementos fantásticos. A un hotel rural situado en las estribaciones de Somosierra, llega en una cruda noche de invierno un extraño viajero humildemente vestido y carente de documentación que dice llamarse Salko Hamzic, originario de la antigua Yugoslavia. A pesar de la carencia de documentación, Lucía, la propietaria del hotel, lo acoge y le proporciona habitación. A los pocos días y tras una noche de amor y de sexo, el extraño viajero desaparece dejando únicamente algún dinero y el resguardo de un laboratorio fotográfico, con la petición de recoger las fotos. La protagonista retira las fotos descubriendo que son de los años cincuenta. En ellas aparecen hombres con el aspecto de presos de los años posteriores a la Guerra Civil española, rostros famélicos, cuerpos perdidos en ropas andrajosas.
   A partir de aquí la narración se convierte en un caleidoscopio de inquietudes y obsesiones de la protagonista porque no es capaz de desterrar el recuerdo de Salko Hamzic, su circunstancial amante de una noche. Una presencia caleidoscópica aparejada para ella con una inimaginable desolación: un mundo de sufrimientos, de largas condenas, trabajos forzados, depuraciones políticas, seres cuya pista se pierde. Una verdadera intriga en la que Lucía, a través de indagaciones con varios personajes secundarios y sus propias sospechas, es capaz de hacer que vayan aflorando rasgos del fantasma y a la vez una terrible incógnita sobre el extraño viajero. Será la obsesión de la protagonista por hallar noticias de su amante desaparecido la que le obligue a entrar de lleno en los espantosos días de la posguerra española.
   El desenlace de esta novela en la que conviven varias pesquisas y múltiples enigmas, es, en mi opinión, muy apropiado: sin respuestas definitivas, abierto únicamente a una vaga expectativa y a una irracional esperanza.
   Manuel Rico escribe una novela muy rica, mas no demasiado compleja para un lector interesado en la novela de intriga y sensible a los tiempos sombríos de la posguerra. El principal mérito del narrador es el de haber sabido amalgamar, sin distorsiones, el relato de las obsesiones y enigmas surgidas a raíz  una noche de amor y de sexo, con la memoria enterrada de los campos de trabajo, los sótanos de un Régimen dictatorial no derruido -más bien cubierto con una capa de olvido- en la democracia. Por eso mismo, es preciso reconocer la acuidad  del autor al trabar los distintos niveles del universo ficticio establecido en el discurso, dotándoles de coherencia interna. Es una de las propiedades más destacadas de la narratividad o competencia narrativa de esta novela, en la que asistimos, así mismo, a varias vueltas de tuerca.
   Pero hay más razones para leer Un extraño viajero. La certera y profunda caracterización psicológica de los personajes; la habilidad con la que el autor los integra en hechos paralelos, o incluso dispersos, que, así mismo, se orquestan en una sólida arquitectura superior. Manuel Rico hace avanzar la trama, haciendo progresar la acción dosificadamente, logrando mantener la tensión narrativa, aunque sobren secciones o excursos, en mi opinión innecesarios. Sobresalen igualmente el realismo y la verosimilitud con las que se recrean escenarios, tiempos y espacios, con la presencia de personajes reales como el pintor, escritor y activista político Humphrey Slater, cuyo destino sigue envuelto en el misterio. El recurso técnico, inteligentemente aprovechado de lograr que algunos personajes se adentren en el pasado a partir del presente y que otros lleguen al presente a partir de los tiempos de la posguerra.
   Un estilo de prosa elaborado y vigoroso que integra múltiples diálogos instalados en un verismo consistente y creíble. La incorporación oportuna de pocas pero oportunas citas como la del poema “Fin y principio” de Wislawa Szymborska. Anoto en el debe de la novela la función excesiva del actante principal de la acción narrativa: Lucía es el sujeto o fuerza fundamental generadora de la acción, mas su prácticamente exclusivo protagonismo -compartido eso sí con personajes secundarios- quizás debiera ser aminorado con secuencias en las que sus cavilaciones y obsesiones quedasen al margen.
   Una novela que, en cierto modo y como ya señalé, incluye tres novelas: un relato de amor, una novela histórica y una novela de ideas. Pero que es especialmente una narración política, comprometida con un pasado reciente, con la historia y la memoria enterrada, con la objetividad de los dramas dormidos y silenciados en los campos de trabajo franquistas. Hablar de ese tiempo gris y borrado y de sus miles de víctimas como lo hace Manuel Rico no es literatura maniquea.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
 
Manuel Rico

Fragmentos

“Salko se sentó a su lado, le rodeó el hombro con su brazo derecho y se quedó, en silencio, a la espera de su reacción, una reacción que Lucía parecía demorar atada a la vieja culpa, a la memoria de su vida con Eladio, a antiguas frustraciones. «Me ha dicho que estoy bella. A los cuarenta años no es fácil recibir piropos, escuchar palabras así», pensó mientras se relajaba abandonándose  a las manos de Salko, ahora entregado a acariciarle la espalda con una delicadeza que no dejaba de sorprenderla y excitarla. Lucía no pudo controlar su pudor, ni su dependencia de viejos remordimientos, y se inclinó hacia la izquierda, hasta sentir la delgadez  firme del tórax de Salko y notar que su mano abandonaba la espalda y buscaba en el interior de su bata y debajo del sujetador hasta provocar la rebeldía casi automática de sus pezones, y la vuelta de un calor que creía perdido para siempre. Se abrazó a él, se abrazó al olvido, arrumbó culpas y memoria, y se dejó llevar por el puro deseo hasta sentir la desnudez compartida bajo una sábanas conocidas y desconocidas a la vez, hasta tantear el cuerpo delgado de Salko y notar la irreverencia de su sexo dentro de ella mientras se desvanecían todas las confusiones y todas las herencias y complejos y una voz antigua y honda la llamaba a recobrar el sentimiento olvidado, a amar a aquel hombre que le devolvía la conciencia del cuerpo, del gozo, des sí misma.”

…..

“Rostros delgados, famélicos, cuerpos casi perdidos en ropas que a Lucía le parecieron desmesuradas. Duros primeros planos de seres anónimos de rasgos como esculpidos con cortafríos sobre una piedra imaginaria. Ojos entre el asombro y el abatimiento. Sombras de árboles desnudos, esqueletos de oscuridad sobre un fondo demasiado claro, sombras humanas caminando en fila, sombras. En un pequeño montículo de roca, un grupo de hombres, con mazos desmesurados para su delgadez,  horadaba  la roca bajo la mirada de varios guardias civiles. Por ese detalle, junto con los contornos reconocibles de las cumbres de Somosierra, Lucía tuvo la plena seguridad de que aquellas escenas procedían de un lugar cercano a Brezo. «Son del pasado, pero de muy cerca de aquí», se dijo.”

…..

El CD CONTENÍA UN MUNDO. HABÍA EN ÉL OTRAS veinte fotografías con escenas en las que se veían hombres trabajando, subiendo piedras por una escalera improvisada en la montaña, el interior en claroscuro de un barracón lleno de camastros sobre los que se advertían bultos humanos con caras sorprendidas, con los ojos desmesuradamente abiertos. Y, en un espacio exterior, contra un muro hecho de rocas, varias filas de hombres, con el brazo en alto, mirando hacia un lugar más allá de la cámara. Lucía pensó que allí latía una realidad desconocida, un universo que podía formar parte de la geografía ignorada de la posguerra, nada que ver con Salko y con Yugoslavia, todo con el tiempo inicial de la dictadura, con los derrotados y con las sevicias que padecieron. Había, además, un paralelismo inquietante con las imágenes que había podido ver en libros de historia y en documentales sobre los campos de concentración del nazismo. Aquellos hombres no vestían uniformes de presidiarios como en los campos de la vieja Europa, pero llevaban ropas elementales, miserables, pantalones atados a la cintura con cuerdas, camisas y chaquetas raídas, y se protegían del frío con precarias mantas que parecían más de tela de arpillera que de lana.”

…..

“Después, se dijo que la prueba de la verdad que quedaba de aquella historia era, ante todo, la realidad que la exposición restituía a una sociedad que había perdido la memoria: presos, obras  interminables, guardias civiles, policías y soldados vigilando columnas de presidiarios, rostros delgados, famélicos, de ojos vencidos, perplejos; andrajos convertidos en ropas, montañas de adoquines, cielos oscuros y fríos, altas cumbres inabordables…el agujero negro de un país avanzando, bajo la paz ficticia de Franco, hacia el vacío.”

(Manuel Rico, Un extraño viajero, páginas 66-67, 117, 121-122, 354)

LOS LETAMENDI URRESTI: UNA NOVELA DE HECHOS REALES

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La hora de despertarnos juntos
Kirmen Uribe
Traducción del euskera: J.M. Isasi
Seix Barral, Barcelona, 2016, 446 páginas.

   Un narrador, Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970), enteramente consolidado (Premio Nacional de Narrativa, Premio Nacional de la Crítica, entre otros múltiples galardones) nos ofrece, en La hora de despertarnos juntos, un híbrido y muy potente artefacto literario: una novela de no-ficción que no solo es trascripción de hechos, sino que establece un punto de encuentro entre la realidad y la ficción. El mismo autor, consciente de la recuperación ficcional del pasado, lo refleja con estas palabras en la Nota que clausura el libro: “Ésta es una novela y la lógica que sigue es la de la ficción. Aún así, como todos y cada uno de los personajes que aparecen en este libro son reales e igualmente la historia que protagonizan es verídica, me he tomado la licencia de imaginar y novelar algunos de los pasajes y diálogos que aparecen en la novela” (página 439). Tal como desde años vienen haciendo, entre otros, escritores de la talla de Emmanuel Carrère, Patrick Deville, Elena Poniatowska, Delphine de Vigan (Basada en hechos reales), Rosa Montero, más cercana a nosotros (La ridícula idea de no volver a verte) o los Premiso Nobel  J.M. Coetzee (El maestro de Petersburgo) y Patrick Modiano (Libro de familia). La técnica compositiva y la estética de Kirmen Uribe es la misma: literatura de hechos reales, convenientemente ficcionalizados.
   La hora de despertarnos juntos es una novela muy rica y compleja, exhaustivamente documentada que reconstruye, desde la ficción, una historia familiar: la vida de la pareja Txomin Letamendi y Karmele Urresti y la de sus hijos Ikerne, Txomin y Patxi, mas con el plus añadido de que se convierte así mismo en una novela sobre la historia vasca, española, europea, y en parte norteamericana, durante el pasado siglo y en la primera década del actual; con multitud de personajes, todos reales, que hacen de ella una novela coral. Una historia real, retrato caleidoscópico de tres generaciones, y que el autor define con estas palabras: sueño, impotencia y rendición, esperanza.
   Tras una páginas introductorias sobre la génesis de la novela -el conocimiento real de Karmele Urresti y el autoconvencimiento de que debía escribir un libro basado en su vida, en la de su familia, su generación y, a la postre, en la de todo un pueblo-, la novela se inicia con la descripción de un cuadro de Antonio Gezala (Noche de artistas en Ibaigane) que reproduce el aire distinguido y alocado de los años veinte y en el que aparece un trompetista, Txomin Letamendi Murua, uno de los protagonistas basilares de la novela. Músico y comandante de gudaris durante la Guerra Civil, exiliado en Francia tras la toma de Euskadi por las tropas de Franco. Conoce a Karmele Urresti en París en diciembre de 1937, al coincidir con ella en la embajada cultural que el lendakari José Antonio Aguirre y el empresario Manu Sota habían creado para mantener viva la realidad de Euskadi tras la derrota bélica. Ambos formaban parte del coro Erosoinka, de gira propagandística a favor de la causa vasca por varios países. Pronto surge un romance entre ellos y Karmele se queda embarazada, y como la moral de la época discriminaba a las madres solteras, se casan, siendo notario del acto el lendakari Aguirre, igualmente exiliado. En julio de 1939 nace Ikerne Letamendi Urresti.
   Ambos y sus respectivas historias en común, y la de Karmele tras el fallecimiento de Txomín a finales de 1950, como consecuencia de las terribles torturas a las que fu sometido, son el hilo conductor de la novela. El novelista sigue los pasos de la familia que colabora con los servicios de propaganda del gobierno vasco en el exilio. Txomín Letamendi trabaja con los servicios secretos norteamericanos, y tras una temporada de exilio dorado en Venezuela, acepta la petición del lendakari Aguirre y se traslada a España para apoyar la organización clandestina del Partido Nacionalista Vasco. Doble detención, cárcel, vejaciones y torturas hasta que muere derrotado, pesando apenas treinta y cinco kilogramos.  Karmele regresa Venezuela y allí encuentra trabajo como enfermera.
    A partir de ese momento, en ella y en sus hijos centra  Kirmen Uribe, la historia de la novela. Nos da cuenta del marchitarse de la resistencia antifranquista, el arrinconamiento del gobierno vasco en el exilio debido a la guerra fría, el nacimiento de ETA a finales de los cincuenta porque las generaciones más jóvenes del PNV no aceptaban el derrotismo. Txomin Letamendi Urresti forma parte de aparato propagandístico del grupo etarra que el 2 de agosto de 1968 da un salto crucial en su estrategia y asesina a un conocido torturador y colaborador activo dela Gestapo, el policía Melitón Manzanas. Condenas a muerte a Andoni Arrizabalaga, el Proceso de Burgos de 1970 con nueve condenas a la pena de muerte, que Franco conmuta debido a las movilizaciones tanto nacionales como internacionales. Las escisiones de ETA; el abandono de la organización terrorista por parte de muchos miembros, entre ellos Txomin Letamendi Urresti; la voladura por los aires del presidente del gobierno franquista, Carrero Blanco; los atentados indiscriminados; la espiral de violencia porque ETA sigue matando durante largos años; la violencia estructural y represiva por parte del estado español, no siempre legítima… Todo ello hace que el novelista se interrogue en las páginas finales sobre la indiferencia y pasividad mantenida por la sociedad vasca ante tanta violencia y muerte. Sin embargo, el mismo Kirmen Uribe declara que no es lo mismo la ETA de 1960 que la de 2010. Las víctimas de ETA fueron siempre asesinatos, pero es preciso estar en aquellas circunstancias y aclarar lo que sucedió y por qué.
   Hay dos formas de leer esta novela, formas antagónicas, sin duda: desde el nacionalismo vasco o desde el nacionalismo español. Apología del independentismo para la segunda o recuperación de la memoria histórica de personajes olvidados y afirmación de la voluntad inquebrantable de libertad del pueblo vasco, para la primera. Ninguna de ellas coincide con la necesaria reconciliación, tras recuperar la historia de lo que pasó. ¿Coincide una novela que pretende ser un juicio a los verdugos del franquismo? “Lo que los tribunales no han podido hacer, lo puede hacer un historiador o un novelista”, declaraba hace poco Kirmen Uribe. Pero también será preciso, añadía, reconocer el sufrimiento del otro, de todas las víctimas.
   
  
K.Uribe y P. Letamendi Urresti en el Museo de Bellas Artes de Bilbao
 

   El gusto del autor por escribir novelas sobre lo que no sabe, le obligó a documentarse de forma muy completa. Y de esa investigación nace esta novela, que no solo narra las duras vicisitudes de los protagonistas, sino también sus conexiones con personajes históricos como el lendakari Aguire, el presidente Roosevelt, el vicepresidente Wallace, Manu Sota, Hemingway… Y, sobre todo, refleja una parte muy desconocida de la posguerra, como fueron los años cuarenta y cincuenta, los movimientos antifranquistas, las transformaciones sociales y políticas desde los años veinte hasta la Segunda Guerra Mundial, la decisión de algunos jóvenes de optar por la violencia y su decepción posterior. Todo ello situado en el contexto de la historia vasca durante el siglo XX.
   Una historia de perdedores, aunque en definitiva la derrota de Txomin Letamendi no lo fue, porque la causa por la que él y otros muchos héroes desconocidos lucharon  (la libertad del pueblo vasco, la democracia, el antifranquismo) acabó ganando. Quizás por eso Kirmen Uribe novela, no la historia de personajes famosos como el lendakari Aguirre, sino la de personas olvidadas, desconocidas, soñadoras, héroes anónimos que nunca, o solo a la hora de la muerte, cedieron a la desesperanza.
   La hora de despertarnos juntos es una historia real bien articulada y verosímil, a la que la ficción retoca proporcionándole, sin alterar los hechos, el contexto, los diálogos, las escenas; y organizando la historia siguiendo procedimientos ficcionales, basándose en una estructura novelística. Escrita en tercera persona buscando un mayor distanciamiento, con ciertas intervenciones en primera, y huyendo de cualquier lucimiento estilístico. Texto no-ficción desnudo y sin efectivismos, pero escrito con gran vitalidad narrativa, que se sirve de eficaces recursos ficcionales para contar hechos reales y rescatar del baúl de los olvidos a figuras que han creado la Historia.

Francisco Martínez Bouzas

                                                    
Kirmen Uribe

Fragmentos

“Manu y su familia lo perdieron todo. Los franquistas les requisaron cientos de barcos, aunque el padre no llegó a verlo porque falleció muy poco antes del comienzo de la guerra. Así y todo, después de muerto, instruyeron un juicio póstumo en su contra. También se incautaron del palacio de Ibaigane. Sobre la chimenea colgaba un escudo de armas familiar del que sobresalía la talla de un caballo medieval. En cuanto los militares se apoderaron de la residencia, cortaron el cuello de ese escudo con un sable.
A muchas familias les arrebataron todo lo que poseían. Una mujer de Mondragón contaba que hasta llegaron a requisarle el carrito de bebé amarillo de su hijo recién nacido. Y, desde entonces, la pareja  joven adepta al régimen franquista a quien adjudicaron el bien incautado se paseaba por el pueblo como si aquel cochecito le perteneciese. Y la mujer de Mondragón veía pasar cada mañana, delante de sus narices, día tras día, su cochecito de bebé amarillo llevando a un hijo que no era el suyo.”

…..

“Este Eduardo Quintela, al mando de una brigada temida por sus consabidos métodos expeditivos, fue el encargado del interrogatorio salvaje al que fue sometido Txomin, quien jamás consiguió recuperarse de las torturas infligidas por aquel y sus adláteres. Sobre la fama de esta brigada constan en el archivo de Benet dos cartas del escritor Josep  Pous i Pagès -cuyo alias, Jaume Marquet, procede de un personaje de sus novelas- fechadas a primeros de septiembre de 1947, donde se refería al asunto en estos términos: «La brigada operante era la del famoso Quintela, de brutal reputación». En estas mismas cartas, Josep Pous reconocía  que el arresto de Txomin había supuesto un duro golpe para la resistencia catalana, ya que propició la caída del propio Benet y del socialista Lluís Torres, ambos del heterogéneo Frente Universitario de Resistencia Catalana, así como la espada de Damocles para otros miembros de este frente universitario.”

…..

“¿Cómo fue posible que pasáramos de un clima propicio a un infierno de indiferencia? ¿También a las conciencias les atraviesan ejes que temblaron y transformaron nuestra moral? ¿Por qué no supimos como individuos y como sociedad predecir lo que ocurriría los siguientes cuarenta años? ¿Por qué no reaccionamos ante la espiral de violencia y muerte? ¿Por qué no detuvimos a tiempo aquella inercia sin sentido? ¿Por qué nos callamos? ¿Por qué negamos el sufrimiento ajeno? ¿Por qué nos volvimos la mayoría un poco de piedra, como las estatuas medievales de la iglesia de Ondarroa?
No me siento capaz de contestar a ninguna de estas preguntas y creerme que mi respuesta vaya a ser la correcta. Pero de lo que sí me siento capaz, lo que en verdad deseo con toda mi alma es volver mi mirada atrás y detenerme en el dolor de todas y cada una de las víctimas.”

(Kirmen Uribe, La hora de despertarnos juntos, páginas 74-75, 275-276, 423)

"CÁSCARA DE NUEZ": CUANDO LOS ÚTEROS TIENEN OÍDOS

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Cáscara de nuez
Ian McEwan
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 217 páginas

   Si bien ya no escandaliza a sus lectores y buenos burgueses ingleses con sus historias inquietantes como hizo en el pasado con sus ficciones de formato largo o en sus colecciones de relatos, Ian NcEwan (Aldershot, 1948) no ha perdido un solo átomo de pulso narrativo, y mantiene la misma intensidad escritural, a veces penetrando en conflictos con dilemas éticos -narrativa de ideas- o con el retrato de la vileza humana como ocurre en esta novela, no carente así mismo de ciertas dosis de provocación. Ian McEwan es posiblemente el escritor más versátil de aquella generación de los “Young British Novelists”, seleccionados en 1983 por la Revista Granta. Las historias inquietantes y turbadoras de sus comienzos han dado paso a otras más sosegadas y clásicas, aunque McEwan no ha renunciado a abordar audaces experimentos literarios, verdaderos tours de forcecomo Nutshell, recientemente traducido y publicado en español por Anagrama con el título de Cáscara de nuez.
   Un rótulo que hace referencia a Shakespeare, citado en el epígrafe de una novela ciertamente muy hamletiana. El príncipe que soporta la tragedia y la corrupción moral, es en este caso un feto que, desde dentro de la cáscara de nuez del útero materno, es testigo de cómo  la vida de su padre pende de un hilo. Su esposa veinteañera, Trudy, en el tercer trimestre de su embarazo, sostiene una relación adúltera con su cuñado Claude, hermano de su marido John Cairnecross. John es un poeta no reconocido, pero no por ello desfallece. Dirige una editorial en quiebra, tiene sobrepeso y padece psoriasis. Es cómplice de su propia aniquilación al aceptar la petición de la esposa de que se vaya de su propia casa, de que le conceda el “espacio” que ella dice necesitar. Ese “espacio” lo ocupa su hermano Claude, un tipo tan pragmático como insulso, enriquecido en negocios inmobiliarios. La madre y su amante están planeando un acto atroz: deshacerse del padre, vender la casa londinense valorada en varios millones de libras y colocar al bebé en cualquier sitio.
   Pero, a través de la placenta, el nonato se entera de todo, y en una insólita y original pirueta narrativa, McEwan lo convierte en protagonista real y narrador de la novela. Este Hamlet de ocho meses a través del cual nos llega la historia, tiene sus fuetes de información: desde la cáscara de nuez uterina escucha los planes de la conspiración asesina, su consumación, percibe el poder que cada uno de los asesinos tiene sobre el otro y la labor de la inspectora jefe Clare Allison a cargo del caso.
   También es víctima de las acometidas sexuales de su tío, con el pene del rival de su padre a unos centímetros de su padre, ajeno a la cortesía y al imperativo médico. Y a través de la placenta, decanta  los buenos vinos y otras bebidas de mayor graduación que con las que se emborracha su madre. Se permite opinar sobre los mismos y también sobre la desastrosa situación del mundo actual, de la que se entera a través de la radio y de los comentarios de su madre y de su amante, que, cuando no están borrachos o practican sexo, disertan sobre el estado del mundo, en general para quejarse, aunque ellos mismos conspiran para empeorarlo. Así reflexiona este insuperable testigo que también filosofa sobre un mundo cada vez más cercano a la hecatombe. Y lo hace, cuando no se siente arrastrado por la corriente de la borrachera materna, en flujos de conciencia rebosantes de una fina ironía, en un sarcástico himno al actual mundo dorado en el que, entre otras “encomiásticas” bendiciones, los robots roban puestos de trabajo.
   McEwan, en una singular acrobacia literaria, crea un narrador-testigo fiable: el nonato lo conoce todo, los detalles del futuro pero próximo asesinato que, por sus palabras percibimos prácticamente desde el inicio de la novela. Él es ciertamente un futurible (un “nasciturus” como predican los partidarios de “pro vida”) que fotografía un presente, destrozando el orden natural y lógico de los acontecimientos. Pero es así como cautiva McEwan: descubriendo el caos y deleitándose en el desorden natural de las cosas. Y tiene razón, ya que en el fondo, tanto en la naturaleza física como en la realidad humana, conviven orden y desorden, determinismo e indeterminismo.
   La novela es un audaz experimento literario, sobre todo por convertir a un no nacido en fiable narrador, que se adueña además de la narración. Hay antecedentes que se le acercan: escarabajos, perros, gatos, árboles son los relatores de la historia en algunas piezas narrativas modernas. Pero nunca hasta ahora lo había hecho un nonato. Ciertamente con esta novela Ian McEwan explora nuevos textos y fronteras, una de sus obsesiones. Solamente la pericia técnica de un narrador muy curtido hace posible que esta novela transcienda la condición de “tontería” y se convierta en un thriller escrito con un ritmo atrapante, con un excelente dominio del monólogo interior, con alguna incursión metanarrativa, un brillante ejercicio de estilo y una impar ironía.

Francisco Martínez Bouzas

Ian McEwan


Fragmentos

“Así que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer. Aguardo con los brazos pacientemente cruzados, aguardo y me pregunto dentro de quién estoy, qué hago aquí. Los ojos se me cierran con nostalgia cuando recuerdo que iba a la deriva en mi bolsa corporal translúcida, flotaba en sueños dentro de la burbuja de mis pensamientos a través de mi océano particular de volteretas a cámara lenta, chocando suavemente contra los límites transparentes de mi encierro, la membrana acogedora que vibraba, mientras las amortiguaba, con las voces de unos conspiradores de una ruin empresa. Esto fue en mi juventud despreocupada. Ahora, totalmente invertido, sin un milímetro de espacio para moverme, con las rodillas apretadas contra el vientre, mis pensamientos, al igual que mi cabeza, están muy ocupados. No me queda otro remedio que tener la oreja pegada día y noche contra las sanguinolentas paredes. Escucho, tomo notas mentalmente y estoy preocupado. Oigo conversaciones íntimas sobre un designio mortífero y me aterra lo que me espera, lo que podría arrastrarme.”

…..

“No todo el mundo sabe lo que es tener a unos centímetros de la nariz el pene del rival de tu padre. En esta etapa avanzada deberían contenerse por mi bien. Lo exige la cortesía, si no el imperativo médico. Cierro los ojos, aprieto las encías, me agarro a las paredes uterinas. Estas turbulencias arrancarían las alas de un Boeing. Mi madre incita a su amante, le fustiga con sus gritos de feria. ¡La Pared de la Muerte! Cada vez,  a cada embestida, temo que la atraviese y me joda los huesos blandos del cráneo y siembre mis pensamientos con su esencia, con la nota torrencial de su trivialidad. Después, con mis lesiones cerebrales, pensaré y hablaré como él. Seré el hijo de Claude.”

…..

“Trudy, obediente, se ha puesto a cuatro patas. Es un a posteriori, al estilo canino, pero no por mi causa. Él se le pega a la espalda como un sapo en celo. Primero encima, ahora dentro de ella, y a fondo. Qué poco de mi pérfida madre me separa del asesino potencial de mi padre. Nada es lo mismo este mediodía de sábado en St. John’s Wood. Esto no es un habitual encuentro, breve y frenético, que podría amenazar la integridad de un cráneo totalmente nuevo. Más bien es un ahogamiento pegajoso, como algo meticuloso que se arrastra por un pantano. Las membranas mucosas pasan resbalando unas sobre otras y con un débil crujido en sus giros. Horas de intriga han conducido accidentalmente a los conspiradores al arte del erotismo deliberativo. Pero nada sucede entre ellos. Se revuelven mecánicamente a cámara lenta, un proceso industrial ciego a media máquina. Lo único que quieren es desahogarse, cumplir, disfrutar unos segundos de un descanso de sí mismos. Cuando llega, en rápida sucesión, mi madre jadea horrorizada. Por lo que le espera y por lo que aún tiene que ver. Su amante emite el tercer gruñido de la tanda. Se separan para yacer de espaldas sobre las sábanas. Después los tres dormimos.”

(Ian McEwan,Cáscara de nuez, páginas 11-12, 32-33, 119-120)

VADO, LA AGONÍA DE UNA CIUDAD DESOLADA

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Un incendio invisible
Sara Mesa
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 238 páginas.

  Un incendio invisible, la novelacon la que Sara Mesa ganó el Premio Málaga 2011, vuelve a tener una primera vida, porque la primera edición apenas tuvo repercusión. Ahora recupera la novela Anagrama tras leves cambios introducidos por la autora que no alteran, sin embargo, ni la trama, ni su sentido, ni su estructura y personajes. El libro tuvo su importancia en el macrotexto de Sara Mesa, ya que en Un incendio invisible, un título afortunado, préstamo de uno de los 80 sueños de Juan Eduardo Cirlot (“Una ciudad se derrite lentamente como carcomida por un incendio invisible”), aparecen diseminadas las semillas que germinarían y florecerían más tarde en la narrativa de la autora, Cicatriz y Cuatro por cuatro especialmente. Es la misma escritora quien en la “Nota a la nueva edición” da cuenta de algunas de esas semillas: “la ciudad de Cárdenas, la llegada de un foráneo a un mundo desconocido y hermético, la salvación -o pérdida- de un perro, la paternidad -o maternidad- encarnada en un maniquí, los centros comerciales como representación del caos, el amor desigual y perverso, la ambigüedad de las relaciones entre adultos y niños, el poder y sus abusos” (página 11). A ellas habría que añadir el gusto de la autora por los lugares opresivos y claustrofóbicos, por atmósferas densas y asfixiantes.
   La novela ficcionaliza una situación que ha tenido un correlato real en Detroit. El declive de esta ciudad norteamericana es uno de los procesos “no violentos” del abandono más grande de la historia moderna en la segunda mitad del siglo XX y a principios del actual. La gente se va de Detroit, sobre todo del centro de la urbe, dejando atrás casas y edificios porque  se había convertido en una ciudad peligrosa y con altos impuestos. Un incendio invisible narra así mismo los días postreros de Vado, una ciudad agonizante y fantasmal que está siendo abandonada por sus moradores. Mas la novela no explicita las causas de ese éxodo masivo.
   A Vado llega el protagonista del relato, el doctor Tejada, para hacerse cargo de la dirección geriátrica de New Life, una lujosa residencia de ancianos, igualmente mermada tanto en usuarios como en personal médico y cuidadores. En el aislamiento, en la indolencia, apatía y dejadez quiere el protagonista protegerse de un pasado turbio que presentimos en toda la novela, pero que solamente se nos revela en las últimas secuencias. Tejada no podrá evitar, sin embargo, interactuar con algunos de los habitantes de esta ciudad fantasmal. Son relaciones frías, estrambóticas, como las que mantiene con la directora del hotel en el que se hospeda, la mujer de kimono que muy pronto le muestra su lascivia; con la niña que arrastra con esfuerzo una maleta en la que guarda la basura que recoge, que quiere que le llamen Miguel y reinventa a su madre en una muñeca de goma y a la que Tejada busca de forma ambigua, mas como pez falto de agua; o con Rachid Benmoussa, un peculiar investigador de migraciones.
   La novela es una muestra de la predilección de la autora por las urbes abandonadas, fantasmales, paradigma de los espacios asfixiantes, habitados por personajes que no tienen otra escapatoria que enfrentarse consigo mismos y con los otros. Sara Mesa va creando poco a poco esa atmósfera irrespirable en una ciudad castigada por un tórrido e inclemente calor y por una pertinaz sequía. Todo es basura, putrefacción, polvo, apatía; con ancianos abandonados igual que sofás o colchones tirados por las calles. Miles de perros dejados a su suerte, edificios fantasmas… Un arsenal de municiones que le sirve a la autora para crear un escenario posnuclear, una ciudad tras la guerra pero sin guerra. Y en ella, en la agonía de Vado, Tejada se considera el demiurgo incapaz de sustraerse a su destino y obligado a expiar su pasado.
   El mismo sin sentido  de ciertos diálogos irreales entre de los residentes de New Life y la aridez de algunas secuencias contribuyen a sugerir en el lector la imagen de un espacio urbano decrépito, disparatado y hostil.
   Necesariamente concordará el lector con la opinión de la autora: Un incendio invisible no es un libro misericordioso, ni clemente, porque en sus páginas, como en otras novelas de Sara Mesa, se habla de incomunicación, egoísmo, desigualdad, miedo, soledad y encierro. Vado y las relaciones, no humanas sino entre seres humanos, es una elocuente alegoría del aislamiento solipsista al que nos están abocando las irracionales pautas comportamentales de las sociedades contemporáneas. Solamente en ese sentido se puede hablar de literatura distópica, de la historia distópica de Vado, porque el género distópico explora las estructuras sociales y políticas que degradan o esclavizan a los ciudadanos bajo el yugo de un poder absoluto, con el señuelo de un mundo feliz y perfecto. Pero la distopía nada tiene que ver con ciudades en ruinas, abandonadas. Tanto la utopía como la distopía hacen referencia a un conjunto social, no a las circunstancias del mundo que lo rodea que puede ser perfecto y maravilloso. No cabe pues hablar de la historia distópica de Vado. Sí, en cambio, aunque con un significado muy alejado del bíblico, de literatura apocalíptica o quizás postapocalítica. Es preciso “afrontar el apocalipsis” dice el Viejo, uno de los delirantes moradores que agonizan en Vado.
   Sara Mesa, en esta segunda o primera vida de su novela, muestra la honda acuidad de una narradora experta que yergue con buen tino una consistente arquitectura novelesca que, a pesar de la sequedad de su discurso narrativo, retrata a la perfección las sombras fantasmales de un espacio agonizante y opresivo; con personajes bien perfilados, pero en base a lo que dicen o hacen, sin que la escritora incluya demasiadas pausas descriptivas o reflexivas, lo que ayuda a mantener el ritmo de una novela que, en el último, capítulo se acelera de forma imparable como el incendio que consume y derrite a Vado.

Francisco Martínez Bouzas

 
Sara Mesa

Fragmentos

“A unos veinte kilómetros del centro de Vado, una vez enfilada la flamante autopista de Cárdenas, todavía podían verse los últimos barrios periféricos: unas casitas adosadas, urbanizaciones a medio construir, solares roturados y, más allá, los bloques terrosos de Bocamanga y de Pozolán. Mirado desde el coche, el paisaje carecía por completo de vida. Sólo de vez en cuando, entre las nubes deshilachadas, se distinguía una pareja de milanos volando con desgana a media altura. Un par de coches y un camión sin pollos cruzaron por uno de los carriles opuestos. Pudo oírse un graznido, pero no supo de quién.”

…..

“Desde el Madison hasta la estación de tren tuvo que recorrer dos manzanas. La noche anterior estaba demasiado brumosa para poder fijarse en los detalles, pero ahora,  a plena luz del día, veía los edificios semivacíos, la gente solitaria caminando con aire ausente, los coches abandonados en las aceras, algunos con los cristales rotos. Los semáforos cambiaban del rojo al verde y del verde al rojo en un parpadeo innecesario. Como una ciudad tras la guerra pero sin guerra, pensó. La estación, sin apenas trasiego, era una antigua construcción de ladrillo con altos techos rehabilitados. En la puerta un kiosquero se había quedado dormido entre los periódicos. Era peor de lo que le habían dicho y, sin embargo, no le resultaba demasiado preocupante. Apretó los dientes y continuó hasta la taquilla tratando de no pensar en Elena.”

…..

“La residencia ardía.
Dónde estaban los otros. El vello de los brazos y del pecho se le había electrizado. Le inundó la fragancia de la madera chamuscada. El porche se desmoronó. Dónde se habían metido. Dónde. Las llamas devoraban el porche con un hambre de siglos. Vuelta al fuego. Retorno a la ceniza. Las llamas del exterior no llegaban a tocarse con las del interior. Todas se elevaban adelgazándose hacia las estrellas que ya no brillaban. Un fogonazo reveló su sombra vacilante sobre el suelo. A sus espaldas, un nuevo resplandor. La reverberación del tercer foco, atrás, junto a los pequeños olivos de la huerta y la piscina vacía. Ya no hubo más gritos. Un absoluto silencio. Lejano, doloroso.”

(Sara Mesa, Un incendio invisible, páginas 13, 42-43, 232)

LA ESTÉTICA ESENCIALISTA DE "VIAJERO INMÓVIL"

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Viajero inmóvil
Javier Dámaso
Ediciones Enkuadres, Alcira (Valencia), 2017, 94 páginas.

   Cobijado por un título, Viajero inmóvil, que al menos aparentemente tiene mucho de oxímoron, la personalidad poética y más íntima de Javier Dámaso publica en Enkuadres una parte importante de su obra poética inédita (periodo 1992-2001). Como Dámaso Javier Vicente Blanco renuncia a ser un poeta en “contexto y silencio”, y ejerce como profesor de Derecho en la Universidad de Valladolid. Otros tres poemarios reúnen la obra lírica de un escritor intensamente comprometido con la cultura desde los años ochenta.
   Una cita de Fernando Pessoa -“Yo no evoluciono, viajo”- actúa como marco epigráfico de una poesía que nos llega servida en cuatro grandes secciones, todas ellas relativas al viaje en distintas modalidades: viajes por las geografías de la cultura y del tiempo, pero también viajes físicos, armado el poeta con “las sandalias del viento de otras audaces aventuras de la palabra” como reza un fragmento de las palabras del Prólogo de Alfredo Pita.
   Un largo poema, “Extraño equipaje (en la Estación del Norte)” inaugura el viaje, aquellos viajes en tren de la juventud del poeta, partiendo de la Estación del Norte o Campo Grande vallisoletana. Un viaje al mar, al norte, hogar de los que pueblan las viejas fotografías, llenas de sentimientos. Un poema de despedida (tras la ventanilla, la madre, el padre sujetando la mano que parte). Atrás queda la urbe provinciana, el colegio de pago, los curas…todo lo gris. Pero el viaje también es un adiós, un alejarse de la presencia amorosa: “Y aquel adiós desde el tren era el definitivo” El viaje pues como aventura iniciática, como desgarro en la partida y como quiebra del amor y sus errantes promesas.
   Una intensa experiencia amorosa nutre los poemas y versos de la segunda parte, “Tiempo de guerra furtivo”: el sujeto amoroso acaso es la serpiente, la fruta prohibida, pero la voz poética cae rendida ante la serena belleza, ante la mirada azul, ante una boca que es ese láudano que todo lo cura. El amor ejecuta el milagro de transportar al poeta a desiertos oníricos como el Sahel, a visitar célebres caudillos como Tamorlán o a ciudades legendarias como Estambul hacia donde ha partido el sujeto amado, dejando al poeta en un largo otoño de indolencia, enfrentado al inmenso dislate que es su vida (página 38).
   Una amalgama de poemas, en la tercera sección, que evocan seguramente viajes reales a países como Portugal, Rumania, el país oscuro y lejano del Conducator, a territorios balcánicos en guerra, con prófugos solicitantes de visados; a Cuzco, con la visión angustiosa de un muchacho desdentado, y el olor amargo de sus piedras centenarias “que hablan, pero ya / no entiendo su quejido” (página 60).
   Finalmente “Aquí y ahora”, con reflexiones sobre la identidad, recreaciones de una burda manipulación pseudoreligiosa, una confrontación de Diógenes el cínico con Platón, y cuatro poemas con diseños tipográficos y figuras gráficas originales, propias del experimentalismo vanguardista  y de otras corrientes innovadoras que determinan un especial ritmo visual. Y un dilatado poema que recorre las tortuosas y accidentadas vías de Nicaragua, hasta desembocar en el “orden virginal” de la Laguna de Apoyo, “…como un cuenco / como un regazo / de madre” (página 90).
   Poemas  heterogéneos, aunque en su mayoría son fieles a la función pragmático-informativa del indicador fundamental del paratexto, ese título Viajero inmóvil, que hacen referencia a vivencias, a estados anímicos, a actitudes de la afectividad, a viajes soñados y a viajes reales, con distintos topemas. Impregnados de un claro monoteísmo del amor, una inequívoca representación del tiempo atormentado del presente, diálogo del hablante poético con su propia interioridad y con las conmociones y dramas que azotan al mundo de nuestros días.
   Poemas y versos que participan en buena medida de la estética esencialista. Poesía esencial, desnuda, pero fundamentalmente impura, como se ha escrito sobre la obra lírica de Javier Dámaso, porque apuesta por el sentimiento, más que por la razón. Ajena a retóricas, barroquismos y vanos artificios. Erguida con formas desnudas, con el gusto por la palabra exacta, sin acumulación de “estorbos” como moralidades y fines monitorios. Alejada así mismo de un orden formal prefijado, mas con un constante fluir de sugerencias que afectan al plano referencial y al compositivo, y que por eso nos incitan a una lectura meditativa o intuitiva, sugerida por el tiempo y sazón anímicos o la tonalidad de sentimiento de cada poema.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Javier Dámaso

Selección de poemas

“Promesa errante,
templo y palacio de la
despedida,
albergue del adiós,
siempre el desgarro
en la partida”
(página 27)

…..

“Tu mirada es azul.
Viene de lejos.
Tu mirada es azul
Con resonancias ancestrales.

Sueño tus ojos
y un deseo me invade de explorar
los parajes de luz que conformaron
la inquieta serenidad de tu belleza.

Tu mirada es azul
y no lo sabes,
nadie lo sabe.
Pero es azul,
como la laguna
bajo el inmenso
cielo
en el universo de Ureña”
(página 33)

…..

Las llaves del Perú

“Tengo las llaves
del Perú.
Me las dieron
Al marcharme.

Te ofrecen su amistad,
La inmensa generosidad
--“Vuelve
 cuando quieras”—
y te llevas las llaves
de su casa.
Torres de Limatambo
distrito de San Borja.

No son sólo
las llaves de una casa,
son las llaves, sí,
las llaves del Perú”
(página 62)

…..

Ojos de un icono

A la santa Ana, en su ermita de piedra y adobe
de Pozuelo de la Orden (Valladolid)

“Bajo los ojos
de aquel icono
no había teología
ni escolástica alguna.
Ni Yahveh-Dios
Ni Belcebú.

A lo más,
-si acaso-
el bullir de la
teogonía:
cada estío,
bajo el manto de
una fiesta con
su misa y procesión
danzaba la orgía
en honor a
Dionisos.”
(página 72)

DOS NOVEDADES DE SEIX BARRAL

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 La Editorial Seix Barral, actualmente un sello del Grupo Planeta, sigue ofreciendo en su catálogo colecciones míticas  como “Biblioteca Breve”, “Biblioteca Formentor”, “Biblioteca Abierta”, “Los Tres Mundos, “Biblioteca Furtiva”, “Obra Completa” o “Furtivos”. Dentro del Grupo Planeta del que forma parte desde 1982, es sin duda el sello editorial que publica libros de mayor calidad literaria.
   Fundada en 1911 como empresa de artes gráficas, en 1955 Víctor Seix y Carlos Barral la refundaron como editorial, e inauguraron una colección emblemática, “Biblioteca Breve” que cada año otorga un prestigioso premio de narrativa. La Editorial  barcelonesa participa en el movimiento “bookcrossing” (dejar libros en lugares públicos para que los recojan otros lectores que después harán lo mismo). En el año 2008, para conmemorar el cincuenta aniversario del “Premio Biblioteca Breve”, liberó más de mil libros galardonados en diferentes ediciones del Premio en catorce ciudades españolas así como en Buenos Aires, Córdoba (Argentina), Rosario (Argentina) y México DF.
   En este post, doy noticia simplemente informativa de dos de las novedades de marzo de Seix Barral: A cielo abierto de Antonio Iturbe, Premio Biblioteca Breve 2017 y Las defensas, una notabilísima novela de Gabi Martínez. En los próximos días o semanas publicaré las correspondientes reseñas críticas.

Francisco Martínez Bouzas


A cielo abierto
Antonio Iturbe
Editorial Seix Barral, Colección Biblioteca Bereve, 2017, 622 páginas

El autor:

Nació en Zaragoza, en 1967, y creció en Barcelona. Ha publicado las novelasRectos torcidos (2005), Días de sal (2008) y La bibliotecaria de Auschwitz (2012), ganadora del Premio Troa «Libros con valores» y publicada en once países. Es autor de la serie de libros infantiles Los casos del Inspector Cito, traducida a seis lenguas y de la serie La Isla de Susú. Como periodista cultural, ha trabajado en El Periódico, en Fantastic Magaziney en Qué Leer, revista de la que fue director durante los últimos siete, y ha colaborado en radio y en publicaciones como Fotogramaso Avui. Actualmente es director de la revista Librújula, colaborador en Cultura/s, El País, Heraldo de Aragón y Mercurio, e imparte clases en la Universitat de Barcelona y en la Universidad Autónoma de Madrid.

Sinopsis  de A cielo abierto:

   “Tres grandes amigos cambiaron la historia de la aviación. Uno de ellos, además, marcó las vidas de millones de lectores al escribir El Principito
   Francia, años veinte. Sólo los mejores pilotos son aceptados en Latécoère. Entre los elegidos están Jean Mermoz, Henri Guillaumet y Antoine de Saint-Exupéry, tres heroicos aviadores que abrirán las primeras líneas de reparto de correo en rutas inexploradas. Ninguna distancia es demasiado extensa para ellos, ninguna montaña demasiado alta: las cartas deben llegar a su destino. Cuando aterrizan, afrontan las turbulencias de la vida en tierra en un siglo partido por las guerras.
   A cielo abierto cuenta las increíbles proezas de tres grandes amigos que marcaron la historia de la aviación, y es, además, un homenaje al autor de El Principito, un escritor inolvidable que supo ver la realidad con ojos de niño.
   Antonio Iturbe ha escrito una novela apasionante gracias al cuidado equilibrio entre la acción trepidante y la sutil emotividad proyectada por la mirada de Saint-Exupéry sobre el mundo, a la perfecta caracterización de los personajes y a la ambientación tanto de los salones parisinos y los círculos literarios neoyorquinos como del universo que rodeó a aquellos legendarios aviadores. Una celebración de la esencia de la literatura en un relato de amistad, de sueños imposibles, de amor y pasión, del placer de volar y descubrir, desde el cielo, un planeta hermoso cargado de misterios.


Las defensas
Gabi Martínez
Seix Barral, Colección Biblioteca Breve, Barcelona 2017, 494 páginas

El autor:

   Gabi Martínez nació en Barcelona en 1971. Su obra narrativa incluye Ático (2004), por el que fue seleccionado por la editorial Palgrave/MacMillan como uno de los cinco autores más representativos de la vanguardia española de los últimos veinte años; Sudd(2007), que fue adaptado al cómic; Los mares de Wang (2008), Mejor Libro de No Ficción del año según Condé Nast Traveller; Sólo para gigantes (2011), galardonado con el Premio Continuará de TVE y seleccionado como Mejor Libro de No Ficción por Qué Leer; En la Barrera (2012), nuevamente elegido como el Mejor Libro de No Ficción por Qué Leer, y Voy (2014).

Sinopsis de la novela:

   “Una novela basada en la increíble historia real de un médico que sufrió la enfermedad que investigaba y movilizó a la comunidad médica para demostrarlo.
    Ante un ataque de locura violenta, un competente neurólogo es ingresado en un psiquiátrico. Sólo él sabe que su diagnóstico es erróneo. Pero aún no es capaz de imaginar que la misma enfermedad autoinmune a la que ha dedicado obsesivamente su vida lo acecha. Su increíble lucha contra la enfermedad y el estrés corre pareja a la de la historia de este país desde la Transición y a la de uno de los pilares de la democracia española, un sistema sanitario herido hoy por la jerarquía y por una corrupción que castiga o expulsa a quien disiente.
   Basada en hechos reales, esta impresionante novela narra una extraordinaria historia de superación, un caso entre tres mil millones, el de un hombre que fue al principio considerado un loco y pasó luego a convertirse en un médico de referencia en su especialidad.”
   Contada en primera persona por un protagonista que ha perdido toda credibilidad, esta excepcional novela revela la indiscutible inteligencia narrativa de Gabi Martínez a la hora de salvar distancias entre géneros y dotar a la realidad del aliento épico de los grandes clásicos.”

"TUYO ES EL MAÑANA". LA TRANSICIÓN DESENMASCARADA DESDE LA FICCIÓN

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Tuyo es el mañana
Pablo Martín Sánchez
Acantilado, Barcelona, 2016, 218 páginas.

   Parece incuestionable que a Pablo Martín Sánchez le apetece utilizar ciertos elementos de su propia biografía en la elaboración de sus novelas. Lo hizo en El anarquista que se llamaba como yo (2012), en la que la coincidencia de su nombre con el de un anarquista que tuvo un papel destacado en algún episodio de la historia española, le dio pie para erguir una pieza narrativa considerada por algún medio de comunicación como el mejor debut de 2012. En este libro el autor elige el 18 de marzo de 1977 para situar un collage de historias ambientadas en Barcelona. Esa fecha coincide con la de su propio nacimiento, y en torno a ella construye una historia coral con varias voces y buenas dosis de intriga. Sin embargo, solamente de forma remota se puede considerar Tuyo es el mañana como autoficción. El autor no habla de sí mismo, aunque, tanto en este libro como en el anterior, pone algo de él, oculto en las voces de los seis personajes actantes y narradores  de sus propias historias, un conjunto de personajes concentrados en la misma ciudad, en el mismo día y cuyas vidas terminan cruzándose.
   La novela trancurre en un día de la Transición española, y de ella recrea momentos importantes. A Pablo Martín Sánchez le son suficientes veinticuatro horas para reflejar el espíritu de la época: las tensiones entre una interminable y cruel dictadura que acaba de fenecer aunque no del todo, y una naciente democracia que nada tuvo de idílica, repleta de atentados, asesinatos, renuncias y rencores. Una época sumamente convulsa que sirve de marco contextual a la novela; con problemas generados entonces, sin resolver todavía y que siguen cuestionando el presente.
   El autor estructura la novela al compás de las horas. Seis partes, habitada cada una de ellas por un personaje central y que abarcan todas las horas del día: medianoche, madrugada, mañana, mediodía, tarde y noche. Cada una de esas seis parcelas temporales se subdivide así mismo en otras seis secuencias, narradas y protagonizadas, cada una de ellas, por un personaje distinto: una adolescente, Clara, víctima del acoso escolar, especialmente de los malos tratos que le inflige Pena, uno de los matones del colegio. Mas rehén también de sus propias pesadillas. Por miedo a la prepotencia del compañero abusador, engaña a su madre y no va a una excursión escolar, sino al canódromo. Allí contacta con el personaje canino al que libera. Gerardo, un chileno que recuerda las torturas sufridas durante la dictadura pinochetista, profesor de una universidad barcelonesa, que va de copas, se acuesta con una de sus alumnas, lucha por la amnistía y, para conseguirla, no duda en urdir un torpe secuestro de un empresario catalán. Solitario VI, un viejo galgo con un gran pedigrí, comido por las pulgas y temeroso de que, en su decadencia, lo manden correr a Casablanca. Carlota, la alumna y folla amiga  del profesor chileno que está escribiendo un reportaje sobre bebés robados. José María Raich al que conocemos en Roma acostándose con una señorita italiana, un empresario carente de escrúpulos tanto en el trato con las mujeres como en los negocios. Lola, la madre difunta de Raich que habla desde un retrato: añora la dictadura y critica duramente las costumbres que ha traído consigo la incipiente democracia, se distrae fantaseando con las vidas ajenas y espía desde su cuadro a los vecinos. A estos actantes y voces narrativas habría que añadir la figura de un feto que va a nacer, al que al autor se dirige en segunda persona y que jugará un papel importante en el desenlace.
   Pablo Martín Sánchez le da así vida a una notabilísima novela coral. La polifonía de voces que van evolucionando a medida que avanza el relato, con excepción de la pétrea figura de la difunta que habla desde su retrato, nos muestra las vicisitudes y querencias de cada uno de los protagonistas, pero sobre todo se convierte en un fresco, a la vez cristalino y turbio, de lo que fue la Transición española. En veinticuatro horas el escritor fue capaz de condensar los principales acontecimientos de esos meses o años previos al referéndum: las manifestaciones pidiendo la amnistía general, los insuficientes indultos, el terrorismo, el ambiente estudiantil, las torturas en la comisaría de Vía Layetana -la casa de los horrores-, las cargas de los grises, la efervescencia sexual, las luchas por la liberación de la mujer…
   Y sobre todo, el espíritu de la época y la lucha de contrarios: las fuerzas reaccionarias del tardofranquismo y los todavía frágiles soplos renovadores de una democracia que da sus primeros pasos. Un choque de fuerzas opuestas fielmente representado por las pequeñas historias de violencia a la que están sometidos varios de los personajes de la novela: la adolescente, el galgo, la joven universitaria. Historias violentas que no dolo fueron negras flores de un día. Hoy sigue habiendo acoso escolar, espeluznantes escenas de maltrato animal, tráfico de recién nacidos, frivolidad y chulería de ciertos empresarios.
   Tuyo es el mañana no es una novela ideológica. Es ajena así mismo al maniqueísmo de buenos y malos -el autor ni siquiera enjuicia a la mirona que añora la dictadura-, sin embargo el autor tuvo la suficiente habilidad y un eficiente dominio de las estructuras narrativas para presentarnos, a través de historias atractivas, ese enfrentamiento de fuerzas opuestas, representadas por los distintos personajes. Y hacer que todos ellos confluyan en un final abierto, con el comienzo de un nuevo día y con el encuentro esperanzado de un niño que acaba de nacer: de él es el mañana.
   Es satisfactorio y plausible el punto de vista narrativo que utiliza el autor: el monólogo interior en ambientes y situaciones muy dispares. Así como la capacidad no forzada de hacer que los personajes vayan interaccionando hasta ese final que los congrega a todos en una vivienda barcelonesa. Una prosa precisa, en la que, no obstante, tienen cabida los coloquialismos de la calle, y cargada en ocasiones de humor e ironía, viste este retrato mural de las veinticuatro horas de un día en los que está condensada una Transición política de baja calidad y  mucho más problemática que idílica, como pretenden hacernos creer.

Francisco Martínez Bouzas

Pablo Martín Sánchez


Fragmentos

“Gerardo alarga el brazo y me toca la cicatriz, siento un escalofrío, yo también alargo el brazo y toco la suya, saca la lengua, me chupa los dedos, le cojo la mano y me la pongo en el pecho, me aferra la cintura y me atrae hacia él, noto su polla contra mi vientre, baja la cabeza y me besa, las lenguas se enroscan, le empujo y le obligo a sentarse en la butaca, me pongo a horcajadas y me quito el jersey, empiezo a desabrocharle la camisa mientras me magrea las tetas con manos temblorosas, le estrecho fuerte entre mis brazos y le digo al oído:
-Gerardo, no te acuestas conmigo
-¿Por qué?
-Porque soy muy mala.
-¿Y eso?
-Es que me gusta pegar cuando hago el amor
Le doy una bofetada y se queda parado.
-Pero no me gusta que me peguen, eh. ¿Quieres que te la chupe?
La respuesta es previsible como una cremallera, como la cremallera que ya le estoy bajando para meterme en la boca una polla inflada y ardiente, me vienen arcadas cuando roza la campanilla, escupo en el glande y extiendo la saliva con la punta de la lengua.”

…..

“Pero esto de la democracia ya pasa de castaño oscuro, ¡la gente ha olvidado lo que son los modales! El otro día, sin ir más lejos, José Mari me leyó la noticia de un taxista que se había negado a poner la calefacción a cuatro señoras que iban de La Coruña a El Ferrol. ¿Cómo es posible semejante desfachatez? Pues las señoras, ni cortas ni perezosas, sin que el taxista se diera cuenta, sacaron unas tijeras y vengaron la afrenta cortándole los cinturones de seguridad y los faldones del abrigo. ¿Y qué decir de eso que ahora llaman el destape? ¡Si hasta hay colas en los quioscos para ver mujeres satinadas en porretas! Degenerados, que son unos degenerados. Y, claro, luego pasa lo que pasa, que corrompen a los demás. Como a mi pobre José Mari.”

…..

“La adoro, yo a esta niña la adoro. ¿Por qué no habrá aparecido antes en mi vida? Seguimos caminando hasta desembocar en una plaza. A los pies de una escalera tan alta que parece llevar al cielo, una caniche roe un hueso. Al verme, se pone  a gruñir como una degenerada. Si no fuera por esa mierda que nos dan en la perrera, ahora mismo te callaba la boca, so histérica. Dos chicos pasan zumbando por nuestro lado subidos a unas pequeñas tablas con ruedas. Se detienen junto a un banco, sacan unos botes como los que hay en la cuadra para matar moscas y los disparan contra el muro, dejándolo lleno de colores. La gran ciudad es una maravilla. Acostumbrado a ir de la perrera al canódromo y del canódromo a la perrera, me he perdido tantas cosas. En otro banco de la plaza, una viejita tira pan a las palomas. Las palomas me vuelven loco, me encanta su cabeceo. Las liebres ya no. Tantos años persiguiendo liebres mecánicas me han inmunizado.”

(Pablo Martín Sánchez,  Tuyo es el mañana, páginas 28, 38-39, 157-158)

"NO HABRÁ DIOS CUANDO NOS DESPERTEMOS": TRANSEUNTES DEL INFRAMUNDO

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No habrá Dios cuando despertemos
Ricardo Vigueras
Menoscuarto Ediciones (sello de Editorial Cálamo, Palencia, 2016, 171 páginas.

   El autor de No habrá Dios cuando despertemos es un español, Ricardo Vigueras, profesor de cultura y mitología clásica en Ciudad Juárez. Seguramente por esa circunstancia académica y vital, su propuesta narrativa comparte un doble marchamo en maridaje entre sí: uno es español y el otro mexicano, como sus dos protagonistas, Victorio y Amanda. De España la novela refleja la viciosa peste de la burocracia. Del país azteca, la convivencia con la muerte y el culto a los difuntos.
   La sinopsis de esta novela, calificada como “distopía de ultratumba”, la resume de forma cabal el mismo autor: es la historia de dos víctimas inocentes. Victorio fue asesinado la víspera de su boda en el inicio de la Guerra Civil. Ella, Amanda, es una mujer violada y desaparecida en el centro de Ciudad Juárez a finales de la década de los noventa. Ambos se encuentran en un lugar fantasmal al que todos llaman el Aeropuerto, un inmenso espacio del que se desconoce su forma y dimensones. En ese lugar trabajan miles de burócratas. Y también miles de personas de diferentes edades, clases sociales y condiciones deambulan por las innumerables e interminables terminales aguardando  a que en las pantallas aparezca el número de su vuelo que los transportará a un lugar del que ignoran todo. Hay expectantes  pasajeros cuya espera se dilata largos años, sin que su número, una clave alfanumérica tatuada en la muñeca, se haya anunciado una sola vez en los monitores. Pero la suerte de los que logran emprender el vuelo es igualmente incierta: desconocen su destino, nadie los ha vuelto a ver.
   El español Victorio y la mexicana Amanda han resultado “elegidos”: cuentan con un billete para volar hacia lo desconocido. Mas eso poco significa, porque hallar la terminal de donde debe partir su avión es una ardua tarea. Habrán de recorrer, carentes de orientación, interminables pasillos y terminales -un laberinto que recuerda los círculos infernales-, enfrentándose a burócratas, kafkianos funcionarios diabólicos que, en vez de ayudar, obstaculizan la marcha. Funcionarios tan repulsivos y grotescos como Bástiabas, una suerte de salvaje macho cabrío que representa ese estar  a merced  del azaroso capricho de la violencia y del poder y de las trampas que les tienden los funcionarios del laberinto de terminales.
   Periplos inútiles y azares  que permiten obtener plaza en un avión, no parecen más que bromas que gastan los funcionarios del Aeropuerto.
   La novela es un ejercicio de ciencia ficción fantástica con profundos acentos distópicos de ultratumba que transcurre en un sucedáneo de la vida, que recibe el nombre de Aeropueto, metáfora del Hades, de un infierno o purgatorio, por donde vagan, en su claridad lechosa, las almas de aquellas víctimas de una muerte violenta. Están muertos pero parecen vivos y todos persiguen ese vuelo que los llevará a ninguna parte.
   Tras las páginas que, con inusitada fuerza expresiva, describen ese mundo insólito y el angustioso peregrinaje por terminales y trenes, en casi un eterno retorno, y en diálogos desquiciados con funcionarios y demonios de figura repelente, un inquietante tema de fondo: nadie es dueño de su vida ni de su muerte. Un desconocido destino, gobernado por un incomprensible y voluble azar, nos aguarda a todos.
   El autor introduce oportunas analepsis trasladando la acción al pasado para recordar la vida y la muerte de la pareja de protagonistas, así como de otros pasajeros que también esperan. Y crea con maestría una insoportable atmósfera claustrofóbica, un laberinto en una región irreal y espectral, en el que se estrella la fragilidad humana porque no somos capaces de hallar referentes fiables. Una estructura compositiva que ordena los capítulos a la inversa, del 17 al 0,  -la cuenta atrás que separa la vida de la muerte-, y un ritmo frenético empujan al lector a zambullirse sin pausa en los círculos infernales que, como dice la apóstrofe de William Dieterle que encabeza el libro, nadie conoce y a los que, sin embargo, todos estamos condenados a ir.

Francisco Martínez Bouzas

 
Ricardo Vigueras

Fragmentos

“La mayoría de las veces las pantallas informaban de aviones que no volaban a ninguna parte, vuelos irrealizables a lugares imposibles, fantasías de un demente o e un demonio que se burlaba de la paciencia de los hombres o mujeres varados en el Aeropuerto. De poco servía hablar con los funcionarios. Estos aseguraban que nuestro avión no era uno de esos vuelos inventados, sino uno de verdad, uno que otra vez nos conduciría lejos del Aeropuerto. El único avión posible, el único avión necesario. Amanda y yo habíamos hecho del tejido de la eternidad el vestido con que nos cubríamos en la espera de que una de las pantallas anunciase la terminal y la puerta de embarque de nuestro vuelo. Al fin, prometiéndome que más tarde volvería a consultar otra vez las pantallas, regresé de nuevo junto a Amanda.”

…..

“Entonces era yo quien no entendía de que hablaba, y me llenaba de dudas. Dudas que no albergaba sobre la naturaleza del lugar en el que nos encontrábamos. Era una especie de limbo, purgatorio o infierno, pero de ninguna manera el cielo. Las almas que vagábamos por el aeropuerto lo cuchicheaban a poco de llegar aquí. Quizá no tan pronto, pero no pasaban muchos años hasta encontrase seguros. La verdad se muestra elusiva en el Aeropuerto. Solo quienes habíamos podido acceder a las dependencias interiores y habíamos visto a los funcionarios en su hábitat natural, podíamos conocer su verdadera naturaleza. Así como el infierno ya no recuerda a ese infierno medieval que nos enseñaban frailes y monjas, sus antiguos demonios se han convertido en funcionarios. Interesante destino el de los antiguos ángeles caídos. Funcionarios de un aeropuerto del que sale cada día un avión, un solo avión que transporta varias docenas de seres hacia quién sabe qué clase de destino.”

…..

Si una cosa debo agradecer a Bástiabas es que consiguió despertar antiguas emociones que yo creía sepultadas. Miedo, ira, vergüenza y otras extinguidas características intrínsecas a la naturaleza de ser mortal renacieron las dos veces que tuve que enfrentarme a él en sus guaridas pestilentes. Representaba el poder, y yo carecía de autoridad para desprenderme de esa doliente realidad. Porque también Bástiabas me devolvió la noción de dolor. Aquella última vez me devolvió, incluso, la noción de patetismo, lo que en vida llamamos vergüenza ajena. Volví a sentir lástima. Lástima por Bástiabas.
Me increpó en su habitual tono grandilocuente que me estremecía de miedo, y lo hizo de manera telepática para referirse a mí con vocablos acostumbrados.
«¡Pequeña carroña insignificante! ¿Progenie de una dinastía de rameras! ¡Te dije claramente que no quería volver a verte!»

(Ricardo Vigueras, No habrá Dios cuando despertemos, páginas 14-15, 59, 137)

"HUESOS EN EL DESIERTO": EN MEMORIA DE SERGIO GONZÁLEZ

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Huesos en el desierto
Sergio González Rodríguez, Editorial Anagrama, Barcelona, 335 páginas.

   En la mañana de ayer, 3 de abril, fallecía en Ciudad de México Sergio González Rodríguez a causa de un infarto. Autor de catorce libros entre novelas, crónicas y recopilaciones, su obra ha pasado a la posteridad sobre todo por sus trabajos de investigación de los feminicidios en Ciudad Juárez, en la década de los noventa, que dio origen a su libro Huesos en el desierto (2002), una mezcla de reportaje, crónica y ensayo, anclada en una reflexión muy profunda. Es autor de otros dos libros: El hombre sin cabezay Campos de Guerra, ensayo este último sobre los vínculos del narcotráfico y los políticos y la pérdida de soberanía de México ante Estados Unidos. Un ensayo que ganaría en Premio Anagrama de Ensayo en el año 2014. La obra escritural de Sergio González recibió numerosos galardones,  -e incluye así mismo guiones para la televisión- y por sí misma le inmortalizarán para siempre.
   Pero además de sus propios textos y libros Sergio González sería inmortalizado para siempre como parte del dramatis personae de la novela 2666 de Roberto Bolaño. En la parte cuarta de esta monumental novela (“La parte de los crímenes”), Roberto Bolaño presenta a Sergio González, un periodista de las páginas de cultura del periódico La Razón de DF, enviado en julio de 1993, porque acababa de divorciarse y precisaba ganar dinero, para investigar los feminicidios y sacrilegios de iglesias en Santa Teresa (Ciudad Juárez). En varias páginas, 470 y siguientes, la narración de Roberto Bolaño permite observar a Sergio González investigando los crímenes y las sacrílegas profanaciones de iglesias en la ciudad norteña, lindante con Norteamérica. Precisamente su decisión y coraje en la investigación de las matanzas de mujeres para Huesos en el desierto, le “valieron” un atentado por parte de unos sicarios que asaltaron el taxi en el que viajaba y le golpearon brutalmente hasta dejarle una cojera crónica y un coágulo de sangre en el cráneo.
   Hoy pretendo honrar modestamente la memoria de Sergio González reproduciendo, traducido al español, el artículo-recensión que el día 10 de agosto de 2003 publiqué en el periódico El Correo Gallego sobre Huesos en el desierto.

Sergio González, Paola Tinoco y Roberto Bolaño en Barcelona


LAS MUERTAS DE CIUDAD JUÁREZ, UNA NOVELA SIN FICCIÓN

   A primera vista parece ficción. De hecho el feminicidio de Ciudad Juárez constituye una de las partes de la amplísima trama de la novela póstuma, 2666 del narrador chileno, Roberto Bolaño. Pero estamos delante de uno de esos casos en los que la realidad supera ampliamente a la ficción. En la novela de Roberto Bolaño, los asesinatos de mujeres en  Juárez City brillan con luz negra, igual que en la larga cadena de crímenes en serie recogidos en la documentada investigación que el periodista y narrador mexicano, Sergio González, publicó en el sello editorial Anagrama bajo el título Huesos en el desierto, una mezcla de crónica, reportaje y ensayo cultural.
  Todo empezó el 27 de noviembre de 1999. Ciudad Juárez, separada por una invisible línea fronteriza de la ciudad norteamericana de El Paso, despertó ese día con una noticia que dio la vuelta al mundo. México y Estados Unidos iniciaban una acción conjunta. Tenía como objetico hallar los cientos de cadáveres de mujeres que, según las informaciones de los dos países, estaban enterradas en distintos “ranchos” de narcotraficantes de la localidad, llamados “narcocementerios” o “narcofosas”. Mas los resultados fueron insignificantes. Localizaron nueve cuerpos, debido quizás a la “lechada”, una mezcla de cal y substancias químicas que emplean los narcos para desintegrar los tejidos orgánicos y hacer así desaparecer cadáveres. No obstante, los cientos de cadáveres que en aquellas fechas se buscaban, ya habían aparecido allí, a cielo abierto, a lo largo de los años noventa. Un verdadero feminicidio, uno de los más grandes crímenes de género que permanece impune y sin aclarar.
   En efecto, desde el inicio de la década de los noventa hasta hoy (2003), de una forma sistemática, psicópata y estremecedora, se sucede el goteo de de homicidios de mujeres en la capital de Chihuahua, en el marco de una absoluta impunidad. El número de víctimas alcanza en el día de hoy la cifra de más de trescientas mujeres muertas o desaparecidas. Se trata de asesinatos orgiásticos, mezclados con ritos sexuales y una elevada capacidad de perfeccionamiento sádico, perpetrados al amparo del secreto y de algún tipo de fraternidad asesina. Una pavorosa cadena de muertes que le da la razón a la escritora Elena Poniatowska al calificar a México como un país de culpables porque la sociedad mexicana y los gobiernos del PRI o del PAN permiten que en Ciudad Juárez “la mujer sea un ser golpeable y violable”.
   Espoleado por la situación y heredero del periodismo cultural de La Cultura y del cronista por antonomasia de las realidades mexicanas, Carlos Monsivais, Sergio González emprendió una peligrosa investigación de este macabro feminicidio, un fenómeno de extrema misoginia, violencia de género y absoluta impunidad. Sus hallazgos fueron publicados en forma de artículos en el periódico Reforma de la capital azteca. El autor, narrador y ensayista de prestigio, finalista en 1992 del Premio Anagrama de Ensayo con El Centauro en el Paisaje, entrelaza una investigación de fondo en forma de relato, mas carente de ficción, sobre narcotráfico, violencia, corrupción política y el asesinato de mujeres pobres, delgadas, estudiantes o trabajadoras, en su mayoría, morenas y de larga cabellera, que daría lugar a un libro de más de trescientas páginas publicado en la serie Crónicas de Anagrama.
   Huesos en el desierto no es únicamente la historia de una década de barbarie feminicida en la población fronteriza, una verdadera Twilight zone a la mexicana, sino una aproximación interpretativa a los abusos del poder. Del poder político y de aquel otro de naturaleza económica, social y de género que está permitiendo la normalización de la barbarie en la frontera norte del país.
    
                                            
Cuerpos de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez
   
   Como si se tratase de una historia de paranoia posmoderna de Don DeLillo, Sergio González presenta, en este trabajo periodístico realista, una base conspirativa como lámpara hermenéutica de una realidad que no se deja ver, fantasmagórica y esquiva. El primor perverso de la conspiración, rodeada de impunidad y de la eficacia que otorga el ejercicio del poder en su máxima expresión. Pero con una clara diferencia: el libro de Sergio González no es ficción, es, al contrario, una crónica real. Un especie de novela de no ficción del México de verdad.
   La catarata fronteriza de crímenes misóginos, analizados con la constancia de la mirada penetrante, y narrada con un realismo inapelable y contundente, se convierte en este libro en una lectura paralizada en el medio de la irracionalidad y del horror. Un fenómeno que no debemos desenlazar de la deshumanización. Los crímenes continúan. A finales del mes de julio (año 2003), en el suplemento cultural El Ángel, reiteraba Sergio González el riesgo para las mujeres de Ciudad Juárez. Muchos intelectuales en el país mexicano formulan esta pregunta: ¿Cuántas toneladas de huesos habrá que descubrir para saber quiénes son los responsables?

Francisco Martínez Bouzas
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